martes, 31 de marzo de 2009

Oleaje en la piscina




La piscina zarandea el agua airosa
Despertando
los instintos del nadador,
Él replica autárquico y retador
Con un abrimiento de boca gansa;

Su fantasía vuela alrededor
Del recinto en busca de dulce fruta,
La gran manzana que ella tanto chupa
De Tántalo y muerde cual monitor;

Descubre ella ardiente desde la orilla
La erótica convulsión de los cuerpos
Esbeltos, tersos partiéndose los pechos,

Mientras miro el rostro rosa que brilla
En ella, encendido por una cerilla,
y el cigarro, embebida en la lectura

Del libro “Seda”, que lo enciende y apura.
Mas en primavera el sañudo Orestes
Vengó el talento secando las nubes.

viernes, 13 de marzo de 2009

EL PAPEL CREADOR DE LA PALABRA


INVITACIÓN.
“Un vaso de vino entre las flores;
Bebo solo, sin un amig@ que me acompañe;
Levanto el vaso e invito a la luna;
Con ella y mi sombra seremos tres”.
Li Po

HIJOS DEL SOL Y DEL MAR
THOMAS MANN. (Lübeck, 6 de junio de 1875 - † Zúrich, 12 de agosto de 1955). Escritor alemán, nacionalizado estadounidense, uno de los escritores más importantes de su generación, de quien se dijo que fue el último gran novelista del siglo XIX. Mann es recordado por el profundo análisis crítico que desarrolló acerca del alma europea y alemana en la primera mitad del siglo XX. Para ello tomó como referencias principales a la Biblia y las ideas de Goethe, Freud, Nietzsche y Schopenhauer.
Fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura en 1929.
Hijo de una acaudalada familia de comerciantes, nació en Lübeck, Alemania, en 1875. Tras estudiar en un instituto de dicha ciudad, marchó con su familia a Munich, en cuya universidad, preparándose para ser periodista, estudió historia, economía, historia del arte y literatura. Comenzó su carrera como escritor escribiendo para Simplicissimus. La primera historia de Mann, «El pequeño señor Friedemann» (Der Kleine Herr Friedemann) se publicó en 1898. Vivió en Munich desde 1891 hasta 1933, con excepción de un año que pasó en Palestrina, Italia, con su hermano mayor, el también novelista Heinrich; allí empezó la redacción de su primera gran obra, la novela Los Buddenbrook, descripción de la decadencia de una familia burguesa. En esta etapa inicial de su obra centró la atención en la conflictiva relación entre el arte y la vida, que abordó en Tonio Kröger, Tristán y La Muerte en Venecia, y culminaría posteriormente con Doctor Faustus. En La muerte en Venecia describe las vivencias de un escritor en una Venecia asolada por el cólera; dicha obra supone la culminación de las ideas estéticas del autor, que elaboró una peculiar psicología del artista.
En 1905, contrajo matrimonio con Katia Pringsheim, hija de una prominente familia de intelectuales de origen judío. Los Mann tuvieron seis hijos: Erika, Klaus, Golo, Monika, Elisabeth y Michael, todos los cuales llegarían a convertirse en figuras artísticas por derecho propio.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, Mann defendió el nacionalismo alemán; al final de la contienda, sin embargo, su ideología evolucionó y se convirtió en ferviente defensor de los valores democráticos. Testimonio de esta evolución es la novela La montaña mágica, que transcurre en un sanatorio para tuberculosos y constituye una transposición novelada de los debates políticos y filosóficos de la época. En 1929 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura.
Con la llegada de Hitler al poder en 1933, se exilió en Suiza hasta 1938, año en que se trasladó a Estados Unidos, donde fijó su residencia durante la Segunda Guerra Mundial. Sus obras de esta época están repletas de alusiones bíblicas y mitológicas: en la tetralogía José y sus hermanos reinterpretó la historia bíblica para indagar en los orígenes de la cultura occidental, y en Doktor Faustus, que presenta la historia de un músico que vende su alma al diablo, trató de establecer las causas psicológicas que hicieron posible el nazismo. En Confesiones de Félix Krull, su última novela, recuperó la ironía acerca de la naturaleza del ser humano que había caracterizado muchas de sus obras precedentes. Murió en Zúrich en 1955.
Mann fue laureado con el Premio Nobel principalmente en reconocimiento a la inmensa popularidad que cosechó tras la publicación de Los Buddenbrook (1901), La montaña mágica (1924), así como por sus numerosos relatos breves.
Basada en la propia familia de Mann, la novela Los Buddenbrook (en algunos de cuyos pasajes el autor utiliza el llamado bajo alemán, hablado en el norte del país) narra el declive de una familia de comerciantes de Lübeck, a lo largo de tres generaciones. La montaña mágica (Der Zauberberg, 1924), por su parte, cuenta la historia de un estudiante de ingeniería que planea visitar a un primo enfermo en un sanatorio suizo con objeto de hacerle compañía por espacio de tres semanas, que finalmente se transforman en siete años. Durante este tiempo el protagonista, Hans Castorp, pondrá en oposición a la medicina y su particular punto de vista sobre la fisiología humana, se enamorará y trabará relación con multitud de interesantes personajes, cada uno con sus particular forma de ser e ideología política. A través de todo ello, Mann hace repaso de la civilización europea contemporánea.
Novelas posteriores: Carlota en Weimar (1939), en la cual Mann regresa al mundo retratado por Goethe en Las desventuras del joven Werther (1774). En Doktor Faustus (1947), el autor toma como referentes la antigua leyenda alemana de Fausto, así como sus distintas versiones (Christopher Marlowe, Goethe), además de varios elementos de las vidas y obra de Nietzsche, Beethoven y Arnold Schönberg. La novela narra la historia del compositor Adrian Leverkühn, quien pacta con el diablo para alcanzar la gloria artística. En esta novela, Mann, como hemos visto, a través de la trágica figura de su protagonista, traza un depurado diseño de la corrupción de la cultura alemana de su tiempo, que acabaría desembocando en los horrores de la Segunda Guerra Mundial.
Otra novela importante es Las confesiones del estafador Felix Krull (1954), que quedó inconclusa a la muerte del escritor.
También obra fundamental es la mencionada tetralogía José y sus hermanos (Joseph und seine Brüder, 1933–1942), una imaginativa versión de la historia bíblica de José, relatada en los capítulos 37 a 50 del Libro del Génesis. El primer volumen cuenta el establecimiento de la familia de Jacob, el padre de José. El segundo relata la vida del joven José, que aún no ha recibido los grandes dotes que le esperan, y su enemistad con sus diez hermanos, los cuales acaban traicionándolo y vendiéndolo como esclavo a Egipto. En el tercer tomo José se convierte en mayordomo de Putifar, pero acaba encarcelado al rechazar las insinuaciones de la esposa de su benefactor. El último libro muestra al maduro José en el cargo de administrador de los graneros de Egipto. El hambre atrae a los hermanos de José a este país, y José organiza hábilmente una escena para darse a conocer a aquellos. Al final, la reconciliación reúne de nuevo a toda la familia.
Los diarios personales de Mann, hechos públicos en 1975, revelan su lucha interna contra una homosexualidad siempre latente, la cual halló reflejo en sus libros, muy señaladamente en su conocida obra Muerte en Venecia, en la que el envejecido protagonista se enamora de un muchacho de 14 años llamado Tadzio. En el libro de Gilbert Adair The Real Tadzio, se describe cómo, en el verano de 1911, Mann se alojó en el Grand Hôtel des Bains de Venecia con su mujer y un hermano, sintiéndose atraído por un angelical niño polaco de 11 años, llamado Władysław Moes.
Considerado un clásico de la literatura homosexual, Muerte en Venecia ha sido versioneado en una película y una ópera. Un detractor del escritor, Alfred Kerr, se refirió sarcásticamente a la novela, ya que «hacía de la pederastia algo disculpable si era ejercida por las cultivadas clases medias». El propio Mann describió una vez sus sentimientos por el joven violinista Paul Ehrenberg como «la experiencia central de mi corazón». Sin embargo, como muchos otros homosexuales de su época, Mann eligió casarse y tener familia. Sus obras también presentan otros temas sexuales, como el incesto, en la obra El santo pecador.
La influencia de Nietzsche en Mann es fácilmente detectable a lo largo de toda su obra, especialmente en lo referente a las ideas de Nietzsche sobre la decadencia y las relaciones entre enfermedad y creatividad. Las dos primeras contribuirían a remediar la osificación a que había llegado la tradicional civilización de occidente. De esta manera, la "superación" a que alude Mann en la introducción de La montaña mágica y la apertura a un mundo nuevo de posibilidades que se abren ante su protagonista, el joven Hans Castorp, se producen en un contexto, en efecto, de enfermedad, como es un sanatorio de montaña.
Su trabajo es el registro de una conciencia vitalista abierta a múltiples posibilidades, es decir, que expone muy bien las tensiones inherentes a la más o menos fructífera contemplación de dichas posibilidades. Él mismo lo resumió del siguiente modo, con motivo de la concesión del Premio Nobel: «El valor y la significación de mi trabajo han de dejarse al juicio de la historia; para mí no tienen otro sentido que una vida conducida conscientemente, es decir, concienzudamente.
Una buena forma de hacer frente, en estas tardes caniculares, a las altas temperaturas y al hastío agosteño sería una escapada por las estribaciones estéticas de TM en La montaña mágica:
“Se hallaba en un parque, situado bajo el balcón, en el cual se encontraba sin duda de pie. Un vasto parque de un verdor lujuriante, con árboles llenos de hojas, olmos, plátanos, hayas, abedules, ligeramente en la coloración de sus hojas frescas, lustrosas, y cuyas cimas se hallaban agitadas por un ligero murmullo. Un aire delicioso, húmedo, embalsamado por los árboles, murmuraba. Pasó un vaho caliente de lluvia, pero la lluvia estaba iluminada por las trasparencias. Se veía muy alto en el cielo el aire que brillaba lleno de gotitas de agua. ¡Qué bello era todo eso! ¡Oh, soplo del suelo natal, plenitud de la tierra baja, después de una privación tan larga! El aire estaba lleno de cantos de pájaros, lleno de silbidos aflautados, de gorjeos y de sollozos de un dulce y grácil fervor, sin que un solo pájaro fuese visible. Hans Castorp sonrió, respirando con agradecimiento. Y todo se iba haciendo más bello. Un arco iris se tendía oblicuamente por encima del paisaje, un arco completo y nítido, de un esplendor puro, de un resplandor húmedo, con todos sus colores que, untuosos como aceite, resbalaban sobre el verdor espeso y reluciente. Era como una especie de música, como un sonido de arpas mezclado con flautas y violines. El azul y el violeta, sobre todo, resbalaban maravillosamente. Todo se fundía y se partía de un modo mágico, se metamorfeaba sin cesar, siempre más bellamente y de un modo más nuevo. Era como el día, hacía ya muchos años, en que Hans Castorp fue a oír a un cantante famoso en el mundo entero, un tenor italiano cuya garganta vertía en el corazón de los hombres el consuelo de un arte lleno de gracia. Había atacado una nota aguda que fue bella desde el principio. Pero, poco a poco, de instante en instante, esa armonía apasionada se había ampliado, dilatado y desenvuelto, se había iluminado con una luz cada vez más resplandeciente. Uno a uno, los velos que primeramente no había percibido cayeron, había todavía uno que iba a terminar por descubrir la luz suprema y la más pura, y luego aún otro velo, y luego otro, excelso, que, dejaba aparecer una profusión deslumbrante de esplendores bañados en lágrimas, y un sordo rumor resonó entonces como una objeción o una contradicción, elevándose de aquella multitud, y el joven Hans Castorp se sintió sacudido por los sollozos. El azul lo invadía todo…Los velos límpidos de la lluvia caían: aparecía un mar, era el mar del sur, de un azul profundo, y saturado, brillante de luces de plata; una bahía maravillosa, abierta en una costa de una pendiente ligera, medio cercada de cadenas de montazñas de un azul cada vez más mate, sembrada de islas, donde surgían palmeras, y sobre las cuales se veían lucir pequeñas casas blancas entre bosques de cipreses. ¡Oh, oh, basta! No merecía todo aquello. ¡Qué beatitud de luz, qué profunda pureza del cielo, qué frescura de agua soleada! Hans Castorp no había visto jamás aquello ni nada semejante. Había visto rápidamente algo del Mediodía con motivo de breves viajes de vacaciones. Conocía el mar salvaje, el mar tétrico, y se hallaba unido a él por sentimientos pueriles y vagos, pero no había llegado jamás hasta el Mediterráneo, hasta Nápoles, hasta Sicilia o hasta Grecia, por ejemplo. Sin embargo se acordaba. Sí, cosa extraña, volvía a ver, reconocía todo aquello. “Sí, sí, es eso”. Exclamó una voz en él. Como si hubiese llevado consigo y sin saberlo desde siempre ese bienaventurado azul soleado, como escondiéndoselo a sí mismo. Y “ese desde siempre” era vasto, infinitamente vasto como el mar abierto a su izquierda, allí donde el ciclo lo teñía de un matiz violeta tierno.
El horizonte era alto, la extensión parecía subir, lo que procedía de que Hans Castorp veía el golfo desde arriba, desde cierta altura. Las montañas avanzaban en promontorio, coronadas de selvas, entraban en el mar, retrocedían en semicírculo, desde el centro del paisaje hasta el lugar en que él se hallaba sentado. Era una altura rocosa, con escalones de piedra caldeados por el sol. Delante de él, la ribera descendía musgosa y pedregosa, cubierta de malezas, hasta la arena donde los guijarros formaban, entre los juncos de azules bayas, pequeños puertos y pequeños lagos. Y esa comarca soleada, y esas altas riberas de acceso fácil, y esas charcas rientes, rodeadas de rocas, lo mismo que el mar cubierto de islas y de barcas que iban y venían, todo estaba poblado. Hombres, hijos del sol y del mar, se movían y reposaban, alegres y tranquilos; una bella y joven humanidad, a cuya vista el corazón de Hans Castorp se dilataba dolorosamente pleno de amor.
Jóvenes adolescentes luchaban con caballos, corrían al lado de los animales, que relinchaban y sacudían la cabeza, o bien los montaban sin silla, batiendo los talones desnudos contra los flancos de sus monturas, empujándolos hacia el mar”.
PROPUESTA DE TRABAJO: ESCRIBIR UN RELATO SOBRE LA VISITA A UN AMIGO, UN LUGAR.

lunes, 9 de marzo de 2009

Cuando quema la mejilla


Al son de la marcha nupcial se citó conspicuamente con ella a través de los ojos de la computer, que daba fe de la ceremonia y gravaba las bromitas, los jocosos guiños de la sesión del día y las claves de la cita. En el acto de consentimiento al amado -las prisas no son buenas- de manera apresurada, con la ropa de andar por casa y en chanclas, se acercó al bolso que se hallaba en frente e introdujo algo atropelladamente, como buena previsora, con idea de que no le fallara la memoria en el momento justo de echarse a la calle para presentarse en el sitio convenido. Desde la infancia había oído de los mayores frases como, hombre prevenido vale por dos. Así que, como el que no hace la cosa, buscaba y cogía algunos utensilios que circulaban con más insistencia por la mente, y para no echarlos en falta cuando los necesitase, pues manos a la obra, con las mismas y la premura y la poca luz de la habitación confundió el Ars amandi de Ovidio con el breviario de rezos cotidianos y el rosario de plata que guardaba en las pastas del libro, regalo de la madrina del sacramento del bautismo, e introdujo los dos últimos con todo sigilo en el interior del bolso, dejando para otra ocasión más placentera el escapulario de la Virgen de los Gozos, que colgaba de la cabecera de la cama.
Los primeros pasos, como suele ser en tales arranques, fueron a tientas, cabalgando al albur del caballo de Tántalo, dando por hecho que la suerte ya estaba echada a su favor. Lo que no dejó de ser un craso error. Elucubraba Ramiro con la realización de envidiables gestas jamás imaginadas, salvando las distancias de los héroes inmortales de la antigüedad grecolatina, sus aventuras, avatares y celebérrimas proezas.
Se decoró Ramiro a conciencia el cerebro a base de suntuosos muebles tallados con mil filigranas, iconos y símbolos labrados en maderas nobles, que despertasen la libido, generando ambrosías, el néctar de los dioses, y propiciara un sugestivo ambiente de sensualidad único, inconmensurable.
Tales anhelos satisfarían con creces, y de manera milagrosa, el culmen rijoso de su vida. ¡Qué suerte!, musitó Ramón, dando muestras de cansancio y perdiendo el equilibrio. Tras cruzar una áspera alfombra desértica, vislumbró abundante luz en lontananza, y se veía feliz acariciando entre sus manos tan ameno y brillante amanecer.
Las circunstancias y el entorno más íntimo dieron un vuelco, empezando a cambiar de la noche a la mañana. Se consideraba un privilegiado atleta batiendo los récord de las distintas olimpíadas a través de los siglos. Percibía que las aves se inclinaban y le sonreían al pasar; notaba que algo raro estaba ocurriendo en su deambular por los vericuetos de la existencia. Durante la primavera, los días se alargan, el sol sale cada día un poco antes y se pone un poco más tarde, siendo la noche más corta y el día más largo.
La palabra primavera se asocia al concepto de vida, juventud, sol, aire y a todo lo que ofrece colorido. Ello abona la proliferación de flores multicolores, que pueblan los campos. Se identifica con el período en que los seres exhiben su lado bueno, de esplendor, mayor vigor, hermosura y frescura. Se estiran y desperezan los días como el can cuando despierta de un profundo sueño. Crece la ternura, y el cariño achucha con valentía y condescendencia a las primeras pulsiones, acaso por contagio de la madre natura, y riega las zonas hurañas y las más sensibles del cuerpo con lágrimas de alegría, y un surtidor de embriagadores aromas horada la morada por sorpresa, expandiéndose por los rincones de la casa. Todo un mundo embrujado por el perfume de las flores.
La ciega devoción a Dios, motor del amor, ponía en funcionamiento el engranaje de su maquinaria, de la psique de Virtu, echando a andar sin reparos por la senda bendecida -remedando vivencias del Papa en la plaza de San Pedro ante la expectante grey allí reunida -; en primer lugar, imbuida por inhalaciones místicas, y a continuación pidiendo con ahínco al Todopoderoso la venia paterna de sus actos, orando sin desmayo y dándose golpes por las faltas cometidas, pero siempre decidida a entregarse por amor, y lo más probable será y así lo suplicaría autocomplaciente, que descendiese de la diestra del Padre, que está en los cielos –o tal vez en la computer, vaya usted a saber-.
Las esencias del incienso desarrollaban su labor, y progresaban con visos de aplomo y armonía, exhalando síntomas ornados de parabienes, de dones cuajados de sana energía lista para fulminar intrigas y amarguras, que pudieran germinar casi por generación espontánea, con las copiosas lluvias caídas en el siempre delicado caos de Cupido.
Ya iba siendo hora de que se le despejara a Ramón el gris y rebelde horizonte. Los hilachos de las tinieblas se iban chamuscando en la hoguera ante el arrojo de los rayos del sol naciente. Ya está bien, sentenciaba entre dientes, bastante alterado. Y todo ello zarandeado por los volátiles impulsos de Virtu, conectados a lo sobrenatural, cual emanaciones espirituales sólidas, petrificadas, resistentes a los huracanes y las acciones mefistofélicas de cualquier traidor, esperando con plenas garantías la pronta consumación de la cita amorosa, como dictan los cánones divinos y sobre todo el sentido común, y qué duda cabe, porque lo requería el guión, la trama planeada desde el inicio del menú de la computer, con la suficiente antelación y comprobados los prolegómenos compartidos en privado.
Se trataba de construir un nido de amor, un núcleo seguro, una torre inexpugnable que, ni los más avezados diablos podrían erosionar y menos aún ensuciarlo, manteniéndose incólume, albo, como recortes de pan ácimo de hostia. Y desembocaría a la postre en el nudo de la historia, con las reflexiones pertinentes llevadas a cabo mutuamente a puerta cerrada en su oportuno momento, o a solas en la alcoba cada uno por su lado, o a la vera de la sacristía, en el umbral del altar, antes de consagrar el sacramento del matrimonio.
Ello, sin duda alguna, se incardinaba en los estudios teológicos aprovechados al máximo por Virtu para nutrir su currículo, realizados a través de cursos posdoctorales, donde se exigía un perfil acorde con las dificultades que entrañaba su aprendizaje, debiendo profundizar en las principales materias de Humanidades, que más adelante le servirían como un reclamo profesional atractivo, o para futuras empresas más ambiciosas, en las cuales, por avatares del destino, podría verse involucrada, ora por responsabilidad laboral, ora por vocación divina.
Y tuvo Virtu la fortuna de ser elegida precisamente por su altura de miras –nunca cosa alguna cuadró tanto-, y por consiguiente se le catalogó por el jurado eclesiástico como la más idónea para deshacer entuertos de esta índole. Sobre todo, desprotegidos o aquellas criaturas de precaria formación religiosa, siendo ellos los más beneficiados. Ella regentaba sus andanzas, los tenía a su cargo, bien en la enseñanza privada, o mediante cursillos acelerados auspiciados por las autoridades de la diócesis a fin de iluminar las oscuras lagunas de la doctrina cristiana.
Las verdades eternas refulgirían con luz propia a la hora de insertar la pareja en el día a día, teniendo en cuenta el hondo conocimiento de Virtu, sobre todo el del más allá, que era lo trascendental, la eternidad, pues, la vida en la tierra, pensaba, es tan breve, que casi no merece la pena ni mirarla.
En teoría, la vida de Ramón podría engendrar halagüeñas primaveras, nuevos rumbos preñados de luz; días llenos de vida, de alegría completa, de verse divirtiéndose en la feria de sus sentimientos como un enano, con ilusión de adolescente, o visitando preciosos parajes lejanos. Y más si cabe, teniendo tan próxima la primavera, que aporreaba la puerta cargada de racimos de sonrisas y sorpresas, mostrando sus alegres uvas y pezones por la celosía de la ventana, entreabierta y algo destartalada por las tormentas y los tornados del gélido invierno.
La ocasión la pintan calva, pensaba Ramón, pero los crueles elementos de la computer, los desagradables desamparos le golpearon furiosos y le subvirtieron los intereses. Ella, invocando al Todopoderoso, confesó, me equivoqué de galán, lo indicó mirando al cielo, rememorando citas bíblicas como, Memento homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris, recuerda, hombre, que eres polvo...
Su príncipe azul, el que guardaba en la manga, no había llegado por mor de los enredos tecnológicos, maquinando un juego macabro de suplantación de personalidad. Ésas fueron sus palabras, palabra de Dios. Los malvados trasgos –quizá seres de carne y hueso y sin escrúpulos, que manejan los hilos de las ingenuas conciencias, en hipócritas y aquiescentes cortocircuitos- que pululan ocultos por las venas de Internet y se plantan con un morro que se lo pisan en la pantalla, y santos cielos, a veces hacen de las suyas. Cuando quema la mejilla, se vuelve negra la mañana, y la hecatombe se desploma sobre el envenenado corazón.
Ramón no perseguía la fama, ni aspiraba a emular la gloria de ilustres seductores, los otrora casanova, mañara, bradomín, ni muchísimo menos; mas la recompensa a su acaso osado desvarío, le obligaba a morder el polvo, habiendo tocado con los dedos el paraíso, otros derroteros, si no sublimes, al menos subliminales, en consonancia con la esperanza de recibir una gracia, una dádiva y echarlo por encima de todo en una de las más lujosas suites con vistas al mar, caiga quien caiga, con todas las consecuencias, conforme a lo pactado en el secreto del sumario, tomando las debidas precauciones, llámese secuelas, contagios. Tras dos o tres sacudidas de cabecita loca Virtu volvió en sí y recapacitó tras la inicial debacle emocional. Se atusó el pelo. Se fue aderezando, recomponiendo. Reestructuró la compostura rota, intentando desligarse de la nefasta profecía que tal vez hubiese sido coreada por los graznidos de una siniestra bandada de pájaros, y que se podía leer en la vidriosa mirada de Virtu, ebria por licuadas ensoñaciones sobrenaturales, y pretendía plasmarla, dándole la vuelta al calcetín, en un cuadro donde estuvieran representados, el amado, un verde prado, la cristalina fuente a la sombra de una reverdecida alameda con místicos efluvios fluyendo del regazo del Señor.
El espíritu de Virtu echó un trago de éxtasis teresiano, sumido entre las cacerolas de la cita, en el estadio de levitación en que se movía. Pareciera que el vaso rebosara, al igual que el día en que se citó, y se hubiera contaminado de un aire angelical, clavados los ojos en los cielos del Creador. Su pensamiento trasmutado vomitaba lenguas de fuego por los ojos y poco a poco se fueron rellenando de supersticiosos excrementos, vacuos, y de una ventosidad infumable, que anegaba el cosmos en un tétrico sopor.
Virtu, posándose en la tierra, alegó que se equivocaba la paloma del espíritu santo, creyendo que iba al norte del príncipe azul, iba al sur de la miseria e intentaba repellarlo con el cemento de su doble cara dura. Una equivocación –sic dixit-; hubo por medio un sucio y activo muñidor, sería el tercero en discordia, -¿el príncipe azul?- que hubiese trucado las imágenes de la webcam mediante engaños o subterfugios inconfesables de hacker, o de una mano negra; pero se sentía segura y lo tenía todo muy claro, Ramón no era su pimpollo en la flor de los veinte; que las fuerzas del mal la habían arrojado a los infiernos, asfixiando sus más nobles e íntimos suspiros amorosos.
Se abrazó a su cruz, el rosario y el breviario, encaminando los pasos a la santa casa del Padre a penar y llorar su pena, rezando los rutinarios padres nuestros de rigor como arrepentimiento por las banalidades y torbellinos suicidas cometidos en la red.
Esperando del Todo Misericordioso que la próxima vez no sea ella la que caiga por los acantilados de la incongruencia.
Ramón saboreó el aroma de la fruta, pero no halló ni rastro de ella… al morder el nombre.
Las malas artes celestinescas le abortaron de improviso los tiernos tallos que despuntaban en el taller de los sueños, la vida, como a un vil y desahuciado tántalo, quedando tan sólo sutiles hilillos de esperanza.
Nunca pretendió Ramón volar tan alto en lo divino, en lo humano y menos en lo mitológico. La realidad supera la ficción.



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Noches de abril





En una noche clara de primavera –una de estas noches cálidas en las que no se aguanta más la reclusión del invierno – Antonio y sus amigos salieron de la residencia donde se hospedaban. Después de tantos días de vigilia encerrados entre cuatro paredes, sumidos en conseguir créditos académicos, con el alma en vilo por acceder a un puesto acorde con su altura de miras, necesitaban darse un respiro y por eso apartar el sueño de un paradisíaco porvenir.

Casi sin tiempo para reflexionar, se vieron impulsados por una misteriosa energía, unos efluvios tentaculares de luna lúbrica que, dando cara llena el astro en todo su esplendor, invaden los recovecos del cuerpo humano y potencian la entereza del navegante en la lasciva travesía.

Algo extraño se instaló en sus mentes aquella noche, como un reto ya tatuado en la mirada y que, rompiendo la fría coraza que les cubría, enciende el corazón y libera, incontenible, la vitalidad que bulle rabiosa en los obstruidos instintos.

Generosa, Dulce –una núbil, libre y tolerante –, ha acudido a la cita masticando su inagotable chicle.

De pie a la entrada de la habitación, sus dientes menudos y la laca del cabello refulgen dentro del conjunto blanco del entorno: la cama, las sábanas, el juego de toallas, las flores, todo huele a blanco, a fragancia virginal, igual que el camisón de ligera batista, ceñido y fino hasta la transparencia, como de novia, que se ajusta a la cintura con suave lazo sobre frunces elásticos, dejando que los senos se asomen y trasluzcan su rosa carnación. En la pelvis, el diminuto amasijo negro, triangular, como bicho dormido…

Azules son las cortinas y la alfombra roja, pero los sillones, un pañuelo y el empapelado son blancos. Un perfume a mar impregna la brisa de abril, entreverado con el tarareo de una melodía: ”Cuando fuiste novia mía, por la primavera blanca, los cascos de…cuatro sollozos de plata”. Y como ramo primaveral recién cortado, el regazo de Dulce destila un fresco aroma de flores silvestres.

Brotes de vida exhalan los volantes del vestido. Los labios encarnados, el pelo suelto ahora, permanece sentada en la butaca blanca, las piernas abiertas, con un espejo de invento en la frente, adicta a las pautas de Antonio; con el pecho rebosante en la blusa semiabierta de donde, por mor de alérgicos polvillos flotantes – flujo ambiental –, al menor estornudo se puede soltar sin pedirlo.

Llegan los compañeros de Antonio. Dulce, confiada, acepta complacer a su amigo acatando sus veleidades rijosas, queriendo sostener su reputación de chica buena. En el fuego de la hoguera, lo concupiscente chisporrotea en las sienes de Antonio, excluyendo todo lo ajeno, atropellando su fantasía. Lucas y sus acompañantes, devotos de la pasión, se entregan a sus dictámenes cual viles esbirros, compenetrados con los fantasmas del anfitrión bailando en sus laberintos, del más soso al más sofisticado.
Se respira cierta convulsión en el ambiente, que se va a posar en el semblante de Dulce, acaso por verse envueltos todos en un mundo aún prematuro.

Con andar incierto en pos de aventuras, pisando alfombras libertarias siguieron la ruta, enredados en fantasías de ensueño. Estudiantes y buenos compañeros, Antonio, Eufrasio y Lucas, atenazados por el pasado, libraban su gran batalla con los convidados de piedra que son esos hábitos que atan tanto, hasta cortar el obsoleto vínculo y ser uno mismo.

En las noches de plenilunio, un cielo cándido y amodorrado les hurtaba los desbordamientos vehementes; periplos en que las lumbres bucean océanos de enigmas, y levantan oleajes de risa loca que antes jamás soñaron. Ecos cálidos que resucitan la nave del olvido.

Aquel fin de semana, como agua de mayo les bendijo tal advenimiento. Un brindis de primavera a sus vidas, dando la espalda a cobardes inhibiciones. Y soterrando rémoras, escalaron cimas sinceras, con paso resuelto, vueltos los ojos a un ameno amanecer.

lunes, 2 de marzo de 2009

El papel creador de la palabra



LA SUAVIDAD QUE POSEES.

Shakespeare, fue un hombre de teatro en el sentido moderno, con el afán de superar la dura prueba de los escenarios; se sentía sobre todo productor y director teatral, además de actor, aunque en papeles menores. Sin embargo no se tenía por hombre de letras; no poseía una formación académica y es posible que en su juventud ejerciera distintos oficios. La falta de preparación clásica, acaso, le permitió saltarse las normas fundamentales del teatro: la regla de las tres unidades, el respeto de la unidad de tiempo (24 horas), el lugar y la acción; debido a esa libertad, creó las mayores obras del teatro moderno.
Hay tres maneras de aproximación a Shkespeare: la del historiador, la del crítico literario y la de directos teatral. El primero intenta situarlo en su época y ambiente, para qué tipo de público escribía, llegando a la conclusión de que lo hizo para la corte y para la plebe. El crítico literario se preocupa del lenguaje figurado, las metáforas, el estilo, y a través de él busca desentrañar al dramaturgo, al poeta y al hombre. Pero tal vez lo que interese más al público sea la labor del director de teatro. Su producción se puede dividir en cuatro fases. Las primeras tragedias, como Tito Andrónico, de corte clasicista (recuerda a Séneca), con abundantes asesinatos en escena; la segunda fase, que se caracteriza por las comedias, como Sueño de una noche de verano, y tragedias, como Romeo y Julieta. En la tercera fase, con Macbeth y Hamlet, se desarrolló la tragedia “cerrada”, representado el castigo del culpable. En la cuarta fase, prefiere la tragedia “abierta”, introduciendo el concepto del perdón o reconciliación, como La tempestad, en la que parece una despedida del autor de la vida y del teatro del mundo. Las vidas paralelas de Plutarco le sirvió de inspiración para la obra, Julio César, y Antonio y Cleopatra. Asimismo la narrativa italiana (Bandello y Cinzio) influyó en la génesis del drama “Otelo”.
El Renacimiento y el Barroco son las edades europeas del soneto. Descendiendo de Dante, de los stilnovistas y de Petrarca, el soneto se convierte en lo preceptivo, en el molde propicio de la poesía lírica europea de la época. El soneto implicaba modernidad y clasicismo a un tiempo. Un espíritu refinado que se impregna intencionadamente de tópicos egregios y de metáforas magistrales. Se preocupan de la concepción del amor y del estilo. Aldana, Boscán, Garcilaso, Herrera, Ronsard, Du Bellay, John Lyly y Shakespeare, cuyos sonetos constan de tres cuartetos y un pareado final, en lugar de dos cuartetos y dos tercetos del soneto clásico, fechos al itálico modo.
Los sonetos de Shakespeare son como un devocionario de amor, un libro de momentos felices, donde hay parte de pasión física y parte de platonismo, así como gran cantidad de citas librescas, como en toda egregia literatura. Diversos instantes de la pasión amorosa, desde el deseo de que la persona amada consiga descendencia, para que su belleza perdure en el tiempo, lllla lucha contra el tiempo la zozobra de celos, que destruyen el amor.
Manuel Múgica Láinez (Buenos Aires, 1910) ha reconocido su preferencia por los sonetos de shakespeare, como el que viene a continuación:

¿A un día de verano compararte?
Más hermosura y suavidad posees.
Tiembla el brote de mayo bajo el viento
y el estío no dura casi nada.

A veces demasiado brilla el ojo solar.
y otras su tez de oro se apaga;
toda belleza alguna vez declina,
ajada por la suerte o por el tiempo.

Pero eterno será el verano tuyo.
No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos,

cuando crezcas en versos inmortales.
Vivirás mientras alguien vea y sienta
y esto pueda vivir y te dé vida.

POEMA DE RONSARD

¿Qué decís y qué hacéis, niña mía?¿En qué soñáis?

¿Pensáis acaso en mí?¿Acaso no os preocupa mi desmayo,

y este penar por vos que me envenena?

Por vuestro amor mi corazón se agita

y ante mis ojos yo os veo sin cesar,

ausente os escucho y aun os oigo,

y sólo vuestro amor suena en mi pensamiento.

Siempre están vuestros ojos,

vuestras gracias y encantos en mí grabadas

y también los lugares donde os viera danzar,

leer y hablar. Os tengo como mía,

y si yo no soy mío,vos sois la sola

que en mi pecho respira, mi ojo,

mi sangre, mi desgracia y mi bien.


POEMA DE DU BELLAY

La noche me es breve.

La noche me es breve y dura mucho el día;

huyo del amor, mas la pista le sigo;

me sois cruel, y vuestra gracia pido,

y placer me da el tormento que sufro.

Veo mi bien, pero mi mal procuro;

me inflama el deseo, mas el temor me hiela;

quiero correr, pero nunca me muevo;

lo oscuro me es claro, pero la luz oscura.

Vuestro soy, y no puedo ser mío;

mi cuerpo es libre, mas con estrecho lazos

siento mi corazón en prisión retenido.

Quiero obtener, y requerir no puedo;

así me hiere, sin quererme sanarun niño ciego,

viejo arquero desnudo.

Soneto XXVI

Déjame confesar que somos dos
Aunque es indivisible el amor nuestro,
Así las manchas que conmigo quedan
He de llevar yo solo sin tu ayuda.
No hay más que un sentimiento en nuestro amor
Si bien un hado adverso nos separa,
Que si el objeto de amor no altera,
Dulces horas le roba a su delicia.
No podré desde hoy reconocerte
Para que así mis faltas no te humillen,
Ni podrá tu bondad honrarme en público
Sin despojar la honra de tu nombre.
Mas no lo hagas, pues te quiero tanto
Que si es mío tu amor, mía es tu fama.

PROPUESTA:
ESCRIBIR UN POEMA O UNA HISTORIA.