viernes, 5 de junio de 2020

La lonja o encaje de la violinista



Violinista/ Violinist. Violin. | Ilustraciones, Ilustración ...


Lonja - Wikipedia, la enciclopedia libre




                    
Según navegaba por los canales venecianos en una góndola el viajero arribó a Burano, quedando deslumbrado por las vistas y una emperejilada violinista con vestido de encaje marca de la tierra lanzando al viento embrujadas melodías, vislumbrándose al fondo un cromático contraste de casas ornadas con singulares alardes, generando una majestuosa y bella atmósfera.
   A Burano se le conoce como la isla de los colores por aquilatarse en su fuste un rico e inigualable colorido – rojo, azul, verde, amarillo, morado, rosa…- plasmado en las fachadas de sus moradas para zanjar los reiterados desatinos de los pescadores al regresar de las faenas marineras, por la formación de una endiablada neblina que cual tupido mando tomaba cuerpo enturbiando el horizonte, dando pie a un carrusel de malentendidos o riñas por celos.
   Para salir del atolladero idearon un recurso pictórico, tan original y certero que venía como anillo al dedo, con la esperanza de deshacer los entuertos o lo que se terciase.
   Al igual que el exhalado polen deleitoso y emotivo de las notas de la violinista, otro tanto le ocurrió al viajero al caer en sus manos el poema “El Piyayo”, llamándole poderosamente la atención los versos dedicados a los hijos de la mar, … “Y este pescaíto, ¿no es ná?/, ¡sacao uno a uno del fondo der má! /. Gloria pura él/. Las espinas se comen tamié/, que to es alimento/. Así, despacito/, muy remascaíto” … y de esa guisa iba contando amapolas primaverales por los campos, y soñando conforme se desplazaba de un sitio a otro al rebujo de los avatares, encontrándose por el camino de improviso con los destellos de una floreciente lonja, que refulgía en todo su esplendor con vivos besugos y un mar de almejas, caracolas, mejillones y otras especies saltando con furia, dispuestos para la subasta y posterior transporte a los respectivos destinos.
   En sus tiempos de juventud le estuvo vedado al viajero contemplar de cerca tan fascinante y grandioso espectáculo concentrado en una lonja, por la carestía reinante y economía de guerra con las cartillas de racionamiento, no encontrándose al alcance de cualquiera darse un baño de tanto gozo observando como Dios manda lonjas tan lujosas, y menos aún probar los manjares y surtido exhibido.
   No obstante, desde la infancia le tiraban sobremanera los espetos de sardinas aderezados con sol y yodo en la playa, tanto que moría por ellos, sin descartar otros sublimes ejemplares como el bogavante o el renombrado boquerón malagueño, de forma que siempre que pasaba a la vera del mar o el mundo marinero discurría por su mente se le hacía la boca agua sin advertirlo.
   Cuán lejos de sus intereses y hervores culinarios se hallaba la parcela de repostería, acaso por aquello de no entrar en sus cálculos el fomento de glucosa en sangre y prevenirla, y seguir en la brecha vivito y coleando, disfrutando a su manera de los vitales placeres o acariciados vicios que como a todo hijo de vecino le tentasen en el fluir de los días.
   La cuestión palpitante no consistía en descifrar si el viajero era o no un sibarita o un tiquismiquis, porque su estímulo y respuesta iban por libre, toda vez que por  su condición moldeable lo mismo se entregaba a lo bueno que a lo contrario, haciendo gala de un sucinto estoicismo, permaneciendo inalterable ante las más sutiles tentaciones e incluso crueles adversidades, como la pérdida de pronto de un ser querido por el cobarde e invisible coronavirus, o negros nubarrones en el horizonte, en su afán por no dejar heridas ni lamentos por los senderos, ofreciendo la más honesta y grata imagen de sí mismo.
   Con el tiempo se fueron ajustando los coyunturales desajustes del puzzle o desvaríos humanos, y se despertaron en su alma aficiones artísticas de la noche a la mañana, melómanas unas, y literarias otras, no dejándose llevar por cantos de sirena o necios razonamientos de tal o cual signo por muy apetitosos que pareciesen, teniendo siempre por bandera unos tintes espartanos, sobrellevando las debilidades de la carne de la mejor manera, o sacando pecho cuando la situación lo requería convencido de la sentencia, “el que quiera peces, que se moje el culo”, respirando  a la postre eufórico y seguro.
   La violinista, con su gracejo y ardiente duende fue construyendo una seductora aureola de admiración nunca auspiciada por ella, destilando las más genuinas esencias artísticas que llevaba dentro, siendo sumamente trasparente en todo tiempo y lugar con los sentires, por lo que en política no hubiese llegado muy lejos, haciendo suyo el dicho popular, “mentir y comer pescado, requieren mucho cuidado”.
   Al cabo del tiempo un músico oriundo de la Toscana recaló en primavera por los aires de Burano como ave migratoria, y llegó en una noche de espantosa tormenta, y por caprichos del destino fue a alojarse esa noche en el mismo hotel de la diva, quedando prendado de su porte y hermosura, llegando a formar un dúo que muchos cenáculos, paraninfos o Escalas como la de Milán quisieran ver en sus escenarios.
   Para celebrar el cumple de ella el músico le propuso llevar a cabo una gira por distintos lugares de Italia empezando por Sorrento, descubriendo los secretos culinarios y escondidos encantos que atesora. Luego decidieron ir a Verona y evocar los encendidos y memorables pasajes y encuentros de Romeo y Julieta recreados en las páginas de Shakespeare.
   En las salidas matutinas se sentían como pez en el agua paseando por plazas y bulevares, sintiéndose atraídos como un imán por las tentadoras exquisiteces marítimas que albergaban las lonjas, disfrutando como niños con zapatos nuevos, y se divertían realizando entusiásticos paseos llenos de ternura y olor a mar, tatuados en las entrañas de los sufridos seres marinos presos en la lonja, que se sublevaban con toda su rabia porfiando por seguir nadando por el río de la vida.

   Y en el carnaval de Venecia se despojaron de las máscaras, y se dieron el sí quiero a dúo, pasando la luna de miel por aquellos emblemáticos rincones, paseando ensimismados en una góndola rumbo a Burano, rememorando los tiempos en que se conocieron en un día difícil de olvidar por los horribles truenos y relámpagos que azotaron sin piedad la capital de los canales, y a renglón seguido se entregaron al amor, contentos y felices como perdices.