sábado, 21 de enero de 2017

Objeto







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   En un principio nadie lo creía. Pero poco a poco el affaire fue tomando cuerpo, y se enrareció tanto que la autoridad municipal no tuvo más remedio que tomar cartas en el asunto preparando un bando que pregonó el alguacilillo:
   "Por orden de la señora alcaldesa de la villa se hace saber, que a partir de las cero horas de esta noche los agentes locales vigilarán a las maquinitas verificadoras de premios de loto, quedando prohibido terminantemente acercarse a ellas bajo multa de mil euros".
   La gente estaba que ardía, desnortada, pues no se sabía si las malditas ME habían perdido el seso o iban a su bola por capricho, sedición o quizá se dejasen llevar por el vicio del pillaje, cual auténticas ludópatas, cumpliendo a rajatabla el lema, aquí te pillo y aquí te desplumo.
   No contentas con ello, ampliaron el campo de acción, saltándose las normas a la torera abandonando los enclaves y desplazándose con la casa a cuestas por caminos y veredas asaltando a los viajeros, robando carteras a troche y moche, llegando incluso a perpetrar secuestros exprés, unas fechorías incalificables a todas luces, que nada ni nadie podía justificar.
    La cosa estaba bastante peliaguda, llevándose a las criaturitas drogadas a un corral de cabras de los muchos que pululan por los cerros de la jurisdicción, si bien tendiéndoles tentadores señuelos.
   La gente, que ya de por sí es descreída por naturaleza, a veces ni tan siquiera creía lo que predicaba el padre cura en el púlpito, empezó sin embargo a creerse el bulo que corría en el boca a boca, imaginando que iban a enriquecerse de la noche a la mañana.
   Fueron unos tiempos duros, convulsos, en los que los hijos desconfiaban de los padres y los asalariados de los amos y viceversa. Era un mundo al revés, todo confuso como la torre de babel, yendo cada cual a lo suyo ingeniándoselas como podía, no saliendo muchos a la calle por si las moscas.
   Cundía el pánico, y se expandía como el humo, especialmente entre niños e impedidos por la ola de chantajes exprés. Había quienes se sentaban a la puerta de la casa resignados esperando tiempos mejores, o lloraban de rabia o alegría según la dirección de las emociones, implorando a los dioses, a las brujas  o al mismo demonio.
   Sin embargo, había barrios que montaban orgías o movidas alegremente, celebrando por adelantado las buenas sumas que los muy ilusos esperaban embolsarse si tuviesen la suerte de ser secuestrados por las famosas ME.
   Cuando se celebraba el día de la Virgen, se aprovechaba el bullicio de la gente junto con el lanzamiento de cohetes para intercalar drones de colores con mensajes de lo más divertido y gracioso, aunque algunos, según los gustos, los consideraban obscenos, ejecutándose en el aire un abanico de números circenses de ensueño.
   En días de oscura y densa niebla, similares al ambiente londinense, se sentían como embelesados los residentes, haciendo cábalas hasta la saciedad con los premios que recibirían si tuviesen la fortuna del secuestro, y se les llenaba la cabeza de fantasías, de mudo asombro, y no se andaban con chiquitas a la hora de reservar viajes de todo tipo por internet, incluso interplanetarios de luna de miel sin escatimar gastos.
   Las ansias y la imaginación se habían desbordado hasta límites insospechados, y la muchedumbre no dejaba títere con cabeza.
   Mientras tanto, Nicolás se movía de un  lado para otro indeciso, estando en la cuerda floja al no tenerlas todas consigo, y se entretenía en juegos de tronos sui generis con las ME de la loto (que sustraía por las noches), o bien las descomponía como un puzzle insertando pendientes o tatuajes de zorros, alacranes o linces disfrutando como niño con zapatos nuevos, pero a veces se sublevaban las ME mordiendo con saña.
   Había días en que la vena creativa le llevaba a beber en otras fuentes artísticas, componiendo música psicodélica con la maquinita robada, aprovechando el vano que lleva, como la caja de resonancia de la guitarra, causando su estruendoso ruido no pocos estragos en el vecindario, impidiendo llevar a cabo la labranza, perjudicando seriamente a una gente harto trabajadora, tranquila, sencilla y silenciosa.
   Andando el tiempo y buscando otras metas, empezó Nicolás a recorrer mundo, cual otro quijote, pateando lo que no está en los escritos, guiándose con el GPS por los lugares donde hubiese ME (o acaso mejor llamarles ovni, objetos no identificados violadores de premios, porque nadie hasta la fecha ha descifrado sus errores funcionales), no olvidando los espacios más emblemáticos, donde se rumoreaba que ataban los perros con longaniza, trasportando los caudales de los premios en gigantescas sacas en trenes de cercanías, y apuntaban que sucedía en aquellas comarcas porque los pobladores eran los más necesitados del globo, y la necesidad obliga, y los objetos son los primeros en cumplirlo y hacer gracias en pro de los indigentes (no así el corazón humano), suministrando el sustento vital, aunque fuesen a fin de cuentas los mandamases los que trincasen lo gordo, dejando las migajas para los menesterosos, unos raquíticos aliños o regalías de drogadicción para ir tirando.
   Y como el que no hace la cosa se disfrazó Nicolás de mochuelo, volando por los más intrincados vericuetos, rincones y tejados con el propósito de inspeccionar la conducta de las maquinitas, cerciorándose in situ del correcto funcionamiento.
   Mas de pronto le acaeció algo extraño. Se le pegaba la sábana al cuerpo, y el suave roce le dolía como si todo el cuerpo estuviese en carne viva.
   En cierto sentido se encontraba así, con el alma a flor de piel y una desazón que le impedía conciliar el sueño, interviniendo su progenitora.
   -Nicolás- la voz de su madre le molestó- deberías acudir a un médico. No todo el mundo puede superar un duelo sin ayuda.
   Ella lo abrazó, queriendo confortar la ausencia de su pareja muerta a manos de una ME de loto en noche vieja, después de las doce uvas, en mitad del revuelo y los brindis, cuando todo el mundo celebraba la entrada del nuevo año.
   Él quería olvidar todo cuanto antes.
   Pero desconfiaba de casi todo, y fue apilando los recibos de loto que veía tirados por el suelo o en los contenedores, pasándolos de nuevo por las mismas narices de las ME para verificar si hubo anomalías en los pagos, pues quería llegar hasta las últimas consecuencias, si era ajeno a ellas y se debiera a alguna enfermedad rara habiendo perdido la sesera y la honradez, cayendo en lo más bajo, en lo maquinal y mezquino, sin facultades para realizar tales labores.
   Últimamente estaban cometiendo auténticas barrabasadas, no habiendo manera de pararlas, toda vez que se les subió a la cabeza el orgullo de la casta, y seguían en sus trece, negándose a ser reconocidas como dios manda en una clínica de confianza, como otro paciente cualquiera, a fin de salir de dudas.
   No obstante resultaba que por los desfalcos y otros nubarrones, se les veía el plumero a las ME de la loto. Se vislumbraba en el rabillo del ojo los tejemanejes que articulaban, rebañando todo el montante de premios a pesar de ser advertidas por la autoridad, y lo disimulaban descaradamente, haciendo esperpénticas payasadas, el pino, cortes de manga o el canto de la perdiz entre otros, burlándose de todo el mundo, sabiéndose a estas alturas de la historia que la cosa estaba más clara que el agua, y farfullaban entre dientes los apostantes, "coño, mira si no, aquí lo tengo, clavado, el mismo número 011103, pero verás como no cobro".
   Si miraba alguien fijo al rostro del objeto se percataba de que no estaba sano, pues no abría ni cerraba los ojos y la boca con naturalidad, como cualquier persona, notándose algo fuera de lo común, como un ictus o la enfermedad del zika o la gripe aviar, o bien le hubiese mordido el ratón Pérez, vete a saber, o tal vez fuesen las secuelas de los pantagruélicos atracones de la última Navidad, queriendo vengarse de las personas remedando los desmanes humanos asistiendo a francachelas y opíparas cenas de cordero o mero según tirasen hacia al mar o tierra adentro.
   Las olivas del campo, al igual que las patatas a lo pobre o puerros también les seguían el compás, a buen seguro que tenían mucho que ver en tales trapicheos, toda vez que la cebolla, el ajo y la guindilla con los lloros y picores resistían, pero el resto comulgaba con el juego de la ME de loto, el aquí te pillo y aquí te desvalijo, ya que las ME del globo se habían confabulado configurando un plan para ejercer la tiranía y la usura en el mundo. 
   El comportamiento parecía calcado de los usureros decimonónicos.
   Las maquinitas no trituraban dinero empapelado, después de todo resultaban delicadillas, sino que lo empaquetaban con mucho mimo, y era indigno ver lo que hacían con la gente que llegaba a sus aposentos con lujosos gabanes, puros y sonrosados rostros por los lingotazos, tratándolos a cuerpo de rey, dándoles el tratamiento de majestad, vuesa merced, usía, vuecencia o cariño mío en bastantes ocasiones, en cambio a los que arribaban en bici o con la lengua afuera por los sudores de la vida o las cuestas de Panata o la Torrentera les guiñaba con muy poca gracia haciendo gestos lujuriosos.
   Había quienes no llegaban a percatarse de la miasma que bullía en su aura sobre todo en días turbulentos, de recio temporal, en que los charcos crecían como si el llanto de las nubes quisiese ahogar la congoja y el dolor que sentían por el desmadre de las malditas ME.
   Y se inundaban de papeles mojados las calles, siendo increíble la letra menuda que se ocultaba detrás de los objetos expendedores, al descubrirse cómo se zampaban los ingresos de los ingenuos jubilados, que llegaban ufanos con los recibos de loto y el cuento de la lechera en la boca. Y se entabló un diálogo al respecto:        
   -¿Y no habría forma de hacer algo para evitar estos salivazos, y llevarlos a presidio de una vez? preguntó un vecino.
   Se fijó Nicolás en el ombligo que llevaba al descubierto el objeto expendedor e intentó hurgarle, y le miró como un borracho que ha perdido los papeles. Por lo que siguió urdiendo a ver si coordinaba, tirando del cordón umbilical para verificar hasta dónde llegaba el tufo, averiguando con no poca amargura que la ME era un testaferro del capital dominante.
   En esto que habló el objeto:
   -En absoluto, nada de eso soy, ¿por qué lo dice usted? 
   -Ah, amiga expendedora, el nombre lo connota, en el ombligo lo llevas.
   Los días de calma chicha les gastaban bromas a las ME, tirándole de la oreja cuando, como a Pinocho, le crecía la nariz, o le sacaban los colores tildándola de ramera, por comerciar con su bursátil cuerpo, vendiéndose al mejor postor.
   Algunos días le rascaba Nicolás la panza de jarra o el lomo a la ME, lo mismo que a su mascota, ofreciendo chuches para seducirla y vaciase los caudales, pero reaccionaba como una energúmena, tirando coces como un asno y sin ningún miramiento.
   Ya dice la experiencia que con paciencia todo se alcanza. Tras una exploración meticulosa en el quirófano para desentrañar los misterios que encierran las ME en tripas y corazón, se supo que eran objetos que gozan de muy buena salud pero sin entrañas.
   -Bueno, y entonces ¿por qué no se ha denunciado tiempo ha a la policía? preguntó uno que cruzaba la calle con la yunta de mulos.
   -No es posible -respondió un experto en cibernética-, porque entonces arrojarían desde su atalaya rayos encendidos fulgurando de súbito los cuerpos.
   Un día en que se encontraba bastante fatigada y aletargada la ME, se le ocurrió a Nicolás introducirla en una cafetera y enchufarla a la corriente, y cuando empezó a hervir salió volando como un murciélago, echando fuego por los ojos y haciendo espirales en el aire, colgándose luego boca abajo en un poste de la luz que había junto al transformador a la entrada de la villa.
   El caso era que los que pasaban últimamente los recibos de lotería por sus garras jamás los veían, se los tragaba como el dios Cronos las rocas, no cobrando nadie ni una perra chica.

   Al cabo de un tiempo la villa, avergonzada y enrabietada por tanto vilipendio, montó en cólera armando la de San Quintín, haciéndose de todo tipo de utensilios de guerra para la batalla, y la iniciaron echando agua hirviendo a la ME, como se hacía con los marranos en la matanza para arrancarles las duras cerdas, y acabaron descuartizándola, y cuando llegó el enviado del rey a la villa preguntando por los culpables para hacer justicia, respondieron todos a una, como Fuenteovejuna, el pueblo, señor.