jueves, 28 de marzo de 2019

Leyendo un libro

Resultado de imagen de braga del cuello


   
                                 

                                 
   Estaba Valerio leyendo un libro y empezó a estornudar. Tortícolis, mialgia o quién sabe qué demonios de bacteria lo traía por la calle de la amargura sacándolo de quicio, al toser como un verraco interpretando sin querer una macabra pieza musical, desencadenando todo un carrusel de carraspeos inflados a más no poder, corriendo el riesgo de quedarse sin voz de por vida.
   De nada servía que tomara todas las debidas precauciones y remedios, ingiriendo mejunjes celestinescos, típicos caramelos anti tos o hacer gárgaras o inhalaciones a la luz de la luna cuando arreciaban las puñaladas contra su garganta, como si ya no tuviese bastante con la faringitis crónica que padecía.
   Los potingues o selectos compuestos de herbolarios que engullía no estaban por la labor, no mostrando visos de mejoría neutralizando el torpedeo de los vuelos de Valerio, aminorando los crueles latigazos, aunque podía llorar con un ojo cuando utilizaba la braga del cuello colocándola justo en la boca.
   Ay, pobre de Valerio si por un casual no llevase encima tan vituperada prenda, con los parabienes primaverales y bendiciones que le suministraba en momentos tan críticos, pese a lo mal visto que está el mencionarla por identificarla con un sonido rústico o de baja catadura moral relacionándola de forma subliminal con el sexo, como si apuntase al mismísimo Belcebú, exigiendo una penitencia como contrapartida, un imperioso ave maría purísimasin pecado concebida.
   En tales avatares el viciado sobresalto de la pareja era de tal envergadura que cualquiera medianamente amueblado podría elucubrar que en tales coyunturas se estaba pergeñando una violación de género, siguiendo el guión de estimulo y respuesta, porque cada vez que vislumbraba en la boca de Valerio la pestilente prenda se sentía asaltada en su incólume ego, haciendo gala de un pulcro alarde por pasar desapercibida allí por donde circulara, pugnando por tirar por la borda tan saludable recurso, plantándose en mitad de la calle desafiante descalificando tan denigrante acción, poniendo el grito en el cielo.
   Hay que reseñar que toda la rocambolesca parafernalia de tales tejemanejes no se producía por generación espontánea, sino que poco a poco iban engordando la manzana de la discordia, al igual que llegan las estaciones en el almanaque, las campanadas de las doce uvas de fin de año o la gotera que horada la corteza del cerebro como si de cualquier roca o alcoba se tratase, y de repente explosionase con la furia de un volcán echando por tierra las más sanas intenciones, fulminando los buenos auspicios y fragancias que sonreían a Valerio,
   Son de dominio público las voces bíblicas que describen la vida de los primeros habitantes del planeta Tierra cubriéndose sus partes con hojas de parra o similares una vez que tomaron conciencia de la desnudez, pero con el paso del tiempo todo cambió, y las hechuras de las prendas se han transformado tanto por las modas que si Dios se diese un garbeo por cualquier paraíso  o chiringuito se quedaría de piedra al observarlo, pues no se parece en nada a los prístinos taparrabos de antaño, siendo en nuestros días más humanos, cómodos o excitantes según las preferencias o marcas.
   Hay que tener en cuenta que la lencería no se duerme en los laureles, y sigue creando y confeccionando prendas íntimas a pasos agigantados atendiendo a una clientela cada vez más exigente, diversa o caprichosa, que se inclina por los más atrevidos o rebuscados patrones, teniendo en cuenta que en algunos casos tiende a despertar la libido, así como para hacer caja con las novedosas creaciones, encandilando los sentires de la gente, siendo hoy el pan nuestro de cada día tanto con tanga como sin él, o más aún, sin hojas, sin lencería ni nada parecido, al natural, tal como vinieron al mundo, gracias a la revolución tecnológica, tatuando o pintando las partes pudendas con pintorescas florecillas del campo o celestiales filigranas para ambos sexos.
   Por ende el hecho de que la pobre boca, el orificio por donde entra la comida o cualquier otra cosa al uso, como lo rubrica el dicho popular, "en boca cerrada no entran moscas", bien sean insectos voladores, polen, aire frío o húmedo, pudiendo causar estragos en las delicadas tragaderas humanas (cual máquinas tragaperras...) e incluso para las más sensibleras en ciertos casos, llegando a ser pasto de las llamas en las encrucijadas de la alergia, provocando innumerables tropelías, no pudiendo llevar una vida normalita, como ir al teatro, cine o conciertos por el desagradable ruido gestado durante los eventos, penetrando incluso en el interior del propio habitáculo subiendo la marea de las aguas de la convivencia, como si ya no fuese de por sí harto onerosa la estancia compartida, ingeniando tornados artificiales hasta límites insospechados.
   En determinados momentos parece evocarse el celuloide de la gata sobre el tejado de cinc, o acaso la gota que colma el vaso agravando las adversidades, estando al quite al menor resquicio, prorrumpiendo en el mitad del silencio reinante como un trueno exclamando: -¡Como no te despojes del chisme que llevas en la boca (braga), me largo para siempre! echando por tierra los pilares de la existencia.
   ¿Hay quien dé más por una bocanada de humo o prenda de vestir consistente en una tira ancha, corta y cosida por los extremos, de lana u otro tejido, que se pasa por la cabeza y se pone alrededor del cuello, y a veces tapando la boca como protección, llamada también braga?
   En algunos círculos conlleva un tufo pecaminoso, como si se nombrase las pútridas tripas del mal o del Infierno de Dante.
   Es cierto que nunca llueve a gusto de todos, sin embargo sería bueno recordar el artículo de Larra titulado, "Todo el año es carnaval", donde exhibe el cultivo de lo evanescente y ruin que brota por las esquinas, ninguneando la cordura y el sentido común. 
   
   


jueves, 14 de marzo de 2019

Soñando...




Resultado de imagen de un cayuco
   Axa nació en una chabola de un poblado keniata. A los  tres años su familia la ofreció en matrimonio a un desconocido para ella, dueño de una reata de camellos porteadores de mercancías a través del desierto. Ese beduino era uno de los que dictaban leyes a los habitantes de la comarca, y dirigía eventos cruciales a mil leguas a la redonda. Su palabra era la ley.
   Un día habló con la familia de Axa a fin de sellar un contrato de venta del bebé  firmado y rubricado por ambas partes, corriendo serios peligros si por algún imponderable la promesa no se llevase a cabo.
   Axa aún llevaba pañales o algo similar, dado que la falta de medios no le permitía otra cosa, pero sus ojillos claros y penetrantes tenían el punto de mira muy lejos, soñando en ciernes unos proyectos libertadores que atravesaban todo tipo de montañas y barreras por muy gruesas y compactas que fuesen, refrescándole las calurosas tardes del tórrido clima africano, propiciándole a tan corta edad el poder conciliar el sueño, compartiéndolo estoicamente con infernales mosquitos y gigantescas moscardas en derredor.
   Unos años más tarde, al cumplir Axa los dieciséis, se apuntó en una asociación cuyo objetivo principal consistía en crear una cooperativa para conseguir unos saneados ingresos que le permitiesen llevar una vida digna, cubriendo las necesidades del día a día, sustento, vestimenta, enfermedades y algún que otro caprichito, y con el tiempo ir ahorrando para poner tierra de por medio escapando cuando llegase el momento oportuno en algún cayuco o patera rumbo al paraíso, a la vieja Europa, dejando atrás las penurias, hambre, pandemias o el sometimiento familiar, huyendo del compromiso matrimonial especialmente ella, que la habían obligado en contra de su voluntad.
   Un 15 de agosto de luna llena y mar en calma chicha se embarcó Axa con 55 personas más en un cayuco llevando en su vientre una nueva vida, estando embarazada de seis meses del que fuera su legítimo marido a la fuerza.
   Durante la travesía hubo todo tipo de contratiempos y calamidades, tanto es así que dos compañeras de viaje cayeron al agua por el brutal golpe de una gigantesca ola borrándolas del mapa,  y nunca más se supo de ellas.
   Axa, una vez que arribó a España, se sentía feliz y contenta, al haber alcanzado lo que estaba soñando, su libertad, y el deseo insoslayable de desarrollarse como persona.
   Ahora lo que más le preocupaba era la buena salud del hijo que iba a traer al mundo en tierras españolas, pensando muy mucho en buscar la forma de que no le faltase de nada para su crianza, y fuese el día de mañana una persona responsable haciendo el bien a los demás, y con un porvenir seguro. Vino al mundo en el cortijo donde se alojaba en tales fechas, siendo todo un agradable e inolvidable acontecimiento.
   Fue pasando el tiempo, y Axa seguía trabajando en los campos almerienses bajo los mares de plástico cayendo un sol de justicia, que derretía hasta los sesos de los insectos.
   Cuando cumplió 8 años el hijo, a preguntas de los mayores contestaba diciendo que quería ser torero o futbolista, y no había pasado un lustro cuando lo fichó un equipo de fútbol de campanillas logrando sus sueños, siendo para él todo un acierto.
   Ahora Axa vive feliz y satisfecha en una casa en la costa almeriense, viendo a su hijo cuando viene de vacaciones. ¿Quién le iba a decir a Axa hasta qué punto cambiaría su vida, que estaría disfrutando de su buena suerte y la de su hijo, ganando un buen sueldo como futbolista, siendo la envidia del barrio.
   Cuando recibía noticias de Kenia, se sentía un tanto deprimida y rabiosa al conocer la indigente marcha de su familia, que tenía que enfrentarse a la escasez de agua, medicinas y alimentos por la penuria y hostilidad climática, aunque le alegraba que superasen las terribles enfermedades del continente, paludismo, lepra o malignas picaduras de insectos.
   Axa se encuentra ahora gestionando con el consulado algo que le otorgaría la felicidad plena, el traslado a España de sus padres, queriendo compartir con ellos su bienestar y satisfacciones poniendo en práctica el dicho popular, es de bien nacido ser agradecido.
   Hay que hacer constar que a Axa no se le caían los anillos yendo a trabajar bajo los calenturientos mares de plástico almerienses para ganarse el sustento y hacer frente a las deudas.
   El hijo se independizó tan pronto como pudo costearse por su cuenta, comprándose aquello por lo que durante tanto tiempo suspiró, una moto de alta cilindrada, al ser muy aficionado a la velocidad, pero a veces las cosas se tuercen sin remedio, ocurriendo que un día de invierno de espesa niebla y ventisca, al regresar del entrenamiento del club de sus amores loco de contento, derrapó con tan mala fortuna en una curva que acabó con su vida.
   Nunca se sabe cuándo ni dónde se extinguirá la llama de la vida.
   No cabe duda de que Axa se merecía el mejor de los anillos para una dama que imaginarse pueda, porque los anillos para damas de histórico abolengo como doña Jimena del Cid Campeador, Santa Juana de Arco o Cleopatra entre otras no le llegaban a la altura del zapato, al haber puesto ella el listón en lo más alto.