martes, 23 de mayo de 2017

Ladrón




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   Le hubiese encantado ser considerado desde la infancia un ladrón de atardeceres o de corazones solitarios, convencido que de esa guisa podría cantar victoria, garantizándose la inmortalidad en el mundo artístico, con un futuro halagüeño, y admirado por los próceres en los púlpitos literarios, levantándose insignes efigies y estatuas de alabastro en su honor.
   Y puede que con el tiempo llegase a ser el blanco de todas las miradas, recibiendo parabienes de los más celebrados cenáculos poéticos, moviéndose por excelsos santuarios, y departiendo con la flor y nata del mundo de la ficción, ilustres doctores y premios Nóbel, participando en simposios y privilegiados encuentros, siendo objeto de estudio en sus urdimbres, a fin de desvelar los tabúes que se cobijan tras el entramado creativo, allanando el camino a futuros creadores, sembrando en colegios y universidades para promover entre la juventud tan eximias labores, enganchándola al carro de la creatividad con mayúsculas.
   Sin embargo, el informe psicopedagógico que le habían expedido en el centro médico dejaba mucho que desear, no entraba en sus cálculos, al contravenir totalmente las utopías que alimentaba.
   Desde el momento en que los especialistas redactaron tal dictamen, certificando que era propenso a la cleptomanía, se vino abajo, no había manera de que articulase palabra, y se subía por las paredes, profiriendo duras diatribas contra tan desafortunada conclusión.    
   De pequeño exhalaba ciertas gotitas cleptómanas, por lo que al acabar la clase en el jardín de infancia, la seño le echaba disimuladamente un vistazo a sus pertenencias antes de pisar la calle.
   A veces encontraba pipas o un lápiz ya medio desgastado, descascarillado, que seguramente había sido juguete de algún travieso roedor correteando por los suelos del aula, que se hubiese  descolgado por entre las enredaderas de los vetustos muros. 
   Y fue pasando el tiempo, pero no era consciente en parte de que algo raro le pasaba, que una fuerza centrífuga lo arrastraba hacia lo ajeno.
   Y dándole vueltas en la cabeza a los enigmas y vicisitudes del día a día, no daba con la tecla de sus turbulencias, y en un arranque de cordura quiso recomponer su autoestima y composturas.
   En su fuero interno se movía al filo de lo imposible, pretendiendo desandar lo andado, desaprender lo aprendido, fomentar la deconstrucción, cosas raras a todas luces, como si perteneciese a una secta antipoética de por vida, y hubiese estado reprimiéndose en años anteriores, y consultaba sin descanso los más pintorescos folletos y extrañas informaciones por internet para verificarlo, intentando levantar barricadas contra todo lo que le sonase a preceptivas repeticiones ancestrales.
   Empezó todo desde el día en que sin esperarlo se topó en la lectura con el célebre refranero, al no poder digerir lo que con tanto dogmatismo se ofrece, siendo comúnmente aceptado por el grueso de los parroquianos, las cabezas pensantes del planeta, al considerar al refranero como los pilares sobre los que hay que levantar los edificios de la memoria y del discurrir humano, así como los más variados comportamientos de las criaturas a través de los siglos, presentándolo como dechado de la quintaesencia sapiencial, y que él, tras exhaustivos estudios, había llegado a la conclusión de que todo ello era una creencia boba, una falacia, viéndolo nadar en la más supina obsolescencia, alegando que ya estábamos en el siglo XXI, y era preciso deshacerse de los mugrientos harapos y legañas medievales, urgiendo a cambiar el chip que nos incrustaron al nacer, debiendo actualizar los códices y viejas escrituras de la antigüedad, empezando desde las cavernas, los papiros, la escritura cuneiforme, jeroglífica, etc,., pues ha llovido mucho, y no estamos dispuestos a soportar por más tiempo tan rancias bromas.
   Pero no siempre llueve a gusto de todos, o se hace lo que se quiere. Billetes. Oh, la tentación. Un día un negocio de la ciudad quiso demostrar que marchaba viento en popa, sorprendiendo a propios y extraños por sus locas actuaciones, hasta tal punto que se dignaron echar la casa por la ventana o mejor billetes por debajo de la puerta, y si bien mucha gente que pasaba por allí nunca había entrado para efectuar alguna operación, ahora al ver que salían billetes y más billetes tocantes y sonantes, la llamada de clientela fue fulminante, y empezaron a entrar sin orden ni concierto, porque no siempre la gente entra a un comercio porque le guste el trato agradable de los empleados, sino antes bien por simple interés crematístico o capricho personal, y es ahí donde surge la hipocresía humana.
   Hubo tal afluencia de público por aquellas fechas en la tienda, que era imposible estar al tanto de lo que acontecía en los distintos stands, por lo que en una de esas avalanchas, por aquello de a río revuelto..., el ladrón, en un descuido de los vigilantes, arrasó con todo lo que había en la caja, aplicando el refrán.
   El ladrón, desdiciéndose de lo que anteriormente conjeturaba, puso en práctica el proverbio de toda la vida, la ocasión la pintan calva, pero llevó a cabo tan nerviosa y atropelladamente la operación que confundió el carrito de la compra que llevaba con el contenedor que había al lado, depositando equivocadamente en él los fajos de billetes. Al poco pasaron los basureros con el camión, llevándose los contenedores y todo lo robado.
   Mas como las huellas del ladrón aparecían grabadas en el carrito de la compra, y a su vez las cámaras lo habían registrado, se lo llevó la policía a comisaría como presunto ladrón, el día 13 de mayo del 2013.
   Su ex, que andaba pleiteando con él para que le pasase una cuota justa para la manutención de los tres retoños que tenían en común, se enteró por los vecinos de que su ex vino a caer en lo más grotesco que vieron los siglos, demostrando su torpeza, pensaba ella, no sólo al hacer el amor, sino en las transacciones bursátiles, quedando compuesto y sin novia, dando con los huesos en la cárcel, siendo condenado a 30 años y un día de reclusión mayor en el presidio más seguro del país.
   Al cabo de uno meses de permanencia en la cárcel de máxima seguridad, logró fugarse en una noche de luna llena y mar en calma, acaso rememorando su ilusión de ladrón de atardeceres, y a buen seguro que impulsado por los rojos efluvios de la luna y su idiosincrasia, y no conforme con ello, como la cabra tira al monte, siguió entrando furtivamente en las casas del barrio, y de vez en cuando encontraba alguna que otra sorpresa, aparte de joyas y otros objetos de valor, a alguien que se tenía por un hombre de bien, gozando de una inmejorable estima, que poseía en los aposentos íntimos pornografía infantil.
   Y sin quererlo, él, que quiso un tiempo abolir el refranero, cuando murió inscribieron en su tumba el epitafio, Al ladrón, al ladrón,...