sábado, 12 de noviembre de 2016

Escritos a Vuelapluma


                                                                                                                                                         Resultado de imagen de escribiendo a vuelapluma






                              La peluquería.
   Con el cambio de hora se le chafaron casi todas las citas  y compromisos, y tal vez en alguno de ellos hubiese encontrado la solución a sus últimas incertidumbres.
   Porque ocurría que durante esas fechas, entre tanto olor a santidad, difuntos, cenizas y humo de las castañas por las calles se estaba volviendo loco. Lo que acaeció a don Quijote fue una broma como aquel que dice, comparado con lo que a Jacinto se le venía encima.
   La cabeza la tenía bien por dentro pero no del todo, o al menos eso pensaba, y por si de ese modo recibiera un rayo de cordura, entró de súbito en aquella peluquería que había al cruzar la calle, donde al parecer solían ir personajillos famosos por sus singulares trapisondas, atracos o allanamiento de morada.
   Se cuenta, sin ir más lejos, que habían llevado a cabo en su dilatada carrera un sinnúmero de robos, atracos y asaltos a trenes, bancos importantes o a los más insignes palacios del globo.
   Queda la duda de si se le arreglaría un poco la cabeza por dentro  con las buenas artes del experto  peluquero.         

                                 Por Florencia.
   Silverio al fin encontró donde cobijarse, tras varios días vagando de norte a sur sin rumbo y sin dinero y lo peor de todo, sin esperanza.
   El último terremoto ocurrido en su pueblo natal lo dejó tirado en la calle, teniendo que salir en estampida a las claras del día, y andando, andando, se topó con un jumento por los caminos, que al igual que él huía del horrible temblor que le había sacudido el alma.
   Y en aquella encrucijada sembrada de tribulaciones, ni corto ni perezoso lo saludó Silverio, haciendo no pocos aspavientos cual otro Sancho, y hablándole al oído le dijo: hola, jumento, ¿quieres que seamos amigos? y al punto recibió Silverio un hermoso rebuzno de aceptación por respuesta, acatando mutuamente el ofrecimiento.
   En vista de las buenas maneras y disposición del borrico, Silverio lo acercó a una gran peñasco que había en el sendero, montándose en él.
   Al cabo del tiempo a ambos les entró sed y hambre y no poca fatiga cuando pasaban por el centro de Florencia, y fue precisamente al cruzar la célebre calle de los Médicis, donde abundan los soportales, y se pararon de común acuerdo a pasar la noche, y al poco juntaron unos periódicos, flores de amores marchitos, ramillas y matas que por allí había, preparándose un hermoso colchón para dormir, pero el hambre no les dejaba conciliar el sueño, y como oliese a comida caliente el jumento a través de los cristales de una tienda de ultramarinos, de repente soltó cuatro coces al aire con tal ímpetu que rompió la luna del escaparate, y de esa manera mataron el hambre, logrando poco después de llenar el buche caer plácidamente en brazos de Morfeo, empezando a roncar con tal virulencia Silverio, que despertó al asno con tan mala sombra que del repullo que pilló, se echó a llorar como un niño, pidiendo auxilio a los que por allí pasaban.
                                             La bici.
   Nuestras vidas son los ríos que van a dar a..., ay, ¿adónde? Nunca se sabe, aunque Manrique ya tenía su librillo, rigiéndose por la inercia del agua, que discurre de la cuna a la sepultura, de la sierra al océano, pero con una salvedad, será si antes no muere por la llanura y valles por donde circula.
   La vida es obvio que brota en el vientre de una cuna, y luego el bebé gatea a rastras, se cabrea, hace pis o pisotea a los abuelos en el sofá o en el parque, y cuando crecen y ya son adultos puede que se alisten en el algún ejército honroso o de holgazanería, utilizando en vacaciones los medios de transporte más exóticos, como trineos nevados, carruajes medievales, diligencias de películas inmortales o cómo no, la bici.
   Hay quienes llegan a enamorarse de ella, colocándola en un altar, hasta el punto de dormir con ella, y la utilizan a diario para desplazarse al trabajo, a la playa con la novia, al supermercado, a un picnic, y en ocasiones para hacer el indio por aceras o escaleras robando bolsos, o el más difícil todavía en programados concursos, saltando balsas, tapias, puentes, víboras encendidas, lumbres, barranqueras o serios pensares...
   Con el transcurso del tiempo la ragazza, que está parada y pensativa en la calzada, soñando con las manos en el manillar, tal vez esté pensando en ahorrar un puñado de liras para comprarse una bici de carreras con intención de correr en fechas no lejanas el Giro de Italia con los célebres ases de ese duro deporte, siempre y cuando los mandamases de turno no le corten las alas...            


                                                                                                                                                         

jueves, 3 de noviembre de 2016

Permanecían vírgenes



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   No había exhibido hasta entonces
las emociones 
en paradores turísticos, 
en la barra del bar oliendo a mojito de Sabina, 
en eventos de roja luna
ni en miradores benditos; 
bogaba silente por playazos, riberas, 
y cangrejos entre guirnaldas, guiños, 
tablaos, calillas, tablazos, cigarrillos 
y plazas en alborozadas alboradas 
y noches de soleada ternura 
plenas de picoteos, tientos,
eros y cual rayitos de luna 
la luz de sus ojos iluminaba el camino; 
por lo que todo el top secret
urge sacarlo y airearlo 
amasando presto el poemario de una vida,  
que desde hace tiempo bulle por dentro, 
llevándolo urgente a la tahona
y ponerlo al fuego vivo de la tinta,
dándole aliento y besos a manos llenas,
antes de que se encarame 
en las copas del monte del olvido, 
encarnándose en apreciados 
y dulces renglones el Verbo,
y se precien de ello los versos,
manteniendo encendido el fuego
del vivir, y, cual divina Vesta,
servirlos en bandeja de plata  
al mundo, a los cuatro vientos del alma.