jueves, 27 de marzo de 2014

Al salir de la cárcel






                                          

   Al salir de la cárcel, ese día se hizo mendiga, recorriendo contenedores, marquesinas y los barrios más acogedores, ubicándose siempre en los lugares más propicios, la escalinata de iglesias, casinos o supermercados, y así mitigar las penurias con la mejor holgura, aliviando en la medida de lo posible el portazo que le había dado la vida y su íntimo amigo, el malogrado doctor de sus amores, al volverle la espalda.
   Casilda había vivido anteriormente a todo confort en una lujosa mansión en el centro de la urbe, donde residía la flor y nata, los más nobles linajes.
   Ella se lo había ganado a pulso con su trabajo, no habiendo luchado en vano, vadeando a veces los ríos más turbios que había a su paso, chicos y más grandes, poniendo toda la carne en el asador desde los primeros balbuceos por las esferas de la sociedad, encarando con valentía las adversidades, migrañas o inclemencias, y poco a poco se fue afianzando en su estrado, exhalando una sabrosa lozanía y mordiendo los panes de oro que se le ponían por delante según las avanzadillas, las preferencias o las debilidades.
   Casilda, que no emanaba de las cumbres de la fortuna ni de rancios abolengos, fue materializando golpe a golpe los sueños conforme a las expectativas que avizoraba en el horizonte, no dando un paso atrás ni nunca darse por vencida o satisfecha, siendo el motor de todas sus metas el parpadeo de los anhelos por lograr el obsesivo medro, que con gran tiento y sagacidad alimentaba, procurando no perpetuarse en las mismas poses y estudiados cameos, reinventándose a cada instante en las libidinosas escenas amorosas.
   Había uno, a decir verdad, con el que se abría en canal, no dejando poso en el tintero, secreto alguno por insignificante que fuese, no pudiéndolo evitar, y es que no existe el crimen perfecto.
   Se las ingeniaba como nadie para recabar con todo lujo de detalles aquello que más buscaba, como era que le informasen de los estadillos y cuentas corrientes que figuraban a nombre del testaferro o del titular allende los mares o acá, y las casas donde pernoctaban, llegando a transitar por ellas como pedro por su casa.
   No le satisfacía enteramente el cobro en metálico por las ternuras que suministraba, reivindicando otros impulsos, unas prebendas nuevas y más sustanciosas o sutiles, y subía el listón por momentos aspirando a utilizar a los más poderosos de la tierra, los que mangonean el mundo, los cabecillas de la camorra, los ebrios embajadores del peculio o los apuntalados primeros ministros del mundo mundial.
   Se jactaba Casilda de pasar prolongadas vacaciones con ellos en sus santuarios, en inteligentes chalés o construcciones decimonónicas con profusión de balaustradas, imponentes lámparas en suntuosos salones y unas espaciosas escalinatas escoltadas por estatuas griegas, ilustres pinturas y amorcillos, y al frente fragantes jardines con rosales, siemprevivas, pensamientos, orquídeas y una rica variedad de especímenes y árboles ornamentales remedando jardines de leyenda, de Babilonia, de Versalles o de Aranjuez, con un esmerado microclima en el recinto, donde pasaba Casilda las horas muertas o vivas, viviendo como una reina, con su corte de eunucos y danzarinas del vientre en noches inolvidables.
   Por otra parte, en determinadas calendas deambulaba por estadíos poco agraciados, arrastrando las onerosas cargas propias del sexo y del mundo afectivo en el que se desenvolvía, sobrellevando con agridulce paciencia los vaivenes marcados por las limitaciones más estrictas, y no podía ni por asomo disfrutar de un día libre a su albedrío como cualquier hijo de vecino, debiendo desembarazarse por sus propios medios de los latigazos y las cadenas, mostrando siempre la mejor cara y actitudes.
   En períodos invernales, cuando los fríos arrecian con todas sus armas, Casilda se escurría por otras laderas, ingeniándose las artimañas para conseguir los ingresos precisos para sufragar los costes de su vida muelle, desplazándose a otro hemisferio si era preciso, especialmente a la ciudad de sus sueños, la brasileña Río, y de esa guisa permanecía siempre activa, disfrutando de un verano vitalicia y de una fresca remuneración al alcance de muy pocos,
   No obstante, si la pugna le sonreía en semejantes componendas y coyunturas, entonces se apontocaba en el blanco invierno europeo, eligiendo las más voluptuosas estaciones de esquí, lanzándose por los cuerpos de las excelencias que tuviese a tiro y se dejasen acariciar por sus hábiles y diestras herramientas.
   Así transcurrían las manecillas de su cerebro cronológico, el tren de vida, saltando de palacio en palacete, de cenáculos en sacristías secretas por los parajes más pintorescos.
   Con las tarjetas de crédito oro se le abrían todas las puertas, pudiendo pedir lo que se le antojase, no teniendo en ningún momento un freno o imponderables que le hiciesen sombra en los tramos del debe y el haber, lo que le permitía la libertad de dormir totalmente relajada, haciendo de su capa un sayo, o acaso urdir las más rocambolescas o genuinas excentricidades.
   Sin embargo la dicha rara vez es completa, ni todo el monte orégano, y tenía que hacer a veces de tripas corazón, al objeto de agenciarse los devaneos a su propia conveniencia, toda vez que algunos empecinados clientes, con el afán de un más difícil todavía, quisiesen retenerla indefinidamente atrapada en sus garras para complacer su ego, amantes sin empacho, embajadores distinguidos, testaferros o élites de semejantes títeres y tramas, y al llegar a ese punto chocaba con la realidad del dios Cronos, generándose espinosos comportamientos y ruines resquemores por el amor herido.
   Porque si bien tenía cita cierto día con el marqués de la Majestuosa y Laureada Ensenada y se dormía en los laureles con su efigie dadivosa, debido quizás a la emisión de bonos de provechosos efluvios, mostrándose ella cómplice con el remolino de tiernas perlas y perjúmenes y cuidados extralimitándose en el tiempo, entonces podía partirse la cuerda, y surgirían problemas; porque si en esas entremedias le correspondía  atender a otra alma desvalida ubicada a mil leguas, la situación se tornaba áspera, incómoda, pues podía ocurrir que no llegase a su debido tiempo, y el supuesto magnate entrando en cólera decidiera quitarse de en medio, yéndose de cacería, eludiendo el compromiso, o acaso se ausentase de la alcoba sin previo aviso por una extraña urgencia abandonándola, como aquél que dice, en plena luna de miel, entonces la venganza por parte de ella sería harto justiciera, llegando a negar el pan y la sal en futuros encuentros, sus más sazonados encantos, o bien le exigiría al marqués de turno una cláusula especificando pingües beneficios y copiosas contrapartidas a fin de desestabilizar sus atributos e hidalguía, y más aún si alguno de ellos adoleciera de priapismo, y provocase espantosos calambres o fuertes depresiones, debiendo echar mano de los más prestigiosos galenos, arúspices o chamanes del reino.
   Con el paso del tiempo Casilda se fue deshojando, ajándose el ardiente lunar del cuello y el seductor aire de su figura, acaeciendo otro tanto en las fachendas y dulces atardeceres con los excelentísimos señores y prestigiosos potentados, cayendo paulatinamente en desgracia, en un estado deprimente, y se decía para sus adentros un tanto desconsolada, quiero pero no puedo, me acicalo de la manera más sugerente y atractiva, pero las beldades, el embrujo y la lubricidad no brillan en mis mejillas.
  
   El tiempo le pasa factura y reparte boletos de la suerte o la desolación, sintiéndose últimamente Casilda a las puertas del infierno, dado que se ve a ratos al borde del naufragio, pues al mirarse al espejo casi no se reconoce, a pesar de los lingotazos de polvos, perfumes parisinos y cremas de oriente que inundan su piel. Los milagros de la cosmética no le son favorables ni responden a sus expectativas.
   En esas entremedias, en una escapada loca viene a caer por pura carambola en las redes de su amigo el doctor, al encontrarlo en un simposio internacional de estomatología, de suma trascendencia para su futuro deontológico y profesional, y como la ocasión la pintan calva, no quiere Casilda perderse la oportunidad que se le brinda, haciéndole el doctor un hueco en el grupo, y, aunque nerviosa en el choque tan repentino de emociones por el fortuito encuentro, se muestra radiante y feliz, con el ardiente deseo de pasar unos días con él.
   Al salir de la habitación atisba en el cajón de la mesita de noche una cartera repleta de billetes de quinientos euros, los jugosos billetes con apelativo en la jerga popular de bin laden. Pero al poco descubre en la boutique de pieles de la esquina que son falsos. ¡Cuánta amargura y desengaño en tan breve espacio! 
   Al cabo de los días le fueron dando de lado los amigos y amantes, en unas fechas que no fueron las más felices o afortunadas, y se le mudó la color al emprender la carrera del robo y el chantaje, suplantando a otras personas con tarjetas de crédito robadas.
   Así transcurría la  historia de Casilda, y en las contadas ocasiones en que la citaban para prestar sus servicios, estudiaba meticulosamente los puntos calientes, donde podían guardar los tesoros más preciados y la caja fuerte, llegando a sustraer, en un solo verano, 3 cadenas de plata, cinco anillos de oro macizo, dos pendientes, un ojo, tres corazones, un colgante con una piedra preciosa, cuatro rólex de oro, varias gargantillas y diademas únicas.
   En otro lapso de tiempo de dura precariedad, ejerció ella de mulero, transportando en su organismo 20 bellotas de heroína, planeando con las ganancias macharse al extranjero, y pasar unas reparadoras vacaciones lo más lejos posible del quehacer rutinario y morboso de regalías y amancebamientos, en un intento desesperado por borrar del mapa todas aquellas humillaciones de las que era objeto.
   Atrás quedaban los años de bonanza, de esplendor en la hierba, en estancias tan admiradas por su altura de miras, queriendo en cualquier momento poner una pica en Flandes o ser una reina mora, pero no le salieron bien las cosas.
   En el proceso evolutivo de la vida, Casilda no se vio libre de los zarpazos de las rencillas o desmanes, pasando temporadas enfrascada en una guerra sucia por controlar sus guiños de ninfómana, cayendo sin apenas darse cuenta en la bulimia y la anorexia por mor de mantenerse en su plenitud de belleza, aspirando a ser una modelo de renombre internacional, lo que le acarreaba no pocos quebraderos de cabeza y la moral por los suelos, perdiendo la autoestima y el contacto con el mundo sensible.
   Por todo ello, y el chivatazo de una vecina, le condujo a la comisaría en una redada policial, yendo a dar con los huesos en la  trena.
   En un principio le pusieron tres años de condena, aunque recurrió, pero mientras tanto debía permanecer entre rejas. Allí continuó al serle denegado el recurso, y la decrepitud y las goteras se cebaron con ella.
   Le costaba horrores adaptarse a la denigrante y dura vida de la prisión, teniendo varios intentos de suicidio, pero quiso enderezar en parte los torcidos renglones dados últimamente, y a fin de subvertir la triste rabia que la invadía por la pérdida de la vida muelle de su fastuosa época anterior, decidió pasar las tardes leyendo en la biblioteca de la cárcel a los más eximios creadores que, al igual que ella, vivieron privados de libertad, y obsequiaron al mundo con sus obras inmortales, y de ese modo desactivar los pervertidos pensares que circulaban por las neuronas.
   En una de las salidas que llevó a cabo estando en prisión, un permiso de fin de semana por buen comportamiento, se acercó al médico dentista, antiguo amigo suyo, al objeto, entre otras cosas, de que le arreglase la boca, las piezas dentarias más destartaladas y recordar viejos tiempos.
   A Casilda se le hacía la boca agua al pensar en las artes amatorias de su antiguo amigo, además de dentista, aunque tenía muy presente la faena de los billetes falsos, mas cuando ella entró, él, impasible, inició la labor con una inusitada indiferencia, tratándola como a una desconocida, ajeno a los sentimientos que rumiaba, diciéndose ella para sus adentros, qué alegría más grande le voy a dar, y de camino me arreglaré los implantes en mal estado, y a renglón seguido nos pondremos en manos de Cupido, y en un sigiloso descuido me daré una vuelta por sus lujosas posesiones que tan bien conozco y me vengaré de los billetes falsos, apoderándome de los objetos de valor, mientras lo dejo en los brazos de Morfeo, después de una loca noche de placer.
   Cuando terminó el doctor de arreglarle la boca, Casilda le pide la cuenta, y él no se da por enterado, no queriendo reconocerla, aunque no le cobre el importe, si bien él ya estaba al corriente de sus últimas andanzas.
   En vista de la reacción del doctor, Casilda perdió la cabeza y empezó a gritar como una loca, y sin más dilaciones se dirigió al cajón donde el médico guardaba el revólver, rompiendo al pasar un hermoso jarrón reliquia de su abuela, y al oír éste el ruido se percató de las intenciones, y pegando un salto, se plantó al instante en el lugar de autos y tras un trágico y convulso forcejeo entre ambos con el arma cargada, de pronto, sin saber cómo, se disparó en el preciso momento en que ella le arrojaba una silla a la cabeza con tan mala fortuna que cayó rodando por las escaleras, quedando inconsciente en el frío mármol, inmóvil, mientras la bala impactaba en el techo. A continuación vino la policía y el forense, certificando ipso facto la defunción del doctor.
   Cuando regresó a la prisión después del permiso del fin de semana, ya cumplía los tres años de penalización, logrando la ansiada libertad.
   Entonces al pisar la calle, no teniendo donde caerse muerta, ni nadie que le prestase ayuda, al no disponer de las amistades de antaño ni de familiares cercanos o descendientes, asunto que nunca le preocupó, pues era de la opinión de que lo importante en la vida no es estar cuando un hijo nace, sino cuando se hace, y fiel a sus principios,  llevó dicha filosofía hasta las últimas consecuencias, no reparando lo más mínimo en ello.
   Por eso tomó la firme decisión de hacerse mendiga.                                          
  
        


                      
                          





sábado, 22 de marzo de 2014

Día mundial de la poesía




    
     
Nocturno
En una noche de piedra,
De duro arranque,
Qué mejor que una copiosa
Ración de sutiles tubérculos
Aderezados con ternura
Y bocados de cielo
Que fortalezcan los músculos
Y agudicen el ingenio.
Al igual que los motores
Precisan combustible,
El amor propio
Y la buena predisposición
Coadyuvan a pintar
De colores y perspectivas
Los nocturnos desvaríos.


    Rebeldía
La ventana, en unas ansias locas
Por subvertir la madre natura,
Quiso romper la gravedad
Y la mesura que se colige
Del razonamiento humano,
En un provocador intento
Hurtando el engranaje
De los argumentos compartidos
Presentándolos un tanto falaces,
Y en un derroche de descaro,
Sin saber cómo
Y mediante un juego de manos
Se quedó con la turba,
Saliéndose con la suya, 
Volteándose los principios
Más elementales.

Equilibrio
El cuerpo y tu pie,
Cual columna doblegada
Por el volumen
Del edificio de la vida,
No pueden avanzar,
Mirarse al espejo,
Recibir una palmada
De aliento en la espalda,
Y menos aún
Levantar cabeza.


Visto para sentencia







                                
   Se encontraba paseando por la playa, disfrutando de un día espléndido mientras la suave brisa le acariciaba el rostro. Innumerables gaviotas se arremolinaban en los alrededores graznando estruendosamente, lanzándose como misiles a la caza y captura de los pececillos que flotaban en la superficie de las aguas, pero una de ellas, desnortada, triste y solitaria, revoloteaba cabizbaja por el entorno.
   Cuando lo consideró oportuno el viajero, se despojó de la vestimenta, y se zambulló en las trasparentes aguas marinas.
   Nadaba plácidamente, sin prisas, ejercitando piernas y brazos, metiendo de cuando en vez la cabeza para refrescarse y deshacerse de los turbios pensares, y lo hacía tan confiado y ufano que no se percató de la presencia de una roca que acechaba expectante bajo las olas, y en una de las inmersiones, lo hizo con tan mala fortuna que fue a darse de lleno en mitad de la testa, corriendo el riesgo de quedarse en el sitio. No obstante, tuvo la suerte de los elegidos, pues, pese a la crudeza del golpe, lo que pudo haber sido un serio disgusto se quedó en leve porcino.
   A renglón seguido se alejó de tales escollos, cambiando raudo el rumbo, no sin escapársele antes un repentino y terrible alarido a lo tarzán, teñido de satisfacción y autoafirmación, ¡Yeeeeeeeeeeeeeee, Uhhhhhhhhhhhhhjjjjjjjjjjjj, ehhhhhhhhhhhhhhh!, realizando un colosal zarpazo a los cuatro vientos, cual iracundo cocodrilo, aterrizando donde mueren las olas, llamándole poderosamente la atención los endebles saltitos y raros aspavientos de la gaviota que le seguía los pasos, viéndola de súbito tumbada en la playa, un tanto exánime, picoteando desesperada contra la arena, el sino, en un último esfuerzo, anhelando levantar el vuelo, resistiéndose a morir, y el viajero, sumamente consternado ante la fúnebre escena con una lágrima seca enquistada en los párpados, cual cerro testigo, en un alarde de aviso a navegantes, a las futuras generaciones que pueblen los aires marinos o transiten tierra adentro, sentenció con rabia y sin más contemplaciones, visto para sentencia.


                                      






viernes, 14 de marzo de 2014

Urgencia de local o guarida de fieras







                                     
    Ya de bebé lo advertía la abuela, niño, la vida da muchas vueltas y muchos palos, y si no te espabilas a tiempo puede que luego sea tarde.
    En tales coyunturas de la existencia no se puede intuir, ni acudiendo a los arúspices más avezados del reino, lo que acaecerá el día de mañana, por el abanico de posibilidades y salidas que hay al alcance de la mano, enrolarse en la marina, en la bandera lucrativa de la profesión en una empresa o en la escudería de fórmula uno, o bien en diversos menesteres con otras miradas más solidarias, como puede ser la labor artística o algo por el estilo, porque vaya usted a saber cuál es la madre del cordero, esto es, qué vocación en concreto abrazará a uno o por qué pasadizos lo engatusarán las caprichosas motivaciones, asentando por fin las posaderas, aunque con el más difícil todavía si es  un culo de mal asiento.
   Es a todas luces harto complejo desentrañar, desvelar los misterios interiores por la maraña de enigmas que envuelven el alma humana, el entorno o los bosques por donde se transita, al ir desfilando por su presencia un sinnúmero de novedades o sorpresas, tales como lagartijas, tiburones, personajillos, tigres urbanos o seres pensantes que pican como alacranes o verdaderos demonios, y en ocasiones son más peligrosos que los habitantes de la selva, en tanto que lo desnudan a uno en menos de lo que canta un gallo, saqueando a sangre y fuego los campos por los que pisan cual otros atilas, y se introducen subrepticiamente en los caparazones más íntimos, en los tragos o descansos del camino, en el oasis del fin de semana, cuando se le antoja a alguien ir con la novia a tomar una infusión o el sol a una playa desierta, o disfrutar de un día de campo entre un mar de pinos, y de pronto palpa como en un sueño la lúdica imagen de los cerros jugando al escondite como niños traviesos, o conversando distendidos  con él  en la espesura a través del whatsapp, interrogándose a cada instante por el hacinamiento o las oquedades, buceando en las aguas de las inquietudes, en los manojos de nervios de los menoscabos, en las sutilezas que discurren por las neuronas cerebrales.
   Y es evidente que en la vida no todo es coser y cantar, quedando a años luz de lo que se cuece en la olla del vivir, y más en determinados peldaños o rangos, aunque en semejantes lodazales o dunas los espejismos sean acaso una verdad como la copa de un pino, dado que en la vida –nombre eufemístico a veces-, hay situaciones raras en las que no se percibe que la vida sea vida, sobre todo si ocurre que se queda uno en paro, con la hipoteca colgada y demás adláteres, en cuyo caso, farfullaría él, tierra trágame, o con otras palabras, más le valdría no haber nacido.
   Al fin de cuentas, fue en parte lo que en realidad le sobrevino. Que de la noche a la mañana la empresa donde se forjaba el porvenir y apañaba el sustento cotidiano se chamuscó, se declaró en quiebra, derruyéndose como un castillo de naipes, no dando pie a la apertura de un expediente, a algún tipo de solución sensata, llámese ere, indemnización, reparto de los despojos o lo que se tercie a fin de ayudar a las criaturas, pero sucede todo lo contrario, que si te he visto no me acuerdo, poniéndolo de patitas en la calle, el manido desahucio, no contemplándose al menos una era donde achicar sobresaltos o estirar las piernas o trillar la  parva de trigo pendiente, verdadero soporte del día a día, y poder airear las heridas a flor de piel para que se calmen y oreen, mas nada de eso figura en la agenda, lo único que llama a la puerta es el despido puro y duro, y todo lo más que resta es alojarse bajo un árbol si lo hubiese no hendido por el rayo, o un puente en verano y al Sur, porque si es al Norte de la piel de toro, ni por asomo podrá pernoctar en su húmedo lecho por mor de las abusivas e incesantes lluvias.
   En vista de lo que se avecinaba, se sentó aquella tarde en un banco del parque a planificar la estrategia, un proyecto de fuga de la prisión en que se sentía retenido o la búsqueda de un bote salvavidas para sortear los vaivenes de las olas en la marcha, que consistiría en lo siguiente, abastecerse de mantas y cartones y dormir a la intemperie como un mendigo más, así al menos se sentiría libre, y sería hijo de algo, dueño de algo, del espacio que ocupaba, del aire que respiraba, de las miradas que acaparaba, de las palomas y gorriones que por allí picoteaban, buscándose la vida, luchando a brazo partido contra los imponderables del destino.  
   Quién le iba a vaticinar en los albores de la infancia, en los pinitos del amanecer, que en un tiempo no lejano, allá por las calendas invernales del siglo veintiuno, que lo que se iba a encontrar tan pronto como aterrizase en la rutina del planeta tierra sería enfrentarse a la tesitura del dilema, camina o revienta, o bien, te alejas de por vida de tus querencias, con un vade retro rotundo a los quehaceres culturales y creativos, colgando los hábitos de escribidor, y sacudirse el polvo de las alpargatas y secar la tinta del tintero,  o te verás implicado en graves chantajes o asesinatos a mano armada, a cara descubierta y pluma cargada,  involucrado por una o mil coartadas o quisicosas de la trama, como en los cuentos de Las mil y una noches, al intentar remover Roma con Santiago, o ir de la ceca a la meca para conseguir una cita o contactar con el frío torno del cabildo de turno, y entablar un diálogo con el titular de la asignatura pendiente, batiéndose el cobre, al objeto de que se le ablande el corazón al  mecenas de la ciencia y de las márgenes de los ríos de tintes artísticos , y en un arranque de pundonor, dando el do de pecho, apechugue con los anhelos de los letraheridos, encauzando los rictus y los pros por la escritura, guardándolos en la mochila y se dé por enterado de una vez por todas del affaire, y abra la ventana a la esperanza, alumbrando unos renglones menos ruines, desactivando el candil o la lamparilla de mariposa encendida en el tazón de aceite de oliva virgen para llevar a cabo la lectura o escritura.

    Hay que romper una lanza para que no se clame en el desierto y se autorice la entrada, aunque sea tibiamente, a los solitarios asientos del aula, al uso de los enseres que allí duermen desconsolados, a fin de que se cumplan los sueños de estas sufridas criaturas que hierven en inquietudes, sentires, pensares, búsquedas, y quieren romper moldes, abrir horizontes en las mentes para iluminar un tanto los lúgubres túneles de la impostura, de la zafiedad, de la miopía o la cerrazón, y crezca el caudal de la dignidad, y de esa guisa germinen briznas de cordura, de sapiencia, que yacen a ras de tierra, y se vitoreen las actitudes emprendedoras, entusiastas, y resplandezca la fresca sonrisa en los ansiosos rostros, abrazándose al unísono en una confraternización universal, tanto en períodos de gruesa tormenta como de calma chicha, ahuyentando el riesgo de fugas o abandonos, y se vean cada día menos ensombrecidos los verdes y tiernos despertares de la primavera, y se entierren las absurdas frustraciones en fosas comunes, de suerte que se sientan comprendidos, correspondidos, en comunión solidaria, sensibles a la vorágine del vivir sin tapujos, haciendo realidad el axioma, Escribir es vivir, exclamando, Viva la escritura con papel, lápiz, pupitre y aula, pudiendo borrar de la retina y del encerado todas las encerronas, y que la promesa no sea una pantomima con más brotes baldíos, toda vez que no es potable el agua que se bebe en tales caños, porque baja bastante viciado y turbio el elaborado producto.