jueves, 22 de febrero de 2018

Caminantes sin camino

                
                          


   Al oír las notas lejanas de una canción que esparcía el viento, "Fuiste ave de paso... Y quiero en tus manos abiertas buscar mi camino"...le dio que pensar.
   La estela del ave le abrió los ojos, llenándolo de luz al percatarse de que había perdido el norte, encontrándose fuera de sí, dando vueltas en una especie de laberinto, siendo pasto de los más estrafalarios contratiempos.
   Cierta mañana, según subía una cuesta (la de la Hoya o Panata o alguna otra) rememoró el pasado, pensando sin mucha convicción pero con no poca inquietud que los jóvenes aún no tienen trazado un horizonte, no disponiendo de un faro guía o empleo que les dé un asentamiento estable en el vaivén de los días para enfrentarse a los embates de una hipoteca construyendo un hogar firme o pertinentes calzadas por donde transitar, despejando en lo posible los escollos o allanando los caminos del vivir, dejando de lado los de los privilegiados, como el caminito del rey.
   Andaba empeñado en estrujar el áspero tema que llevaba en la mochila, haciendo caso omiso de sentencias lapidarias como, "todos los caminos conducen a Roma", y no parando mientes en ello echó por los atajos o carriles que más se prestaban al juego de su estado de ánimo.
   Y se preguntaba al respecto sobre quién le garantizaría, una vez dentro de las murallas romanas, la libertad para salir cuando le pluguiese, y a renglón seguido vivir experiencias nuevas, poner una pica en Flandes, plantar árboles o enamorarse de una dulcinea viajando por las rutas de don Quijote.
   Y no era para menos toda vez que estaba perdiendo los sesos por hallar una salida a la incoherencia, al oscurantismo o al desamor, peleando como gato panza arriba, no llegándole la sangre al cuello, sintiéndose a veces ave de paso que vuela hacia ninguna parte en pos de una vaga ilusión.
   Lo masticaba cada mañana al tomar las tostadas con aceite virgen extra y tomate de la huerta en el desayuno, contemplando tras los cristales los verdes y grises de los campos en aquella primavera temprana, cautivado por los sensuales vuelos de las mariposas y los locos insectos que  pululaban por doquier, interrogándose por su origen, las huellas o las emociones que lo mantenían vivo.
   Y sin apenas saciar las ansias de conocer que le embargaban, se fue sumergiendo en una corriente de fútiles advenimientos, alarmado por la ausencia de puertas o caminos por donde salir del atolladero en que se encontraba, y quería romper la baraja derribando muros, ideando salvoconductos, poniendo todo patas arriba o tierra de por medio con el derrotismo o las negras perspectivas, y levantando la cabeza se puso manos a la obra, descascarillando cortezas enquistadas, tibiezas o  dudas como las que acuciaban a Sancho, gran conocedor de los secretos del camino cuando, según avanzaban por el collado, le preguntó a don Quijote acerca de si era buena regla de caballería que anduviesen perdidos por las montañas sin senda ni camino...
   En un principio no cabría hacer reproche alguno a la insinuación por si en sus entretelas de escudero adivinase las urdimbres del porvenir, mirándolo por el lado positivo, y acertase en la decisión, el verse libre como el viento cruzando el bosque pisando sombras de encinas o robles, huellas de tigres o caballeros andantes, o descender por vaguadas antes del deshielo dejándose llevar y sin nada que les amedrente, entregados a la conquista de lo que se tercie, como auténticos adalides del cosmos, volando como águilas del cabo de Finisterre a la Patagonia pasando por Lisboa o Estambul, pertrechándose de las mejores sensaciones por los caminos, libando alegrías o deshaciendo entuertos, agasajando doncellas o liberando siervos allá donde fuese menester, intercambiando conocimientos, probando pócimas o echando un pulso a los grandes del globo, a los que lo manipulan con falsedades o bombas sin entrañas, o, ¡quién sabe!, pasándolo en grande en deleitosas francachelas sintiéndose inmortales, únicos, discurriendo incólumes por los derroteros.
   Quería pisar en tierra firme y no arenas movedizas, y no ir a mata hambre mendigando miradas o sonrisas convencido de que sólo se vive una vez, por lo que debía mantener desplegadas las velas, estando presto para lo que hiciera falta, no cayendo en necedades o zalamerías enemigas, evitando ser borrado del mapa en un descuido por el horror humano, bien por fanatismo, odio o fronterizas alambradas viéndole las orejas al lobo y perecer ipso facto, como rúbrica  póstuma al epígrafe de Caminantes sin camino.
   ¿Y qué hacer entonces?
   A las once y media de la mañana de un día de primavera especialmente hermoso y un horizonte radiante, en que las copas de los árboles se balanceaban movidas por una brisa cálida, y las flores de los castaños ponían las notas de color en el horizonte, se sentó en el banco de las tribulaciones dándole mordiscos a una manzana medio podrida.
   Se encontraba en un paraje con un acogedor estanque, a la sombra de un inmenso sauce llorón, pero la ceguera que lo invadía no le permitía dar señales de vida, no saboreando la belleza que hervía en su entorno.
   Las lágrimas le impedían ver claramente la punta de los zapatos, los errores. Cuando levantaba la vista se perdía en la superficie de los días, lejos de donde estaba, mientras los nenúfares empezaban a florecer, y lo único que vislumbraba era un borrón verdoso de espejismos solares; y volvía a mirarse los zapatos marrones mientras trataba de concentrarse, meditabundo, abrazándose a sí mismo, conteniendo los sollozos que le salían del alma.
   Nunca había estado tan triste, y clamaba al cielo ansioso por cambiar el rumbo, y que todo aquello desapareciese para volver a ser dueño de sí mismo.
   Pensaba que ya otros lo hicieron a lo largo de la historia. Basta con leer algún episodio de la antigüedad, que trata de las invasiones de pueblos, como los bárbaros o wikingos, o de las proezas de Ulises u otros avatares.
   Así, los fenicios surcaban los mares con sus naves llevando a cabo los más inteligentes designios al venir en son de paz, negociando e intercambiando todo cuanto caía en sus manos a través de zocos, mercadillos o haciendo trueques, trasportándolo luego mediante carruajes, elefantes u otros medios por los más variopintos derroteros, e incluso comprometidas sierras, salvando el pellejo siempre que podían, si no aparecía por el trayecto alguna enfurecida serranilla descolgándose por aquellos andurriales atacando a los viandantes, como relataba el Arcipreste de Hita o el marqués de Santillana.
   Y reflexionando, descubrió que la vida es un juego, alegre o lúgubre, dulce o amargo, donde se gana o se pierde.
   El ciego del Lazarillo de Tormes siendo un caminante sin camino, necesitaba ayuda para hacer el camino, tanto el de Santiago como el de la vida, no obstante en el fondo veía más que nadie las intenciones o las encrucijadas de los caminos en cada momento.
   Es de sobra conocido que el lazarillo más fiel del hombre es el can, como acontece con los que prestan su servicio a los miembros de la ONCE para que desempeñen su labor, de forma que en su trabajo humanitario nunca defraudan, facilitándoles el desplazamiento por los más variados puntos de la geografía pese a la carencia.
   Mas en ocasiones las cañas se vuelven lanzas, ocurriendo que los invidentes son los propios perros, como sucede a veces en las mejores familias, dando esa patrulla canina lecciones de bonhomía, lealtad y paciencia, cual santo Job, que son dignas de tener en cuenta. ¡Cuántas lagunas, nos falta tanto por aprender!
   La vida da tantas vueltas que nunca se sabe lo que hay detrás de la puerta, lo que va a aparecer en la caja de pandora.
   Sin camino nacemos, y sin lugar de nacimiento preestablecido, como los manantiales en las cumbres o las semillas en la tierra o el vuelo de los pájaros.
   Y el polen, en pañales y sin camino, se embarca sin miedo en las mayores empresas danzando por los aires, lanzándose sin pudor por los más intrincados itinerarios, oteros, torrenteras o copas de árboles posándose en lo primero que pilla, o continúa su curso volando campo a través por los más huraños lugares con la sonrisa en los labios y el corazón en la mano, desconcertando a propios y extraños.
   Últimamente algunos productores han comenzado a vender polen para el consumo humano por considerarlo rico en vitaminas y aminoácidos, aparte de otras propiedades. ¿Se nos pegará su vigor?  
  




                
  

viernes, 9 de febrero de 2018

Escritos a vuelapluma (enero 2018)


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1. El silencioso aullido primitivo que escapaba afilado de los ojos sembraba el desconcierto en el ambiente, formándose un especie de nubarrón negro que turbaba al vecindario, tanto así que se vieron obligados a telefonear al 112 pidiendo auxilio.
   Durante el tiempo que tardó en llegar la ambulancia hubo varios casos de convulsiones, no pudiendo hacerse nada para aliviarlas.
   Y echaron mano de un producto del mismo que utilizaron los astronautas en el viaje a la luna, siendo pan bendito, remitiendo milagrosamente todas las sensaciones de agotamiento, asfixia y muerte.
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2. Un misterio cuyo mayor misterio es su claridad, así de contundente se expresaba ante el auditorio el chamán a la hora de poner los puntos sobre las -íes en toda aquella amalgama de letanías y formularios que fue hilvanando con su talentoso bisturí, desvelando los enigmas y claves de los mamotretos que aparecieron en un monasterio de la Toscana tras las excavaciones que llevaron a cabo.
   Al fin, lo más trasparente brotaba, como por arte de magia, de las mismas entrañas de las tinieblas.          
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   3. Y la naturaleza así, quedando al desnudo, lista para la luz, quiso hacer una de las suyas, horadando las estructuras de los pensamientos y las raíces de la vida para construir monumentales edificios encantados con toda clase de materiales trasparentes, empezando con los rayos solares en los instantes en que más alborotados aparecen yendo a su aire, haciendo de su capa un sayo, mezclando lo humano y divino, lo líquido y sólido según lo imaginaban en sus cenáculos al caer la tarde.
   En esos instantes la naturaleza toda desnuda se abría en canal profiriendo verdades y sentencias magistrales como la copa de un pino, así como profecías comprometidas, detallándolo todo con pelos y señales, jugándose el tipo, su prestigio y el pundonor.
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   4. Sobre el tablero en tonos grises de la mesa de la cafetería se hallaban los dos escritos sudando la gota gorda, intentando sacarle punta a la propuesta que habían hecho para escribir un minirrelato con tales mimbres.
   Aquella noche ni ella ni él tuvieron la delicadeza de apearse de los caballos, poniendo los pies en tierra y soltar los correajes y la escopeta cruzada que llevaban para de una forma cómoda y sencilla desenfundar la pluma y dejarla trotar a sus anchas por la pradera del folio en blanco sin miedo a los gazapos, o a que se dispare el arma que portaban cargada por encontrarse cruzando tierra enemiga, toda vez que pululaban por aquellos enrarecidos parajes no pocos cuatreros con escafandras y pasamontañas no respetando al forastero.

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5. Un equilibrio sólo roto por la asimetría de los adornos vegetales en el kimono era lo que se palpaba aquella noche de luna llena, extendiéndose su armonía por los cielos y la tierra de manera radiante, de modo que los residentes y visitantes se detenían en mitad de calles y plazas como extasiados para contemplar los engranajes y las sutiles filigranas tan ricamente labradas, generando un mar de gozo y bonanza, que los mismos huéspedes de la selva, insectos y fieras más feroces, se contagiaron hasta tal punto que cogieron los enseres, sus artimañas e instrumentos y empezaron a diseñar chabolas como de oro fino y jardines colgantes como nunca se habían dado en su mundo.