sábado, 22 de diciembre de 2012

Palabras de Navidad









                                                    

   Se sentía consternado por el contratiempo surgido durante la instalación de la WebCam, y se deshizo del incordio dando un golpe al aire, no importándole mojarse las canas del bigote en el humeante y negro café, volviendo la espalda a la cama donde había dormido, dulcificando el tiempo perdido, si bien podía prolongarse el contratiempo una eternidad por la desidia del CD, que no cedía de ninguna de las maneras.
   Miró por la ventana y contemplaba una atronadora blancura, un mundo de nieve que le caía por el cuello, el costado, engarrotándole el alma. No lograba levantar cabeza, y se hundía en la lama de los ásperos días de la existencia.
   Se disponía a pedalear una nueva jornada, y evocaba las insensibles incomprensiones que revoloteaban alrededor, las lágrimas secas en la mejilla, la mugre incrustada en las oscilaciones de sístole y diástole, la descabellada rigidez de los dedos, la hernia dislocada que chillaba como una rata herida en los momentos cruciales. Todo parecía asemejarse a un renqueante y enfermizo murmullo de agua, a un envenenado trago de saliva.
   Aunque aparentaba confianza, una espesa capa de incertidumbre lo cubría no permitiéndole encender la luz de la vida, la linterna mágica que llevaba en el bolsillo, y tropezaba a cada paso en la misma piedra, en las mismas tensiones, sin obviar el candado del miedo.
   Quería volar por límpidas áreas en semejantes calendas navideñas, exentas de helor níveo, de sórdida cochambre, pero no daba con la tecla que desactivase la acción de los afilados cuchillos en ese invierno que le abrasaba, situándolo en los estertores de la existencia, quedándole al parecer ya poco tiempo de vida, a lo mejor por circunstancias personales, o bien por el último peldaño o Katún de las profecías mayas, comprobando que los desvaríos y resquemores le quemaban las entrañas.
   Quería respirar al menos en Nochebuena y Navidad, saltarse la grima que le acosaba, tosiendo y expulsando los pérfidos pámpanos que se mecían y anidaban en su pecho, pero la noche no se abría a su corazón, no le sonreía, acaso porque alguna lacerante mirada se superponía en su recato esparciendo los tentáculos, unas tóxicas elucubraciones, todo un amasijo de horrenda carne picada en los mofletes de aquella criatura, como embutida para la ocasión, y se entreveraba en ella la incuria y malas señas que acuñaba en la efigie, de modo que sin darse cuenta lo mamaba de las ubres de aquel morro (un morro que se lo pisaba), de aquella irritante mirada, que brotaba como veneno de áspid entre las hierbas acechando a la presa, con unos ojos rotos de rencor y envidia, vendiendo afecto a precio de soborno, sin ponderar el valor de oro que duerme en el interior humano, en sus semejantes, toda vez que en fechas no lejanas se le había obsequiado con placenteras giras y artísticos eventos en veladas de ensueño, y qué menos, comentaba, que en una noche tan señalada como la de Nochebuena, no atempere la tormenta, las fobias, remedando a las frágiles avecillas, que laboriosas fabrican los nidos lejos de las aguas salvajes de los torrentes y los ingratos ímpetus, con idea de que no pisen o arrasen o escupan en sus minúsculos y coquetos aposentos, y les enmarañen los amorosos zurcidos que los sostienen en la cuerda floja de la rama, en la penumbra de la vida.
    Zambombas, muchas zambombas, panderetas, timbales y sana alegría en Nochebuena, ésas deben ser las notas de la melodía que resuene en los corazones, en los GPS del globo, en los corrales de la subsistencia, no permitiendo la hipocresía de pastoras y pastores que escatiman los generosos condimentos, u hozan en los sombríos desperdicios de los irredentos. Es preciso repicar en todas las torres del orbe el repudio a aquellos seres que no tejen ni labran loables pajas para un tierno portal, apostando por la cordialidad, las estancias de puertas abiertas y los generadores de ambientes amenos, agradeciendo las bondades que un día entraron por la ventana, trayendo buenas nuevas, primeros auxilios, curas reparadoras.
   Albricias, hosanna, que prosperen y vivan las personas de buena voluntad, recabando los tesoros que acarician, en cambio, un muro cano y negro carbón para aquéllas otras que deshojan negligentemente las margaritas, marchitan los aromas y son displicentes con los pétalos de la gente decente y sin nombre, aquélla que expande a los cuatro vientos lo más valioso de las esencias humanas.
   Al columbrar el árbol de navidad que había en aquel alcor, adornado de ingratitudes, allanamientos de morada, vacuas bolitas y necedades, musitaba él, harto avergonzado y entristecido, qué pena más grande el no atisbar cristalinos destellos, dulces caminos, delicias compartidas, en los prados, en las trincheras, en los patios y pesebres, con felices recepciones de pastores y pastoras cantando joviales villancicos con los labios pintados de sinceras intenciones de paz, respeto y bienestar, cubriendo los campos de su hermosura.               
  

lunes, 10 de diciembre de 2012

La luna célibe

















                                                       
 Cada noche, cuando paseaba la luna por el firmamento con sus grandes tacones amarillos llamaba poderosamente la atención por su cara triste y somnolienta., como si no hubiese dormido durante una larga temporada, con abultadas ojeras y ojos amoratados, mostrando cansancio y altas dosis de desidia en sus facciones, especialmente cuando desparramaba sus lánguidos rayos sobre la superficie de las aguas marinas, los grandes lagos o las cumbres de los continentes del globo terráqueo.
   Al parecer, se sentía muy sola en las frías noches de invierno, echando en falta alguna alma que le alentase en esas horas cruciales, y, como era lógico, no podía gozar de una dulce compañía, y menos aún presumir de ninguna conquista.
   Mas con el paso del tiempo, fue afianzándose en la vida, granjeándose la amistad de los fenómenos atmosféricos, las mareas, los terremotos, los tsunamis, los tornados, las erupciones volcánicas, y lo que era muy importante, tener fe en sí misma, y empezó a dar los primeros pasos en el amor, poniendo en práctica algunas artes amatorias, que aprendió leyendo a Ovidio y en un viaje que hizo en la nebulosa de los tiempos con muchísimo sigilo y entusiasmo por el lejano oriente, conociendo las típicas danzas orientales, participando posteriormente en el baile del vientre, que tuvo lugar en un escenario colosal y único, en los seductores jardines colgantes de Babilonia.
   En otra ocasión, en plena canícula, estuvo disfrutando la Luna de unas reconfortantes minivacaciones en las islas afortunadas con Vulcano, que se lo encontró deambulando por los picos del Himalaya un poco deprimido, cojeando y hastiado por la rutina de la fragua, pero aquellas vacaciones no cuajaron en nada provechoso y pasaron sin pena ni gloria por el corazón de la Luna. Tuvo que ser el flechazo con Saturno el lento, que paso a paso se desplazaba por las estrellas, quién se lo iba a decir, cuando toda la vida lo había estado odiando y deseándole la muerte, pues no podía oír hablar de él ni en sueños.
   Sin embargo no quedó la cosa ahí, porque finalmente se decantó por los ríos y valles y cordilleras y cabellos del planeta Tierra, dedicándose a coquetear con ella descaradamente, y después de un período de vida en común, formaron pareja, abandonando el duro celibato, que la había tenido amarrada al frío banco de la amargura y perseguido durante millones de lustros, delante y detrás de su romántica cara, pudiendo afirmar por fin que no pertenecía al club de los célibes.
   Aún retumban los ecos de la algarabía de cuando celebraron la despedida de soltera, y se hizo célebre por el revuelo que se armó en las esferas siderales con aquellos báquicos amoríos en tales calendas, dado que en aquellas alturas no estaban acostumbrados a que una de sus colegas superestrellas encontrase un Amor tan puro, ardiente y sincero.
   Y aquí abajo, en las campiñas y alcores y profundidades abisales le entonaban melodías y canciones, como, "Ese toro enamorado de la luna, que abandona por la noche la maná"…, al igual que la música y felicitaciones que se oían en la radio para felicitar a los enamorados en el día de San Valentín o en peticiones de mano o la posterior luna de miel, que las divas del estrellato (y famosillos o personajillos) aprovechan para publicitar, previo vergonzoso cobro, en la prensa del corazón.
   Que vivan los cascabeleros y lunáticos novias y novios, de ojos azules y boca morena.   
           
      





sábado, 8 de diciembre de 2012

¿Acaso ve la esponja por donde llora el mar?







                                

   Después de haber pasado la esponja una seria gripe, en que estuvo entre la vida y la muerte, y una vez repuesta, muy recatada y curiosa, se tomó su tiempo, pasando largas horas en su rincón favorito, en las faldas de una áspera roca marina, que había en el mismo punto donde morían  las olas, y agachándose con sutileza por debajo de la falda, estuvo fisgando desde su posición, y se interrogaba ansiosa dónde estarían los ojos del mar, atraída por ese misterio que a nadie contaba y le intrigaba sobremanera, y asimismo cómo lloraba, si sería por los bruscos acantilados de las costas ocultando las pupilas, o por los ríos o canales, como los de Venecia, al subir la marea o en la misma orilla, donde se deshilacha la blanca espuma de las olas.
   Pero aquel día de tormenta y granizo, escarbando paciente y concienzudamente en la arena, fue encontrando restos de fósiles, de caracolas y pececillos, residuos acuosos, negras gotitas, y comenzó a brotar agua y más agua con un salado especial, tan nítida y fidedigna como la de una tierna lágrima que brota del alma, y se dijo la esponja para sus adentros, eureka, eureka, lo encontré, contagiándose a su vez de sus pesares, y fue aminorando la llantera y lágrimas del mar taponando el orificio ocular abierto en la arena con mucho mimo y unas gruesas lascas, cerciorándose del enigma, y llegando a la conclusión de haber averiguado por donde lloran a lágrima viva los mares del alma, que a fin de cuentas son los mismos mares que vibran en el corazón de los continentes.
     

sábado, 1 de diciembre de 2012

Olor






                                                                      

   El tufo trituraba la noche, la radiante noche que se había presentado casi virgen se fue agriando, tornando turbia y pegajosa por los manotazos con los que golpeaba como un chicle el inoportuno humo, que trasportaba fuertes olores de alcohol, de forma que el habitáculo se hacía cada vez más irrespirable. Menos mal que las esencias del jardín próximo, gracias a la sacudida del viento que por estas calendas de noviembre se suelta el pelo y sopla como un loco, fueron sepultando poco a poco la negra película de humo perfilada en el recinto, juntamente con las caricias de unos jazmines que jadeaban un tanto rabiosos en el patio contiguo donde nos ubicábamos en esos momentos.
   Sin embargo el repentino aliento de un visitante que por error se había inmiscuido en nuestro espacio, vino a amargarle las alegres horas a los primorosos jazmines, rompiendo el agradable rato que disfrutábamos.
    Al poco una moto de las de antigua usanza, con el tubo de escape descuajeringado, que atravesaba la calle rugiendo como un fiero león, fue pintarrajeando el ambiente de una petrolífera fragancia, que evocaba los múltiples yacimientos de que gozan los países ricos en oro negro.
   Salimos, al cabo de un tiempo, a desentumecernos y estirar las piernas por los alrededores, aprovechando la buena temperatura, con tan buena fortuna que nos topamos con unas dulces madreselvas que retozaban a sus anchas por aquellos lares.
   Entre tanta mescolanza de olores y réplicas olfativas, ya no se distinguía el ardiente helor del frío y el oloroso sabor del helado de vainilla, con su aroma tan sui géneris, que llegaba incluso a confundirse con la odorífera sustancia del pegamento, que se había infiltrado por entre las rendijas de las carcajadas en las que prorrumpimos por mor de la catarata de órdagos, brindis y hurras en pro de las esencias y fragancias y olores y aromas y efluvios balsámicos, hasta que la noche ya cerrada bajó la persiana y de una chupada los inhaló todos formando una límpida pirámide o un ensimismado rascacielos de efervescencias nunca percibidas.