sábado, 26 de noviembre de 2011

Sorteo


Al columbrar al cojo, que cruzaba alegremente la calle con el semáforo en rojo, a Julio se le abrieron los ojos y se le llenaron los pulmones de un aire fresco, sintiéndose resplandeciente, como un hombre nuevo, al deshacerse del miope caparazón que lo aprisionaba en aquel estricto recinto de pensamientos.
No creía mucho en los artilugios de la suerte ni en los juegos de azar, como los sorteos, aunque a veces tuviese alguna suertecilla, pues la vida está llena de sorpresas y contradicciones, como cuando sortearon aquel año a los quintos de su reemplazo, en que se sentía deprimido, sin ganas de probar bocado ni salir a la calle, pensando que a lo mejor le tocaba un destino funesto, en la quinta puñeta, con lo a gusto que estaba en su ciudad, paseando con la novia y la cervecita todos los días en el círculo de amigos, sin embargo la abogada de imposibles o no se sabe qué duendecillos le echaron un cable, saliéndole todo a pedir de boca, no debiendo atravesar el charco o los tórridos desiertos para hacer la mili, quedándose en la Península, cerca de los suyos, disfrutando de su compañía.
Por aquellos años Julio intentaba labrarse un porvenir, romper barreras, conseguir un pasaporte para al futuro, así, quería hacer el bachiller y emprender alguna pequeña carrera, preferiblemente breve, corta, y enderezar el rumbo, pero el horno no estaba para bollos en el ámbito familiar, y necesitaba hacerse de unos ahorrillos para tal empresa. Con tal fin consultaba meticulosamente los magazines dominicales, revistas y prensa en general con asiduidad, escarbando por entre los rincones de las páginas buscando el tesoro escondido, y examinando con lupa las ofertas de empleo que por allí se publicaban, en la esperanza de toparse con alguna alegría que le garantizase unos arrimos, un mínimo de ingresos, que le permitiesen luchar contra la estrechez y, al menos, costearse la estancia en la capital durante ese tiempo, y de esa manera realizar el sueño, los estudios que anhelaba.
Sin embargo las expectativas se tornaban broncas, oscuras, tenía que esforzarse al máximo, y exponerse a las mayores privaciones, ya que, con el paso de los días, enfrascado como estaba en los libros y en la redes del trabajo, no frecuentaba otros circuitos existenciales, andando siempre estresado y apresado por la incertidumbre, torturándose con la esquiva búsqueda de algún trabajo temporal; vivía en un continuo sin vivir, y, para colmo, los fines de semana debía de encerrarse en su habitáculo para ponerse al día y preparar algún examen, y cuando llegaba el fin de curso, se hallaba al borde de un ataque de nervios y del precipicio académico, pues al recoger las papeletas de manos del bedel, veía que la mayoría de los exámenes los traía suspensos, por lo que no podía por menos que pasarse los veranos semienclaustrado, a pan y agua, a la sombra de un pino junto a la playa o de una higuera en la montaña, o en su guarida con montañas de fotocopias y libros y más libros, recuperando lo que le quedaba pendiente.
Julio, en las épocas, que no eran muchas, en que no debía recuperar materia suspensa, y como evasión, se dedicaba a devorar libros de ficción y de todo cuanto caía en sus manos, leyendo los Diálogos de Platón, donde se habla del famoso continente, así como la novela de Benoit sobre las conquistas de los atlantes y sus grandiosas hazañas, y la obra épica de Jacinto Verdaguer sobre la Atlántida. En consecuencia, en los ratos de ocio de que disponía, daba rienda suelta a la imaginación, y se descolgaba por las laderas de la fantasía, desentrañando leyendas, o rumiando historias que le habían contado en la niñez, o que descubrió más tarde por su propios medios en algún libro que cayese en sus manos. Y a propósito de tales lecturas, le impactó lo referente a tal mito, que, aunque no creía mucho en lo que se relataba, no obstante pasaba horas y horas ensimismado, dándole vueltas a semejante acontecimiento, y lo mismo le ocurría con los astros, las estrellas o los interrogantes que envuelven la existencia de otros mundos habitados, y, por ende, sin apenas darse cuenta, se decantó por los avatares de la Atlántida, interesándose sobremanera, y profundizó en sus entresijos, concluyendo que se destruyó por una oleada de gigantescos terremotos y erupciones a grandísima escala, similar a lo que está aconteciendo actualmente en la isla de El Hierro pero a pequeña escala, lo que provocó un descomunal desmadre y el vuelco de los continentes, subvirtiendo la orografía de muchos de ellos.
Los habitantes de este continente, los atlantes, eran gente forzuda y luchadora, y se esculpían simbólicamente en el arte como sólidas estatuas que sostenían el cielo, a fin de que no se derrumbase como un castillo de naipes, estrellándose contra el pobre planeta Tierra, haciéndolo añicos.
Siguiendo con tales informaciones, los textos de Platón testifican la situación de la Atlántida frente a las columnas de Hércules, lugar entendido tradicionalmente como el estrecho de Gibraltar, y la describen como una isla más grande que Libia y Asia juntas. Su geografía era escarpada, con una gran llanura rodeada de montañas hasta el mar. A mitad de la llanura, el relato ubica una montaña baja, destacando que fue el hogar por antonomasia –por entonces aún no había ni okupas ni overbooking-, con compacto tejado y grande chimenea, donde ardían con ansias gruesos troncos de leña en los crudos fríos de invierno, y se contaban, al calor de la lumbre, chistes, chascarrillos y cuentos de los ancestros de los dioses.
Uno de los primeros habitantes de la isla fue Evenor. Según el parlamento de Critias, Evenor era uno de los hombres que había nacido de la lama de la tierra, con buenos augurios, en el entonces territorio inhabitado de la Atlántida. Evenor convivía con toda normalidad, en un ambiente sereno y tranquilo, sin contaminación ni ruidos de fábricas, sin sobresaltos por la bolsa o la prima de riesgo o los terremotos de Wall Street, con su mujer, Leucipe, sin brotes de violencia de género,(aunque echaba en falta que no fuese un poco más cariñosa, y le obsequiase con besos tan indiferentes, tan fríos), en una montaña baja, casi una meseta, que se ubicaba a unos cincuenta estadios del mar (unos 10 Km.). Fue padre de Clito. Ésta fue su única hija. Cuando Clito alcanza la edad de tener marido, muere Evenor y también su esposa. Clito sería la madre de la estirpe de los reyes atlantes.
Se cuenta, en el ámbito divino, que Poseidón era en realidad el amo y señor de las tierras de los atlantes, puesto que, cuando los dioses se habían repartido el mundo, no se sabe si como buenos amigos o si habría habido rencillas o testaferros entre ellos, como acaece de vez en cuando, y la suerte había querido que a Poseidón le correspondiera, entre otros lugares, la Atlántida. He aquí la razón de su gran influencia en esta isla. Este dios se enamoró de Clito, y para protegerla o mantenerla cautiva, creó tres anillos de agua en torno de la montaña que habitaba su amada. La pareja tuvo diez hijos, cosa nada desdeñable pero comprensible en aquella época, donde el vasto y ubérrimo campo permitía nutrir y retozar a sus anchas por las verdes praderas, y azuzaba a la procreación a fin de poblar el desierto continente aún en ciernes o en pañales, y para los cuales el dios dividió la isla en sus respectivos diez reinos. Al hijo mayor, Atlas o Atlante, le entregó el reino que comprendía la montaña rodeada de círculos de agua, dándole, además, autoridad soberana sobre sus hermanos. En honor a Atlas, la isla entera fue llamada Atlántida y el mar que la circundaba, Atlántico. Su hermano gemelo se llamaba Gadiro, y gobernaba el extremo de la isla, que se extendía desde las Columnas de Hércules hasta la región que, posiblemente por derivación de su nombre, se denominaba Gadiria (Cádiz).
Con el paso del tiempo Julio se fue aficionando a la lotería, a los cupones de la ONCE y otros sorteos, hasta tal punto que cayó en la ingrata ludopatía, y enrocado en ese rocambolesco mundillo, como llevaba bastante tiempo publicando novela negra, de aventuras y otros géneros, con objeto de amortizar parte de los gastos, convino en idear alguna estrategia o eficaz artimaña para salir airoso del atolladero, y encontrar algún acicate que le permitiese luchar contra la estrechez y ayudarse en la publicación de nuevos libros, y después de estudiar concienzudamente múltiples proyectos y efectuar innúmeros cálculos, abrió un blog en Internet, poniendo a la venta los trabajos, cuentos y demás novelas, estableciendo un juego de azar, un sorteo, que consistía en sortearse él mismo a los posibles clientes y lectores, de forma que los agraciados con la suerte los invitaría a cenar en el mejor restaurante de la comarca y a un espléndido espectáculo, una fiesta especial, que fuese del agrado de los afortunados, bien en saraos, tablao flamenco, ópera o en lo que se terciara.
No cabe duda de que en el fondo, después de tantos altibajos, lecturas y entelequias, lo que en realidad le preocupaba a Julio era no suspender el examen de su atlántida vital, teniendo buena estrella, y si de camino vendía novela negra, mucho mejor.

martes, 15 de noviembre de 2011

Elogio de la cordura


Aquel día el hombre no estaba para muchas bromas, las ojeras lo delataban, se sentía destronado de su órbita, como un astro errante, o que se hubiese nombrado la cuerda en casa del ahorcado, pues al abrir el escritorio, se topó con un mosaico de enunciados de grueso calado, cuasi lapidarios, y diríase que escritos a sangre y fuego, con la sensación de que habrían entrado por el orificio del baño en su sanctasanctórum de forma clandestina, sin reparar en las molestias de los moradores, ni en las más elementales normas de convivencia, de modo que estuvo en un tris de endosarles dos patadas en el trasero, largándolos con aire fresco, y si la memoria no le fallaba, eran los siguientes, La paciencia, El elogio de la cordura, y el mito de Sísifo; claro que, como suele ocurrir en estas coyunturas, a la hora de la verdad la gente se lava las manos o escurre el bulto, y siempre se podrá argüir que ocurrió por azar o error al ser entes inanimados per se, carentes de luces, impulsados por órdenes mayores, por la acción de una máquina ciega, la todopoderosa Internet.
A lo mejor se cumplieron a rajatabla los actos de protocolo o cánones al uso, pero los humanos son harto sensibles y tienen sus ritmos, imprevisibles baches, gustos, euforias, y no pueden por menos que rebelarse contra irracionales tropelías en defensa de la propia naturaleza, del legítimo derecho, exteriorizando la más enérgica protesta contra cualquier trama urdida, perjudicando consciente o inconscientemente la intimidad, la trayectoria o su impecable imagen.
Sin ir más lejos, la galleta, que masticaba en esos instantes, se le atragantó peligrosamente, reflejando una situación grotesca, pero triste, propia de una frívola ficción, como acaece a veces en el celuloide, pero nada más lejos de la realidad, ya que todo cuanto allí se desvelaba era verídico, verificable, como la vida misma, echándosele un nudo en la garganta, hasta el punto de que no lograba articular palabra, y menos aún enhebrar una brizna mental, era algo inexplícale, encontrándose en el trance de perder el equilibrio, la paciencia, la cordura y hasta la gruesa piedra de molino de Sísifo que llevaba adosada a la espalda, aunque esto le supondría un alegrón y un gran alivio para las costillas.
Semejante aglutinamiento de sentencias lo sentenciaban a muerte casi de por vida, y lo más severo era que no vislumbraba un resquicio en el horizonte, que le aprobase mirar para otro lado o desentenderse de tales temas, siendo superior a sus fuerzas, debido a la situación tan comprometida y cerrada por la que transitaba, y a su vez de camino le facilitara ponderar con aplomo el complejo dilema, llegando a una conclusión, que mal rayo me parta, exclamaría, si no cogía el toro por los cuernos, terminando el cuento de una puñetera vez, enfrentándose a la realidad, ya que comprendía que en el fondo no dependía de él mismo, sino del ego y de las circunstancias.
Entonces empezó a marear la perdiz, a calibrar distintas elucubraciones, y deletrear con parsimonia el primer vocablo que sobrevoló sobre su testuz, Paciencia, tal vez porque fuese lo que más necesitaba en tan cruciales momentos, y el pronunciarlo le resultaba grato y conciliador, aunque llevarlo a la práctica ya sería harina de otro costal, al tener que discernir in profundis sobre la materia, pues advertía de la posibilidad de que surgiese un cúmulo de panfletos, memorandos o tratados sobre la configuración de tal virtud, enturbiándole los sesos, y haberlos haylos sin duda en la viña desde tiempos inmemoriales, aunque por exigencias del guión se precisara resumir los dictados, a saber, los sufridos pacientes de un hospital; la juventud se muestra impaciente ante el porvenir; la obra teatral El divino impaciente; con paciencia todo se alcanza; la paciencia alarga la vida; la paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces; la paciencia y el tiempo hacen más que la fuerza y la violencia, y un largo etcétera.
En realidad, la sustancia de la paciencia no estriba más que en quedarse uno en stand by, a la espera de que le llegue el turno, la llegada de lo que sueña ardorosamente como interesante, apetecible y reconfortable, mereciendo la espera y la pena de que pase por su puerta. Pero en ese impasse, los malos augurios, hacen de las suyas, interviniendo con maquiavélico propósito, y pergeñan miles de argucias para reventar la vivienda o habitáculo que con tanto esfuerzo se ha erigido, al cobijo del altruismo o de los consejos de los sabios.
Y no le iba a la zaga en semejantes tareas la cordura, un término tan encomiable, que atesora ínclitas connotaciones dignas de subirla a los altares de las consciencias, y que apunta sin duda al corazón –del latín cor, cordis-, a lo más sensible, al amor, recalcando con contundencia que obras son amores y no buenas razones, aunque yendo ambos de la mano, como almas gemelas, que disparan, cada uno a su manera, a las entrañas del reloj humano, que marcan las horas con dulces suspiros, con las manecillas en un tictac de sístole y diástole, no pudiendo fumarse un cigarrillo en la puerta ni tomarse un respiro, truene o relampaguee, y, sin embargo, qué poco valorados están a veces en la vida el corazón y la cordura, y en esos laberintos, dando un paso al frente, conviene izar su bandera, y exclamar con Larra, vuelva usted mañana, no se vaya todavía, vuelva usted, por favor, a hilvanar la aguja con este otro hilo, que es del color que le pega a la presente prenda, al evento que nos ocupa, y mandar a hacer gárgaras a los enemigos de la discreción, del diálogo, de la perspicacia, de la empatía, de la tolerancia, del castillo de las buenas maneras, sentando plaza y plantándose en sus campos, en sus trece, contra viento y marea, priorizando el juicio, la razón y sucedáneos, de forma que los cimentados principios vayan galopando sonrientes por el sendero de la concordia, por donde deben proseguir, buscando el bien ajeno y el propio, el que se mece entre las dos orillas del puente del río, limando asperezas, templando turbulencias, rimando rivalidades, elogiando y eligiendo el término medio que proclamara Aristóteles, in medias res, a fin de que las acometidas extemporáneas no hagan su agosto en las engalanadas casetas de la feria, en las sazonadas cosechas tan ricamente cultivadas, esquilmando tierras e intelectos en el proceloso razonamiento de la vida.
Todo tiene un límite, pero es preferible tener paciencia, que cosas peores se verán en el teatro de la vida, en los aconteceres diarios, por ello no hay que perder los estribos por leves bagatelas o estulticias, por un simple cambio de hora al amarillear las hojas otoñales, o por alguna aviesa sonrisa o memez, como acaso fuese el despropósito de un desnortado mosquito, que, perdido el GPS de la orientación, amerizó con suma precisión en la mismísima pista del vaso de vino que se estaba bebiendo.
Es aconsejable leer con atención las biografías y memorias de los eximios ingenios de la historia, de toda la pléyade de insignes pensadores e investigadores que pululan por el firmamento de las letras, y de esa guisa impregnarse de sus hálitos, de los procederes, familiarizándose con la savia de su experiencia, la erudición y los tesoros que encierran, y así nuestras señas de identidad se enseñorearán y crecerán, armándose de valor e hidalguía, arreglando la crisis, el paro, el maltrato, la pobreza, los desheredados, la lobbycracia del poder, las guerras, la orfandad, la precariedad, y por ende no bailarán en la cuerda floja, o penderán de un hilo o de la dirección del viento, o de una mosquita muerta que, desafiando las leyes de la gravedad, distorsione la convivencia, cerrando el camino, la boca, a la cordura, y se le ocurra esquiar desairadamente en limos serenos, en un vaso de buen vino, o en las estancias únicas, recreativas de la vida, en plácidas noches de luna llena, sentados en cualquier balcón, como el de Europa o en la terraza de un bar, acompañados de alguien querido, y que, voraces y locos intrusos, sin apenas mojarse el culo, creyéndose reyes de quimeras, quizá piensen que las personas son de cemento, o como dice la canción, No somos tontos, sabemos lo que queremos, y anhelamos trotar con determinación por los colinas de Imagine, como John Lennon, cuando canta con las cuerdas –de cordura- de la guitarra a un nuevo amanecer, (…Imagina que no hay posesiones/, quisiera saber si puedes sin necesidad de gula o de hambre/, una hermandad de hombres, imagínate a toda la gente compartiendo el mundo/. Puedes decir que soy un soñador/, pero no soy el único/. Espero que algún día te unas a nosotros/, y el mundo vivirá como uno//.), y así participar en inolvidables moragas y espetos de palabras y sardinas, imaginando que se toca el fondo de las cuestiones palpitantes, y no se mordisquea la corteza de la razón, o se desaira a quienes marcan hitos en el discurrir de la cordura, utilizando retazos de locura para estrangular la ecuanimidad; y por si hubiese dudas a estas alturas de la noche, evoquemos algunos aforismos que se cuecen en el concepto: más cordura nos enseñan los fracasos que los éxitos; la cordura y el genio son novios, pero jamás han podido casarse; el primer suspiro de amor, es el último de cordura; varón prevenido de cordura, será combatido de impertinencia.
No es difícil ubicarse en las antípodas de la cuerda o de lo cuerdo, -tirando sin parar hasta envenenarla, imponiendo el imperio de la sinrazón-, de lo que se sustenta por sí mismo en cualquier esquina, paraje o isla perdida, porque acaso no desguace aparentemente el armazón del meollo, de lo que en verdad vale e importa; y todo ello hierve no lejos de las fuentes termales de innumerables libros, que van y vienen, rodando por nuestras cabezas, por las bibliotecas o librerías, expuestos en los escaparates, con cara de buenas personas y con estilo.
A buen seguro que tirando de la cordura con una larga y flexible cuerda, y transportando con la paciencia de Job la pesada piedra de Sísifo, ascenderemos a las altas esferas de la felicidad.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Folio


Su textura atrae en determinados momentos y circunstancias, cuando la imaginación abre las ventanas y deja que entren los rayos solares y creativos, y placenteramente se sitúa uno en su regazo, ante su faz, y va fabricando productos, eventos, acontecimientos o las más disparatadas peripecias; cuando eso ocurre, entonces su imagen es grata, risueña y atractiva.
Sin embargo, cuando los negros nubarrones se ceban con él, y su cándida blancura se torna esquiva, remolona y antipática, sembrando negatividad y desidia entre sus fibras, entonces chirrían todos los elementos de la estructura, el color, la temperatura, el tamaño, y los primordiales objetivos para los que fue hecho en los talleres del ramo.
Antaño los pobres no ofrecían sus mejores guiños ni galas, eran de un material tosco, rústico, apenas sin labrar. Lo mismo aparecía en un tronco arbóreo que en las paredes de una caverna despintada por las inclemencias del tiempo, o la acción de los humanos. Al cabo de los siglos, las técnicas se han perfeccionado y pululan inmaculados por doquier, en librerías, bibliotecas, papelerías, talleres de escritura, etc.
Existen infinidad de tipos, modelos y tamaños, y es a los niños a quienes más ilusión les hace con sus diabluras, al esbozar los primeros balbuceos y pinitos de grafías y abecedarios. Más adelante se recrean en sus líneas lúdicas, deletreando adivinanzas, leyendo historietas, cuentos, resolviendo sopas de letras, crucigramas, y así, poco a poco, se van afianzando y desarrollando en sus entresijos, en sus cimientos, solazándose, tanto chicos como ya grandes, inmersos en sus tiernas y dulces garras, viviendo o plasmando los sentimientos más íntimos, envasándolos en una especie de cápsulas literarias muy rebuscadas y selectas, que destilan almíbar a los letraheridos, y una vitalidad cósmica, que resucita a los moribundos y pusilánimes, conteniendo en sus entrañas, ladrones, justos, ajusticiados, rebeldes, altruistas, cuerdos, desvencijados, ilusionados, deprimidos, ciegos que ven, histriones, bandidos, santos, proezas, reclusos, las fantasías de millones de historias y tramas, que participan y viven conjuntamente los más diversos avatares en los diferentes laberintos, vericuetos y etapas de la vida, desde la cuna hasta la sepultura.
La existencia está configurada y zurcida de puro cuento, cuentos al nacer y cuentos y más cuentos durante el viaje y al concluirlo, y sigue viva la leyenda, hasta el punto de ser transportados en la barca infernal de Caronte a la otra orilla, atravesando la laguna Estigia o el río Aqueronte, y por si fuera poco, y si nadie lo remedia, nos seguiremos alimentando de ellos por los siglos de los siglos.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Si lo prefieres


El invierno hizo de su capa un sayo, y como si tuviese mala leche se plantó como un valentón en la plaza desafiante y exclamó, aquí estoy, y vaya que si se notó.
El muy desvergonzado apretaba los colmillos con toda la fiereza, parecía que le iba la vida en ello; tanto es así que no cesaba de llover y llover. Los campos se sentían asfixiados por no dar abasto a beber tanta agua, y por si fuera poco el agua se convirtió en nieve, emulando el milagro de las bodas de Caná, pero, en este caso, en un sólido blanco, y llegaron rabiosas las nieves, de modo que lo iban revistiendo todo de un traje blanco, como de primera comunión, pero dejando a los moradores empantanados, en un estado lamentable, ya que aparecían como amortajados en un desecho patatal, en el campo de batalla, donde hubiesen caído por su patria miles de soldados, y donde no se podía dar un paso ante el amontonamiento de tantas criaturas tiradas de mala manera por los suelos, como negras colillas, con una cruz en el pecho, dibujada con el cruce de manos y el tronco del árbol encima por el fuerte vendaval, árboles tronchados, que se atravesaban en sus regazos, en sus mismas narices, en pie de guerra unas veces, y otras, implorando el perdón a la misericordia divina por el horroroso temporal.
No obstante la arboleda, como si lo llevase en la sangre, luchaba por conservar su majestuosidad, la dignidad, la figura impoluta junto con el talle y los brotes verdes que en primavera le habían salido, y como si disfrutasen de siete vidas y a su sombra se percibía la blanda suavidad de unas indefensas mariposas arrastradas por ese huracán y la sacudida de esos gigantes arbóreos, atrapadas en un desigual forcejeo, merendándoselas el insensible vegetal, y de paso se llevaban por delante algún que otro esqueleto de lagarto o peligroso escorpión, camisa de serpiente o la misma serpiente con cabeza y extremidades.
Mientras tanto las mesetas y colinas, emparejándose con la campiña, daban fe del escandaloso diluvio, que poco a poco se fueron tornando compactas y engreídas, semejando helados lagos, que enfurecidos y de forma increíble, ladraban rabiosos como perros salvajes en la lejanía, con redobladas ansias de venganza.
Aquellos lagos monumentales y momentáneos, se fueron expandiendo entre chaparrones y ventiscas con cara de niño travieso, formando imágenes raras, una especie de espejismos de compleja plataforma que, a la postre, resultaba extraordinaria, y una ocasión que ni pintiparada para la práctica del esquí.
Albricias, gritaba interiormente Paco. No era un secreto que le encantaba el aroma virginal de la nieve, y esquiar como un poseso por el pecho de las sierras y las faldas, pues muy a menudo soñaba cuando dormía que estaba esquiando en la cama, deslizándose a tumba abierta por las rampas más comprometidas y peligrosas, por lo que vio el cielo abierto aquella mañana de marzo, y masculló entre dientes, qué suerte, ésta es la mía, convirtiendo el sueño en realidad, gritando después y saltando loco de contento en el cristal de las aguas. Con las mismas, asiendo los enseres de los que disponía, se dirigió a la compañera con cierto sigilo.
-Mira, Petra, cariño, por qué no vienes conmigo a esquiar, antes de que la nieve se evapore, o se presente otro horrible temporal, además ya sabes que el tiempo es oro y hay que aprovecharlo, así que gocemos de este día tan delicioso.
-Oye, Paco, qué pesado eres, no me agrada ese deporte, no seas cabezota, pues sabes de sobra que me provoca vértigo, y me huele que tal vez esté embarazada y no debo correr riesgos. No seas un chico malo, así que mejor será que te olvides de mí, y te vayas tú solito a disfrutar del esquí y de tus copitos de nieve, te lo agradeceré en el alma. Sin embargo podría acompañarte en otras actividades menos arriesgadas. Pero fíjate, sabes una cosa, que estoy muerta de frío, y odio la nieve y lo que conllevan sus connotaciones y refranes desde tiempos inmemoriales, cuando estudiaba en el colegio, y ya estoy hasta el moño con tus gustos, pues me salen ronchas y alergias a borbotones por todo el cuerpo, me brotan como un manantial, y me ahogan como si llevase una soga al cuello, y no digamos la cantidad de frases hechas y dichos populares que viven a su costa, verás si no, a saber, año de nieves, año de bienes; buena es la nieve que a su tiempo viene; la nieve marcina, se la comen las gallinas; amor de madre ni la nieve la hace enfriarse; helada de enero, nieve de febrero, aires de marzo y lluvia de marzo dan hermoso año, y un largo etcétera; esto es tan solo una pequeña muestra, pues el río sigue con su abundante caudal, fluyendo de los veneros de los vocablos y de las cumbres hasta las llanuras, formando meandros entre altiplanicies, campiñas y valles hasta acabarse en el mar, y así de esa guisa en un eterno discurrir por los insondables lechos, que si pintando esto de un color, que si aquello otro o lo de más allá con un arco iris sensacional…y nunca fenecen las aguas, las nieves, las sentencias, los refranes, en el eterno ciclo, real o metafórico, de la naturaleza.
-Bueno, perdona Petra, yo sólo quiero jugar, me lo pide el cuerpo, pero sólo tienes que echarle un poquito de cariño y valor a nuestra relación, y todo se arreglará si te abres a la cordura, anhelando que pasemos un rato divertido, relajante, así, por ejemplo, podríamos desnudarnos en un pispás, y revolcarnos en el suave manto blanco y lograríamos entrar en calor, o jugar al escondite o a la gallina ciega, y a buen seguro que sudaríamos de lo lindo, matando el maldito frío. Dime, qué opinas al respecto. A ver si se te muda el semblante tan recalcitrante y hosco, recórcholis. O si lo prefieres, danzamos en la beldad de la nieve, dejándonos llevar por la fuerza de la gravedad y rodamos monte abajo acariciándonos con el aliento, embadurnándonos todo el cuerpo de sonrisas blancas, y una vez inmersos en esa nívea carpa, no hay que preocuparse, porque nadie que cruce por estos pagos nos reconocerá, aunque acaso, asombrados, se lleven las manos a la cabeza instintivamente, debido a los prejuicios o a la original estampa al visionarnos regocijándonos en unas circunstancias tan singulares, que a buen seguro nunca más volverán a repetirse, los cuerpos cubiertos de un encendido y dulce velo blanco, pero desnudos en mitad de la transparente y sutil carpa de nieve.
"Oye, Petra, o por qué no nos disfrazamos aprovechando los carnavales, cambiamos los roles, como en los mejores tiempos de la inmortal Venecia, tú, un hombre y yo, una mujer, qué te parece. Me coloco las dos hermosas calabazas que tenemos del cortijo de tu padre, de las que tan orgulloso se siente, y me enfundo tus prendas íntimas y la peluca rubia de las bodas, y verás cómo damos el pego esta noche, y nuestra pandilla ni se va a enterar.
"Eso sí, nos hacemos nuestra agenda, un punto de encuentro y el santo y seña, y a navegar por los canales de Venecia en góndola, como personas importantes, qué carajo, si fuese menester. Yo me dedicaré a dar besos en la boca a todo quisque, y estoy convencido de que nadie se va a molestar en esa mágica y misteriosa noche, porque con el porte, la voz y las prendas que vista los trajinaré a todos sin remisión, mientras tú te harás la tonta, esperando que alguien te meta mano, ya me entiendes, puro cuento, pues ante tus bruscas y viriles reacciones de macho indomable nadie osará semejante cobardía, o crearte algún minúsculo problemilla. Piénsatelo, y lo vamos preparando, aunque si lo prefieres nos quedamos en casa, aletargados como todos los sábados del año contando los desconchones de las esquinas de las paredes, las estrellas del firmamento a través de la ventana o las blancas ovejitas, como dos carcamales, para coger el sueño, dos viejecitos que no pueden pisar el umbral de la puerta de la calle, ni dar un paso adelante en la alfombra roja del vivir.
"No sé la respuesta Petra, pero conociéndote casi desde el vientre de tu madre, me da la espina de que hasta que no peines y repeines canas seguro que no vas a espabilar, y despejar el oscuro horizonte, y lo más probable será que pasemos la prehistoria, la historia y toda una vida en las mazmorras o en las cuevas de Altamira o del Drach, entre cuatro muros, como auténticos cartujos, con las botas de pobres de solemnidad puestas respecto a los ecos mundanos, y cumpliendo la promesa de los votos en el monasterio, orando y dándonos golpes de pecho al alba ante el altar de la desidia, encendiendo velas a todos los santos del cielo, y a los cristos del perdón, de la triste pena y de la buena muerte, sin nadar en las halagüeñas y chispeantes aguas del vibrante río de la vida.