viernes, 24 de febrero de 2017

En la duodécima uva, Carmen pensó...





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   En la duodécima uva, Carmen pensó, ha nacido una nueva mujer, una mujer de bandera, dispuesta a comerse el mundo sin remilgos, batallando, riendo, llorando, disfrutando, laborando o viajando placenteramente a los sitios calientes o a lo que se tercie, pero eso sí, apostillaba, menos chica de alquiler cualquier cosa, lo tenía muy claro Carmen, pues recordaba que su abuela, que en paz descanse, lo pasó regular yendo de palacio en palacio, de diligencia en diligencia, de claustro en claustro o sacristías viéndoselas con reyes, príncipes o patriarcas a hurtadillas, llegando a utilizar los disfraces más raros o porno de la corte, recibiendo los oropeles y pompa propios del rango, pero a la hora de la verdad si te vi no me acuerdo, quedando todo en agua de borrajas, como piedra que cae al vacío, sin que nadie del círculo diese fe de tan ensoñadas andanzas palatinas, y menos aún pasar a la historia a través de trama novelística de Pérez Reverte o de Ken Follet en obras como El capitán ala triste o El invierno del mundo o La clave está en Rebeca(o mejor en Carmen) o algo por el estilo.
   Y se sentía desengañada a más no poder después de tantos sacrificios y emociones reprimidas, no arrojando su vida ni una brizna de fiel recompensa o cariño compartido, tan necesario para ella, sobre todo cuando se hallaba tan deshilachada a veces, viéndose encima sola, cuando el frío le apretaba el corazón y encogía el pecho no pudiendo enderezar autocomplaciente la pechera oyendo melodías que le alegrasen el alma o la llevaran en volandas al paraíso de los sentires, como aquella canción de Mecano, "Es por culpa de una hembra, que me estoy volviendo loco, y no puedo vivir sin ella, pero con ella tampoco, y sin este mal de amores, a mi no me mandes flores"...
   Era el reto que se propuso al despuntar el alba del nuevo año armándose de valor para decir basta, no amedrentándose ante los obstáculos por abultados o traicioneros que fuesen, y no caer así mismo en la torpeza de ahogarse en un vaso de agua.
   Y se dijo así misma con toda solemnidad, de ahora en adelante borrón y cuenta nueva, y mirarse con unos aires más tiernos y constructivos, a fin de no ser una persona blanda que se arrugase al menor resbalón u hosco aspaviento externo.
   Y saboreaba en sus intimidades los secretos impulsos que la empujaban a seguir por los caminos soñados, convencida de que le llevarían a las cimas de la felicidad, permitiéndose al menos los fines de semana gozar, soltándose el pelo en salones o boites de moda o retozar con la pandilla por risueñas travesías o perfumados jardines disfrutando de los ambientes alegres que se le pusiesen a tiro.
   Y por diversas motivaciones particulares e intereses creados, no figuraba en su agenda engendrar retoños ni tampoco hacer votos de castidad en un convento reviviendo las vivencias de la novicia doña Inés, escuchando los requiebros del conquistador,  
Cálmate, pues, vida mía;
reposa aquí, y un momento
olvida de tu convento
la triste cárcel sombría,..., sino más bien ansiaba vivir la vida, y picotear por aquí y por allá libando el néctar de los encendidos encuentros.   
   Y en ésas andaba recreándose Carmen cuando crujieron sus cochuras, y pensó, qué poco dura en ocasiones la alegría en los estados carenciales, pues a las primeras de cambio le faltaba tierra bajo los pies o autoestima y algún dinerillo y el maldito número secreto de la contraseña del código exigido en el peliagudo compromiso emprendido así como para conectarse a Facebook, dado que todos los días no toca el gordo, ni se tienen las ideas tan claras, ni siquiera lográndolo de tapadillo o por un privilegio de los dioses, esperando que haga milagros para satisfacer los caprichos de la gente, dando ingenuamente por sentado que fuesen muy dados los dioses a regalar dones como caramelos en la cabalgata de Reyes, y de esa guisa repartir justicia, sabiduría, fortaleza y templanza, que ya preconizara Platón en su trascendental filosofía, ahora llamadas virtudes cardinales por los doctores de la iglesia, por lo que andaba Carmen de un tiempo a esta parte pachucha, algo compungida y nerviosilla, sin ganas de comerse una rosca del Algarrobo o una Maritoñi ni mirarse al espejo, con los nervios a flor de piel y el ánimo por los suelos. 
   Nunca se había visto en tales coyunturas, gracias sobre todo a los buenos propósitos del comienzo de nuevo año.
   Era muy aficionada a la introspección, y al hacerse interiormente una especie de chequeo, reflexionando sobre el paso de la pubertad a la adolescencia, intuía que había algo en su cuerpo que no casaba con su idiosincrasia, extrayendo rasgos extraños con el resto, como si sus partes estuviesen descompensadas de algún modo, y un loco día de imprevisibles y alienados encuentros atisbó en presencia de un amigo los primeros resplandores del viscoso semen en sus propias narices, y no daba crédito a lo que veían sus ojos, se había imaginado que debía de ser algo divino, mágico, y al contemplarlo de repente lo percibió como algo simple, inofensivo y voluble, incapaz en apariencia de llevar en sus entrañas un germen de vida, como lleva el huevo, que enhuera y engendra vivos pollillos, o la semilla de la cebolla que se desarrolla crujiente y crece con toda pujanza, y cuál no sería la sorpresa cuando le comunicó de sopetón el galeno en un reconocimiento rutinario que ya podía parir, así como suena, traer criaturitas al mundo, al hallarse en la edad núbil, siendo ella tan corta, inexperta y reservada. 
   Porque quiérase o no era ella y nadie más la que tenía que apagar los fuegos, elegir un amor pisando las huellas del ayer, no pudiendo hacerse la remolona alegando con artimañas que con un dolorcillo en el vientre o súbitos vómitos no saldría a la calle, o que tenía barrillos y se veía horrible o empeñarse en que el pecho no le cuadraba, sintiendo un seno más alto que otro, provocándole no pocos quebraderos de cabeza, aunque los raros antojos de antaño con los eróticos lunares en las partes íntimas ya los había superado.
   Y no había otra, debía labrarse un porvenir, y buscar los medios para salir del atolladero en que se viese envuelta, y si por un descuido quedase en estado de buena esperanza tras fugaz y alocada metedura de pata, o si por un casual se le ocurriese cruzar el charco y brincar a otros continentes y fuese preciso seducir a impostores o desactivar agravios o desdenes de misoginia que brotasen en derredor, pues ponerse manos a la obra, estando preparada para solventar cualquier papeleta que se le presentase.
   Por otro parte le conmocionaban sobremanera estos enredados vaivenes y demás elucubraciones, y los interiorizaba religiosamente, desgranándolos meticulosamente cual monje en el cenobio miniaturizando góticas grafías en breviarios o misales, y para fortalecer las estructuras cognitivas y la memoria consultaba con parsimonia dudas de todo tipo en el diccionario o enciclopedias del abuelo y en recortes de prensa, como el Dardo en la palabra de Lázaro Carreter que guardaba en un viejo cajón, o recurría a la socorrida Wikipedia, aunque Carmen prefería completar el racimo informativo saliendo a la calle a estirar las piernas y airearse un poco, yendo a la hemeroteca más cercana.
   Fue el agravio la primera provocación seria que se cruzó en la nueva vida poniéndola firme, y aparecía con los ojos algo hinchados y una voz ronca y rota, aunque melosa y encantadora, y las mayores posibilidades de que con su arte y desparpajo se cumpliese el sueño, y fuesen más que suficientes sus armas de conquista en el mercado de invierno, bien tras los pasos de un acaudalado banquero ruso o de un apuesto caballero, por lo que no tuvo más remedio que vérselas en mitad de la encrucijada concertando las citas oportunas con miras a intercambiar pareceres, gustos, cuitas, intereses, corazonadas u obsesiones, y tras los pertinentes y puntuales encuentros acabó sin llegar a conclusión alguna, porque Bartolo, el apuesto caballero al que adoraba, y que evocaba al flautista de Hamelin con las dulces cadencias sinfónicas, últimamente no atravesaba por sus mejores momentos, pues renqueaba por las severas secuelas de una maldita ciática, y para colmo el día del encuentro le entró un hipo atroz, algo descomunal, sintiéndose turbado y haciéndose de rogar, y se quedó deshojando la margarita sin saber a qué carta quedarse.    

jueves, 9 de febrero de 2017

El loco


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   Lucio, además de la luz que contenía su nombre, suspiraba por aumentar su caudal y evadirse del mundanal ruido, viajando siempre que podía a lugares de ensueño, no calibrando los raros enigmas que le aguardaban en el futuro ni por asomo.
   En uno de los últimos viajes que hizo pensó que había hallado los pilares del ser humano cuando, al cruzar una calle de la ciudad, se topó con unos grafitis en la fachada de una vieja casona con estrellas y soles en el frontispicio donde se podía leer, dando testimonio del fulgor de su mirada, "si te tragas todo lo que sientes, al final te ahogas".
   Pasaban las semanas y los meses y continuaba con la sana costumbre del proverbio latino, nulla dies sine línea, ningún día sin aprender algo, observando lo que le rodeaba, hojeando la prensa, indagando en la lectura, y en ésas andaba cuando vino a descubrir algo que le llamó poderosamente la atención, "hagamos que todos los días sean buenos para ti y para quienes están a tu lado", regresando a continuación a su habitáculo, al parecer con las pilas cargadas dispuesto a comerse el mundo, pugnando por llevar a la práctica aquello que había engullido en las fugaces escapadas, ricas viandas y seductores caldos juntamente con las reconfortantes sentencias y reflexiones que sin duda le arrojarían más luz en los titubeantes latidos del vivir partiendo del axioma, vida sólo hay una, y es para vivirla, zambulléndose en las aguas del carpe diem.
   Y entretanto seguía rumiando, sin prisa pero sin pausa, remembranzas, pensares o sigilosos posos, mientras el pecho estalla de risa, no hay monstruo que le gane, o aquél que predice que de la risa nace el amor, toda vez que nada pasa por casualidad, sino al conectarse con lo que vibra, generando un mundo consistente y nuevo según las frecuencias.
   Y no se daba nunca por satisfecho, escarbando en las andanadas aforísticas, Ama, llora y disfruta cada instante, porque no se sabe hasta cuándo estarás aquí, y sin preocuparte en exceso del qué dirán, pues ni siquiera Dios ha caído bien a todo el mundo.
   La actitud lo es todo. Reír y reír sin motivo, reír porque sí
   Aquel fin de semana, conforme viajaba como otras veces, hizo un alto en el camino, sentándose a la vera de una fuente de agua cristalina, y empezó a desmenuzar todo cuanto llevaba en la mochila, quedando un tanto atolondrado con las frívolas máximas, dimes y diretes e incoherencias que a cada paso cosechaba por los medios.
   Sin ir más lejos, en la esquina de la calle por donde transitaba aquella mañana vio escuálidos canes clamando al cielo, muertos de hambre, que en un tiempo fueron decoro y paño de lágrimas de sus dueños, y acicate para enfrentarse a las adversidades de cacería o amigos de lo ajeno, no perdiendo con su ayuda el tren de la vida, amistad (el mejor amigo), convivencia o bienestar, habiendo sido fulminados con la celeridad del rayo.
   Al cabo de un tiempo, según caminaba por los vericuetos de la vida, le empezaron a caer las mayores desventuras. Su fortuna se desmoronaba como castillo de naipes empujada de súbito por un crujido bursátil cebándose con él.
   Era algo inenarrable, de espanto lo que le ocurría. En el viaje que hizo a Venecia el tren en el que viajaba descarriló con tan mala fortuna que perdió a su pareja, salvándose el retoño de siete añitos de puro milagro.
   Años después, cuando cumplió el rey de la casa las ocho primaveras, tuvo el gusto de regalarle un safari por Tanzania para que viese vivos y en su salsa a los animales de la selva, pero como las desgracias no vienen solas, en el transcurso de la visita le secuestraron al hijo unos desalmados por la fiebre del dinero, pidiendo un elevada suma por el rescate, y apareció el cadáver flotando por las negras aguas de un fétido riachuelo cuando ya había reunido el importe exigido.
   En no pocas calendas, se desayunaba Lucio con irritantes informaciones sobre desamparados lloros de criaturitas arrojadas a un contenedor apenas abrir los ojos, recibiendo un corte al amanecer.
   Y no quedaban ahí las decepciones, pues raro era el día que no aparecían hasta en la sopa noticias de embarcaciones a la deriva denominadas pateras, así llamadas probablemente por el uso en un principio para cazar patos, utilizándolas ahora los emigrantes para huir de la miseria pateando continentes en busca de una vida más próspera, lo que ha dado pié a que se las considere como algo exclusivo de ellos.
   Por otro lado, no podía digerir Lucio el relato de las legiones de hipotecados viviendo en vilo, que no les llegaba la camisa al cuello, no sabiendo cuándo es día de descanso ni cuándo las noches son, o si inmolarse como un Cristo o pegarse un tiro y acabar de una vez, acallando las voces que le asediaban noche y día tachándolo de explotador, irresponsable o hijo de nadie y no de algo, como en otros tiempos, los quijotescos hidalgos.
   Lucio, anhelaba más luz, y algo dulce en que entretenerse y chupar como la cañadú, o quizá un faro que le iluminara  y aconsejase, o una tierna voz que lo envolviera con sus cálidas cadencias rescatándolo de la fría intemperie, dando sentido a las vibraciones existenciales.
   Un loco ajetreo de idas y venidas le había provocado la pérdida de la paciencia y la compostura, y llamaba como un desvalido a la puerta de las conciencias, de la cordura, del sentido común lleno de rabia, cuando los ERES de las empresas les volvían la espalda a los trabajadores, abandonándolos a la buena de Dios, o cuando las embarcaciones huérfanas de alimento y cariño pateaban arenas movedizas trasportando almas en pena, desnudas al crespúsculo, oliendo a muerto en las travesías.
   Y no pudo superar Lucio tantos ardides, metralla y ruindades en sus cúpulas sensoriales, y le fue sacando de quicio y secando paulatinamente la savia de las venas, de los remos y los proyectos del árbol de la vida como al olmo seco de Machado.
   Y sin más rodeos, elaboró un plan para acabar con su vida, tirándose desde lo más alto que columbrase en el horizonte, pero lo pospuso buscando una salida más digna pese a que todas las puertas se le cerraban, y en vista de ello tomó la determinación de llamar la atención, entrando de incógnito en paños menores (porque su figura era harto famosa en los medios por haber sido embajador en la ONU y en la Santa Sede) en hoteles de siete estrellas por la puerta de atrás, o disfrazarse de felino o erótico simio o representar a veces las danzas medievales de la muerte en plena calle, siendo el hazmerreír de la muchedumbre.
   Por las mañanas se disfrazaba a lo halloween, yendo de esa guisa al mercado central de la ciudad sin sentido del ridículo, y hacía sus necesidades en la verdura implorando la justicia de los dioses, pidiendo que llegasen las célebres plagas de Egipto o el diluvio universal, profiriendo a los cuatro vientos que la verdura social se exhibía en los puestos de venta mezclada con las ignominias, las insidias y la doblez humana, no percatándose la gente de ello.
   El deterioro personal de Lucio le fue dejando en evidencia, dilapidando su reputación de equilibrado, de estrella profesional, deshilachándose las coyunturas de su figura, aunque controlaba los impulsos carnales, los homicidios o las venganzas del pez gordo que  pisoteaba la ley apontocado en la tiranía y la usura, llevado en volandas por la locura de los débiles.
   Al cabo de unos días, se difundió por la comarca la noticia de una persona perturbada y peligrosa que circulaba por las calles de la ciudad, y con las mismas acudió la policía fuertemente armada acordonando la zona para capturar a Lucio, que campaba a sus anchas por aquellas avenidas haciendo de las suyas, cortes de tráfico, explosión de bombas caseras o reivindicaciones de todo tipo en pro de los menesterosos, que dan su vida sin lograr ninguna redención, apostillaba.
   Y jaleaban por la ciudad a bombo y platillo los chiquillos, ajenos a los desengaños de Lucio, chillando a grito pelado en un coro infantil, que viene el looooco, que viene, cerrad rápido puertas y ventanas antes de que sea tarde, y el lunático, con la cabeza bien alta y encendidas las luces de la razón, blandía la espada de la desilusión, llorando de rabia e impotencia, clamando al cielo auxilio y esperanzadores propósitos por una nueva primavera preñada de luz, sin terremotos humanos ni envenenados temporales con recortes de muerte que a nada conducen si no es a la soledad del cementerio.
   El fulgor de su mirada rechinaba con furia a través de los tambores de las conciencias en lontananza.   
   El perturbado lidiaba toros desquiciados en las plazas, y mantenía idilios con los más ingenuos, mondándose de risa por conseguir que el pueblo recibiese del estado lo que necesitaba, un sustento cuerdo, digno, de libre albedrío.
   Y en esas ofuscaciones y desconciertos andaba Lucio, cuando de pronto fue a retirar a un muchacho tirado en mitad de la calle, y vino un coche y se lo llevó por delante, pasando a mejor vida.