miércoles, 19 de diciembre de 2018

Llamadas al teléfono fijo



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   Las llamadas al teléfono fijo le generaban a Lucinda no pocos quebraderos de cabeza, y daba que pensar por tener visos de una coartada, exhortando inflexible y tajante a allegados y visitantes a pasar olímpicamente de las llamadas.
   Con los desplantes a tan perversas llamadas, según sus palabras, retozaba altanera en utópica pradera rompiendo una lanza en pro de la tecnología punta ingenuamente, obligando al personal a utilizar el móvil en todo tiempo y lugar, erigiéndose en su más fiel portavoz, quizás por creer que fuese de superior linaje su voz, y no quería que nadie la adulterase o manchara con añejas telefonías de la época de sus ancestros rozando la xenofobia, dando pie a ser denunciada por odio o trazas de racismo al estar infringiendo los derechos más elementales de un ser vivo como nadie, dispuesto siempre a auxiliar a las criaturas sin distinción de raza, color o credo construyendo puentes, sobre todo a impedidos, ya que sin salir a la puerta de la casa se comunicaban a miles de kilómetros con el resto del universo.
   Con tales diatribas o desmanes ninguneaba Lucinda las justas aspiraciones de un medio tan necesario y familiarizado con el hombre como es el teléfono fijo, que no busca otra cosa que hacer la vida más fácil, mejorando las relaciones humanas.
   Pero como no hay mal que por bien no venga, como dice el refrán, un día sonó con todas las de la ley el fijo de su casa, y olvidando las estrictas medidas de seguridad impuestas por ella misma cae en el pecado y lo descuelga, escuchando a renglón seguido toda nerviosa y emocionada la buena nueva, "acaba usted de ganar un crucero alrededor del mundo", plagiando de algún modo la obra de Julio Verne "La vuelta al mundo en ochenta días", información que sólo daba la empresa concesionaria a los afortunados a través del teléfono fijo.
   Resultaba chocante que llamara precisamente a su puerta la diosa Fortuna, pese a ser tan remisa y negada a tales comunicaciones, pareciendo como si el mismo demonio intentase hacer una excepción para que recapacitase y no echara por tierra tantos sueños y años de investigación y sacrificio de las tecnologías en pro del progreso, no pudiendo congratularse o celebrarlo brindando con champán como cualquier hijo de vecino por los exitosos servicios, cuando su misión consistía en conectar a la gente llegando a los más inhóspitos lugares del globo, pueblitos entre sierras o peligrosos valles aportando preñados momentos de felicidad.
   La razones de tal felonía o acaso infantil testarudez habría que buscarlas en las raíces de una oscura u oculta trama con el cariz de cierto desengaño juvenil nunca desvelado, juntamente con ciertos tics estrafalarios o dictatoriales cerrando la puerta al padre de la comunicación universal, que tantas vidas ha salvado en la contienda diaria de la existencia.
   No sería un dislate pensar que hubiese urdido Lucinda un lobby de intereses creados que motivase tan extemporáneos afanes, a sabiendas de que podrían descubrirse las urdimbres llevándose a cabo un exhaustivo estudio de sus inquietudes y atropellados pasos por las fiestas principales de la comarca, Navidad, Semana Santa o el día de la patrona, investigando los entresijos de amistades, relaciones familiares y emociones que la embrujaban en tales situaciones, aquilatando en semejantes coyunturas los pros y los contras de estímulo y respuesta, como cuando se desgañitaba echando sangre por los ojos arengando a los presentes, cual capitán a la tropa en el campo de batalla abriendo fuego en defensa propia, tal como hacía Lucinda contra el fijo.
   Y aunque no viene a cuento calibrar aquí y ahora las cuantiosas pérdidas que su caprichosa torpeza haya ocasionado a la compañía, así como los sufrimientos y contratiempos a usuarios a lo largo del tiempo por la pertinaz hostilidad a la recepción de llamadas, no habiéndose solventado en la práctica hasta que llegaron los nuevos aparatos, los célebres móviles, no obstante vaya usted a saber cuántos S.O.S. dormirán en el fondo del océano por los inconfesables devaneos de Lucinda, no casando dicho talante con los nuevos vientos de Aldea Global que impera en el cosmos, o a lo peor eran unos emponzoñados impulsos de catarsis o venganza, negando el pan y la sal a quienes venían en son de paz, sirviendo de acicate para superar los más ásperos infortunios, que de cuando en vez asoman por los ventanales de la vida.
   En ocasiones ocurría algo inesperado, que satélites, astros o la misma naturaleza, rivalizando con los gallos, se confabulaban para llamar al fijo de Lucinda al amanecer mezclándose con el rocío de la aurora, y confundida Lucinda por el sueño que arrastraba en esos instantes y un ojo entreabierto lo descolgaba, quedando patidifusa al oír el dulce e inocente parlamento del nieto en la lejanía, entre el murmullo de las ondas y oleaje de los sentimientos que le aceleraban las pulsaciones corriendo riesgos innecesarios, deslizándose alguna que otra lágrima de alegría por la mejilla, y a malas penas descifraba las onomatopéyicas voces sintiéndose confundida, creyendo por momentos que la llamaban nada menos que de ultratumba, y otras veces imaginaba que sería algún emigrante arrastrado por el mar en busca de tierra firme, y finalmente, después de tan alocados y novedosos aconteceres se despejó el horizonte, oyendo al cabo con suma nitidez una voz infantil con acento extranjero:
   -Hola abuelita, grand mather, soy yo, ¿no me reconoces?, I´m your son in law, tu nietecito Braulio, que he aprendido a telefonear. ¿Cómo estás? Me alegro de oírte, bien pronto te veré. No te preocupes por mí, ah, mira, te doy un consejito, que por mí puedes tirar el móvil a la basura, hazme caso, porque con el fijo tenemos de sobra para trasmitirnos nuestro cariño. Un beso de tu nieto.
   ¡Cuánta alegría bullía en el corazón partío de Lucinda, escuchando los tiernos latidos del nieto a través de los cables del fijo, el único que durante tanto tiempo acariciaron harto felices y contentos sus antepasados, sacándolos en multitud de ocasiones de los mismísimos infiernos!
   -Abuela, por fa, no abandones nunca el fijo, ya que como dice su nombre, de fijo que te sacará las castañas del fuego en los últimos vaivenes del tren de la vida, siempre a tu lado en la mesita de noche o sala de estar, y sin problemas de batería u otras zarandajas. Abuelita, cuídate, y piensa que los niños y borrachos decimos la verdad. Te quiero, gran mather, oma mía.
   Cuando se vaya apagando, como una vela, su vida, los pálpitos del fijo le harán compañía reverdeciendo como en los versos de Machado, "Al olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido/ con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido"...
    No cabe duda de que llevará siempre en el alma Lucinda los entrañables sorbos de vida que bebió enganchada al fijo pegando la hebra con amistades, encendidos admiradores o familiares, y rememorará la melodiosa y dulce voz de su mocedad, ahora un tanto malherida, cuando solicitaba a través del fijo discos dedicados en la radio para cumples u onomásticas de los seres queridos, o participaba en algún carrusel cantando villancicos, o entonando canciones en boga yendo de excursión como, "ahora que vamos andando, vamos a contar mentiras tralará, vamos a contar mentiras tralará..., por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas tralará, por el monte las"...
   La última llamada del hospital al fijo de la casa para su intervención a corazón abierto, no tuvo respuesta. Y nunca más se supo de ella.

   

   

                                     


                                                                                                                                             



sábado, 8 de diciembre de 2018

Frutos





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   Leandro se pasaba las noches en vela dándole vueltas al proverbio, "obras son amores y no buenas razones", a cuento de darle sentido a su vida conquistando a Clotilde, muchacha casadera y de buen ver con unos marjalillos de árboles frutales en la villa.
  Leandro no hacía mucho que había enviudado de sus primeras nupcias, y quería rehacer su vida matando la soledad que le embargaba en los crudos días de invierno, amén de buscarle protección y cobijo a los dos retoños que había engendrado.
   Pero no las tenía todas consigo, tanto por parte de ella, que era muy cauta y quisquillosa, como por él mismo, que de la noche a la mañana le había brotado un raro bulto harto desagradable en el labio superior  tan voluminoso que no podía juntar los labios para comer o saludar a otra persona dándole un beso.
   Tanto es así que se pasó una larga temporada visitando a los mejores especialistas del ramo gastándose todos los ahorrillos, teniendo que pedir préstamos al banco e incluso al usurero del pueblo, y cansado de tan engorroso trajín con las idas y venidas, no pudo aguantar más, y tomó la decisión ya amasada en su psique de declararse a Clotilde, que venía de vuelta con un novio que la abandonó ante el altar con todos los familiares y amigos acompañándola en la ceremonia, habiendo tomado la decisión de desentenderse de cualquier tipo de vínculo o ataduras que se le pusiesen por delante, y no le hizo ningún caso.
   Un día, coincidieron en la fiesta de unos amigos comunes, y Leandro, algo encendido y lanzado se tiró al ruedo de la pista suplicándole un baile, a lo que ella se negó turbada alegando que tenía fiebre.
   Leandro, contrariado se sentó al lado de una amiga suya, y empezó a tirarle los tejos sacándola luego a bailar con suma ternura, lo que apaciguó la fiebre de Cloti pero se le dispararon los celos. Al cabo de un tiempo, después de tomar varios güisquis volvió Leandro a hablar con CLoti para invitarla al baile, accediendo con un fuerte temblor de piernas que no podía mantenerse en pie hasta que cayó rodando por la pista abrazándose Leandro a ella, y allí estuvieron abrazados hasta que la orquesta interpretó la última canción de Sabina, " Fue en un pueblo con mar,... y nos dieron las diez y las once, las doce y la una, las dos y las tres"...
   Por su fruto lo conoceréis...           

       

miércoles, 21 de noviembre de 2018

SER O TENER


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   Con la crisis cambió todo en la vida de Teo, no pudiendo celebrar la Nochebuena como Dios manda, compartiendo nostalgias y alegrías, entonando villancicos al compás de panderetas y zambombas, degustando los turrones y polvorones de toda la vida, y lanzando matasuegras u otras ocurrencias, al haber emigrado sus dos retoños ya hechos y derechos a tierras más prósperas donde abundase el pan, el aceite y un empleo con futuro, quedándose el nido semidesierto.
   El vacío familiar le obligaba a realizar otras actividades impensables hasta entonces, llevándolo al recogimiento y a la lectura.
   O acaso fuese una luz especial, como otrora la estrella de los pastores camino de Belén, la que le guiase hacia el estudio de conceptos ontológicos escudriñando en las intimidades del ser siguiendo los pasos de los eruditos hincándole el diente a la inconmensurable definición, "Cognitio omnium rerum per últimas cusas" (conocimiento de todas las cosas por las últimas causas), desembarcando en el universo de la filosofía, la metafísica y teodicea, empeñado en descubrir las incertidumbres y raíces de la ciencia.
   Teo, actor amateur en horas libres, rehuía encasillarse en los mismos roles o tópicos, sin embargo tras representar a Hamlet se encariñó tanto con él que se pasaba las horas enfrascado como niño con juguete averiguando el núcleo duro del dilema “Ser o no ser”, y no podía pasar página y contemplar nuevos amaneceres sapienciales, siguiendo erre que erre con las premisas y proposiciones silogísticas: "si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse contra un mar de adversidades y darle fin en el encuentro. Morir: dormir nada más”…, haciéndosele muy cuesta arriba abrir los ojos a otros amores u horizontes del pensamiento.
   Diríase que se ahogaba en un vaso de agua cada vez que se sumergía en otros saberes, como por ejemplo en el discernimiento del ser y el tener, perdiendo el norte a las primeras de cambio, chapoteando a ciegas en estériles charcos o fútiles evanescencias.
   Aquel invierno había más nieve que nunca, lo que le hizo reflexionar más si cabe a Teo haciendo un alto en el camino todo empantanado, sobre todo después de visitar belenes por los barrios de la ciudad desencadenándole no pocas turbulencias en sus vuelos pensantes, despertándole unas fervientes ansias por desvelar el secreto o enigmas que envuelven al Nacimiento del Niño Dios u otras encrucijadas referentes a la Ciencialogía, una problemática que turba a los humanos, y paulatinamente fue digiriendo la mudanza experimentada en su cerebro totalmente decidido como estaba a enfrentarse a los retos que llamaban a su puerta, pero que por hache o por b no los escuchaba, frustrándose al crepúsculo sus mejores guisos o buenas intenciones echándolos por la borda por  no encontrarle encaje o un traje a medida a las tesis esbozadas, y argüir con contundencia sobre la materia en cuestión, debido a que no eran pocos los que se dejaban llevar por expresiones tales como, "tanto tienes, tanto vales", "a la gente rica, todos le bailan la jarrica", alardeando de posibles, baños de oro, ricos cortijos o envidiables caballos cartujanos comulgando con ruedas de molino, viéndose obligado a continuar con lo puesto, los maltrechos harapos cognitivos cogidos a su Ego durante tanto tiempo, el enquistado equipaje de la inmadurez.
   Aquel invierno el tiempo había hecho de su capa un sayo entrando en la comarca como Pedro por su casa, invitando al calor de una buena lumbre en la chimenea cambiando impresiones o contando cuentos, siendo interminable el níveo elemento que caía sobre los campos vistiéndolos de blanco, que ni los más viejos del lugar recordaban.
   Y en esas coyunturas tan fluctuantes se movía, planteando toda una serie de disquisiciones harto comprometidas para unos por creyentes y para otros por agnósticos, asuntos que ya habían sido tratados en su día o elaborados en sumas teológicas, compendios filosóficos o libros de bolsillo por insignes filósofos, teólogos o demiurgos de diferentes épocas como Platón, Sócrates, Aristóteles, Tomás de Aquino, el Obispo de Hipona, Nietzsche o algún aprovechado, lo que en cierto modo le daba luz o fuelle para encararlo y no morir en el intento.
   Y de esa guisa fue entrando en materia, en la semántica, abriendo las primeras vibraciones de las páginas y hojas del laberíntico árbol de la ciencia, configurando un corpus con las denotaciones, connotaciones y rasgos esenciales de los términos ser y tener.
   Uno de los principales problemas que asediaban a Teo acarreándole no pocas arritmias era el SER, ya que por encima de todo tenía muy claro que quería ser, ser alguien en la vida, existiendo, permaneciendo, es decir, hacerse a sí mismo con el tiempo, golpe a golpe, como el buen vino, y hacerse valer en el confuso mundo de los vivos con talento y una vena virtuosa, sobresaliendo a ser posible en el campo del arte o la ciencia por su valía, por ello la idea de dejar de ser no colmaba sus ideales, y porfiaba por seguir siendo, persistiendo en las urdimbres y sentires de los entes, en sus corazones, en los frontispicios, en los libros a pesar del verdugo del tiempo.
   Y más adelante encaró Teo el concepto de tener, voz patrimonial del latín tenere, tener asido u ocupado, retener, en línea con el campo semántico de poseer, acaparar, con el riesgo de caer en la avaricia, pero no llegaba a dar con la tecla conceptual o medicina que dilucidase o curase las heridas o excesos al respecto, porque imaginaba semejanzas entre la vida de la planta y la palabra tener, que nacen, crecen y echan fruto, y así mismo frases, ideas, pero necesitan agua, luz, inteligencia, abono, cimientos, mimo..., por ende su mente calibraba incansable sobre el modo de sulfatarlo para evitar contaminaciones, y compaginar los divergentes pensares y opiniones armonizando un sistema acorde con el sentido común de la ciencia, la religión y la moral, no discurriendo por descabellados pedregales.
   Y cuando cerraba el manuscrito y las oscuras nubes del pensamiento se asomaba por la ventana toda plena y radiante de luz, y veía el campo, las lomas y cobertizos sembrados de blancura, como recién decorado por la mano de un ángel.
   Pareciera que la climatología se hubiese vuelto loca, y quisiera echar la casa por la ventana embelleciendo el paisaje y dulcificando los ásperos rigores vitales.     
   Y tras idas y venidas por los sitios más dispares, hacía Teo un alto en el camino rumiando palabras evangélicas como, "En verdad, en verdad os digo que yo soy el camino"... y se  transfiguraba pensando que si en verdad era Teo, lo sería en invierno y en verano, señalando la disparidad entre ser un lince o tener un lince, y entresacaba las notas genuinas de la esencia con todo lo que conlleva de permanencia per se en el ser, hurgando en las entrañas del ADN, añadiendo taxativo, si se es, lo es, pues de lo contrario no sería tal individuo o actante responsable de sus hechos y reconocido por ley, ni existiría una brizna de su persona por ninguna parte, o acaso vagase como alma en pena por el averno, que nunca se sabe, porque los sentidos nos engañan.
   El significante Ser nace del infinitivo latino ÉSSERE al transformarse las lenguas romances, adquiriendo una majestuosa hidalguía que no le tose nadie con los pertinentes rasgos semánticos, semas, lexemas, raíces, palabras y conceptos. Lo fundamental de Ser es la esencia, lo que permanece per se, lo contrario es lo contingente, lo accidental, lo advenedizo, que llega por pura casualidad, como la Fortuna o el patrimonio heredado, y es lo que se plasma en el concepto de ser galeno, pianista, astronauta, azafato, flautista de Hámelin o un zascandil, a sabiendas de que en sus entrañas crecen tales esencias, como las colonias o fragancias de Loewe u otros exquisitas sustancias que embellecen o encarnan en su vientre aquello que nadie puede usurpar, pudiéndose exclamar a los cuatro vientos en Perú, los Guajares o París, "me podréis matar, pero nunca arrancaréis mi alma, los pensares y emociones, el corazón partío".
   Los amores y creencias portan el distintivo de propiedad por la eternidad. Por tales pasajes transitaba Teo refirmándose en su teoría, como instalado en las mismas barbas del diablo o del Todopoderoso.
   Y no erraba en las elucubraciones porque líricos como Lorca, Lope, o dramaturgos como Calderón, Shakespeare, o narradores como Cervantes, García Márquez o el malagueño Antonio Soler o los dulces acordes de Mozart continuarán por siempre en su puesto de mando como indelebles bastiones de su pluma y batuta, y nada cambiará la onomástica, su rumbo, por muchos huracanes o bombardeos atómicos que se perpetren.
   En cambio al celebérrimo dicho popular "tanto tienes tanto vales" se le ve el plumero en cuanto se agacha un pelín.
   Haciendo memoria, los hidalgos eran hijos de algo por la etimología, pero al cabo del tiempo se desmoronaron como castillos de arena en un mar de estrecheces y picardías manipulando con trucos o máscaras para seguir aparentándolo.
   Hubo un tiempo en sus vidas de vacas gordas, disfrutando de los mayores parabienes, pero cayeron en el pozo de las penurias engullidos, como roca Cronos, por la veleta del vocablo TENER, quedando a la luna de Valencia, bailando entre caballeros, arrieros, escuderos o hijos de nadie, perdidos en el espacio yendo a la deriva, cual trozos de meteoritos, no teniendo donde caerse muertos.
   Vivir para comer o poseer es la perdición de quienes sólo piensan en potosís, en que todo el monte sea oro para su granero, encontrándose a la postre más pobres que carracuca, semejando cáscaras de nuez por las aguas del río de la moda arrastrados por la corriente de los hontanares o pasarelas entre las turbiedades del mundo.
   Teo, que vivió un tiempo en la opulencia presumiendo de ricos manjares y copiosas posesiones atravesando los campos de su propiedad saltando de árbol en árbol, resulta que los herederos viven ahora en la miseria, no reconocidos ni por la que los alumbró, sin apellido creíble, y por quienes nadie apuesta un centavo.
   Conforme maduraba Teo, fue auscultando los latidos del ser convencido de que el virtuoso puede testificar ante notario los halagos del proverbio, genio y figura hasta la sepultura, estando a salvo de las veleidades de la diosa Fortuna.
   Ningún ave construye su vida sobre cimientos tan quebradizos como los que sostienen la vanidad humana.
   










                       
  
                                          
  

martes, 6 de noviembre de 2018

JAZMÍN



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   Las flores del campo eran la pasión de Engracia, tanto es así que se derretía cada vez que asomaba mayo todo florido y hermoso, emborrachándose sus sentidos tanto del cuerpo como del alma.
   Pasaba las noches en vela en el balcón haciendo de vigía, con objeto de que no le robase las aromáticas querencias ningún desaprensivo amparándose en la oscuridad o incluso la misma luna, o menoscabasen lo más mínimo los arrebatos emocionales que sentía con los perfumados efluvios del jazmín, quedando transida por tan sublime incienso hasta el punto que no sabía cuándo es de día ni cuándo las noches son.
   Y en esas andaba autocomplaciente Engracia cuando Rosendo, después de un día agotador realizando los más variados quehaceres regresaba a casa, y conforme caminaba cortó un ramito de jazmines para Engracia frotándose las manos convencido de que la sorprendería sobremanera imaginando que caería rendida a sus pies, y se le hacía la boca agua rumiando tales presentimientos, y no pensaba en otra cosa que no fuese el embeleso que le aguardaba tan pronto estuviera en su presencia, y tarareaba sugerentes canciones y estribillos de primavera exaltando las bondades del campo cubierto de flores multicolores y su poder embriagador, mientras cruzaba incansable trochas y veredas.
   Los murciélagos en la recién entrada noche planeaban desquiciados por los aires revoloteando como camicaces por entre oscuros y envenenados espacios, así como algún que otro abejaruco o búho que resoplaba quedo en las ramas de los árboles.
   La noche estaba serena, ofreciendo su mejor rostro, una impecable calma chicha en aquel ancho mar, parecía como si la atmósfera y la naturaleza presagiaran el apoteósico recibimiento que le esperaba a Rosendo tras los juguetones y confiados pasos que daba por el áspero camino.
   De vez en cuando miraba de reojo la manecilla del reloj, ansioso por llegar a su encuentro y desembuchar en brazos de la sensible y despierta Engracia el ramillete que con tanto sigilo traía, pendiente en todo momento de que no se torciera o deshojase antes de llegar a su destino.
   Cuando arribó las luces estaban a media luz, como si Engracia quisiera abreviar, haciéndolo todo más sencillo, íntimo y acogedor. Sin embargo el chucho hacía raros aspavientos con las orejas y daba nerviosos ladridos, como si no reconociese a Rosendo en aquella noche tan extraña, y cuando ya por fin atisbó a Engracia en el salón, se encontraba con los ojos medio cerrados y cara de pocos amigos y los rulos impregnados de copiosa cosmética en el pelo, advirtiendo su indiferencia al volver la espalda mientras Rosendo, todo amable y solícito, le hacía entrega del oloroso obsequio, un pequeño detalle en línea con el dicho popular, dígaselo con flores, con la esperanza de acrecentar el amor y afecto mutuos, y al olerlo Engracia casi subrepticiamente, ni corta ni perezosa soltó un exabrupto como la copa de un pino, exclamando, "huele a mierda".
   Rosendo se quedó sin aliento, no dando crédito a lo que veía, pues las cañas se volvían lanzas, viéndose obligado a hacer la vista gorda para evitar males mayores, reaccionando como si nada hubiese acaecido o no fuera con él.
   Cuál no sería el estupor, acostumbrado como estaba a verla venir la mayoría de las noches con su blanco y sensual ramillete de jazmines en el pelo presumiendo del florido engalanamiento, siguiendo el guión de la madre natura expandiendo envidiables esplendores y hermosura refrescando la vida, y aliviando las calenturientas noches del augusto y lento agosto.
   Quizá rememorase Rosendo en tales coyunturas la escena del paraíso bíblico, cuando la serpiente, un tanto altiva y pizpireta, aparece sembrando el desconcierto entre la pareja con la mordida por mor de la puñetera manzana de cuyo árbol no quería acordarse.
   Hay amores que matan, y perfumes que con incoherentes desplantes acaban con las mejores intenciones y las buenas costumbres, pues ya lo dice el refrán, "a caballo regalado no se le mira el diente", y no digamos si es un pura sangre, y menos aún pura esencia de jazmín.
   

               
  


domingo, 28 de octubre de 2018

Escritura en acción en los jardines de la Cueva de Nerja



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                            Jaimito hiperactivo.
   Con la galbanitis que le entró a Jaimito de repente, no sabía cómo actuar ante tan extraño suceso, no pudiendo digerir el hecho de haber sido invadido tan tontamente por semejante corriente, fuera a todas luces de sus conocimientos y expectativas por mucho que se esmerase o le cambiara el cerebro.
   La semana anterior, sin ir más lejos, había acudido a un centro rehabilitador para tratarse la "hiperactividad", pero las atenciones recibidas, sabios consejos, masajes y demás ejercicios que llevó a cabo en las diferentes sesiones encaminadas a aliviar aquellos raros embolaos y desbordamientos de sangre rebelde que le azotaban de poco le sirvieron, ya que los hiperactivos ramalazos persistían con mayor ahínco si cabe, amordazándole sin piedad, impulsándole a dar saltos de rana o botes como una pelota por bulevares y callejuelas, oscilando su cuerpo como el péndulo de un reloj.
   Ahora se encontraba inmóvil, silente, dormido, yaciendo como un muerto, y alarmaba a familiares y amigos por temor a que fuese muerte súbita, ya que apenas respiraba, estando todo su cuerpo como una balsa de aceite, incrustándose de golpe en sus texturas una caterva de insectos voladores, que con el fuerte viento calentón fueron transportados probablemente descompuestos a tan rico panal a saciar el hambre.

2- Sin gafas y a lo loco.
   Lo tenía a mucha honra, y hala, se decía, ancha es Castilla, soñando con crear universos y más universos. Cogía y se ponía a pintar sin gafas y a lo loco intentando rivalizar con Velázquez, que por cierto le quitaba el sentido, haciéndolo todo por intuición.
   El proceso creativo no le había ido mal hasta la fecha, ya que había ganado no pocos concursos de pintura espontánea al aire libre allí donde había participado, ante el asombro de propios y extraños, pintando sin gafas (cuando no veía ni dos en un burro) y saltando como un simio, locamente.
   Esbozar los colores a lo loco le fascinaba enormemente, toda vez que llegado a ese estadío gozaba más que un niño chapoteando en los charcos.
   Hay que reconocer que no era para menos la hazaña, admitiendo que la creatividad en el fondo es un mar de locuras sin tregua, saltándose la lógica, lo trillado, y volar por los más exóticos picos o vericuetos atravesando pensamientos vírgenes, dejándose llevar rumbo hacia nuevos e inciertos mundos, paraísos virtuales entre las galaxias o el espacio exterior, siendo el leivmotive de incontables ríos de vena creativa, que serpentean alegremente por las majadas y oteros del cerebro, embaucando a todo bicho viviente, incluso a las fieras y aves del entorno con las ensoñaciones, así como a los aborígenes que van tal como los trajo Dios al mundo por tales parajes buscando algo que echarse a la boca, escarbando en las raíces de la tierra y de los árboles, buscándose la vida como cualquier hijo de vecino...

3- El bolso.
    Andrés venía del cortijo con unos amigos de meterse entre pecho y espalda unas ricas migas con los correspondientes tropezones y caldos, cuando al entrar en la autovía conduciendo avistó un objeto sospechoso colocado con sumo cuidado en la orilla de la vía, parecía un bolso de señora, llamando poderosamente la atención a todos los viandantes, y más aún por hallarse no lejos del lugar un vehículo estacionado con el motor en marcha, como si estuviese pendiente de lo que ocurriera, por si se acercaba alguien a recogerlo, dando no poco que pensar.
   Se podía elucubrar en semejante trance que contuviese en su interior pólvora con gran variedad de tornillos y utensilios contundentes para hacer el mayor daño posible, con un cable adosado al núcleo del artefacto para explosionarlo a distancia justo en el momento en que alguien se aproximara, o bien que hubiese estupefacientes del mundo del crimen allí abandonados por la presencia inminente del cuerpo policial.
   El misterioso bolso sembró el pánico causando no pocos quebraderos de cabeza, aunque hay que cantar victoria, dado que finalmente no hubo ninguna explosión que acarrease pérdida de vidas humanas, así como el respeto del medio ambiente, no sacrificando despiadadamente ingenuas lagartijas, o hileras de hormigas pateando caminos realizando sus labores de almacenamiento para el largo y duro invierno.     
                       








miércoles, 10 de octubre de 2018

Máster




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   No soportaba Leo por más tiempo el aire viciado que respiraba, sintiendo una gran inquietud por cambiar su vida y enriquecerla con estimulantes aromas, liberándose de las indolentes cadenas del adocenamiento.
   Según maduraba en su discurrir cognitivo fue abriendo caminos, tejiendo sueños, llegando a desvelar las tripas del máster, que viene del latín  magister, "maestro", y el adverbio magis"más que". Tales hallazgos le llenaron de luz y aportaron muy buenas sensaciones, ayudándole a crecer en autoestima y sabiduría, pudiendo saborear algún día sus mieles.
   Sin embargo el vocablo ministro, que viene del latín minister y el adverbio minus, "menos que", tenía el significado de sirviente entre los romanos, el que realizaba los servicios públicos.
  Pareciera que en el travieso mundo en el que vivimos los intereses creados no durmiesen azuzando a las criaturas e incluso a políticos de distinto signo, declarándose en rebeldía acaso por amor propio o por complejo de inferioridad cayendo en la hoguera de las vanidades, provocando otra revolución de los claveles con la esperanza de sacar tajada de la ciencia engordando su currículo, y pasar a la historia como ilustrados del siglo de las Luces haciendo tesis, tesinas o másteres, dispuestos a dar un golpe de estado cultural subvirtiendo la Universidad con tal de convertirse en sabios ante la galería por un día, el de la lectura, dejando en la estacada a los sufridos aspirantes que, con el sudor de su frente, pelean en buena lid por lograr un estatus social acorde con los méritos, porque ya lo dice el proverbio latino, "quod natura non dat, Salmantica non praestat".           
   No aceptaba Leo que pusieran puertas a su campo, quería pilotar la nave cultivando lo que le pluguiese, inclinándose finalmente por el máster para opositar al Cuerpo de Funcionarios del Estado.
   Era el primer paso en firme que daba hacia la meta soñada, abonada por unos sólidos principios y ansias de superación. No obstante para embarcarse en tamaña empresa, tuvo que consultar no pocas ofertas universitarias, matriculándose en el que le facultaba para su interés prioritario, el conocido CAP, es decir, Certificado de Aptitud Pedagógica, ahora denominado tal vez por esnobismo con el anglicismo máster, enfocado hacia la enseñanza.
   El enriquecimiento de su espíritu con sustanciosas lecturas de escritores salpicadas de notas solidarias, coadyuvó a que se despertase en él una gran predilección por el altruismo, y en su afán por abrirse a los demás le llevó a hacer los más diversos eventos y labores que implicasen entrega o ayuda, compartiendo los mejores bocados y manjares aprehendidos en las parrillas sociales y culturales.   
   Unas veces deambulaba de un lado para otro un tanto desconcertado, otras, se movía por las redes interviniendo en foros como face book o Instagram, no olvidando que el ser humano está condicionado por el yo y su circunstancia. 
   Las acuciantes llamadas a la puerta de su conciencia le fueron empujando al ámbito de la docencia, estando dispuesto a realizar el máster con suma honradez, no contagiándose de las arritmias o artimañas reinantes consciente de que corrían malos tiempos para la lírica, al haberse degradado la investigación una barbaridad, entre otros motivos por haber caído en el más descarado nepotismo más de un barítono, investigador o ingenua voz blanca utilizando las malas artes.
   El máster en sus comienzos rezumaba candor, una suma excelencia, era como un espejo donde se miraban los futuros doctores, que se esforzaban al máximo en los quehaceres discentes, sabedores de que tenían que sudar la gota gorda para ello manejando manuscritos o papiros y no pocas fuentes, manuales o separatas de los más eximios doctores para absorber los saberes y redactar su ópera prima, subiendo o bajando por los eruditos peldaños de la intelectualidad humana con dignidad.
   Leo estaba dispuesto al reto, a sabiendas de que debía partirse el pecho para merecer  tan alta condecoración, elaborando unos estudios científicos con razonada metodología para figurar en los anales universitarios como una mente privilegiada, que se ha entregado en cuerpo y alma a la investigación, sorteando múltiples escollos para penetrar en el sancta sanctorum de lo erudito, y disertar en tales púlpitos, accediendo por la gracia de la ciencia a tan preclaros círculos, que tan lejos se hallan de la mayoría de los mortales, ya que para degustar tan exquisitos licores se precisa una esmerada formación humanística.
   Una vez instalado en semejantes cumbres se puede tocar el cielo del conocimiento con las yemas de los dedos acariciando su vientre, así como los ojos, boca y latidos sapienciales, procurando no llegar a bailar salsa como un ilustre científico por haber hecho un descubrimiento, y contemplar con sosiego el bombeo de su corazón en diseño 3D.
   A Leo, que tenía un envidiable currículo académico, le tocaba ahora ponerse el traje de faena y escarbar en las raíces del árbol de la ciencia, pasando hojas y más páginas de manuscritos, analizando conclusiones y parámetros de simposios y memorandos, bebiendo en las más variadas fuentes medievales, renacentistas o barrocas intentando sacar lo mejor de cada una, subiendo y bajando con entereza andamiajes o podios al borde del precipicio en pos de sus sueños.
   El prestigioso juego de atesorar racimos de ciencia y luego exhibirlos en los más distinguidos cenáculos académicos era lo más imperioso para Leo, cuando de repente detecta el primer desencanto, al sentirse ninguneado por los medios, cuando el rocío madruguero invadía los campos, cayendo sobre los tiestos de los geranios y testas de los políticos de turno delatándose su aciaga conducta, los maquiavélicos procederes en los que se veían envueltos, dando pie a que se resquebrajasen los cimientos de la investigación así como los grados académicos, anegándose el Paraninfo de la Universidad de impresentables corrientes por mor de la picaresca, haciendo agua por los cuatro costados las esencias del Máster, yendo a la deriva lo que con tanto ahínco y mimo había hilvanado.
   Se precisaba que un piloto o cátedro de peso empuñase el timón de mando y anunciase al campus universitario su pronta regeneración, libre de componendas o raras mezquindades acarreadas por la hambruna de titulitis de algunos servidores políticos locos por acaparar galardones sin más, por lo que debía cuidarse muy mucho Leo de no caer en la tentación participando en envenenadas rifas de feria que le torciesen el rumbo, después de la que estaba cayendo, cuando algunos doctorandos fueron pillados in fraganti relamiéndose de gusto por creer que habían llegado a la Tierra Prometida de los Siete Sabios de Grecia.
   Leo tenía que permanecer ajeno a los cantos de sirena para no ser, cual otro ninot de las fallas valencianas, pasto de las llamas.  
   Lo más sensato será ir vestido de limpio, dejándose la piel en cada página, pespunte o zurcido del máster, y de esa guisa salir, como los toreros en tardes apoteósicas, a hombros por la puerta grande cantando el himno universitario, Gaudeamus igitur (Alegrémonos pues...).  
  
   Posdata. Será el último máster que haga -farfulló Leo entre dientes.
   
           
                        




viernes, 14 de septiembre de 2018

Poder






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El travieso refranero ofrece todo un abanico de posibilidades o enfoques a gusto del consumidor como, "no hace daño quien quiere sino quien puede", en un mano a mano con "el querer es poder", lo que ilumina en parte el camino a seguir en lo que nos ocupa, no echando en saco roto que las siete maravillas del mundo humano son: PODER ver, oír, tocar, probar, sentir, reír, y lo más sugestivo, amar, evitando dar bandazos o alimentar dudas al respecto cobijándose bajo la omnipotente sombra de Poder.
   Es vox populi que el poder reside en la mente. Y, sopesando los pros y los contras de el querer es poder, cabe señalar que son dignos de elogio los casos de entrega, ahínco o amor propio de las personas en pos de un ideal, y, transigiendo con tales limitaciones u oportunas llamadas al orden, coger el toro por los cuernos y ponerse manos a la obra, con un bisturí a medida y unas gotitas de talento a buen seguro que se desvelarán todas las arrugas o secretos destellos que hierven en el interior de Poder.
   La piedra filosofal para la transformación de la mente se sustenta, pese a todo, en los pilares del "querer es poder", construyéndose una mixtura de voluntad, intención y fuerza de la mente que se conjuran entre sí, jugando un papel primordial en la elucubración cerebral, aunque sin minusvalorar las filosóficas coyunturas del yo y mi circunstancia.
    Lo mismo que sucede con el entrenamiento físico de los cuerpos que fortalece los músculos, el mental modula los efluvios del cerebro en la dirección que se desee, y de esa guisa potencia los diseños de felicidad, armonía o empatía u otras facultades que se persigan.
   Al perforar los estratos genealógicos del pensamiento aflorarán el ADN y las pertinentes jerarquías con todo su séquito, los golpes de vida o calor que el mismo vocablo atesora en su disco duro, que descascarillándolo se desglosará del siguiente modo, P de patrimonio, O de oro puro y duro, D de demonios o dinero negro, E de energía renovable y sostenible, y R de recursos humanos o renta per cápita, acordes con los más estrictos parámetros divulgados por los clásicos en sus obras a través del epígrafe, poderoso caballero es don dinero.
   Si partimos de algún hito o punto álgido para urdir los hilos de la trama mental, como si de un puzzle o tragedia griega se tratase, se podría principiar por los vaivenes o tesituras que amasan los pensares a través de los medios, las redes sociales o la parafernalia rebañando en sus platos los esbozos no confesados, aún vírgenes, subsanando las arbitrariedades con sazonados y robustos argumentarios.
   Terencio encendió el ordenador como de costumbre con objeto de encontrar algún rastro de MC en el mastodonte facebook, pero no había internet en esos momentos, cayendo todo su gozo en un pozo, y con las mismas, frustrado en lo más hondo de su ser, se dirigió a una agencia de viajes a probar fortuna, sacando un pasaje de avión rumbo a lo desconocido, a una isla desierta y remota.
   Llevaba un bloc de notas para escribir las avatares que ocurriesen por aquellos mundos, y reflejar sin rubor en el frío papel las fervientes ansias por besar y abrazar a MC, haciendo hincapié en que no le importaría convertirse en rana, una ola marina o ave, buscando por tierra, mar o aire su rastro si al final arribase a buen puerto.
   Al cabo del tiempo, Terencio, hastiado de navegar por oscuros paraderos en vano, se encomendó al Todopoderoso, empezando a hacer dura penitencia, pidiendo perdón por las torpezas o tropelías que hubiese cometido consciente o inconscientemente, encontrando sorprendentemente la absolución de manos de un misionero que acababa de zarpar en la isla para propagar la fe, y cristianizar a los indígenas que aún vivían felices en aquella selva salvaje con tintes paradisíacos.
   El sacerdote aparentaba ser un desahuciado de la mano de Dios por el andrajoso atuendo que llevaba, mas le echó la bendición con no poca fe y bastante parsimonia, ocurriendo a renglón seguido lo más esperpéntico que imaginarse pueda, cuando de pronto se dan cuenta de que le roba a Terencio la cartera, donde llevaba escritas todas las aventuras y pensamientos más genuinos que le habían brotado por aquellos diseminados islotes.
   Como el poder ciego y embrutecido por la plata no deja ver, se apeó de él alegremente, y se centró en el de la mente, que es transparente, procurando no topar con el poderoso caballero o adláteres, que tiran por la calle de en medio haciendo trampas, más pobre al pobre y más rico al financiero.
   Un buen día se fugó de la isla disfrazado el misionero, huyendo con nocturnidad y alevosía en una sofisticada lancha de alta gama llevándose consigo todo lo que había redactado Terencio, y más tarde le dio vida publicándolo en un libro, y cuál no sería su asombro cuando le comunica la editorial que se había hecho escandalosamente millonario por la venta del libro, que llevaba por título La isla de oro o Poder de la suerte.
   Al final de sus días, ya octogenario, le concedieron al pseudo sacerdote el premio primavera de novela, y no pudiendo conciliar el sueño por los escrúpulos de conciencia, visitó cuantos chamanes, gurús y brujos pudo subiendo y bajando por los más inhóspitos lugares enfrentándose a las fieras, y en un acto de contrición lo donó todo a la causa indígena allá por el océano Índico, donde había tenido lugar su quehacer misionero.
   Cuando regresaba a la base donde se alojaba unos bucaneros lo secuestraron pidiéndole un rescate, recordándole el tiempo que perteneció a la banda de timadores y estafadores del golfo.
   El Poder se puede encarnar en el dinero, armas, amor, odio, cariño, soberbia, intriga, envidia, celos, pero no es menos cierto que radica en la mente, rivalizando con la fe que mueve montañas, porque según se descuelgue uno por la ventana de un precipicio, campo de rosas o playa nudista las esencias de Poder se irán nutriendo de tales virutas o sustancias generando el corpus del pensamiento en las altas torres de la mente.
   Piensa, ama y haz lo que quieras...era la apuesta agustiniana.        
   Será harto elocuente señalar que el esteta, cirujano, investigador o científico al bucear en sus respectivas aguas tan sutiles y resbaladizas, no echen en el olvido que el camino de la humildad será el factor más influyente a la hora de alcanzar las metas anheladas.
   A veces hay quien al disponer de ciertos privilegios, recursos o algo semejante se cree estar por encima del bien y del mal o de lo que hay a pie de calle, semáforos, aceras, códigos, leyes e incluso el respeto al prójimo, llevándose por delante todo cuanto encuentra a su paso, saltándose los controles o burlando las pautas más elementales, poniendo en práctica el triste dicho popular, el pez gordo se come al chico, en una macabra acción que clama al cielo, por lo que hay que apostillar y puede que muy a su pesar que "no hace daño quien quiere, sino quien puede"...
   Como ocurre con la pertinaz gotera que paulatinamente horada la vivienda o cimientos de la vida, la gota que colma el vaso.
           

         

domingo, 2 de septiembre de 2018

Aires bucólicos





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Calleja a bajo con albarcas, algún chisme, cayado o sombrero
y un sol de justicia derritiendo el aliento.
Y cuando menos se esperaba aparecía la tormenta
ahogando los tormentos de la sequía.
 A veces a las puertas de la recolección olivarera
se le averiaba la pierna a algún vecino
impidiéndole arrimar el hombro con todo el dolor del alma.
La cabra tira al monte y, mientras el pastor dormía,
el vigilante lobo bailaba alegre la danza de la muerte.
El mulo, recién mercado en la feria de ganado,
retozaba a sus anchas con el reluciente ataharre.
Las rejas de la ventana de Dolorcicas
sostenían ruborizadas sus exuberancias al poyarse
para husmear en el ambiente.
Los geranios blancos y rojos en patios y patinillos
pedían guerra y sensuales bailes por sevillanas.
Las cáscaras de almendra se apilaban
en un discreto rincón, lejos del trajín diario
hasta caer en los infiernos de Dante.
El nitrato de Chile mordía la costura de los sacos
aguardando impaciente las tareas de labranza,
porque hay cosas que permanecen a la espera,
colgadas del tiempo o perdidas en la memoria,
como semillas que hablan de nosotros.
Y los higos chumbos en la espuerta, con cara de pocos amigos,
desafiando al personal.
Los higos secos en cambio, más dóciles,
se mantenían en ceretes no lejos del granero.
Y se recogía a besos el pan del suelo
en acción de gracias a nuestro Señor.
Por el camino de los secanos entre los almendrales
se llenaba de agua la calabaza o cantimplora
antes de la tórrida explosión o golpe de calor,
para no freírse como pajarillos,
apagando luego la sed y la ambición.
En gastronomía, sopa de tomate,
cazuela de patatas con los ingredientes justos
o guiso de hinojos con pringue de la matanza.
Y calzaban agobías de esparto los hombres,
pisando fuerte por los ásperos caminos manteniendo el tipo,
y lograr el milagro convirtiendo el jubiloso fruto de la vid
en cromática graduación, tinto, blanco, rosado o clarete.
Y en la copa del almez, al borde del precipicio,
se mecían coquetas y rebeldes las almecinas,
jugándose la vida los chiquillos, como si del árbol del ahorcado
se tratase, trepando por el tronco con vientos contrarios.
   Y llevaban los labriegos por asalariados caminos
bien pertrechada la talega entre palmares o matorral
bajando o subiendo por los Morros en el coche de San Fernando
para encarar las faenas del campo.
   Y se acarreaban del monte gambullos de leña
entre aulagas y cantos rodados para avivar el fuego de la vida
al calor de la chimenea quemando penas o contando cuentos.
   En ocasiones se echaba más leña al fuego
empeorando la situación, o vivía un infierno el retoño
por despotismo paterno, al querer meterlo en cintura 
a base de leña abusando de la patria y potestad.
   En días sin norte desfilaban por acequias y balates tocando
las trompetas los escorpiones propalando el pánico.
   A algunos vecinos les crujían las costillas
por el esparto traído a cuestas desde la sierra,
y luego, pleiteando pacientes, cosían tristezas, cestos,
o serones mejorando el exiguo jornal.
   Y llegaba cada año, como un ritual, la alergia,
rompiendo la alegría de primavera,
haciendo de las suyas en bolsillos y gargantas,
no habiendo forma de destejer la trama de los días.
   Luego asomaba la vendimia francesa entonando la Marsellesa,
como otra guerra de las Galias,
disparando balas de palabros en la torre Eiffel o Babel,
y llamaba más tarde a la puerta la monda o zafra,
compartiendo estancia o apero con el gorrino la familia,
con idea de hacerlo un hombre para la matanza del año que viene.
Y cargados de cabos y cañas de azúcar desfilaban los borricos
por caminos o calzadas pasando las de Caín,
mientras los muchachos más resueltos
chupaban el dulce jugo de las ubres.
   Y a su debido tiempo repicaba la alegría de la huerta
con aluviones de verduras, frutas y hortalizas
entre sudor y lágrimas y peleados riegos.
   En horas bajas o de malestar por acidez o flatulencia
se ingerían infusiones de manzanilla del valle con anís
u otros mejunjes, y cuando lo requería la niña de los ojos,
ponches de mil hierbas u hojas y ajos para el mal de ojo
saliendo airosos de entuertos o del huerto adonde lo habían llevado.
Los bailes en la plaza del pueblo generaban
no pocos malentendidos o celos entre los mozos
por las traidoras monedas de algún Judas
para intercambio de pareja,
cosechando saneados ingresos los mayordomos
para vestir santos las próximas fiestas
y hacer felices a visitantes y lugareños con fuegos
artificiales y sentidas serenatas de la banda de música
amansando a los más fieras.
Y haciéndose de rogar en su lento amarillear
iban madurando los empecinados membrillos.
En la era, extendidas las mieses, giraba el trillo arrastrado por las bestias,
levantando remolinos en la parva la ventolera,
disfrutando locos de contentos los chiquillos,
como si fuesen en trineos o montaña rusa.
   Y las páginas del libro de la vida con vistas al campo
que nadie leerá, oyéndose a lo lejos el cencerro
de las cabras rumbo al Barranquillo.
Y surgían las parejas rotas por las goteras o palos de la vida,
coincidiendo, en ocasiones, con el pregón callejero
del hojalatero como presagio de una cencerrada al rehacerse de nuevo:
"se restañan los en-seres agujereados de hojalata o porcelana".
   Y no faltaba la orgía de los quintos en la cita consistorial
preparándose para la puta mili, entregados al opíparo banquete 
de borrego o lo que se terciase bebiendo para olvidar.
Y como colofón el día de la Virgen, cual aurora boreal,
con fuegos musicales y artificios de danzas de fuego
repartiendo bendiciones y cohetes por callejas,
rincones o camino de la Cruz con la mochila llena de ilusiones.
Y luego venía el día de los enamorados y la Candelaria
con ardientes arrebatos y pasos quedos,
enfrascados los ensimismados comensales
en el cocinado del choto a fuego lento
en ameno cerro, encendidas las mejillas
de las muchachas, más si cabe, por las calenturientas
llamas de la lumbre, degustándose vinos de la tierra,
así como los vírgenes devaneos y seductores palmitos
embadurnados con los dulces brotes tempranos.
Y se hacían novenas y procesiones
pidiendo al cielo agua y el fin de las guerras
y malas calenturas;
y si la expectativas no se cumplían,
iban en romería a Fray Leopoldo, Virgen del Espino
o San Cayetano quedando intactas la fé y la esperanza,
implorando al Todo Misericordioso salud,
años de nieves, y un buen novio para la niña.
   







viernes, 31 de agosto de 2018

Exilio o terror en el ático




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Se encuentra en el ático armado de escopeta y retando a la guarda civil para que suban a detenerlo. El más veterano de la pareja frunció el ceño, y al poco esbozó una mueca y encendió un cigarrillo. El otro guardia enmudeció, reflexionando sobre el affaire mascullando entre dientes, bueno, como es el comandante de puesto, que se las arregle como pueda, es su responsabilidad, la mía cumplir órdenes, y como jefe tiene que responder de cualquier desaguisado que se desencadene en tan comprometidas circunstancias.
   De todas maneras, al subordinado no le gustaba nada la escena del ático. Imaginaba que si empezaba a disparar, paloma o ave que volase por allí caería sin remisión, por lo que lo consideraba una persona harto peligrosa, y entrenada en los menesteres de la cinegética, y vete a saber de qué pie cojeaba o qué ADN lo sustentaría en semejante trance, lo mismo perdía la cabeza y se ponía a disparar como un loco, o sin darse cuenta rozara el gatillo ocasionando un estropicio, y cayese la pareja de la guardia civil como dos zorzales a la cazuela, y luego prepararlos al ajillo o al curri según preferencias.
   El cabo primera se atusaba los mostachos con parsimonia, como si quisiera transmitir órdenes al vecindario, o confianza y sosiego ahuyentando los malos augurios.
   En ésas andaban, cuando sobrevoló por sus cabezas un helicóptero cundiendo el pánico entre la multitud, pensando que a lo mejor pertenecía al mundo de la mafia y acudieran a rescatarlo, llevándolo a un lugar seguro.
   El sujeto iba armado hasta los dientes según se supo, y con la que estaba cayendo, tan enrarecido todo, ataques indiscriminados en trenes, plazas o mercados, resultaba que nadie se fiaba de nadie, incluso de la policía por si eran terroristas disfrazados preparados para actuar inmolándose por su dios inmenso, o se puede caer en lo esperpéntico, que el hijo no confíe en el padre o viceversa por las incertidumbres que se respiran en los continentes, y las facilidades que hay hoy para el proselitismo convirtiéndose en un perfecto y educado asesino a través de las redes sociales en menos que canta un gallo.
   El revuelo del ático se hizo eterno, sobre todo para los que les atrapó en el ascensor, y a unos novios que iban de luna de miel chafándoles el viaje, extraviando el pasaporte con el revuelo y la premura, perdiendo el vuelo rumbo a Ciudad del Cabo, donde habían reservado hotel para semana y media, y luego desplazarse a los distintos puntos del continente africano visitando los lugares más emblemáticos, realizando un safari por los maravillosos parques de Kenia y conocer de primera mano una naturaleza en estado puro, toda vez que les encantaba la orografía y la cocina entre las distintas facetas del país, conjuntamente con los mitos y leyendas, que a la sazón le había contado la nurse que tuvo cuando pequeña, además de haberle enseñado la lengua de Shakespeare con el célebre dilema, ser o no ser.
   Se fueron tranquilizando poco a poco, al percatarse de que el supuesto atracador se había quedado dormido, seguramente por el sueño y el cansancio.
   Y entre tanto llegaron los Geos, y lanzándose en su busca lo detuvieron sin apenas resistencia, despojándole del arma, volviendo la tranquilidad.
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  Cuando el hombre del ático salió de la cárcel, pareció ser al día siguiente, pero había cumplido dos años de cautiverio al no haber habido muertes ni desgracias personales, tan sólo un horrible vómito de miedo. Este hombre contaba que tuvo pareja un tiempo, y que todo cuanto le había acontecido fue motivado por un aletargamiento, como si le hubiesen lavado el cerebro, quizá porque la pareja pasara lustros sin brillo, viviendo un sin vivir bajo el mismo techo, acaso por alguna enfermedad o malentendido o endiosada egolatría, limitándose a negar a la otra parte las pulsiones o elucubraciones que despuntan en el fluir de los días, minando los brotes vitales que salen por ley natural del ser sociable que ríe, avivando la animadversión a marchas forzadas, de forma que cada cual hacía su vida como podía, zambulléndose en un exilio atroz.
   Los pilares que lo sustentaban bien podían ser autocomplacencia o una exacerbada autosuficiencia, que funcionase como un robot, auténticas máquinas, ubicados en un perpetuo exilio, como expulsados no ya del paraíso, sino de sí mismos en el mismo refugio, sentado cada uno frente al artefacto televisivo viendo la propia defunción como una crónica anunciada, y lloraban a mares transmitiéndose con sumo esmero las carencias, siendo el único acto comunicativo que realizaban, alejados como estaban del sentir cósmico y las vibraciones humanas, incluso en lo elemental, miradas, caricias o pulsiones, así como con el resto de la comunidad a la que pertenecían, habiéndose dedicado paulatinamente a hundir puentes a todos los niveles.
   La reiteración de los actos les había llevado a un modus vivendi peculiar, formando un corpus mortecino, con roles de pena.
   Se diría que la Isla Negra en la que se alojaba la pareja, era como un viaje en la barca de Caronte, urdido todo con un rotundo contrasentido, porque lo que se guardaba en sus íntimos cofres certificaba el apego sin titubeos al consentido exilio, que si hubiese llegado a oídos de Neruda, aunque estuviese tomando nudistas baños con su amor en aquellas cristalinas y dulces aguas, a buen seguro que habría hecho lo indecible por encender una luz en el túnel mediante oportunas terapias en pro de la comunicación, la  ternura, u otros remedios más selectivos, como la lectura de poemas de amor y canciones desesperadas tales como, "Me gusta cuando callas/ porque estás como ausente/ y me oyes desde lejos/ y mi voz no te toca/. Parece que los ojos/ se te hubieran volado/ y parece que un beso te cerrara la boca"//... tomando jarabes culturales por doquier, que les abriese el apetito de vivir, animándolos a subirse al tren de la vida.
   Luego se supo por la aparición de un artículo en la prensa, que el hombre armado del ático había sido guarda de un parque eólico, viniéndole quizás  de ahí los vientos que exhibía, pero no quedaba ahí la cosa, ya que marcó un hito en la historia reciente de la comarca al descubrirse que era superviviente de los célebres maquis, aquellos guerrilleros que se levantaron en armas contra el mismo Franco, y que se encontraba solo, aislado, olvidado del cielo y de la tierra, no pudiendo pronunciar su nombre acaso por miedo a que lo metiesen en chirona, aunque se explicaba en parte por haber permanecido exiliado en un corral de cabras o caverna por un largo tiempo, moviéndose por las estribaciones de sierra Almijara, alimentándose de los productos del campo sobre todo, bajando algún que otro día festivo vestido de mujer al Acebuchal, y por Jurite, una sierra lejana y solitaria de la jurisdicción guajareña, rica en árboles frutales, como los cerezos, cuya fruta le fascinaba.
   Un día que se presentaba con buenos auspicios, y un horizonte despejado, el maqui se disponía a visitar una zona verde y ecológica de aquella tierra, y según avanzaba dio un mal paso y cayó rodando por un balate, cavando su propia fosa.
   Y retumbaba en el ambiente el eco becqueriano, ¡ Dios mío, qué solos se quedan los muertos!