jueves, 23 de mayo de 2019

Eros y Thánatos




Eros, Tánatos... Del éxtasis al arrebato

   

   Hay una fuerza que nos impulsa hacia la vida, al carpe diem, a la supervivencia, al placer, al amor, Eros; sin embargo hay que señalar las contradicciones de los humanos por el libre albedrío tanto para vivir como para morir, al llevarnos Thánatos al dolor, al sufrimiento, a la muerte, haciendo su agosto la barca de Caronte, no haciendo nada en muchos casos por nuestra parte. La existencia transcurre en una lucha sin tregua entre la vida y la muerte.
   Las personas están marcadas por el lenguaje, la cultura, las convicciones y sus distintas proyecciones de futuro, quedando el instinto adscrito a lo natural, a lo biológico. Los elementos que conforman la vida humana son algo escurridizos, tanto es así que se nos van de las manos. Si nos adentramos en el mundo del psicoanálisis y tomamos el concepto de pulsión freudiano, vemos que alienta no sólo la sexualidad en el ámbito del Eros, sino también en el de Thánatos. He ahí el dilema.

   Hay que reconocer que unas personas son más propensas al sufrimiento que a la felicidad, y a veces creamos un mundo mítico de fantasmagorías de la peor calaña, y otras, lo ponemos de color rosa, dependiendo en líneas generales del enfoque humano, y hay quienes piensan que vivirán siempre, no así los hipocondríacos, pero la muerte al final siempre gana.                 

   Herminia era muy suya, sus razones tendría, tal vez llevase en las entrañas vetas de plañidera romana, aunque lo hacía por amor al arte creando una atmósfera lúdica de una distensión apabullante, construyendo con sus dolientes armas una aureola diríase que supraterrenal, transitando por encima de la pena por la pérdida de un ser querido, identificando el llanto del nacer con el morir.

   En los primeros pasos por la vida, Herminia no sabía a qué carta quedarse, si por Eros o Thánatos, buscando aquello que más le encandilase en su megalomanía, o, al menos que no la alejase de sus ideales soñados.

   Con el paso del tiempo las neuronas, al igual que los frutos, van madurando, por lo que fue decantándose por aquello que más le cuadraba a sus circuitos cerebrales, que no eran otros que los efluvios de la luna y nocturnales, si bien a ras del barro, llegando a pasar noches enteras en vela velando ánimas de difuntos, pasando olímpicamente de las leyes de la madre natura, que al bajar el telón el día cierra los ojos y se echa a dormir, roncando como mandan los cánones con objeto de reponer fuerzas para la jornada siguiente.

    Hay que señalar que lograba sus objetivos en los sufridos eventos nocturnos cargando las pilas, siendo la vida durante el día para ella coser y cantar, y lo hacía suyo completamente desenvolviéndose a pleno rendimiento y con el mayor vigor del mundo, aprovechando las horas hasta la saciedad llevando a cabo con decisión los acuciantes o rutinarios quehaceres o el más difícil todavía que imaginaba, saliendo airosa de todos los engorros en sus diferentes facetas, mas lo que en realidad le encendía las mejillas y empujaba con ahínco eran las ganas de vivir escenas siguiendo la filosofía del dicho popular, el vivo al bollo y el muerto al hoyo, exhalando fuertes sensaciones en los tejemanejes nocturnos, porque tal vez se había impregnado de los latires y tics de los avezados románticos decimonónicos en su tenebrosa y apasionada lírica recreándose en lo necrológico o vetusto, acariciando obituarios o esquelas lapidarias, engulléndolo como un rico maná o manantial hasta el punto de subirle la moral, y suministrarle los imperturbables materiales para su próspero resurgir existencial.

   A Thánatos lo fue descubriendo Herminia en tardes de fría plata, y rotundas tareas que le llegaban hasta le médula sin vuelta de hoja porque, como dice el proverbio latino, alea iacta est (la suerte está echada), atrapada ya en sus redes.

   Las veladas dolientes o velatorios nocturnos acompañando al deceso rielaba en el mar de sus pupilas con hidalguía, y lo sustentaba con no poca fruición entrando a formar parte del núcleo duro de sus más íntimos pálpitos, interviniendo activamente en sus inquietudes y pensares más frecuentes, siendo rara la jornada en que no tuviese algún compromiso de Caronte, poniendo siempre el alma en ello, hilvanando toda una endiablada red de óbitos y necrosadas órbitas al por mayor, de modo que en su cabeza habitaban tanto Eros como Thanatos cogidos de la mano, descolgándose por caóticos vericuetos inhalando en ocasiones los virulentos destellos del poeta Espronceda, "Me agrada un cementerio/ de muertos bien relleno/ manando sangre y cieno/ que impida el respirar"..., o acaso algo más sensato como el Romance del prisionero, que no sabía cuándo es de día ni cuándo las noches son, sino por una avecilla que cantaba al albor, hallando los veneros o el leivmotiv del existir en tales encerronas de agonizantes bebiendo el emocional néctar de las decrépitas cenizas, aunque distanciándose en fondo y forma de dráculas o vampiros al uso.

   A Eros lo fue descubriendo Herminia a trompicones, de manera casi encubierta en muchos casos, en los concertados vaivenes de los más allegados o amistades, bien ejecutando encargos o labores de limpieza del alma arrimando el hombro en momentos puntuales, a lo que siempre se prestaba sin escatimar esfuerzo alguno, participando en todos los eventos habidos y por haber, bodas, bautizos, comuniones, pedidas de mano o  puestas de largo con todo el esplendor del mundo, y a veces viendo pelar la pava detrás de un arbusto en el parque, pero donde se explayaba a sus anchas llegando a tocar el cielo con la yema de los dedos era acompañando al extinto en la parafernalia del viaje definitivo con el traje sin retorno en esas vacuas y crudas noches, que se eternizan en una asfixiante atmósfera de humo y sangrantes velas, en que los familiares del difunto por el qué dirán sollozan a veces simulando tiritones de frío, hastío o pena por tan irreparable pérdida.

   El desfile de suspiros, pésames y conmovidos sentires de la gente circulando por el tanatorio le hacían levitar, creciéndole el alma y los anhelos amorosos con toda su pujanza, como las aromáticas flores de mayo inundando el enrarecido ambiente con inmarcesibles fragancias personales, casi inmortales, nadando en su salsa como pez en el agua o torero que ve al enemigo arrastrado por las mulillas, sintiéndose harto emocionada por el boato y escenificada pasión del adiós postrero, no retrocediendo ni un ápice en su empeño y maneras proliferando sus emulsiones, haciendo de su capa un sayo, poniendo alegría contenida rabiosamente de por medio, sembrando con animada y vibrante cháchara la noche de globos de colores y aires de feria con inusitadas elucubraciones y suntuosos atuendos, como si en un vuelo fuese visitando unos grandes almacenes o escenas de sevillanas danzando con batas de cola y rojos lunares, o bien con sentimientos a la carta, haciendo bueno el dicho popular, a vivir que son dos días.
   De tal manera exhibía sus herramientas Herminia que la noche se hacía día, y la pena, pelillos a la mar, haciendo inverosímiles pinitos de oro como en el circo, plena de entusiasmo y tentadores sueños de empresas futuras donde poner las esperanzas, echando toda la leña en la chimenea de la ilusiones colmada de fuegos de artificio. ¿Quién ha dicho miedo?, más se perdió en Cuba, -farfullaría-, y con su corazón palpitante ablandaba y adormecía a las enervadas columnas del humano edificio, esbozando ipso facto innovadores horizontes, ya vacunados, contra la rabia escondida o el desánimo, agitando pletórica las alas de una nueva vida, un nuevo sol, un próspero amanecer.