sábado, 22 de diciembre de 2012

Palabras de Navidad









                                                    

   Se sentía consternado por el contratiempo surgido durante la instalación de la WebCam, y se deshizo del incordio dando un golpe al aire, no importándole mojarse las canas del bigote en el humeante y negro café, volviendo la espalda a la cama donde había dormido, dulcificando el tiempo perdido, si bien podía prolongarse el contratiempo una eternidad por la desidia del CD, que no cedía de ninguna de las maneras.
   Miró por la ventana y contemplaba una atronadora blancura, un mundo de nieve que le caía por el cuello, el costado, engarrotándole el alma. No lograba levantar cabeza, y se hundía en la lama de los ásperos días de la existencia.
   Se disponía a pedalear una nueva jornada, y evocaba las insensibles incomprensiones que revoloteaban alrededor, las lágrimas secas en la mejilla, la mugre incrustada en las oscilaciones de sístole y diástole, la descabellada rigidez de los dedos, la hernia dislocada que chillaba como una rata herida en los momentos cruciales. Todo parecía asemejarse a un renqueante y enfermizo murmullo de agua, a un envenenado trago de saliva.
   Aunque aparentaba confianza, una espesa capa de incertidumbre lo cubría no permitiéndole encender la luz de la vida, la linterna mágica que llevaba en el bolsillo, y tropezaba a cada paso en la misma piedra, en las mismas tensiones, sin obviar el candado del miedo.
   Quería volar por límpidas áreas en semejantes calendas navideñas, exentas de helor níveo, de sórdida cochambre, pero no daba con la tecla que desactivase la acción de los afilados cuchillos en ese invierno que le abrasaba, situándolo en los estertores de la existencia, quedándole al parecer ya poco tiempo de vida, a lo mejor por circunstancias personales, o bien por el último peldaño o Katún de las profecías mayas, comprobando que los desvaríos y resquemores le quemaban las entrañas.
   Quería respirar al menos en Nochebuena y Navidad, saltarse la grima que le acosaba, tosiendo y expulsando los pérfidos pámpanos que se mecían y anidaban en su pecho, pero la noche no se abría a su corazón, no le sonreía, acaso porque alguna lacerante mirada se superponía en su recato esparciendo los tentáculos, unas tóxicas elucubraciones, todo un amasijo de horrenda carne picada en los mofletes de aquella criatura, como embutida para la ocasión, y se entreveraba en ella la incuria y malas señas que acuñaba en la efigie, de modo que sin darse cuenta lo mamaba de las ubres de aquel morro (un morro que se lo pisaba), de aquella irritante mirada, que brotaba como veneno de áspid entre las hierbas acechando a la presa, con unos ojos rotos de rencor y envidia, vendiendo afecto a precio de soborno, sin ponderar el valor de oro que duerme en el interior humano, en sus semejantes, toda vez que en fechas no lejanas se le había obsequiado con placenteras giras y artísticos eventos en veladas de ensueño, y qué menos, comentaba, que en una noche tan señalada como la de Nochebuena, no atempere la tormenta, las fobias, remedando a las frágiles avecillas, que laboriosas fabrican los nidos lejos de las aguas salvajes de los torrentes y los ingratos ímpetus, con idea de que no pisen o arrasen o escupan en sus minúsculos y coquetos aposentos, y les enmarañen los amorosos zurcidos que los sostienen en la cuerda floja de la rama, en la penumbra de la vida.
    Zambombas, muchas zambombas, panderetas, timbales y sana alegría en Nochebuena, ésas deben ser las notas de la melodía que resuene en los corazones, en los GPS del globo, en los corrales de la subsistencia, no permitiendo la hipocresía de pastoras y pastores que escatiman los generosos condimentos, u hozan en los sombríos desperdicios de los irredentos. Es preciso repicar en todas las torres del orbe el repudio a aquellos seres que no tejen ni labran loables pajas para un tierno portal, apostando por la cordialidad, las estancias de puertas abiertas y los generadores de ambientes amenos, agradeciendo las bondades que un día entraron por la ventana, trayendo buenas nuevas, primeros auxilios, curas reparadoras.
   Albricias, hosanna, que prosperen y vivan las personas de buena voluntad, recabando los tesoros que acarician, en cambio, un muro cano y negro carbón para aquéllas otras que deshojan negligentemente las margaritas, marchitan los aromas y son displicentes con los pétalos de la gente decente y sin nombre, aquélla que expande a los cuatro vientos lo más valioso de las esencias humanas.
   Al columbrar el árbol de navidad que había en aquel alcor, adornado de ingratitudes, allanamientos de morada, vacuas bolitas y necedades, musitaba él, harto avergonzado y entristecido, qué pena más grande el no atisbar cristalinos destellos, dulces caminos, delicias compartidas, en los prados, en las trincheras, en los patios y pesebres, con felices recepciones de pastores y pastoras cantando joviales villancicos con los labios pintados de sinceras intenciones de paz, respeto y bienestar, cubriendo los campos de su hermosura.               
  

lunes, 10 de diciembre de 2012

La luna célibe

















                                                       
 Cada noche, cuando paseaba la luna por el firmamento con sus grandes tacones amarillos llamaba poderosamente la atención por su cara triste y somnolienta., como si no hubiese dormido durante una larga temporada, con abultadas ojeras y ojos amoratados, mostrando cansancio y altas dosis de desidia en sus facciones, especialmente cuando desparramaba sus lánguidos rayos sobre la superficie de las aguas marinas, los grandes lagos o las cumbres de los continentes del globo terráqueo.
   Al parecer, se sentía muy sola en las frías noches de invierno, echando en falta alguna alma que le alentase en esas horas cruciales, y, como era lógico, no podía gozar de una dulce compañía, y menos aún presumir de ninguna conquista.
   Mas con el paso del tiempo, fue afianzándose en la vida, granjeándose la amistad de los fenómenos atmosféricos, las mareas, los terremotos, los tsunamis, los tornados, las erupciones volcánicas, y lo que era muy importante, tener fe en sí misma, y empezó a dar los primeros pasos en el amor, poniendo en práctica algunas artes amatorias, que aprendió leyendo a Ovidio y en un viaje que hizo en la nebulosa de los tiempos con muchísimo sigilo y entusiasmo por el lejano oriente, conociendo las típicas danzas orientales, participando posteriormente en el baile del vientre, que tuvo lugar en un escenario colosal y único, en los seductores jardines colgantes de Babilonia.
   En otra ocasión, en plena canícula, estuvo disfrutando la Luna de unas reconfortantes minivacaciones en las islas afortunadas con Vulcano, que se lo encontró deambulando por los picos del Himalaya un poco deprimido, cojeando y hastiado por la rutina de la fragua, pero aquellas vacaciones no cuajaron en nada provechoso y pasaron sin pena ni gloria por el corazón de la Luna. Tuvo que ser el flechazo con Saturno el lento, que paso a paso se desplazaba por las estrellas, quién se lo iba a decir, cuando toda la vida lo había estado odiando y deseándole la muerte, pues no podía oír hablar de él ni en sueños.
   Sin embargo no quedó la cosa ahí, porque finalmente se decantó por los ríos y valles y cordilleras y cabellos del planeta Tierra, dedicándose a coquetear con ella descaradamente, y después de un período de vida en común, formaron pareja, abandonando el duro celibato, que la había tenido amarrada al frío banco de la amargura y perseguido durante millones de lustros, delante y detrás de su romántica cara, pudiendo afirmar por fin que no pertenecía al club de los célibes.
   Aún retumban los ecos de la algarabía de cuando celebraron la despedida de soltera, y se hizo célebre por el revuelo que se armó en las esferas siderales con aquellos báquicos amoríos en tales calendas, dado que en aquellas alturas no estaban acostumbrados a que una de sus colegas superestrellas encontrase un Amor tan puro, ardiente y sincero.
   Y aquí abajo, en las campiñas y alcores y profundidades abisales le entonaban melodías y canciones, como, "Ese toro enamorado de la luna, que abandona por la noche la maná"…, al igual que la música y felicitaciones que se oían en la radio para felicitar a los enamorados en el día de San Valentín o en peticiones de mano o la posterior luna de miel, que las divas del estrellato (y famosillos o personajillos) aprovechan para publicitar, previo vergonzoso cobro, en la prensa del corazón.
   Que vivan los cascabeleros y lunáticos novias y novios, de ojos azules y boca morena.   
           
      





sábado, 8 de diciembre de 2012

¿Acaso ve la esponja por donde llora el mar?







                                

   Después de haber pasado la esponja una seria gripe, en que estuvo entre la vida y la muerte, y una vez repuesta, muy recatada y curiosa, se tomó su tiempo, pasando largas horas en su rincón favorito, en las faldas de una áspera roca marina, que había en el mismo punto donde morían  las olas, y agachándose con sutileza por debajo de la falda, estuvo fisgando desde su posición, y se interrogaba ansiosa dónde estarían los ojos del mar, atraída por ese misterio que a nadie contaba y le intrigaba sobremanera, y asimismo cómo lloraba, si sería por los bruscos acantilados de las costas ocultando las pupilas, o por los ríos o canales, como los de Venecia, al subir la marea o en la misma orilla, donde se deshilacha la blanca espuma de las olas.
   Pero aquel día de tormenta y granizo, escarbando paciente y concienzudamente en la arena, fue encontrando restos de fósiles, de caracolas y pececillos, residuos acuosos, negras gotitas, y comenzó a brotar agua y más agua con un salado especial, tan nítida y fidedigna como la de una tierna lágrima que brota del alma, y se dijo la esponja para sus adentros, eureka, eureka, lo encontré, contagiándose a su vez de sus pesares, y fue aminorando la llantera y lágrimas del mar taponando el orificio ocular abierto en la arena con mucho mimo y unas gruesas lascas, cerciorándose del enigma, y llegando a la conclusión de haber averiguado por donde lloran a lágrima viva los mares del alma, que a fin de cuentas son los mismos mares que vibran en el corazón de los continentes.
     

sábado, 1 de diciembre de 2012

Olor






                                                                      

   El tufo trituraba la noche, la radiante noche que se había presentado casi virgen se fue agriando, tornando turbia y pegajosa por los manotazos con los que golpeaba como un chicle el inoportuno humo, que trasportaba fuertes olores de alcohol, de forma que el habitáculo se hacía cada vez más irrespirable. Menos mal que las esencias del jardín próximo, gracias a la sacudida del viento que por estas calendas de noviembre se suelta el pelo y sopla como un loco, fueron sepultando poco a poco la negra película de humo perfilada en el recinto, juntamente con las caricias de unos jazmines que jadeaban un tanto rabiosos en el patio contiguo donde nos ubicábamos en esos momentos.
   Sin embargo el repentino aliento de un visitante que por error se había inmiscuido en nuestro espacio, vino a amargarle las alegres horas a los primorosos jazmines, rompiendo el agradable rato que disfrutábamos.
    Al poco una moto de las de antigua usanza, con el tubo de escape descuajeringado, que atravesaba la calle rugiendo como un fiero león, fue pintarrajeando el ambiente de una petrolífera fragancia, que evocaba los múltiples yacimientos de que gozan los países ricos en oro negro.
   Salimos, al cabo de un tiempo, a desentumecernos y estirar las piernas por los alrededores, aprovechando la buena temperatura, con tan buena fortuna que nos topamos con unas dulces madreselvas que retozaban a sus anchas por aquellos lares.
   Entre tanta mescolanza de olores y réplicas olfativas, ya no se distinguía el ardiente helor del frío y el oloroso sabor del helado de vainilla, con su aroma tan sui géneris, que llegaba incluso a confundirse con la odorífera sustancia del pegamento, que se había infiltrado por entre las rendijas de las carcajadas en las que prorrumpimos por mor de la catarata de órdagos, brindis y hurras en pro de las esencias y fragancias y olores y aromas y efluvios balsámicos, hasta que la noche ya cerrada bajó la persiana y de una chupada los inhaló todos formando una límpida pirámide o un ensimismado rascacielos de efervescencias nunca percibidas.       

viernes, 30 de noviembre de 2012

En la desierta canción de unos cubiertos de plata






                                                   
   En la desierta canción de unos cubiertos de plata, el artista afinaba su gélido instrumento, que permanecía en un prolongado letargo quizá algo sospechoso, emitiendo señales de incredulidad y rareza, porque al tiempo que pulsaba con el plectro las cuerdas en el alboroto de la calle donde se hallaba, no se explicaba el enigma en el que se desenvolvía, al negarse las cuerdas a dar señales de vida; era algo insólito lo que estaba viviendo.
   De todos modos, una vez en el aposento, se dispuso a preparar el amenizado festín, colocando los cubiertos de plata en los espacios requeridos a tal fin, sin reparar en los negativos tintineos de las cuerdas del instrumento.
   Se interrogaba si en aquella mansión habrían pernoctado los más terribles enemigos de los dioses del olimpo, de las musas del parnaso o de las artes en general, de forma que las habitaciones estuviesen encantadas, inundadas de hechizos malignos, bien por haber dado honesto hospedaje y reposo a los huesos de grandes y eximios caballeros andantes famosos en el mundo entero, o tal vez por el influjo de negros espíritus impregnados de lúgubres sensaciones.
   Cuando ya se habían acomodado todos los comensales en la anhelada  velada, los cubiertos de plata, cada uno a su aire, comenzaron a expandir románticas melodías, que brotaban de sus misteriosas hechuras como por arte de magia, acaso por haberse incrustado en su textura los solemnes acordes y ritmos sutiles que anteriormente había ido desgranando el artista, y que no pudo mostrar a su debido tiempo al auditorio, en los prístinos instantes tan desiertos, pero que posteriormente en un glorioso resurgir de las cenizas, la música sembrada en los poros de los utensilios de plata sacaron pecho, y explosionó con todo fulgor y armonía por un resquicio del sólido y compacto silencio de los comensales, cubriendo las cabezas y el ambiente de una dulce película, embriagándolos en un sueño de felicidad, recreándose extasiados en aquella seductora y sublime polifonía.        

jueves, 22 de noviembre de 2012

Infortunio






Había vivido entre tigres

Rojos sin ojos,

Cruzando mares sin brújula

En un mano a mano atroz;

De tan agraz pugna sólo guarda

La imagen de una mejilla gris

Y una mirada que de repente

Dulcifica la herida,

Musitando ciertas pautas:

Sembrar sensibles semillas,

Embriagarse de vida,

Evacuar los sórdidos sustentos

Sustentados por el tirano,

No hurgando en fútiles rescoldos,

Y el horrendo cíclope

Bajará la testuz, el telón,

Alejándose del contaminado escenario,

Quedándose con un palmo de narices.

Sin embargo, no se explica

Cómo, sin la venia de la primavera,

Reverdece la fiera sombra del tigre.





martes, 20 de noviembre de 2012

El baño






El impulso revuelve el agua airosa

despertando el instinto al nadador,

él rubrica autárquico y retador

con un abrimiento de boca gansa;

su fantasía vuela alrededor

del recinto en busca de dulce fruta,

la gran manzana que ella tanto chupa

de Tántalo, y muerde cual monitor;

descubre ella ardiente desde la orilla

la voluptuosa inmersión de los cuerpos

esbeltos, tersos, partiendo los pechos,

mientras miro el rostro rosa que en ella

brilla, encendido por una cerilla

y el cigarro, embebida en la lectura

del libro “Seda”, que desgrana y apura.

Mas en primavera el sañudo Orestes,

vengó aquel hervor secando las nubes.



martes, 6 de noviembre de 2012

Las manos











Al emprender un viaje por tierras lejanas, por los lugares posibles del planeta, África, Asia, Oceanía…, el viajero se topó con todo tipo de incongruencias, calamidades y situaciones inimaginables, llegando casi siempre a la conclusión de que sobraban por doquier bombas, negra metralla y tsunamis, pero siempre faltaban manos, alguien que ayudase a sus semejantes en lo más perentorio, que tuviese en cuenta las múltiples penalidades por las que atraviesan millones y millones de criaturas, salvándolos del lodo, de los apestados contenedores hechos montañas, de la famélica impotencia.

Al cabo de un tiempo, y después de recorrer innumerables territorios, ríos, ásperos desiertos, descubrió, sin apenas proponérselo, algo que le turbó, que le llegó al alma, unas raras tribus apostadas en un inhóspito lugar, que disponían de racimos de manos por todos los costados, era como un prodigio el comprobar a través de las prístinas pesquisas y escuetas averiguaciones que allí se debían respirar las mayores fragancias, toda una especie de delicia paradisíaca, donde se rumiaba el incalculable valor del pan amasado entre tantas desprendidas manos, que sabría a cielo o a tocino de cielo, no habiendo penurias, y la felicidad brotaba cantarina y vigorosa entre tantas tiernas manos revoloteando por el entorno, con la mano tendida al viandante, repartiendo bocadillos, globos de infinitos colores, fantasías sin cuento, era el cuento de nunca acabar, achicando agua en las cabañas, preparando en el fuego carne recién cazada en el bosque, abrazándose unos a otros de continuo por la alegría de la lluvia, del sol, de la brisa, de la niebla, de la puesta de sol, de la nocturnidad, del aullido del lobo, dándose los más estimulantes parabienes, cálidas palmaditas en la espalda y en la frente, formando todos una piña, entregados en cuerpo y alma y manos a los demás.



viernes, 2 de noviembre de 2012

Las invisibles líneas de la corbata










                                       

   Al subir la persiana todo cambió como de la noche al día, desparramándose la luz alegre y cantarina, como agua fresca de esperanza por toda la casa, horadando los más inverosímiles orificios de los corazones y las despintadas paredes, desenmascarando los puntos más huraños y las vergüenzas que anidaban en los entresijos más recónditos de la oscuridad, despertando la aletargada situación de los allí reunidos, que remoloneaban porfiando, cual testarudo jumento al subir una cuesta, resistiéndose a desperezarse, incluso sacando pecho de las propias veleidades, con variados toques humorísticos, las bromitas de siempre o bravuconadas, no se sabe si alimentadas por ardientes impulsos o por inconfesables comportamientos harto comprometidos, hasta tal punto que se les debiese meter mano a los más exaltados, yendo a su terreno, plantándoles cara,  y ajusticiar in ipso facto a los responsables del desaguisado de tales fechorías, o por el contrario emparejarlos debidamente y amarrarlos, cual manojito de claveles, y enviarlos a un ser querido en el cumple, o como homenaje a alguien que se desinhiba, dejándose llevar por una loca pasión, besando a los presentes con ternura, y de esa guisa evitar algo desdeñable, el darle un desairado destino al ramillete arrojándolo al río revuelto, esperando que varíe la dirección del viento.
    El repentino cambio del tiempo permitió serenar los ánimos en el pantanoso terreno en el que se cocían los garbanzos, los planes pendientes, articulándose de inmediato un enfoque más acorde sobre las invisibles líneas de la corbata, que se columpiaba voluptuosa y con cierto aire altanero en el andamio del esbelto cuello del caballero, que escuchaba un tanto ausente, husmeando entre bastidores, sin coger el toro por los cuernos, discurriendo interiormente por ignotos derroteros, rumiando otras remembranzas, no se sabe con qué aviesos o picantes sabores, toda vez que se mostraba renuente, en la otra orilla de la corriente, como si descendieran sus aguas y sus corazonadas por un hondo valle lejos del silbo que sonaba, o tal vez perdido en un mar de espumosas ideas, mientras que la mente del resto de los asistentes echaba leña al fuego de la tarea, a la hoguera que se encendía en esos instantes, achuchándose las pulsiones y los latidos codo con codo, como la abejas en el enjambre, fabricando miel de mil propuestas, con los dimes y diretes, empeñados en hallar soluciones, en poner los puntos sobre los asuntos urgentes, atando los cabos sueltos para que las líneas maestras lleguen a buen puerto, tanto en sucesivos encuentros entre sorbos literales, como en aventuras narrativas, o bien en fértiles succiones líricas en un futuro no lejano.
   Gracias a la pausa de la lluvia –rivalizando con la noética, que hasta entonces arreciaban conjuntamente con furia-, se recobró el sosiego, la consciencia del feliz encuentro, tomándose los presentes el acostumbrado refrigerio y su tiempo, que falta les hacía, metidos en enojosos berenjenales, lo que se dice popularmente, en un callejón sin salida, sin apenas sacarle punta a nada provechoso, pese al vendaval de ricos canastos de frutos expuestos por el personal en los tenderetes.
   En esos momentos se despojaron de las máscaras, se desnudaron y la corbata de líneas invisibles del caballero lucía con luz propia, y arrimándose al fuego en corro, se miraron a la cara sin rodeos, reconociéndose, y encontrándose a sí mismos, como si todos sin excepción llevasen una singular corbata y hubiesen estado juntos toda la vida, corroborando la certidumbre de palparse aquí y ahora la suficiencia comprensiva e intelectiva, como auténticos seres que respiran a pleno pulmón y con dos dedos de frente, masticando sutiles y frescas reflexiones, sintiendo en las venas un vivo cosquilleo, como cualquier hijo de vecino, conviniendo unánimemente en tomarse un respiro, yéndose a la puerta del establecimiento, a gusto del consumidor, verbigracia, encender un cigarrillo, fumar la pipa de la paz, entablar un diálogo, o interpelar a los transeúntes más curiosos y dicharacheros que cruzaran por allí.
   Unos portaban presos en la mochila acuciantes interrogantes, otros interpretaban partituras en sufridos pentagramas de opinión, verbigracia, la pena de estar ciego en la merienda de negros que nos devora a cada paso, la familia que carece de lo básico para abastecer a sus vástagos, el súbito descarrilamiento del tren de la vida, o que alguien lamente la pérdida de un amor, de su hoby preferido, o no tiene quien le escriba, o ansíe unas ágiles piernas para brincar por encima de los contratiempos.
   Y como nunca llueve a gusto de todos, puede que se azoren algunos en exceso por la suerte en el juego amoroso o del azar, teniendo buenas líneas en el bingo o buena mano para las conquistas; aunque a lo mejor se eche de menos al brujo, un duende, que con todos los aliños, elixires y ungüentos, no se arriesgue a cristalizar en una cuartilla las sonadas caceroladas o cuchilladas de las que han sido objeto los mortales en el truculento y breve viaje.
   De modo que la lluvia cesó, permitiendo el amasijo de los pormenores que se incubaban en la tahona de turno, impregnando el día de diferentes matices y expectativas, mordiendo con los colmillos los singulares colores del arco iris en un alarde de sobreponerse a la impostura de la tristeza, generando en el entorno una consoladora y vibrante premura.
   El pueblo recobró el pulso, se vistió de limpio, plagiando a las flores del campo, y se echó a la calle confiado y feliz, percibiéndose la fiebre cotidiana de los habitantes, en el estruendoso tráfico por las empinadas travesías, el parloteo de la gente al revolver de las esquinas, los impertinentes y efusivos saludos de conocidos y allegados a destiempo, que deambulan por las plazas con su carga de huesos difíciles de roer, y las tozudas cuitas ardiendo en la sangre.
   Algunas voces delatan la funesta adversidad de los tiempos que corren, aunque adviertan de paso de lo efímero de la brisa y del itinerario, de la evanescencia de las cosas y los eventos humanos, haciendo hincapié en las advenedizas coyunturas que nos acechan mediante calculadas maniobras, hocicándonos en los charcos de la sequía extrema o la copiosa lluvia más disonante, que rara vez es la deseada, no llegando aquella que de veras siembra de ubérrimos horizontes el alma y los campos; sin embargo nos obcecamos en el polen de la infelicidad que surca los aires, y nos revolcamos en la cara oculta de la luna, en la siniestra lluvia, en la que al instante caemos de bruces y nos empapamos por impotencia, por extremas inundaciones a palo seco, por mor de tantos sobresaltos, no ya meteorológicos, que los hay, sino de los más crueles, económicos, políticos y sociales.
   En el mundo hierven indefensas criaturitas, que se ofrendan al mejor postor, a un supuesto dios cocido de un barro adulterado, elaborado en las más inmundas cloacas del poder, queriendo elevarlo a los altares emulando con su soberbia a los patriarcas bíblicos. Apenas si se atisba la lluvia de un cielo claro, una lluvia de bendiciones que fertilice las mentes y las campiñas, de modo que amaine la tromba de penuria que abastece los grifos de las casas y de los bolsillos y los estómagos de tantos terrícolas, empezando por la más cercana, la piel de toro, pues no cabe duda de que hasta los pétreos toros de guisando estarán echando chispas por su ausencia, y no digamos los que pastan en las dehesas, que estarán sufriendo lo que no está en los escritos pero sí en sus propias carnes, con tanto recorte por tierra, mar y aire, tanta hipocresía, y tanta manga ancha para los sastres de la gobernanza, que lucen sus trajes de vanagloria y esmoquin en opíparas orgías y francachelas, en lúbricas convenciones, chupópteros medrando cada uno a su antojo, bebiendo la sangre del pueblo en las ubres del erario público.
   Mientras tanto la población desfila cabizbaja por solitarios bulevares y contenedores de basura o cruz roja o cáritas, y no se sabe por qué vías subterráneas descarrilan a diario cientos de vagones con los pasajeros  bordo, o cómo van a atreverse a alzar las pupilas al firmamento, al no fiarse de ellos mismos, por si en vez de redentoras y cristalinas gotas de agua sana que sacien la sed, le arrojan más piedras de riesgo, más triquiñuelas a golpes de tijera o férreos cierres que les hacinen de por vida, cual otro prometeo, en las cochambres más irrisorias de la historia humana.
   Y en el pertinente taladrar de sensaciones y perspectivas, no se alcanza a escudriñar las dobleces del mugriento monumento erigido a las invisibles líneas de la corbata de los arúspices y mandamases del mundo mundial.       
    
     
  
    


domingo, 21 de octubre de 2012

La fénix



   No se sabía casi nada acerca de aquella civilización ya desde los tiempos más tempranos, ni se calibraba con creíble garantía en los cenáculos más preclaros si existiría acaso hacía más de tres mil años o más o tal vez quinientos, dándose por perdidas sus más puras esencias o evaporadas como por arte de magia, habiendo transcurrido a la sazón en época hostil, en unas gélidas calendas, donde la huérfana humanidad vislumbraba los faldones de un amanecer histórico, de vivencias compartidas en un acopio pictórico de escenas sentidas hasta la médula, y arraigadas en las rocas y en sus propias convicciones. Se iniciaba un nuevo renacer, mostrándose bastante entusiasmada, desempolvándose las cenizas del rescoldo del fuego, apostando por la caza, sin perder de vista la pesca fluvial, que pese a las adversidades advenedizas, mal que bien, se iba manteniendo a flote.
   Se plasmaban las escenas cotidianas preferidas, las que destilaban las filias, en las hurañas paredes de las cavernas, en papiros o en troncos arbóreos. No obstante, en su mundo existía un dañino cieno que se expandía alegremente en ligeros hilillos, y se dirigía al mayor de los abismos, a la inanidad, de suerte que nadie daba un centavo no solo por la restauración de aquel desaparecido y creador universo, tan íntimo, colmado de inmensos parabienes, de ignotos filodendros en flor o estrafalarios pensamientos, sino del resto de los viajeros que pululaban por aquellas vírgenes márgenes, acantilados o umbrías del Parnaso, donde se cocía a fuego lento el verbo, la palabra.
   Y he aquí que de la noche a la mañana, contra viento y marea, ha resurgido de las cenizas y de sus incrédulas entrañas una nuevo espejo donde mirarse, y posar el pulmón de la pleamar de los sentimientos, un feraz retorno de insaciables gritos de la otra orilla del río de la vida, con una leve levadura de inconmensurables proporciones, y todo ello conjuntamente en busca del tiempo perdido, de la veracidad contrastada, con el exquisito aliño de unos ricos espárragos y de esperanza tertuliana, en un refrescante y sugestivo alumbramiento de Fénix, sin aflojar en ningún momento las riendas, que los más sagrados juramentos son paja para el fuego que arde en la sangre.



miércoles, 17 de octubre de 2012

Los monos aulladores




   No daba crédito a lo que sus oídos oían, unos ecos lejanos, como teñidos de melancolía, que poco a poco se iban acercando con la portentosa fuerza del viento.
   En un principio sospechaba que sería un huracán, o algo más alarmante, los balbuceos de un pequeño tsunami, que se aproximaba por aquellos contornos, como una endiablada serpiente de cascabel que reptara brusca y aturdidamente por las laderas de los cerros; sin embargo los sentidos, en tales circunstancias, no se ajustaban a la objetividad fehaciente del momento; no obstante, al cabo de un tiempo, no sin antes haber recorrido varias leguas, la intrigante lengua de los aullidos se fue desnudando, de modo que se pudo descubrir con toda exactitud los verdaderos actores del descomunal concierto, que no eran otros que los selváticos cánticos de monos hambrientos que pululaban en lúdicas y sucesivas persecuciones por aquellos arbóreos parajes del bosque.  

martes, 16 de octubre de 2012

La escalera del inca




   Apretó los dientes diciendo para sus adentros, con la escalera del inca hemos topado, y sin más prolegómenos decidió enfrentarse a las mayores adversidades y contratiempos que le sobreviniesen.
   Donde más firmeza mostraba sin duda era en los delicados escollos que palpaba con la palma de la mano del sentido común, en esos trances disfrutaba como nadie y trotaba como potro desbocado, de modo que lo mismo se deslizaba desde las alturas con gran aplomo ante su extraño asombro que se mantenía a flote en las más turbulentas aguas, y todo sin el menor recato o conmiseración por su parte.
   Sin embargo en las ascensiones mentales e incluso espirituales la música que escuchaba se deshilachaba caprichosa por momentos y se le revelaba con tintes muy diferentes, ya que, pese al contumaz esfuerzo que desplegaba en semejantes partituras, anhelando interpretar una ópera prima según mandan los cánones, dando el do de pecho, y asimismo transitar a su antojo por sendas preñadas de múltiples fulgores, de cimentadas raíces intelectivas, no lo atisbaba, alejándose cual manzana de Tántalo, aunque en la ejecución de los tiempos emitía un rumor ensoñador y cristalino, rivalizando con el del agua que brota en los veneros de las cumbres de la montaña.   

domingo, 14 de octubre de 2012

Escritura en acción: El vecino me mira mal


                                          

   Aquel día amaneció a la deriva, muy nublado, con unos negros nubarrones que rugían en lontananza, y al poco saludaban por la ventana un tanto desafiantes, parecían disfrazados y amorfos gigantes exhibiendo la fuerza y las más urdidoras intenciones.
   ¿Qué se estaría fraguando aquella mañana tan gris? Tal vez el encuentro con el cejijunto e indigesto vecino, que al cruzarse conmigo cambia de repente el aura, el color anímico, clavando los cuchillos de los ojos en mí con tan mala sombra que se me despinta la voz y disparan el colesterol y las pulsiones hacia la añoranza de los crujidos de las granadas con rojos granos, perdiendo en una exhalación el sentido de la orientación.
   Era de tal magnitud el grado de confusión, que no se precisaba la más ligera presencia de semejantes nubarrones para que la vorágine de su horripilante halo me sumergiera en la desfachatez más execrable, enredándome contracorriente entre los hilos de su endiablado sentimiento.

sábado, 21 de julio de 2012

Agua de luna



Fuego líquido,
Transparencias infinitas,
Insaciables abanicos agitando
Sus lenguas en la hoguera
De tu rostro.
Incendios nocturnos,
Gotas ebrias de luz, de asombro,
Asomando por la rendija
De tu mejilla rosa.
En el agua salada
De tu mirada reverberan
Canastillos encantados,
Caracolas con ecos de sirena,
Y embaucadoras olas
Con espuma roja.
Se aglutinan blancas lluvias
De primavera,
Que van surcando -agencias
De viajes de luna de miel,
Diseños de cafeterías inteligentes,
Hotelitos de fin de semana-
Las fantasías lunares,
Discurriendo por meandros
Hilvanados de suspiros
De novia.
Pensamientos inquietos
Revolcándose en el rebalaje,
Columpiándose en los cabellos
De la luna.
Unas burbujas
Brotan aletargadas, frías,
Del manantial,
Otras saltan nerviosas, hirviendo,
Vigorizando la maltrecha piel.
La vida.
Ríos que ríen en las cumbres,
Rompiendo el cascarón
De inhóspitos riscos,
Luego fluyen y reptan
Por valles y  majadas,
En una solitaria travesía,
-Cataratas de luna, chispazos
De amor en el agua
y un fragor de tambores silenciosos -,
Cruzando eróticos atajos
Atraídos por la danza
Del vientre del arroyo;
Y discurren por el cauce
Hasta posar los huesos
En la verde hamaca
De la marea azul;
Un ritual apasionado,
Casi milagroso
De besos, guiños, arrumacos 
Al arrullo griego
De Artemisa, Selene,
O del propio romance de la luna,
Con toda su cara, de luna llena,
Resplandeciendo ardiente y endiosada,
Rompiendo los corazones del agua.
  

sábado, 9 de junio de 2012

Presentación en los Guájares (Breve bosquejo de las crónicas de un pueblo)

                
               

   No ha mucho tiempo traía en la valija mi progenitor (y a veces el que os habla) cientos de miles de misivas impregnadas de sal, sudor y tiernas caricias, auténticas cartas de amor, de padres, novias o abuelos, en las que se desgranaban desconchones del alma, manojitos de emociones, nostalgias, frescas noticias, provenientes de los puntos más remotos del globo, y llegaban radiantes, cual errantes golondrinas en primavera, desde EL Aaiún, Alemania, Francia, Suiza, Holanda, Bélgica, Sudamérica, Cataluña o País Vasco, en unos tiempos un tanto huérfanos, ortopédicos y constreñidos por la carestía vivencial, por las ausencias o por raros avatares, tales como guerras, dictaduras, hambre, exilio, desamparo, y hoy, cual súbita lluvia de primavera o acaso como un reto, se revive en cierto modo aquella savia, con mi fugaz presencia, entrando por la ventana de vuestras vidas, con un puñado de ilusiones, de mensajes labrados con variopintos hilvanes acuñados en diversas historias de ficción, de Rotos y Descosidos (así se titula precisamente el libro), pero con personajes como la vida misma, con la esperanza de que, al igual que entonces, germinen en vuestros sentires, y sirvan de estímulo para prósperas cosechas, recolectando excelentes frutos de energía y regocijo en estos tiempos que corren, capitaneados por elementos adversos, crisis, enfermedades o desafecciones por momentos tan a flor de piel.
   No es fácil adaptarse a los fríos reinantes, que achuchan hacia la Torrentera, a la incertidumbre o a la vuelta de las esquinas de la Calleja, el Rincón, el Tesillo, las Cerillas, el Cañuelo, el Managüelo, la cuesta de la fuente o de la Hoya o el Barranquillo, por donde trotaban no ha mucho los chiquillos jugando al escondite o con las bestias los mayores, aunque lo mejor será situarse en lo más certero, en el centro neurálgico del pueblo, en la puerta del Pósito, donde se cocinaban los más ricos guisos, y pululaban las revelaciones del día a día, y donde solían verse los vecinos, especialmente en días de fuertes lluvias, de paro forzoso, escuchando lo que merecía la pena, ofertas de empleo, la salud de alguien enfermo, el precio de la aceituna o la almendra, el sorteo de Navidad o del Niño, las hazañas de los deportistas, comentando los contratiempos de la naturaleza (sequía, cosechas perdidas, ruinosas tormentas arrasando bancales, o las pequeñas islas labradas en las orillas del río de la Toba o de la Sangre o del río Grande, penetrando por entre los espinosos vericuetos y ramajes del árbol de la vida de los vecinos, hasta llegar a estas fechas, que nos ha tocado vivir.
   Unas veces se caminaba cojeando o en burro con las alforjas medio llenas, y otras, cargadas de desesperanza o negro carbón, como algunos niños en el día de Reyes, pero la mente humana, y sobre todo la de los guajareños, rompiendo impedimentos, se han caracterizado siempre por lanzarse a la conquista de la vida, yendo a donde hiciera falta sin tirar la toalla, sin sonrojos o trabalenguas, por muchos cuentos que contasen. 
   Al hilo de lo que nos ocupa, no vendrá mal desempolvar algunas tradiciones y vivencias, casi caducadas, que apenas circulan por nuestras neuronas, como pasa con la famosa peseta, y tantas otras cosas de los aconteceres cotidianos. Así, la presa de la antigua fábrica de la luz, adonde se desplazaba el que podía a darse un remojón, aliviando los estragos de la cuesta de Panata, de los Palmares o de las lomas cercanas. Las Huertas y la Minilla, a donde acudía la gente con cántaros o pipotes, como a un milagroso balneario, a tomar las aguas, a desentumecerse, y donde la juventud se concentraba bulliciosa en encendidas conversaciones, brotando dulces efluvios, el amor.
   La trilla en las eras, un espectáculo único, sobre todo para los más pequeños, que se volvían locos subiéndose en aquellos artefactos, y esquiaban desmelenados, como en fantásticos trineos, sobre las pajas de las sementeras.
   Las parejas de novios, sentadas al oscurecer en la entrada de las casas, cerca de la puerta por si, por algún mal entendido, hubiese que salir en estampía, masticando secretos con los ojos entornados, con la futura suegra encima cosiendo un roto o poniendo los puntos sobre las -íes, fiscalizando en todo momento el misterioso cuchicheo. La rebusca de aceituna o almendra de los zagales por los esquilmados terrenos y mesetas, a fin de juntar algunos arrimos para ciertos caprichos y gustos, chuches, tortas o el rico helado mantecado.
   La fiesta de los quintos de reemplazo el día que los tallaban en el Ayuntamiento, que compartían un pantagruélico almuerzo de carnero o lo que se terciara, aunque siempre con el alma encogida y ansiosa por descubrir el destino que les deparara la diosa fortuna.
   Los niños pastores, con minúsculos rebaños, como otrora el famoso pastor y poeta de Orihuela. Las correrías de los muchachos por la vega, huyendo del guarda de turno, que incitaba a locas carreras por balates y acequias huyendo de la metralla, que silbaba por entre la silenciosa atmósfera fondonera, llegando algún desafortunado mozalbete a dar con los huesos en los calabozos.
   El lúdico sacrificio del pobrecito gallo en mitad de la plaza, en los albores del mes de enero, siendo amarrado boca abajo a una cuerda, revoloteando muerto de miedo, esperando el golpe de gracia de una mano atrevida e invidente, que, con los ojos vendados, se prestase a tal divertimento ajusticiador, previo pago de los arbitrios y aranceles para las arcas de los mayordomos. Los bailes en la Placilla, con un juego algo maquiavélico, generador de no pocos celos, en que alguien pagaba unas monedas por cambiar de pareja, con la actuación de los nunca suficientemente valorados músicos del pueblo, que con guitarra o bandurria y botella de anís la armaban cada noche, levantando la moral y el ánimo de los asistentes sin límite de edad, danzando al mismo tiempo abuelas y nietos.
   Los estruendosos bautizos con el exuberante maná de monedas que caían, como lluvia de mayo, sobre las cabezas y los corazones de chicos y  grandes, siendo los grandullones los que finalmente trincaban la mejor tajada. Las fiestas patronales, lo más grande, la apoteosis por excelencia para propios y extraños, con los puestos de algodón de azúcar, de turrón, de peladillas, los tenderetes de golosinas, las bandeloras de colorines, y las viejas casetas con todo tipo de artilugios de lo más divertido, aunque lo más aplaudido eran los fuegos artificiales, cohetes y más cohetes y un sinfín de ruedas incandescentes, ratas voladoras y tracas que transformaban en claro día la oscura noche, remedando las fallas valencianas, en que se conmemoraba el día de la patrona, la Virgen de la Aurora, y luego vendría el día de San Antonio y el de San Valentín.
   San Lorenzo en Guájar Faragüit, con aquella gigantesca noria, que cubría gran parte de la plaza, imponiendo un respeto imponente, dando vueltas y más vueltas casi hasta tocar el cielo, bajo la atenta mirada de los más pequeños, y a continuación la procesión del santo, con la colosal y generosa estructura de fuegos artificiales; y cómo no las no menos celebradas fiestas de Guájar Alto, también con la Virgen de la Aurora, rivalizando codo con codo con las de Guájar Fondón, al coincidir en la misma fecha.
   El jolgorio festivo se iniciaba al amanecer con el desfile por las calles de la banda de música, que tocaba diana con un pasodoble torero o una marcha militar. La gente se vestía con sus mejores galas, y la alegría brotaba en todos los rincones del pueblo, y se sucedían enfervorizados vivas a la patrona.
   El juego de las charpas, en que los hombres en corro arrojaban al aire dos monedas, y ganaban o perdían unas pesetillas o duretes o todo lo que llevaban encima, según viniese la suerte de cara o cruz. En Semana Santa enmudecían las campanas y rugían las carracas, infiltrándose sus pesarosos lamentos por entre las rendijas de los sentidos y de las puertas de las casas, mezclándose con sentidas saetas recordando a algún ser querido a la sazón ausente.
   Las bodas constituían todo un fastuoso acontecimiento, que marcaba un hito en el pueblo, decorando las sienes y los cuerpos de unos y otros con elegantes atuendos y opíparos banquetes, olvidando las penurias y estrecheces. Asimismo las comuniones, en ocasiones con ricos engalanados o entorchados marineros los más pudientes, ornándose con montañas de flores por todos los rincones, sembrando el ambiente de una eterna primavera.
   Las sonadas cencerradas, en el silencio de las noches felices, por el ayuntamiento de la pareja rota por un tiempo, tras haberse restañado. Y los novios más impacientes que, liándose la manta a la cabeza, se subían a un tranvía llamado deseo, cual célebres estrellas del celuloide, rumbo al río Grande o a la era, empujados por la libido, dejando por el camino perdida alguna pertenencia.   
   Y cómo dejar en el tintero los tres molinos que a la sazón bregaban en la villa, suministrando a visitantes y lugareños, cual buque nodriza, el combustible para vivir, el aceite y el pan tierno, así como la industria del esparto, la esencia de los tallos de romero, la siega de las sementeras, la monda motrileña o la vendimia gala, etc., etc.
   Y no puedo terminar sin resaltar la labor encomiable de los compañeros tertulianos de Almuñécar y Nerja en las tareas literarias, por su inagotable fervor, encendiendo la llama creativa, truene, relampaguee o se atraviese el más árido y áspero de los desiertos.
  
  

sábado, 5 de mayo de 2012

Vergüenza me da

Todos los días se iba a la playa a darse un baño tal como su madre lo trajo al mundo, y disfrutaba enormemente de las inmersiones que realizaba entre la blanca espuma de las olas, pareciendo que tenía alas, pues volaba de ola en ola como una gaviota. Una mañana vio a otro bañista con el correspondiente bañador último modelo, llamándole poderosamente la atención por la elegancia del tejido, los sugerentes colores, la perfección de las costuras, y visto y no visto, lo que apuntaba a impoluta e inmaculada belleza se desvaneció al cabo de un rato, pues según paseaba con el impecable atuendo por la orilla del mar, al parecer se notaría cansado y se sentó en la arena a descansar o contemplar el inmenso horizonte, pero con tan mala fortuna que lo hizo encima de un negro montículo de alquitrán, y al no percatarse del sorprendente regalo, volvió a sumergirse tranquilamente en las bravías aguas marinas. Al salir del agua, el paquete seguía intacto en su sitio, y el otro, que se bañaba desnudo, se dio cuenta del percance, y un tanto impaciente y encorajinado gritó, vergüenza me da el verle de esa facha, con el voluminoso pegote de alquitrán pegado en el culo, advirtiendo a continuación de que más le valdría haber empleado un modelo sencillo y ecológico como el suyo, y se sentiría a la postre orgulloso y más feliz, resplandeciéndole las partes como los chorros del oro.

jueves, 26 de abril de 2012

El incendio

                                                     

   La primavera le provocaba a Silverio múltiples y desagradables molestias, teniendo que aislarse del mundanal ruido, y refugiarse en un lugar apartado, casi secreto, en una casita de peón caminero o cabaña de guarda forestal perdida en la montaña.
   Viéndose obligado, muy a su pesar, a separarse de la pareja durante algún tiempo, en una época en que no existían los artilugios de última generación de hoy en día, móviles, e-book e Internet entre otros, motivo por el cual disponía de todo el tiempo del mundo para él solo, pudiendo dedicarse a lo que le apeteciese, pensar, dormir, leer o pintar en el habitáculo o en plena naturaleza, matando el tiempo, como suele decirse vulgarmente, aunque reconocía que ciertos días se le atragantaban sobremanera.
   Otras veces escribía cartas de amor o a las amistades más próximas y familiares, y cuando arribaba al poblado las depositaba en el buzón de correos, con el fin primordial de ofrecer indicios de que se encontraba vivo.
   Una fría noche, como de crudo invierno, decidió encender un gran chisco en el bosque, a la vera de una caverna, con idea de mitigar los fuertes latigazos y tiritones que tan cruelmente le afligían, quedándose al poco dormido, levantándose un ventarrón de tal magnitud, que se fue expandiendo por el bosque, llegando a las mismas puertas de la ciudad, sembrando el pánico entre el vecindario, aunque la diosa fortuna fue por esta vez su aliada, dándole un empujoncito para que no se lastimase en exceso en medio del caos, del horrísono infierno, gozando de la oportunidad del instante, propalando a los cuatro vientos, albricias, albricias, estoy vivo, pero de repente, en un súbito y macabro rebrote, la insensible vorágine del bosque lo engulló.         

martes, 24 de abril de 2012

La llave




                                                     

   Wenceslao venía haciendo eses por la calle, empapado no sólo por dentro sino por fuera, ya que en esos instantes caían chuzos de punta, estaba diluviando, y entre charco y charco daba un saltito de rana, pero con tan mala fortuna que perdiendo el equilibrio se precipitaba en el abismo, hocicándose a todo lo largo y ancho que era, mas a trancas y barrancas se enderezaba, y emprendía de nuevo la triunfal marcha, alegre y contento como iba, con el tablón que llevaba, y entre mugidos y fuertes jipidos atinó a tararear la canción bajo la lluvia,
Te vi bailar bajo la lluvia,
y saltar sobre un charco de estrellas,
y te vi bailar bajo la lluvia esperando la luna llena,
volverás a reírte de veras…
   Pero al poco volvía a morder el barro de las pozas, siéndole cada vez más trabajoso el acto de ponerse en pie manteniendo el tipo, y columpiándose a derecha e izquierda, se decía, borracho yo, tururú, y una vez que calculó más o menos la distancia de la morada, estando casi a la altura, se echó a reír y metió la mano en el bolsillo izquierdo del pantalón, buscando la llave para abrir la puerta, y cual no sería el chasco o la frustración al no hallarla por ningún lado.
   Finalmente, registrando con parsimonia todos los bolsillos, notó algo extraño, un pequeño envoltorio, y al desliarlo se percató del error, toda vez que al parecer, al salir con premura del lupanar, unido al desapacible día de horrorosa lluvia y aciago viento, se equivocó, confundiendo el envase del profiláctico con el bulto de la llave,
   Entonces, en el estado de gracia en que se encontraba, tan satisfecho y feliz, ni corto ni perezoso, empezó a cantar la canción infantil de la pérdida de las llaves, Dónde están las llaves, matarile rile, rile, rile, dónde están las llaves, matarile rile, rile, ro, chimpón, en el fondo de Mar, matarile rile, rile, rile, ro, chimpón…      

domingo, 22 de abril de 2012

Un tertuliano invitado


                                       

   Aquel día se consiguió abrir una ventana en el campo de visión de la tertulia, de tal manera que sin que apenas se notase en los inicios, según avanzaban las manecillas del reloj, las manos de los tertulianos, haciendo gala de mil malabarismos con sus bolígrafos, se fueron abriendo y expresando en los más variados aspectos y matices sobre la problemática del género humano, sobre lo bello, lo verdadero, lo bueno, lo deleznable o lo que merece la pena cultivar en el día a día, abonándolo y resguardándolo de las frialdades ambientales.
   El nuevo tertuliano, conspicuo y eufórico, en un breve inciso, tomó la palabra y, refiriéndose al núcleo de la temática que nos ocupaba, dijo, me congratula vuestra entrega y amor a la palabra hecha vida.
      

martes, 17 de abril de 2012

Pintar con huevo



Se tiró de cabeza a la piscina intentando hacer una pausa en el pensamiento, pues desde un tiempo a esta parte le aturdía el modo de pintar con huevo.
No acertaba con la definición exacta, aquella que le concitase la suficiente clarividencia para llevarlo a cabo.
En determinadas ocasiones se había sumergido en el mapa conceptual de los ovíparos, visitando, webs, granjas, observando nidos de pájaros y aves en alamedas y bosques, con los huevecillos recién puestos, o entrado en alguna galería de arte, donde hubiese una exposición de pintura relacionada con las aves, que estuviesen plasmados los componentes, alas, plumas, pico, cabeza y huevos, pero después de un denodado esfuerzo por desentrañar los más recónditos intríngulis de tales animales, no llegó nunca a captar el verdadero sentido o meollo del asunto, esa manera tan exótica y peculiar de pintar.
Así transcurrió un tiempo, fatigado y frustrado por los escasos resultados, indagando por todos los ámbitos de la creatividad artística, a través de los principales movimientos pictóricos de la historia de la humanidad, tales como, la escuela flamenca, veneciana, barroca, neoclásica, romántica, renacentista, surrealista, cubista, futurista, expresionista, impresionista, realista, fauvista o modernista, hasta que un día se desmelenó, y dijo ¡basta!, y cogiendo el huevo más gordo que había en la cocina, lo estrelló en un plato y empezó a pintar una catarata de imágenes y fantasías insondables, altamente nutritivas y cautivadoras, ganando el concurso de pintura de tema libre que se había convocado al efecto, sirviéndose para ello del huevo como la principal sustancia para configurar todo un mítico mundo de inspiración, sorprendiendo a propios y extraños.

A volar






No se sabía lo que se amasaba en la vida de Lucio, sobre todo desde el último verano, acaso fuera por la pérdida de un amigo, y permanecía anclado en el mes de julio, y no había forma de que echase a volar por otros horizontes, en busca de nuevas amistades, que llenasen el vacío del amigo.

Desde que tenía uso de razón, Lucio era consciente de que la vida sigue, y sin embargo en esos momentos miraba sin mirar hacia ninguna parte, hacia la nada, no encontrando un acicate que le empujase a navegar. Los tormentos arreciaban a finales de enero, a lo mejor porque el mes de febrero le reportaba funestas remembranzas de la época dorada, cuando estaba perdidamente enamorado de Angelitas, hasta el punto de que se pasaba las noches en vela, queriendo verla cuanto antes, y debido a las ansiosas expectativas intentaba arañar horas a la noche, y las descascarillaba a mordisco limpio.

Con semejante medicina se recompuso Lucio, y evocaba, un tanto desangelado, aquellos años que se le pasaron volando, paseando con su amor por el parque, la playa o el campo. Pero con el paso del tiempo el amor se fue desinflando, quizá de modo prematuro, pero la herida seguía abierta.

En ésas andaba, cuando ella emigró con la familia a los mares del sur, teniendo lugar una triste y bronca despedida, y al poco de la marcha, la lejanía hizo de la suyas, la ternura de su imagen, la sonrisa y las inquietudes de Angelitas se diluyeron como el azucarillo en un vaso de agua, al perder todo contacto con ella, desconociendo el paradero.

Tales añoranzas juveniles le sobrevenían casi siempre en el mes de febrero, tal vez por la costumbre, acuñada en el cerebro y en el espíritu, de considerarlo como el mes por antonomasia de los enamorados, y era por ello que, en tales calendas, se sentía más desprotegido y vulnerable que nunca, ávido de cariño, y se le acentuaban en exceso las carencias, actuando como un pobre pajarillo muerto de miedo en el nido, con el pico abierto aguardando el sustento, una brizna nutritiva, una carantoña, algo que le mitigase el hambre del cuerpo y del alma, y seguir vivo, y de esa guisa volar bien alto cuanto antes.

domingo, 15 de abril de 2012

La obra



Se bajaron las persianas de la casa y todo se vino abajo, volviéndose negro, descorazonador, y se le reflejaban en el rostro los años que había vivido entre aquellas cuatro paredes, hecho polvo, con una especie de cáncer incrustado en las entrañas.

Al meterse el hombre en la ímproba tarea de reformar la casa, no encontraba la forma de levantar cabeza, porque sentía sobre sus hombros una carga demasiado onerosa, como si tuviese que transportar él solito todos los ladrillos, la mezcla, las baldosas y demás enseres, y no inhalaba los aromas idóneos para configurar su espíritu, y vestirse de un hombre nuevo, una criatura que pensase con el cerebro, con dos dedos de frente, realizando lo más razonable en la vida, porque, al fin y al cabo, obras son amores y no buenas razones.

A veces, con no poco esfuerzo, resurgía de las cenizas, y alzando el vuelo de las emociones trataba de enderezar el rumbo y alegrarse de alguna manera por la obra que había emprendido, que tampoco era para tanto, una simple reformilla, pero no se sabe qué ocurría, que a la vuelta de la esquina hincaba el pico, tal vez porque en su fuero interno lo concebía como el trasunto de los pasos que a través del tiempo le habían desviado del itinerario, yendo a caer en unas indefensas paredes vitales, volubles, que le volvían la espalda, no prestándole el abrigo necesario a la frialdad que respiraba.

En ocasiones, entrando en razón, calculaba que no era contraproducente poner en práctica el dicho tan sabio, renovarse o morir, y como estaba más muerto que vivo, la obra le vendría como agua de mayo, y, aplicándose el cuento, flotaría gozoso y feliz, y no sería arrastrado por turbias inercias; por ende, ante la efervescencia que le hervía en el cráneo, con el fin de despejarse y ahogar los malos augurios, lo metió en el frío chorro de agua que brotaba del grifo en aquel crudo invierno, con objeto de ahuyentar los hirientes parásitos que se le habían ido acumulando a lo largo de la convulsa existencia.

En el fragor de la reforma, el hombre, un tanto alicaído y harto de tanta entrevista, consulta, pareceres y presupuestos con los especialistas del ramo, tales como, arquitectos, albañiles, carpinteros, electricistas, fontaneros y proveedores de material de construcción, empeoró de repente sobremanera, sintiéndose imposibilitado y perdido en un largo túnel, y le asaltaban en sueños terribles pesadillas a cerca de su futuro, si algún día vería la luz por algún resquicio, al igual que el fin de la obra, antes de que la obra acabase con él, y le pusieran el epitafio, Finis coronat opus, estando criando malvas, y el hombre rugía furioso farfullando, y ya para qué.