miércoles, 18 de mayo de 2016

Lili. (Historia en un ascensor)






   Jugaba con la idea de matar un bisonte y beber la sangre para escribir una historia, gestando de ese modo el alumbramiento, mas luego se le atragantó.
   Las vacaciones de Nuño coincidían con la Semana de Pasión, y estimó conveniente viajar a un lugar tranquilo y ameno lejos del torbellino humano, procurando no dar pistas a los amigos de lo ajeno por aquello de los imponderables.
   Con las mismas, se acercó a la agencia de viajes más próxima a fin de consultar tarifas y ofertas, y tras tantear las ventajas e inconvenientes cotejando precios y calidades se inclinó por la Costa Blanca, un destino costero nada desdeñable, con un clima ideal para la práctica de actividades náuticas y una luz especial para relajarse junto al mar, disfrutando del soñado descanso.
   Antes de dirigirse al refugio elegido, le apeteció reunirse una tarde con los amigos de toda la vida con vistas a reactivar las relaciones un tanto tibias últimamente, intercambiando impresiones, avatares o las más sorprendentes o golfas vicisitudes que les hubiesen acontecido en el transcurso de los días.
   Entre tanto concertó Nuño la cita en un céntrico pub a las cinco de la tarde, la hora del té, cual un empedernido inglés. Durante la reunión, se cruzaron casualmente por allí las amigas con una pupila irlandesa que estaba de intercambio cultural, se sentaron a la mesa y conversaron al abrigo de unas copas, dando un repaso a lo divino y a lo humano, crisis, desaires amorosos, goteras de la edad e inestabilidad laboral, que tanto desquicia a los jóvenes. Y concluyeron el encuentro a altas horas de la madrugada, despidiéndose efusivamente hasta la próxima ocasión, mas advirtiendo Nuño que Lili, la chica irlandesa de intercambio, que se alojaba en un complejo turístico de la ciudad, se iba sola, se ofreció a acompañarla, dando muestras de ser un caballero.
   Al ser Semana Santa, el tránsito por las calles se hacía engorroso y lento, generándose un gran estruendo con los tambores, banda de música, saetas y el gentío achuchando a calzón quitado por los claros, colándose por los costados de los pasos, y se aglomeraba en los aledaños y soportales para resguardarse de la humedad y el helor de la noche, tratando de no interceptar el religioso desfile, y sin apenas advertirlo, se les echó el tiempo encima, siendo ya las seis de la madrugada.
   Lili, caminaba más turbada que nunca por los contratiempos, sintiéndose azorada y nerviosa por la hora que era, aunque se sentía respaldada en parte por la compaña de Nuño, aliviando los sinsabores del camino, al ser harto pertinente y afable por el cuidado que ponía a fin de que no surgiera ningún problema durante el trayecto, llegando sana y salva a su destino.
   Conforme progresaban por las resbaladizas losetas de la travesía callejera, iban quedando atrás ruidos, olores a incienso y plazoletas decoradas con floreadas macetas de geranios y lirios, llegando por fin al ajardinado recinto del complejo turístico donde ella residía, que al ser primavera lucía las mejores galas, pensamientos, dalias, nomeolvides, siemprevivas, rosas y un sinfín de olores y colores que embriagaban el ambiente.
   Envueltos en las fragantes ambrosías, se dirigieron hacia el ascensor, pulsando el botón de llamada. Y sin explicarse la causa, veían que se resistía a bajar, sembrando desconcierto y desazón, volviendo a pulsar una y mil veces hasta que se dignó bajar, parando en la planta baja donde aguardaban.
   Nuño cedió el paso a Lili por cortesía, que daba muestras de cansancio tras la ajetreada jornada, al haber estado de un lado para otro recorriendo los puntos de interés cultural, así como boutiques y tiendas de moda, soñando con encontrar algún chollo.
   Una vez dentro del ascensor, cuando se las prometían muy felices, pudiendo acariciarse sin cortapisas a la luz de la luna interior, de repente se paró el ascensor quedando a oscuras, y Nuño, como el hombre lobo, reaccionando como un loco, se abalanzó sobre ella, apretándole el cuello a sangre fría, intentando lo peor, según los aspavientos que hacía, con los ojos vueltos y mordiéndose desesperadamente los labios; tal comportamiento se debía, al parecer, por un golpe de pánico claustrofóbico, unido a unos ramalazos de psicópata, que le acababa de diagnosticar el especialista en el último reconocimiento rutinario de la empresa, como más tarde se supo, y llevado por tales impulsos masticaba tintes de muerte, y como viese que no se desplomaba, le arrancó los pantis enroscándoselos como una anaconda al cuello.
   En el exasperante y cruel combate a vida o muerte que libraban, al abrírsele a ella una pizca el ojo instantáneamente y percatarse de que podía hacer algo más por defenderse, en un desliz de Nuño se quitó el zapato de tacón fino y se lo hincó en los huevos con todo el coraje que le hervía en las venas, cayendo redondo al suelo.
   El ascensor continuaba cerrado y sin luz, pese a que había vuelto el fluido eléctrico, ignorándose el motivo, tal vez un cortocircuito ocasionado por los bruscos zarandeos en su interior, o a lo mejor era un apagón más a los que graciosamente nos tiene acostumbrados la compañía eléctrica, permaneciendo el ascensor empotrado entre la tercera y cuarta planta.
   En aquellas entremedias, los vecinos que subían por las escaleras protestaban por las escasas revisiones que se le realizaban al ascensor, y llevados por la curiosidad pegaron la oreja al hueco de la escalera por si se hubiese quedado encerrado alguien dentro por avería; más tarde, otro vecino se acercó para utilizarlo, no consiguiéndolo de ninguna de las maneras.
   Al cabo de un tiempo, que se hizo eterno, despertó Nuño del profundo choc en el que se hallaba sumido por el  golpe recibido, mientras Lili andaba semiinconsciente, como dormida, y tan pronto como se puso en pie Nuño, volvió a la carga y se lanzó sobre ella en un intento desesperado por violarla, ejecutando una llave para tumbarla aún más, cayendo al suelo a medias, porque su cuerpo no encajaba en el escueto recinto, quedando de una manera estrepitosa, pasando los estertores de la muerte.
   Sin embargo, en un ínterin casi sepulcral, entreabriendo Lili un ojo con mucha dificultad, pudo endosarle varios puntapiés en el pecho, provocándole intensos vómitos de sangre, quedando atrapado entre las llamas sanguíneas, sorprendiéndole después un carrusel de convulsiones al no haber tomado las medicinas del tratamiento junto con el excesivo alcohol ingerido en el pub con los amigos, cayendo en un delirium tremens.
   Entre tanto Lili, haciendo un esfuerzo titánico dentro del calamitoso estado en que se hallaba, habiendo echado la bilis y más por las salvajadas propinadas por el sicópata, y cuando ya se daba todo por perdido, de repente se le enciende una luz en el cerebro que le urge a registrar el bolso, que andaba rodando por el suelo, encontrando un corta uñas muy viejo, que nunca había usado, y se lo clavó en un plis plas en los mismos ojos, empezando a sangrar como un monstruoso verraco el día de la matanza, discurriendo un reguero de sangre escaleras abajo.
   Los vecinos, al advertir el raro color del líquido, se alarmaron sobremanera pensando que hubiese moros en la costa, que algún terrorista se había inmolado, y estaban que se subían por las paredes y con el alma en vilo, por lo que avisaron de inmediato a los Cuerpos de Seguridad del Estado.
   Tan pronto como recibieron la noticia los agentes, se personaron en el lugar, abatiendo la puerta del ascensor con todas las precauciones, cumpliendo a rajatabla el protocolo en tales casos, pues había indicios fundados de que en el interior se guareciese un nido de terroristas suicidas, y explosionaran de pronto diversos artefactos adosados al cuerpo exclamando, Alá es grande. Pero cuál no fue la sorpresa cuando al abrir la puerta de la cabina se toparon con un Nuño moribundo, sin pulso, casi listo, y Lili bañada en la pena, respirando a malas penas, como rescatada de un horrible naufragio.
   A continuación llegó el Cuerpo de Urgencias, y tras comprobar que Nuño no daba señales de vida, pasó a manos del forense, quien, tras un exhaustivo reconocimiento, acabó certificando el fallecimiento del sicópata, mientras Lili ingresaba en la UCI toda achicharrada por tanto sufrimiento aunque esperanzada, y al cabo de una dura y dolorosa semana, el domingo siguiente al de Pascua resucitaba, cual otro Cristo, recuperada de aquel mal sueño que la tuvo tan cerca de Caronte, recibiendo gozosa el alta médica, regresando a su tierra en el primer vuelo, un pueblecito costero de la verde Irlanda, donde las gaviotas planean por los aires felices y contentas chillando a sus anchas, si bien con más ímpetu si cabe aquel día al reparar en la presencia de Lili saltando por el rebalaje de las azules aguas marinas con una lágrima de alegría en la mejilla.                                                                    
        

  


domingo, 1 de mayo de 2016

Pegar la hebra





   No podía entender lo que pasaba en su derredor, o cómo diablos había cambiado tanto el escenario al viajar a un país no tan lejano aunque desconocido para él, habituado como estaba a la ancestral rutina, las doce uvas, la tortilla española, las migas de Torrox, las tortas de Algarrobo o las cañitas con los de siempre en el barrio que lo vio nacer en la luminosa capital del Sur de Europa.
   Y al poco de los primeros balbuceos, sin apenas darse cuenta, acaeció que estando allí vinieron a caer en sus manos unos papiros o  pergaminos de mil años de antigüedad en los que se podía leer: "En ese momento, Sherezade, dándose cuenta de que se acercaba la madrugada, calló discretamente.
   Pero cuando llegó la noche siguiente...
   Ella dijo: -He sabido, oh rey afortunado, que Alí-Ben-Bekar cantó de este modo:
¡Escucha, oh copero! ¡Es tan hermoso mi amor que, si poseyera todas las ciudades, las cedería en seguida por tocar con mis labios una sola vez el lunar de su ingrata mejilla! ¡Su rostro es tan bello que incluso el lunar le sobra!...
   Y mientras estos renglones desgranaba, llegando la hora del baño allá por el Golfo Pérsico donde pernoctaba, confluían aquel día dos almas incomunicadas, solitarias, sumidas en la pena, contorneándose en los confines de las olas, atragantándose las horas, inquiriendo con frenesí, zambulléndose en el artificioso brazo o balneario marino acondicionado con mimo por los mandamases petrolíferos, expurgando sueños, señas, cicratices y enrarecidos cócteles de mondas vitales en ese Mar Arábigo como fondo, que se mecía lúbrico bajo los ardientes rayos solares desafiando al desierto que asomaba provocativo al alba expandiendo sus brazos en un carrusel de espejismos y dunas y más dunas, como si fuesen barricadas.
   El suave oleaje de la balsa marina exhalaba una tierna brisa que se filtraba por las celosías del espíritu acariciando a ratos la cara y los más íntimos pensamientos.
   Ella no dijo nada,  y se fue cabizbaja, algo pensativa, con las sandalias llenas de arenilla fina adherida cansinamente a sus alas.
   Se sentían los ecos de silencio de siglos en la estela que deslizaba por el trayecto rumbo al refugio de secretos (con burka?, de comprometidos afanes, presentimientos y ansiadas esperanzas.
   Las monumentales torres, las vastas estancias y las dulces flores del entorno dubaití sustentaban ufanas el faraónico esplendor, el talle, el embrujo de los jardines colgantes de Babilonia y el carisma de Alá en aquel paraíso terrenal, plantando cara al verdugo del tiempo que fluye río abajo hasta desembocar en la mar, así como al tic tac de la monotonía y el olvido, enraizando el quejido en la árida estepa del vivir inundada de inanes anhelos que chorrean y deambulan plácidos o desnortados por las orillas del ocaso cotidiano, incrustándose en los tiempos del partido que se ha de jugar sin remisión cuando el rey despierte de nuevo del gran sueño tras escuchar las secuencias de las Mil y una noches de peripecias, andanzas y desventuras que vayan cayendo valle a bajo por la femenina boca y la vorágine de la corriente que discurre no se sabe adónde, o tal vez el misterio se agrande cada vez más musitando palabras de estupor, desconsuelo o feliz esperanza.
   Y percatándose Sherezade de que estaba próxima la madrugada, se relajó y enmudeció ...  
   Y después, a la noche siguiente ...