viernes, 14 de septiembre de 2018

Poder






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El travieso refranero ofrece todo un abanico de posibilidades o enfoques a gusto del consumidor como, "no hace daño quien quiere sino quien puede", en un mano a mano con "el querer es poder", lo que ilumina en parte el camino a seguir en lo que nos ocupa, no echando en saco roto que las siete maravillas del mundo humano son: PODER ver, oír, tocar, probar, sentir, reír, y lo más sugestivo, amar, evitando dar bandazos o alimentar dudas al respecto cobijándose bajo la omnipotente sombra de Poder.
   Es vox populi que el poder reside en la mente. Y, sopesando los pros y los contras de el querer es poder, cabe señalar que son dignos de elogio los casos de entrega, ahínco o amor propio de las personas en pos de un ideal, y, transigiendo con tales limitaciones u oportunas llamadas al orden, coger el toro por los cuernos y ponerse manos a la obra, con un bisturí a medida y unas gotitas de talento a buen seguro que se desvelarán todas las arrugas o secretos destellos que hierven en el interior de Poder.
   La piedra filosofal para la transformación de la mente se sustenta, pese a todo, en los pilares del "querer es poder", construyéndose una mixtura de voluntad, intención y fuerza de la mente que se conjuran entre sí, jugando un papel primordial en la elucubración cerebral, aunque sin minusvalorar las filosóficas coyunturas del yo y mi circunstancia.
    Lo mismo que sucede con el entrenamiento físico de los cuerpos que fortalece los músculos, el mental modula los efluvios del cerebro en la dirección que se desee, y de esa guisa potencia los diseños de felicidad, armonía o empatía u otras facultades que se persigan.
   Al perforar los estratos genealógicos del pensamiento aflorarán el ADN y las pertinentes jerarquías con todo su séquito, los golpes de vida o calor que el mismo vocablo atesora en su disco duro, que descascarillándolo se desglosará del siguiente modo, P de patrimonio, O de oro puro y duro, D de demonios o dinero negro, E de energía renovable y sostenible, y R de recursos humanos o renta per cápita, acordes con los más estrictos parámetros divulgados por los clásicos en sus obras a través del epígrafe, poderoso caballero es don dinero.
   Si partimos de algún hito o punto álgido para urdir los hilos de la trama mental, como si de un puzzle o tragedia griega se tratase, se podría principiar por los vaivenes o tesituras que amasan los pensares a través de los medios, las redes sociales o la parafernalia rebañando en sus platos los esbozos no confesados, aún vírgenes, subsanando las arbitrariedades con sazonados y robustos argumentarios.
   Terencio encendió el ordenador como de costumbre con objeto de encontrar algún rastro de MC en el mastodonte facebook, pero no había internet en esos momentos, cayendo todo su gozo en un pozo, y con las mismas, frustrado en lo más hondo de su ser, se dirigió a una agencia de viajes a probar fortuna, sacando un pasaje de avión rumbo a lo desconocido, a una isla desierta y remota.
   Llevaba un bloc de notas para escribir las avatares que ocurriesen por aquellos mundos, y reflejar sin rubor en el frío papel las fervientes ansias por besar y abrazar a MC, haciendo hincapié en que no le importaría convertirse en rana, una ola marina o ave, buscando por tierra, mar o aire su rastro si al final arribase a buen puerto.
   Al cabo del tiempo, Terencio, hastiado de navegar por oscuros paraderos en vano, se encomendó al Todopoderoso, empezando a hacer dura penitencia, pidiendo perdón por las torpezas o tropelías que hubiese cometido consciente o inconscientemente, encontrando sorprendentemente la absolución de manos de un misionero que acababa de zarpar en la isla para propagar la fe, y cristianizar a los indígenas que aún vivían felices en aquella selva salvaje con tintes paradisíacos.
   El sacerdote aparentaba ser un desahuciado de la mano de Dios por el andrajoso atuendo que llevaba, mas le echó la bendición con no poca fe y bastante parsimonia, ocurriendo a renglón seguido lo más esperpéntico que imaginarse pueda, cuando de pronto se dan cuenta de que le roba a Terencio la cartera, donde llevaba escritas todas las aventuras y pensamientos más genuinos que le habían brotado por aquellos diseminados islotes.
   Como el poder ciego y embrutecido por la plata no deja ver, se apeó de él alegremente, y se centró en el de la mente, que es transparente, procurando no topar con el poderoso caballero o adláteres, que tiran por la calle de en medio haciendo trampas, más pobre al pobre y más rico al financiero.
   Un buen día se fugó de la isla disfrazado el misionero, huyendo con nocturnidad y alevosía en una sofisticada lancha de alta gama llevándose consigo todo lo que había redactado Terencio, y más tarde le dio vida publicándolo en un libro, y cuál no sería su asombro cuando le comunica la editorial que se había hecho escandalosamente millonario por la venta del libro, que llevaba por título La isla de oro o Poder de la suerte.
   Al final de sus días, ya octogenario, le concedieron al pseudo sacerdote el premio primavera de novela, y no pudiendo conciliar el sueño por los escrúpulos de conciencia, visitó cuantos chamanes, gurús y brujos pudo subiendo y bajando por los más inhóspitos lugares enfrentándose a las fieras, y en un acto de contrición lo donó todo a la causa indígena allá por el océano Índico, donde había tenido lugar su quehacer misionero.
   Cuando regresaba a la base donde se alojaba unos bucaneros lo secuestraron pidiéndole un rescate, recordándole el tiempo que perteneció a la banda de timadores y estafadores del golfo.
   El Poder se puede encarnar en el dinero, armas, amor, odio, cariño, soberbia, intriga, envidia, celos, pero no es menos cierto que radica en la mente, rivalizando con la fe que mueve montañas, porque según se descuelgue uno por la ventana de un precipicio, campo de rosas o playa nudista las esencias de Poder se irán nutriendo de tales virutas o sustancias generando el corpus del pensamiento en las altas torres de la mente.
   Piensa, ama y haz lo que quieras...era la apuesta agustiniana.        
   Será harto elocuente señalar que el esteta, cirujano, investigador o científico al bucear en sus respectivas aguas tan sutiles y resbaladizas, no echen en el olvido que el camino de la humildad será el factor más influyente a la hora de alcanzar las metas anheladas.
   A veces hay quien al disponer de ciertos privilegios, recursos o algo semejante se cree estar por encima del bien y del mal o de lo que hay a pie de calle, semáforos, aceras, códigos, leyes e incluso el respeto al prójimo, llevándose por delante todo cuanto encuentra a su paso, saltándose los controles o burlando las pautas más elementales, poniendo en práctica el triste dicho popular, el pez gordo se come al chico, en una macabra acción que clama al cielo, por lo que hay que apostillar y puede que muy a su pesar que "no hace daño quien quiere, sino quien puede"...
   Como ocurre con la pertinaz gotera que paulatinamente horada la vivienda o cimientos de la vida, la gota que colma el vaso.
           

         

domingo, 2 de septiembre de 2018

Aires bucólicos





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Calleja a bajo con albarcas, algún chisme, cayado o sombrero
y un sol de justicia derritiendo el aliento.
Y cuando menos se esperaba aparecía la tormenta
ahogando los tormentos de la sequía.
 A veces a las puertas de la recolección olivarera
se le averiaba la pierna a algún vecino
impidiéndole arrimar el hombro con todo el dolor del alma.
La cabra tira al monte y, mientras el pastor dormía,
el vigilante lobo bailaba alegre la danza de la muerte.
El mulo, recién mercado en la feria de ganado,
retozaba a sus anchas con el reluciente ataharre.
Las rejas de la ventana de Dolorcicas
sostenían ruborizadas sus exuberancias al poyarse
para husmear en el ambiente.
Los geranios blancos y rojos en patios y patinillos
pedían guerra y sensuales bailes por sevillanas.
Las cáscaras de almendra se apilaban
en un discreto rincón, lejos del trajín diario
hasta caer en los infiernos de Dante.
El nitrato de Chile mordía la costura de los sacos
aguardando impaciente las tareas de labranza,
porque hay cosas que permanecen a la espera,
colgadas del tiempo o perdidas en la memoria,
como semillas que hablan de nosotros.
Y los higos chumbos en la espuerta, con cara de pocos amigos,
desafiando al personal.
Los higos secos en cambio, más dóciles,
se mantenían en ceretes no lejos del granero.
Y se recogía a besos el pan del suelo
en acción de gracias a nuestro Señor.
Por el camino de los secanos entre los almendrales
se llenaba de agua la calabaza o cantimplora
antes de la tórrida explosión o golpe de calor,
para no freírse como pajarillos,
apagando luego la sed y la ambición.
En gastronomía, sopa de tomate,
cazuela de patatas con los ingredientes justos
o guiso de hinojos con pringue de la matanza.
Y calzaban agobías de esparto los hombres,
pisando fuerte por los ásperos caminos manteniendo el tipo,
y lograr el milagro convirtiendo el jubiloso fruto de la vid
en cromática graduación, tinto, blanco, rosado o clarete.
Y en la copa del almez, al borde del precipicio,
se mecían coquetas y rebeldes las almecinas,
jugándose la vida los chiquillos, como si del árbol del ahorcado
se tratase, trepando por el tronco con vientos contrarios.
   Y llevaban los labriegos por asalariados caminos
bien pertrechada la talega entre palmares o matorral
bajando o subiendo por los Morros en el coche de San Fernando
para encarar las faenas del campo.
   Y se acarreaban del monte gambullos de leña
entre aulagas y cantos rodados para avivar el fuego de la vida
al calor de la chimenea quemando penas o contando cuentos.
   En ocasiones se echaba más leña al fuego
empeorando la situación, o vivía un infierno el retoño
por despotismo paterno, al querer meterlo en cintura 
a base de leña abusando de la patria y potestad.
   En días sin norte desfilaban por acequias y balates tocando
las trompetas los escorpiones propalando el pánico.
   A algunos vecinos les crujían las costillas
por el esparto traído a cuestas desde la sierra,
y luego, pleiteando pacientes, cosían tristezas, cestos,
o serones mejorando el exiguo jornal.
   Y llegaba cada año, como un ritual, la alergia,
rompiendo la alegría de primavera,
haciendo de las suyas en bolsillos y gargantas,
no habiendo forma de destejer la trama de los días.
   Luego asomaba la vendimia francesa entonando la Marsellesa,
como otra guerra de las Galias,
disparando balas de palabros en la torre Eiffel o Babel,
y llamaba más tarde a la puerta la monda o zafra,
compartiendo estancia o apero con el gorrino la familia,
con idea de hacerlo un hombre para la matanza del año que viene.
Y cargados de cabos y cañas de azúcar desfilaban los borricos
por caminos o calzadas pasando las de Caín,
mientras los muchachos más resueltos
chupaban el dulce jugo de las ubres.
   Y a su debido tiempo repicaba la alegría de la huerta
con aluviones de verduras, frutas y hortalizas
entre sudor y lágrimas y peleados riegos.
   En horas bajas o de malestar por acidez o flatulencia
se ingerían infusiones de manzanilla del valle con anís
u otros mejunjes, y cuando lo requería la niña de los ojos,
ponches de mil hierbas u hojas y ajos para el mal de ojo
saliendo airosos de entuertos o del huerto adonde lo habían llevado.
Los bailes en la plaza del pueblo generaban
no pocos malentendidos o celos entre los mozos
por las traidoras monedas de algún Judas
para intercambio de pareja,
cosechando saneados ingresos los mayordomos
para vestir santos las próximas fiestas
y hacer felices a visitantes y lugareños con fuegos
artificiales y sentidas serenatas de la banda de música
amansando a los más fieras.
Y haciéndose de rogar en su lento amarillear
iban madurando los empecinados membrillos.
En la era, extendidas las mieses, giraba el trillo arrastrado por las bestias,
levantando remolinos en la parva la ventolera,
disfrutando locos de contentos los chiquillos,
como si fuesen en trineos o montaña rusa.
   Y las páginas del libro de la vida con vistas al campo
que nadie leerá, oyéndose a lo lejos el cencerro
de las cabras rumbo al Barranquillo.
Y surgían las parejas rotas por las goteras o palos de la vida,
coincidiendo, en ocasiones, con el pregón callejero
del hojalatero como presagio de una cencerrada al rehacerse de nuevo:
"se restañan los en-seres agujereados de hojalata o porcelana".
   Y no faltaba la orgía de los quintos en la cita consistorial
preparándose para la puta mili, entregados al opíparo banquete 
de borrego o lo que se terciase bebiendo para olvidar.
Y como colofón el día de la Virgen, cual aurora boreal,
con fuegos musicales y artificios de danzas de fuego
repartiendo bendiciones y cohetes por callejas,
rincones o camino de la Cruz con la mochila llena de ilusiones.
Y luego venía el día de los enamorados y la Candelaria
con ardientes arrebatos y pasos quedos,
enfrascados los ensimismados comensales
en el cocinado del choto a fuego lento
en ameno cerro, encendidas las mejillas
de las muchachas, más si cabe, por las calenturientas
llamas de la lumbre, degustándose vinos de la tierra,
así como los vírgenes devaneos y seductores palmitos
embadurnados con los dulces brotes tempranos.
Y se hacían novenas y procesiones
pidiendo al cielo agua y el fin de las guerras
y malas calenturas;
y si la expectativas no se cumplían,
iban en romería a Fray Leopoldo, Virgen del Espino
o San Cayetano quedando intactas la fé y la esperanza,
implorando al Todo Misericordioso salud,
años de nieves, y un buen novio para la niña.