jueves, 31 de octubre de 2019

Otoño





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Quería tocar el otoño con la yema de los dedos, acariciarlo como a un membrillo disfrutando de su color y olor, y no buceando en las románticas aguas decimonónicas con la fantasía, imaginando hojarascas tras las puertas de cementerios, ruinas o abadías dejadas de la mano de Dios o acaso belcebú, arrastradas por el viento por trochas y caminos, y cual empecinado y romántico poeta galantear a las estrellas como a excelsas doncellas, o escenificar divinos encuentros en montes de ánimas, de luz o de comprometidos Cristos dialogando de tú a tú con almas desvalidas desde el madero.
   Y cuán grande no sería la algarabía cuando se abrieron de par en par las puertas del otoño dando barra libre a los sentires, porque ya iba siendo hora de que hiciera acto de presencia y no figurase sólo en el calendario, cual novio que espera a la novia en el altar y nunca llega.
   El otoño venía tarde y con retrancas, por lo que tuvo todo el tiempo del mundo para prepararse en una especie de carroza con toda la corte de damas, caballeros, nieves, ventiscas y lluvias así como nuevos animales emulando al arca de Noé, refrescando la piel de toro y sus angustiadas gargantas.
   Mas no se puede pasar por alto la felonía del verano con sus malas artes, que haciendo de su capa un sayo distraía al personal con guiños o títeres en tierra de nadie intentando llevarse la mejor tajada de la tarta cósmica, montando orgías sin cuento en chiringuitos y saraos con tanga o despelotes comiendo y bebiendo en copas de oro: ocasos, ortos, horas y más horas, minutos y meses, toda una eternidad, apurando hasta la última gota poniéndose morado pretendiendo extender su reinado, incluso agarrándose a un clavo ardiendo montando tiendas de campaña por majadas, oteros o grises alcores para quedarse, obstaculizando la entrada del otoño, y se regodeaba en sus narices hasta tal punto que rozaba la esquizofrenia estando a pique de convertir las tierras hispanas en un cúmulo de desérticas dunas.
   Apenas quedaba ya líquido elemento en los embalses, aunque en algunos puntos privilegiados brotase el agua, como sucedía en el manantial guajareño de la minilla en el barranco de Arrendate, que suministraba agüita fresca cuando aún no había frigoríficos en las casas, si bien se advertía que estaba dando las últimas bocanadas.
   Otro tanto acontecía en la acequia denominada alta, así llamada por el nivel por donde discurre su cauce aguantando estoicamente la sequía, de modo que ni los más viejos del lugar daban crédito al copioso caudal que fluía por su regazo.
   El reflejo del sol en los tejados y fachadas del pueblo obligaba a entornar los ojos, y a pesar de la alfombra de hojas por los amarillentos caminos seguía bullendo en las mentes de los vecinos la primavera última tan lluviosa, risueña y rebosante de vida conscientes de que el tiempo vuela y se nos va de las manos.
   El firmamento permanecía despejado ese día, tan solo unas rojizas y tiernas motas poblaban los espacios, no queriendo ocultar la ansiada carroza del otoño con todo su séquito en el desfile estacional.
   Los mayores tomaban el sol como de costumbre en los poyos de la plaza, y del reformado consistorio, antiguo ayuntamiento de la villa y reconvertido en centro de salud, salía y entraba la gente en busca de milagrosas recetas y algunas gotas de calor humano para sobrellevar la ciática de turno o el cólico nefrítico que llegara al amanecer.
  Algunos pájaros revoloteaban alegres en los aleros de los tejados. Era un día de principios de otoño en un pueblo de raíces moriscas con calles estrechas y empinadas cuestas, donde los habitantes se miraban en su terruño como en el espejo del río de la Toba, que baña la jurisdicción guajareña.
   No hace mucho los hombres sacaban la petaca para liar el cigarrillo en amena conversación recordando a los últimos de Filipinas, sobre todo cuando no urgían las labores del campo.
   -¡Antonio, no fumes, que no es bueno, y nos vas a estropear el día – dijo una voz de mujer.
     Era todo un ritual lo de liar cigarrillos poniendo entre los dedos el papelillo que se arrancaba del librito echando la picadura y empujándola con los pulgares haciéndole rodar hasta formar el cilindro, y mojando el otro borde con la lengua terminaba la operación.
   En esos momentos venía calle abajo un muchacho en bicicleta cantando ufano una canción, “Por qué han pintado tus orejas, la flor de lirio real…dicen que tú eres buena, y a la azucena te quisieran comparar”… mientras un lugareño salía con la bestia del establo rumbo a la capital motrileña para gestionar los más variopintos asuntos, y de paso echaba un trago en alguna venta por el camino apaciguando las angustias existenciales y degustando alguna ración de chopitos o tapas variadas del terreno.
   Y tenían lugar los más variados avatares evocando escenas de películas de pistoleros, como la novela del oeste que siempre llevaba en el bolsillo del pantalón su amigo, sentándose a leer en cualquier tranco de la calle, rememorando lejanas tierras esquilmadas y secas como la de aquel pesado y lento verano.
   No perdonaban los labriegos la falta de agua, viendo nerviosos que los nacimientos de toda la vida no resollaban, aparecían muertos, sólo algunos daban señales de vida goteando asustadizas lagrimillas que se perdían entre mastranzos, piedras y arenisca.
   Al tendero del pueblo cuando se desplazaba a los Motriles para reponer mercancía le pedían múltiples favores, lo mismo que al cartero de los tres pueblos guajareños al ir a por la correspondencia, atiborrándolo de los más raros encargos: medicamentos para el crecimiento, vendajes para niños quebrados, ropas íntimas con la talla a ojo de buen cubero, agua de carabaña, lavativas u otras curiosidades, incluso garrafas de helados transportadas en lo alto del mulo subiendo la Cuesta de Panata durante el esplendor de la flama agosteña.
   -Como si no tuviese otra cosa que hacer, que vuestros encargos - les decía.
   Al caer en sus manos la foto del firmamento, se quedó extasiado descubriendo la nitidez de las venas y pálpitos siderales exhibiendo sin regomello las partes íntimas en carne viva, y encerraba la imagen tanto misterio y encanto cósmico que encendía a los más recalcitrantes corazones.
   Porque en el núcleo de la foto brotaban las más sinceras sensaciones de un cielo abierto al mundo, con intención de ser estudiado y tenido en cuenta para las generaciones venideras, toda vez que hay que reconocer que tiene sus días buenos y respectivas jaquecas en días bajos de moral como cualquier hijo de vecino, cuando el firmamento no levanta cabeza humillado por los contratiempos o algún punto negro interpuesto obstruyendo los giros interplanetarios, sembrando desconfianza o fuertes temores que van in crescendo cuando se oscurece de pronto el sol o la luna por un eclipse o extremistas nubes que perdiendo la cabeza empiezan a diluviar sobre la tierra muerta de sed por el abuso  estacional del verano, queriendo abarcar su espacio y el del vecino otoño, dejando tiradas a las muchedumbres hartas de tantos rayos solares, y para remediarlo sus habitantes hacían rogativas procesionando por las calles de la villa a los santos más buenos con idea de ablandar los corazones de las duras y hurañas nubes, y se dignasen abrir la pucha de los riegos para que caiga el agua alegremente sobre los marchitos campos y vegas de la Tierra.     
   Y más vale tarde que nunca, comentaban resignándose los vecinos, aceptando la tardanza del otoño para sacar las castañas del fuego ( y sin obviar saborear las castañas asadas en los tenderetes con lo ricas que están junto a sus humos de incienso abrigando el ambiente y las frialdades humanas), porque la flora, fauna y las criaturas precisan del líquido elemento para vivir, y porque el añorado otoño lleva dibujado en su ADN el cambio de camisa y de tiempo, desnudando a la naturaleza para vestirla de nuevo en su momento de eclosión, y cual avezado mensajero nos advierte sobre los crudos fríos que nos aguardan en invierno o tal vez de las postrimerías vitales.       

                                   


jueves, 26 de septiembre de 2019

Adiós

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No aceptaba una despedida por las bravas. En la agenda guardaba la fecha de la cita con todas las consecuencias consciente de que las palabras se las lleva el viento, emulando el verbo bíblico, “eres piedra y sobre esta roca lo edificaré… y no podrán contra ella”, y pleno de facultades y en su sano juicio se sentó a esperar a Eugenia en el lugar convenido aquel mes de septiembre al término de las vacaciones, y la ansiaba con tanta fuerza que aparecía tatuada en la mirada formando parte de su ser.
   No recordaba la última vez que se sintió feliz en una cita.
   Nadie podría arrancársela por mucho que se empeñara, pues se vería obligado a amputarle un miembro o algo similar, si lo pretendiese.
   Las manecillas del reloj seguían impertérritas su curso, y la traviesa y rubia cola de caballo no aparecía ni por asomo. La incertidumbre y desconfianza se iban apoderando de su estado de ánimo anegando sus neuronas con envenenado líquido que le chorreaba por las sienes como aceite hirviendo, corriendo el  riesgo de acabar con su vida.
   En esas entremedias cogió el móvil para verificar las últimas notificaciones y de paso matar el tiempo intentando evadirse de la incertidumbre que lo amordazaba, y hacía bien porque de esa forma sujetaba las bridas de los instintos superando los malos tragos, evitando males mayores.
   Y en tales coyunturas reflexionaba sobre el affaire rumiando suposiciones, turbios murmullos o tal vez aviesos desaires ponderando la actitud de Eugenia por si hubiese cambiado de opinión emprendiendo otras travesías.
   El augusto y lento verano trascurría con los rigores de costumbre, las engorrosas inclemencias caniculares, y no por unos fríos íntimos e inexplicables, dado que en tal caso sería bastante trágico que urdiese venganzas nunca confesadas, sino antes bien por las calenturientas horas y largos días que se acumulaban a lo loco y plantándose en mitad de la calle y plazas profiriendo a voz en grito: esto es mío y me pertenece, no habiendo nadie que los mande con la música a otra parte, que bastantes músicas pululaban ya por aquellos parajes.
   La cuestión era que Eugenia no daba señales de vida por ningún resquicio de la tarde, y la noche ya se echaba encima extendiendo sus garras por el entorno a marchas forzadas.
   Y seguía esperando con la paciencia de Job a que llegase con su alegre cabello al viento desafiando la gravedad y los torbellinos de microscópicas y dislocadas particulillas que revoloteaban en nuestras mismas narices.
   Hay que señalar que siempre fue una moza de armas tomar y muy suya, no amedrentándose por nada del mundo. Mas la escena no pintaba bien, saliéndose a todas luces del guión, al no casar con las más elementales pautas de cortesía y sentido común.
   Una carta mal escrita fue el único testimonio en todo el lapso de tiempo, a pesar de que porfiase que la cita seguía en pie, no cuadrando en absoluto con la realidad.
   Él sabía de buena tinta que ese año se marcharía ella a los Países Bajos no a hacer la mili en los Tercios de Flandes como antaño iban los mozos cuando pertenecían a la corona española, sino que se trataba más bien del ensalzado curso de Erasmus, tal vez la panacea o campus abierto para escalar los más altos peldaños socioeconómicos o de intelectualidad, o a lo mejor para poner en órbita cerrados cerebros en conserva, y durante tan seductora estancia erasmista se suponía que la vida se transformaría milagrosamente cuajando su fruto, o al menos así figuraba en las estadísticas oficiales, si bien habrá que guardarse muy mucho de no minusvalorar la reacción que pudiese tener Erasmo de Róterdam si levantase la cabeza y le preguntaran al respecto, al ser un humanista hasta la médula, exigente como nadie de la ciencia y avances de la Humanidad, por lo que no se sabe si daría el visto bueno a tanta algarabía o al alegre montaje cultural levantado a su costa.
   Sin entrar en profundidades, pero desgranando un poco las ventajas o perjuicios del paréntesis universitario denominado a bombo y platillo el ya mencionado curso de Erasmus, como si fuese la piedra filosofal de la salvación humana, que a bote pronto no se sabe siquiera de dónde extrajeron tan altisonante denominación o qué arúspice en un chispazo de inconmensurable lucidez y progreso europeísta dio en el blanco de tal vocablo, que por cierto podría haberse llamado por ejemplo, Elio Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática de la Lengua Española, o Cristóbal Colón por su gesta americana o el mismo Marco Polo pongamos por caso, no desmereciendo ninguno por sus esfuerzos en pro del desarrollo de  la vida humana, y llegados a este punto ¿por qué no el inventor de la penicilina, Alexander Fleming, que tantas vidas ha salvado y sigue salvando?.
   Pues bien, Eugenia, haciendo caso omiso de la etimología de su onomástica (del griego, eu: buen, y genio: origen, es decir, bien nacida) resultaba que en el caso que nos ocupa no se ajustaba a las expectativas, de manera que trascurrió respingona y errática la tarde sin que ella apareciera.
   Pasaron los días, los meses y años pasaron, y al cabo del tiempo encontró en el buzón de su apartamento de la playa una carta mal escrita, más que nada porque al plasmar las emociones pareciera que tuviese párkison, amnesia o alguna rara patología que no le dejase ir al núcleo del asunto, escribiendo evasión o autonomía personal o igualdad de género donde debiera figurar la palabra Amor o cariño con mayúsculas, y otras cosillas por el estilo que es mejor olvidar, no cogiendo el toro por los cuernos y trasmitir la esencia de lo que sucedía en la trastienda.
   Y según iba desgranando los puntos de los parágrafos, los obtusos vericuetos y frases a medias, así como  las ausencias de hechos relevantes que chillaban con furia, y que se veían venir, sin embargo no llegaban a salir del cascarón.
   Finalmente vomitó por sorpresa, refiriendo que había sufrido un secuestro al llegar a Bruselas, no pudiendo embarcar en el avión que le llevaría a España aquella aciaga tarde llena de acariciadas esperanzas y tiernos proyectos, o dicho con otras palabras, que partían los corazones o despertaban a las piedras, porque aquel día iba a desembuchar lo que tan sigilosamente guardaba en secreto, declararse a ella, pedirle la mano o mejor su corazón para construir juntos un nido de felicidad, reluciendo en su frente, cual marmóreo frontispicio griego, la ensoñada sentencia, I love you.
   Y una vez concluida la carta, se fraguó el adiós, la triste despedida.
   Tan sólo quiso recordarla con unas heridas y frustradas palabras que le brotaban como agónicos suspiros:
   Ni en los ojos, ni en tu pecho,
   ¿En dónde me acogerías?
   ¿En el aliento, en tus suspiros?
   Dime entonces, ¿dónde enterrarías mis sueños?                  
                  

        

viernes, 23 de agosto de 2019

Improvisación





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   Al toparse con el tema Improvisación, que significa groso modo, hacer algo que no está previsto o preparado le dio un vuelco el corazón, empezando a temblar con más virulencia si cabe que la presidenta Ángela Mérkel en los actos protocolarios a los distintos jefes de estado, agravado por el súbito eclipse de visión por el absceso que le salió en las mismas narices del ojo, no quedándole más remedio que apechugar con lo puesto, haciendo de tripas corazón.

   Los mimbres de la intriga estaban al parecer servidos, viéndose obligado mal que bien a tirarse a la piscina con los ojos cerrados y la cabeza abierta de par en par a los advenimientos de allende los mares o de cualquier punto del globo, buscando el genuino karma de la Improvisación.
   Una vez realizada una concienzuda reflexión sobre el asunto, le vino a la mente un sinfín de tramas de piratas, maquiavélicos príncipes, bandoleros o contrabandistas acomodaticios  de guante blanco.
   A sabiendas de que no había una propuesta tajante a la que hincarle el diente y despedazarla como al marrano en la matanza, convino no obstante en poner los cinco sentidos y los recursos a su alcance para salir del atolladero, intentando dejar el pabellón a la altura de tan delicadas circunstancias.
   Y en ésas andaba el hombre hurgando en las neuronas, yendo de un lado para otro, no sabiéndose a ciencia cierta si mendigaba un milagro al cielo o maldecía tal vez su estrella por meterse en semejantes berenjenales, y nunca mejor dicho porque estaba entrando en los dominios de una guarida de órdago, no una cualquiera de tres peras al cuarto sino el selecto lugar donde se mascaba la tragedia por momentos, al correrse los más altos riesgos si se materializaba el efecto mariposa, asumiendo la filosofía del dicho popular, caiga quien caiga, al ser nada menos que la guarida del indómito e ínclito Cóndor, apodado así en los más reputados mentideros de las letras hispanas, emulando a otros celebérrimos santuarios como el café Gijón.
   Un buen día, alguien disfrazado de pirata portaba una maleta de doble fondo, como James Bond, en principio rumbo a lo desconocido, pero pronto se atisbó que iba a la misteriosa guarida presentando fundadas sospechas de ocultar algo en su interior, no un revólver por suerte sino un cóndor disecado robado en Lima según fuentes policiales, y como después se supo, alegando que lo hacía por unos ideales supranacionales, con objeto de levantar un museo etnográfico y de folklore sudamericano en los Guájares como un auténtico indiano, siguiendo las directrices del Louvre y las revelaciones de distinguido arquitecto del ramo junto a un experimentado taxidermólogo que garantizaba su buen estado de conservación, intentando de ese modo poner la primera piedra para tan honroso y sublime templo artístico.
   Con el paso del tiempo sus inmejorables proyectos y designios se fueron diluyendo como azucarillo en vaso de agua, yéndose a pique por la desidia de los patrocinadores y la falta de amor propio.
   Según se desprendía de los textos exhumados de un viejo baúl enterrado entre la paja de un cortijo guajareño, la guarida del Cóndor fue bautizada con tal apelativo porque en sus inicios y según las versiones más acreditadas de los eruditos en el affaire hasta la fecha, llegó a albergar armas de guerra durante el levantamiento morisco, convirtiéndose durante un tiempo en un auténtico polvorín, utilizándose más adelante como laboratorio de animales disecados y colmillos de elefante principalmente.
   La cosa no quedaba ahí, ya que con el paso del tiempo se instalaron unas cámaras frigoríficas  cuya misión consistía en conservar vivos a toda costa corazones, riñones y otras partes del cuerpo humano, con el fin de venderlos en el mercado negro, enriqueciéndose vertiginosamente los desalmados promotores.
   De casta le venía al galgo, dado que habría que remontarse a los prístinos comienzos de la historia del enclave, donde se levanta actualmente la referida guarida.
   Otro pergamino encontrado atestiguaba con letra un tanto críptica que había pasado por los más diversos avatares a lo largo de los siglos, siendo un tiempo cueva de Alí Babá y los cuarenta ladrones, adonde acudían como reposo del guerrero tras las interminables jornadas de caza y sangrientas guerrillas llevadas a cabo contra otras tribus por los intereses creados para el sustento de la familia.
   Siglos antes desfilaron por sus estancias los fenicios con todo un abanico de artísticos enseres y finos brocados siendo la envidia de Occidente.
   Después, buscando oro entre otras materias primas, llegaron los romanos, ejecutando las correspondientes excavaciones en la ladera del monte que la sostiene, discurriendo por sus faldas el afamado y generoso río de La Toba con sus verdes álamos y fabulosos conciertos de colorines y ruiseñores en sus copas, tiritando a veces los cimientos de la montaña por  los vientos huracanados y los negros temporales.
   Posteriormente arribaron los árabes con su irresistible maestría y ansias por explotar la tierra construyendo almacenes, acequias, bancales, albercas, jardines y agua a la carta, llegando a levantar envidiables palacios y monumentos como el castillo rojo nazarí u otros palacetes diseminados por todo el orbe, allí por donde pasaron dejando las huellas.
   Y después de tantas metástasis y transformaciones vividas en las entrañas de la guarida, como aprisco de cabezas de ganado o eventual habitáculo de algún que otro bandolero que hubiese perdido el norte, y  reponía fuerzas en tan caliente paradero arrastrado como un imán por una batería de sucesos y avatares que  vibraban en sus cuestiones palpitantes.
   Y de esa guisa la suerte estaba echada, alea iacta est, que dirían los cultos  romanos, resplandeciendo hoy con luz propia aquello que nunca fue y hoy representa por antonomasia con sumo orgullo, la inigualable mansión donde unos idealistas y quijotescos personajes se congregan de cuando en vez para litigar, dilucidar o poner los puntos sobre las íes o sobre la vida meditativa, creativa e ilusionante de los seres pensantes que, al igual que las manecillas del reloj, no cesan en un perenne tic tac, y así sus mentes despacio pero sin pausa elucubran o hilvanan enigmáticos hilos que, como Sherezade en las Mil y una noches, burlan las intenciones de las amenazantes Parcas, brotando esplendorosos y envidiables amaneceres, porque en la guarida del Cóndor siempre sale el sol repartiendo a manos llenas luz, mudo asombro y calor humano.
   Y después del mágico ocaso en el horizonte, y renacido el fúlgido orto, se oían las dulces notas del acordeón del virtuoso ACA apostado en el balate: Bella niña, sal al balcón, que estoy esperando aquí, para dar la serenata sólo y sólo para ti, cuando la aurora tiende su manto…
   Postdata. ACA, es el acrónimo de las iniciales de Antonio Cano Aíza, gran animador y protector de las artes y tradiciones guajareñas.

martes, 20 de agosto de 2019

Lluvia




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   Miguel, cuando era pequeño, jugaba en el río del pueblo a los barquitos, a dar saltos de rana en una poza hecha con piedras y cañaveras, a zambullirse como pez en el agua junto con otros niños, ajeno a las arrugadas inquietudes de los labriegos.
   Con el paso del tiempo, fue creciendo en sabiduría y gracia delante de la familia y los amigos, no como un Dios, pero sí haciéndose poco a poco todo un hombre, tomando conciencia del cambio climático y la relevancia del líquido elemento.
   En un principio sólo advertía la falta de agua cuando tenía sed y encontraba el botijo vacío, o menguaba la corriente del río llegando a secarse, llorando a lágrima viva como si lo estuviesen matando, creyendo de buena fe que sus sentidas lágrimas se transformarían en cristalina agua cubriendo el cauce.
   Más tarde, ya metido de lleno en las tareas de labranza, comprendió el riesgo que corría la comarca e incluso la Humanidad, si no le pluguiese al cielo soltar prenda.
   En la jurisdicción de los Guájares hay zonas que se conocen con el nombre de Los secanos, siendo entendible y comúnmente aceptada la ausencia de agua, aclimatándose las plantas del entorno al estricto régimen pluviométrico, higueras, almendros y viñedos.
   Lo que no perdonaba Miguel por nada del mundo, era el hecho de no poder llenar la cantimplora o pipote en el manantial que había a la vera del camino durante el viaje, no lejos de su destino.
   Cuando la canícula apretaba de lo suyo cayendo un sol de justicia, se dirigía Miguel con el mulo rumbo a la recolección del fruto de la tierra con un sombrero de paja tarareando cancioncillas de la época, que sonaban en la radio de entonces, "Ya viene el día, ya viene mare, alumbrando su cara los olivares"..., y lo hacía a pleno pulmón poniéndose el mundo por montera, sintiéndose rey por unas horas, aunque no se conformaba con la seca y árida estepa que cruzaba, y daba un paso más si cabe con arrojo y osados ardides intentando emular a los piratas de Espronceda, "Con diez cañones por banda/, viento en popa a toda vela/ no corta el mar sino vuela/, ...que ni enemigo navío/, ni tormenta ni bonanza/ tu rumbo a torcer alcanza/"..., llevando tatuadas en el semblante las ganas de vivir, y puestos los ojos en los productos que le brindaba la tierra.
   No obstante, no podía olvidar la felicidad incrustada en los huesos de cuando jugaba en el río de la Toba, repitiendo año tras año, como la flauta de Bartolo, el dicho popular, año de nieves, año de bienes, y no quedaban ahí las apetencias, ya que andaba siempre pregonando a los cuatro vientos que la odiada sequía era un castigo divino, evocando así mismo el pasaje bíblico del diluvio con el arca de Noé.
   No le temía Miguel a las tormentas por muchos truenos y rayos encendidos que cayesen en las sierras o en el pararrayos de la torre de la iglesia, o se perdiesen por entre los olivares como serpientes envenenadas, acaso porque su debilidad sintonizaba con la filosofía del refrán, muera Marta, muera harta, aunque los estragos o secuelas de los negros temporales le partían el pecho al fin y a la postre, al verse obligado a levantar muros de nuevo, balates o adecentar puchas y acequias para el riego de la vega.
   Alguna vez se le pasó por la cabeza hacer las Américas, desembarcando en la pampa argentina sin más complicaciones y montar alguna hacienda criando caballos o sembrando trigo u otras sementeras que le endulzasen la vida y el bolsillo, y luego, una vez saneadas las cuentas regresar a la madre patria y construirse una mansión en condiciones como un rico indiano, para que los vecinos y nietos se lo agradeciesen, dejándoles un grato recuerdo patrimonial de abuelo afortunado, todo un rey Midas, y cuando descansara en el camposanto de toda la vida lo recordasen como una buena persona, que hizo el bien a la gente y a sus descendientes.
   No cabe duda de que su mayor gozo estribaba en ver la tierra harta de agua, eso era para Miguel lo más grande, lo mismo que cuando contemplaba al mulo satisfecho, a sus hijos o al benjamín de los nietecillos, que lo bautizaron poniéndole el nombre de Buenaventura, si bien el pobre tuvo mala suerte, no sabiéndose el motivo por el que embarcó tan temprano en la barca de Caronte, tal vez por algún golpe bajo, con lo jovial que era disfrutando de los pequeños placeres de la vida, sobre todo cuando veía la tierra empapada de agua como buen labriego, y saciados los animales, el caballo, las cabrillas, y no digamos la jaca, que era el no va más, el trasunto de su noble alma.
   A buen seguro que donde quiera que esté le enviará cariñosos recados y tiernos abrazos de estímulo.
   Miguel, que compartía su amor por el campo y los animales, seguro que brindará con él todo gozoso cada vez que comience a llover, ponderando su rica e incalculable valía. 
   Cuando llovía en aquellos parajes, entre majadas, colinas y oteros, diríase que resucitaban los muertos para celebrarlo, adornándose la madre natura con sus mejores galas, portando locos de contentos los caracoles y las ardillas eróticas pajaritas para el festín, deambulando por torrenteras y cañadas.
   Entre tanto Miguel, un tanto contrariado por la aparición del arco iris, se quedó enredado en las melódicas reminiscencias de una canción que se oía a lo lejos, trayéndole dulces recuerdos, "Esta tarde vi llover, vi gente correr,  y no estabas tú"...   

                  



sábado, 27 de julio de 2019

Diálogo




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   -Resistiré como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie -dijo.

   -Simeón el estilita vivía feliz y contento en lo alto de una columna, ajeno a la conversación -respondió.
   -No creo que fuese ningún dechado de convivencia, en todo caso lo sería de la más cruda soledad -dijo.
   -Y el logos se hizo carne- respondió.
    -Bueno, lo que está escrito, escrito está, y las futuras generaciones lo descubrirán a través de la lectura de los salmos bíblicos, sin dejar de degustar el rico salmorejo, los huevos de Napoleón o el salpicón de mariscos, y a buen seguro que no caerá en saco roto, ya que quiérase o no desplegarán la bandera de la comunicación en el banquete, no siendo ninguna rémora sino adalides del progreso de la Humanidad-dijo.
   -Está bien. De todos modos se enfrenta uno a sus despertares como puede o quizás como le dejen-respondió.
   -Así, a las primeras horas del día el hombre tenía por costumbre fumarse un pitillo en la ventana después de desayunar, el sitio asignado por la pareja, cuando en las calles reinaba el silencio, encontrándose la gente descansando a esas horas en sus respectivos lechos -dijo.
   -Hombre, ¿y no sería más confortable fumar en la cocina después del desayuno?-respondió.
   -Eso es fácil de articular, pero los requerimientos de la pareja discurrían por las antípodas, cogiéndoselo con papel de fumar -dijo.
   -Y apuntaba entre otras reflexiones que cualquiera podría conseguir el trágico pasaporte cancerígeno sin advertirlo, inhalando el humo en tan comprometido espacio -respondió.
   -No creo que nadie tenga la desfachatez de romper con el diálogo aventurando que no conduce a ninguna parte, y porfíe que se puede esperar todo de él pero no bueno, como partir corazones por medio por fanáticas discrepancias, y seguir apostando por el diálogo del garrote vil o ley de la selva aplicando al pie de la letra el proverbio, el pez gordo se come al chico- dijo.
   - Oye, y si la Biblia vale la pena entonces podrías releerla de nuevo poniendo el acento sobre el versículo que dice: "No es bueno que el hombre esté solo, hagámosle una compañera". llegando a pronunciar Adán el primer poema de la escritura: Ésta es ahora huesos de mis huesos, y carne de mi carne"- respondió.
   -¡Qué necedad! eso sería una simpleza palmaria, y se justificaría en tanto en cuanto no compartiese con la pareja áreas tan trascendentes como educación, cultura, valores, etc., argumentando por ello que todo huelga, llegando al núcleo duro del consejo del sabio, cada uno se lava su culo -dijo.
     -Hola Juanico, buenos días, cómo tú por aquí a estas horas, ¿qué tal andas? ¿herraste ya el mulo en Guájar Faragüit? -preguntó
   -Sí, paisano, y que yo sepa ando con los pies, gracias al cielo. Y perdona que voy  a llamar a Dolorcicas para un recado, pero mal dolor me dé por no vislumbrar sus debilidades por los famosillos de la tele, los concursos de sevillanas u otros juegos -respondió.
   -¡Caramba, y que lo digas!, pues toca madera, porque el tiempo vuela y que yo sepa no tienes alas, y las tres edades del hombre están a la vuelta de la esquina. Ajá, quería referirme a la salud con mayúsculas entre otras nimiedades, aunque en el fondo no lo son, y menos aún si naciste en Guájar Fondón -dijo.
   -Por supuesto. Mira, el pasado otoño la ciática no me dejaba salir a la puerta de la calle, como si fuese el rico patrimonio heredado de los antepasados, de manera que ni a misa puedo ir por no decir el tópico, ni a la taberna, que es lo más socorrido en estos casos -respondió.
   -¿Pero ya restablecido saldrás a la plaza de vez en cuando a tomar el sol y conversar con la gente?-dijo.
   -No sé qué decirte que rezuma enjundia, pero la conversación es un buen síntoma, un buen alimento, el descanso de los ratos duros navegando por el trajín diario. Claro, sin comeación no se puede, amigo, es el marca-pasos del vivir ... si falta el tubo de escape en los motores revientan, y se hace muy cuesta arriba la marcha, precisando el cerebro de igual modo un conducto por donde evacuar entuertos, excrementos o las jaquecas que le aquejen a uno de cuando en vez -respondió.
   -¿Juanico, entonces, según se desprende de tu parlamento, eres consciente de que sin diálogo no puedes buscar novia o ejecutar lo más elemental en la vida, respirar? -dijo.
   -No sé si será correcto llamarle así, bueno, o como se llame, pero lo cierto es que la comeación sin sentirlo te limpia las calamidades o forúnculos que florecen en el trasero o en la trastienda existencial, algo similar al verso machadiano de los Cantares, cantando la pena, la pena se olvida -respondió.
   -Bien, ¿y sabes lo que digo?, que hay una pléyade de incólumes personajes en la viña que tiran para el monte y no se bajan del burro -dijo.
   A propósito del debate, veamos algunos argumentos lexicalizados o puyas estigmatizadas que minusvaloran el diálogo haciendo de su capa un sayo, marcando el territorio como el rey de la selva: ¡Donde manda patrón, no manda marinero! ¡Aquí mando yo, y punto! ¡Hay que tener todo atado y bien atado por si las moscas! El librepensamiento ahuyenta el progreso, el avance humano cayendo en las cavernícolas épocas del taparrabos, y aullaríamos como lobos en los bosques sin un punto de bienestar, generándose una orfandad o brutal estancamiento de la especie humana. Y por ende se aferran a un clavo ardiendo gritando desafiantes ante el abismo, fuera el diálogo, es una pérdida de tiempo, a la hoguera sus artífices, y otras lindezas.
   Mas las excelencias del dialogismo las ve un ciego, porque pese a la ausencia de luz choca con la tozuda realidad, y si no que se lo pregunten al Lazarillo de Tormes al ir tomando las uvas.
   Por otro lado el diálogo existe, y se palpa en la madre natura, entre minerales, plantas y animales enviándose etéreos y afectuosos mensajes a través del potente polen, que profetiza sin duda los actuales drones, y existe incluso en las estatuas que pueblan los parques y jardines o museos, como el del Prado, donde en la expo de Giacometti dialoga con las Meninas en una sorpresiva y enigmática comunicación.
   El diálogo se masca en el Señor de las Moscas, donde la poética de Willian Golding construye una trama en una isla desierta con un grupo de niños caídos de un avión siniestrado, reflejando un mundo contradictorio y escéptico con sus propias palabras: "el hombre produce maldad, como la abeja miel", o así mismo el arriero con su destino rodando por los caminos de la vida, como un canto rodado, increpando a las estrellas del firmamento o a la corte celestial.
   El diálogo se enciende a través del logos con voces, gestos, miradas, cuando la glotis abre y cierra la ventana del pensamiento en el intercambio humano trasmitiendo luz mediante la palabra, o inhalando aliento a través de la compaña, puntos de vista, panorámicas personales o esquemas de los seres pensantes, toda vez que hay gustos o disgustos como personas o tirititeros que se dejan arrastrar por cloacas, o pisaverdes pisando fuerte por los vaivenes o hecatombes del viaje.
   Ni Von Braum embelesado y perdido entre lunas, o Miguel Hernández, gran perito en lunas con el cálamo, ni Platón con su hermenéutica y didáctica convencen a los más recalcitrantes para que se apeen del burro y acepten el castizo proverbio, "hablando se entiende la gente" .
   ¿Qué tiene que ocurrir para subirlo a los altares?, acaso lo que apunta la canción, "Ay amor que despierta las piedras, ...ay amor, tan necesario como el sol"...
   


sábado, 29 de junio de 2019

Tú eres el único que vales



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   Había una vez un hombre en una ciudad mediterránea con piernas de alambre, cintura de avispa, ojos hundidos en lóbrega cueva y entumecido cuerpo, que se dedicaba a la venta de hierbas milagrosas de nueva generación con los respectivos aditamentos: flores, semillas, hojas secas, verdes y otros sucedáneos con el marchamo de que lo sanaban todo sin excepción.
   La misión de las prodigiosas infusiones eran dignas de tener en cuenta en todo tiempo y lugar, al no resistirse ninguna dolencia o jaqueca a sus saludables y agresivas garras por muy intrincados o intratables que fuesen los males.
   Ésa era en verdad la teoría o leyenda que corría de boca en boca por el vecindario de aquellos lugares, y vibraba en las mentes de los potenciales clientes, vendiéndose el producto a manos llenas en su relajante y recoleto quisco levantado al efecto.
   Mas en ese abigarrado y fructífero mundo de endiosado sanalotodo, el hombre que lo ejecutaba, conocido con el nombre de Leo, llevaba una vida un tanto rara, como una doble  vida, toda vez que a parte de las hierbas buenas que se crían en la madre naturaleza haciendo el vivir más grato, estaba sin embargo la contrapartida, la existencia de otras matas que matan, no viniendo al caso que nos ocupa las sospechosas setas del bosque que a veces hacen de las suyas, sino más bien otras más sofisticadas, que crecen bien clandestinas o en los lugares más insospechados, y se desarrollan como auténtica cizaña matando en serie o fulminando en serio las mejores intenciones con las que se envolvía, de suerte que Leo vendía una vida sana, casi inmortal, poseyendo una voz de avezado predicador en su púlpito a la antigua usanza poniendo en práctica el dicho popular, "haz lo que digo, pero no lo que yo hago".
   De esa guisa transcurría su vida, bendiciendo lo que vendía en los mercadillos, y a la vez se destruía a sí mismo con su modus  vivendi, al estar enganchado en la dura y asesina hierba, los célebres estupefacientes, sin los cuales no podía dar un paso, pues moría por ellos.
   Contaba el periódico que en una redada policial llevada a cabo en el Campo de Gibraltar fue apresado hace unos lustros, pasando varios meses en prisión preventiva, y las malas lenguas apostillaban que pertenecía a un grupo de peligrosos narcotraficantes en conexión entre otros puntos con el cártel colombiano.
   Por ende, las posibilidades de desarrollo humano de Leo dejaba mucho que desear, encontrándose a todas luces maltrecho y  diezmado en su fuero interno, no pudiendo realizar con garantías los diferentes quehaceres vivenciales, malviviendo y malgastando los caudales que caían en sus manos, sin embargo Rosario, una fervorosa cliente, que presumía de un excelente olfato y tacto para los asuntos más espinosos, y ejerciéndolo a carta cabal tan pronto como se lo permitían las coyunturas, y admitiendo que no erraba más porque no había más hora de sol, o porque enmudecía sin querer en algunos momentos porque no encontraba ninguna salida a su evanescente discurso, y sabido es que en boca cerrada no entran moscas, cosa que hay que agradecer, no obstante reventaba si no exhalaba sus ágiles y sutiles artimañas o cavilaciones a veces tan desvirtuadas que clamaba al cielo, como ocurría en el caso que nos ocupa, que después de todo lo visto y oído a lo largo y ancho de su entorno ambiental, y a la vista estaba, que un ciego lo veía, dijo Rosario de buenas a primeras, toda ufana y altanera: "tú eres el único que vales, Leo".
   Las sorpresas que en ocasiones nos depara la vida superan a la ficción, de modo que las apariencias engañan a los sentidos más de lo que imaginamos, y es mejor callar a tiempo antes que caer en el mayor de los dislates, y para enmendarlo y no atragantarse sin venir a cuento habría que aplicar alguna de las fábulas de Esopo o Samaniego e Iriarte, que aporten una brizna de luz a las a veces enmarañadas y enrocadas actuaciones humanas.           




jueves, 23 de mayo de 2019

Eros y Thánatos




Eros, Tánatos... Del éxtasis al arrebato

   

   Hay una fuerza que nos impulsa hacia la vida, al carpe diem, a la supervivencia, al placer, al amor, Eros; sin embargo hay que señalar las contradicciones de los humanos por el libre albedrío tanto para vivir como para morir, al llevarnos Thánatos al dolor, al sufrimiento, a la muerte, haciendo su agosto la barca de Caronte, no haciendo nada en muchos casos por nuestra parte. La existencia transcurre en una lucha sin tregua entre la vida y la muerte.
   Las personas están marcadas por el lenguaje, la cultura, las convicciones y sus distintas proyecciones de futuro, quedando el instinto adscrito a lo natural, a lo biológico. Los elementos que conforman la vida humana son algo escurridizos, tanto es así que se nos van de las manos. Si nos adentramos en el mundo del psicoanálisis y tomamos el concepto de pulsión freudiano, vemos que alienta no sólo la sexualidad en el ámbito del Eros, sino también en el de Thánatos. He ahí el dilema.

   Hay que reconocer que unas personas son más propensas al sufrimiento que a la felicidad, y a veces creamos un mundo mítico de fantasmagorías de la peor calaña, y otras, lo ponemos de color rosa, dependiendo en líneas generales del enfoque humano, y hay quienes piensan que vivirán siempre, no así los hipocondríacos, pero la muerte al final siempre gana.                 

   Herminia era muy suya, sus razones tendría, tal vez llevase en las entrañas vetas de plañidera romana, aunque lo hacía por amor al arte creando una atmósfera lúdica de una distensión apabullante, construyendo con sus dolientes armas una aureola diríase que supraterrenal, transitando por encima de la pena por la pérdida de un ser querido, identificando el llanto del nacer con el morir.

   En los primeros pasos por la vida, Herminia no sabía a qué carta quedarse, si por Eros o Thánatos, buscando aquello que más le encandilase en su megalomanía, o, al menos que no la alejase de sus ideales soñados.

   Con el paso del tiempo las neuronas, al igual que los frutos, van madurando, por lo que fue decantándose por aquello que más le cuadraba a sus circuitos cerebrales, que no eran otros que los efluvios de la luna y nocturnales, si bien a ras del barro, llegando a pasar noches enteras en vela velando ánimas de difuntos, pasando olímpicamente de las leyes de la madre natura, que al bajar el telón el día cierra los ojos y se echa a dormir, roncando como mandan los cánones con objeto de reponer fuerzas para la jornada siguiente.

    Hay que señalar que lograba sus objetivos en los sufridos eventos nocturnos cargando las pilas, siendo la vida durante el día para ella coser y cantar, y lo hacía suyo completamente desenvolviéndose a pleno rendimiento y con el mayor vigor del mundo, aprovechando las horas hasta la saciedad llevando a cabo con decisión los acuciantes o rutinarios quehaceres o el más difícil todavía que imaginaba, saliendo airosa de todos los engorros en sus diferentes facetas, mas lo que en realidad le encendía las mejillas y empujaba con ahínco eran las ganas de vivir escenas siguiendo la filosofía del dicho popular, el vivo al bollo y el muerto al hoyo, exhalando fuertes sensaciones en los tejemanejes nocturnos, porque tal vez se había impregnado de los latires y tics de los avezados románticos decimonónicos en su tenebrosa y apasionada lírica recreándose en lo necrológico o vetusto, acariciando obituarios o esquelas lapidarias, engulléndolo como un rico maná o manantial hasta el punto de subirle la moral, y suministrarle los imperturbables materiales para su próspero resurgir existencial.

   A Thánatos lo fue descubriendo Herminia en tardes de fría plata, y rotundas tareas que le llegaban hasta le médula sin vuelta de hoja porque, como dice el proverbio latino, alea iacta est (la suerte está echada), atrapada ya en sus redes.

   Las veladas dolientes o velatorios nocturnos acompañando al deceso rielaba en el mar de sus pupilas con hidalguía, y lo sustentaba con no poca fruición entrando a formar parte del núcleo duro de sus más íntimos pálpitos, interviniendo activamente en sus inquietudes y pensares más frecuentes, siendo rara la jornada en que no tuviese algún compromiso de Caronte, poniendo siempre el alma en ello, hilvanando toda una endiablada red de óbitos y necrosadas órbitas al por mayor, de modo que en su cabeza habitaban tanto Eros como Thanatos cogidos de la mano, descolgándose por caóticos vericuetos inhalando en ocasiones los virulentos destellos del poeta Espronceda, "Me agrada un cementerio/ de muertos bien relleno/ manando sangre y cieno/ que impida el respirar"..., o acaso algo más sensato como el Romance del prisionero, que no sabía cuándo es de día ni cuándo las noches son, sino por una avecilla que cantaba al albor, hallando los veneros o el leivmotiv del existir en tales encerronas de agonizantes bebiendo el emocional néctar de las decrépitas cenizas, aunque distanciándose en fondo y forma de dráculas o vampiros al uso.

   A Eros lo fue descubriendo Herminia a trompicones, de manera casi encubierta en muchos casos, en los concertados vaivenes de los más allegados o amistades, bien ejecutando encargos o labores de limpieza del alma arrimando el hombro en momentos puntuales, a lo que siempre se prestaba sin escatimar esfuerzo alguno, participando en todos los eventos habidos y por haber, bodas, bautizos, comuniones, pedidas de mano o  puestas de largo con todo el esplendor del mundo, y a veces viendo pelar la pava detrás de un arbusto en el parque, pero donde se explayaba a sus anchas llegando a tocar el cielo con la yema de los dedos era acompañando al extinto en la parafernalia del viaje definitivo con el traje sin retorno en esas vacuas y crudas noches, que se eternizan en una asfixiante atmósfera de humo y sangrantes velas, en que los familiares del difunto por el qué dirán sollozan a veces simulando tiritones de frío, hastío o pena por tan irreparable pérdida.

   El desfile de suspiros, pésames y conmovidos sentires de la gente circulando por el tanatorio le hacían levitar, creciéndole el alma y los anhelos amorosos con toda su pujanza, como las aromáticas flores de mayo inundando el enrarecido ambiente con inmarcesibles fragancias personales, casi inmortales, nadando en su salsa como pez en el agua o torero que ve al enemigo arrastrado por las mulillas, sintiéndose harto emocionada por el boato y escenificada pasión del adiós postrero, no retrocediendo ni un ápice en su empeño y maneras proliferando sus emulsiones, haciendo de su capa un sayo, poniendo alegría contenida rabiosamente de por medio, sembrando con animada y vibrante cháchara la noche de globos de colores y aires de feria con inusitadas elucubraciones y suntuosos atuendos, como si en un vuelo fuese visitando unos grandes almacenes o escenas de sevillanas danzando con batas de cola y rojos lunares, o bien con sentimientos a la carta, haciendo bueno el dicho popular, a vivir que son dos días.
   De tal manera exhibía sus herramientas Herminia que la noche se hacía día, y la pena, pelillos a la mar, haciendo inverosímiles pinitos de oro como en el circo, plena de entusiasmo y tentadores sueños de empresas futuras donde poner las esperanzas, echando toda la leña en la chimenea de la ilusiones colmada de fuegos de artificio. ¿Quién ha dicho miedo?, más se perdió en Cuba, -farfullaría-, y con su corazón palpitante ablandaba y adormecía a las enervadas columnas del humano edificio, esbozando ipso facto innovadores horizontes, ya vacunados, contra la rabia escondida o el desánimo, agitando pletórica las alas de una nueva vida, un nuevo sol, un próspero amanecer.   

                        



martes, 9 de abril de 2019

Calzado

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   Sospechaba Ludovico en su fuero interno que el camino que le aguardaba en la vida no sería de rosas, sino áspero y lleno de obstáculos, como un bosquejo, por ejemplo, del camino de Santiago.
   En su tiempo vivido había transitado por senderos oscuros y luminosos en días atormentados o de calma chicha, atravesando por las encrucijadas veredas de verdes juncos y cañadas de secos carrizales. La climatología, ajena a lo humano, hace de las suyas, pues nunca llueve a gusto de todos, por lo que hay que apretarse los machos y sudar la gota gorda poniendo al mal tiempo buena cara, y seguir al pie de la letra las enseñanzas de la madre experiencia cuando dicea Dios rogando y con el mazo dando, dando por descontado que el rey en los andares es a todas luces el calzado, y habrá que ir con pies de plomo atentos a lo que nos circunda, no confundiendo a personajes como Don Gil de las calzas verdes en el teatro de la vida, y si se empecina la duda telefonear a Tirso de Molina para esclarecerlo.
   Es bien sabido que hay gustos como colores, y más aún si se toma en consideración las dificultades de los derroteros por donde se discurre, siendo necesario sopesar los pros y los contras del terreno hollado. En tales avatares, los animales de carga prestan a los humanos una incalculable ayuda, siendo a su vez los más sabios, burro, mulo o caballo, resaltando su nobleza, y bien calzado con su herradura salta al galope cualquier obstáculo, siendo más veloz que el viento.  
   Por ende habrá que especificar los rasgos distintivos del calzado según por donde se desplace la gente; para andar por casa, pantuflas, zapatillas, alpargatas o babuchas; por la playa, sandalias metidas por el dedo para moverse por las movedizas arenas, siendo acariciados los pies por la blanca espuma a la orilla de la mar, aunque sin fiarse por las repentinas acometidas de las olas subiéndose a veces a las barbas, corriendo el riesgo de pisar desnortadas medusas columpiándose en el líquido elemento, o atolondrados pececillos dando las últimas bocanadas fuera de su hábitat por un golpe de mar; y para ir por la montaña prima el calzado serio y robusto, como abarcas, agovías o botas con objeto de superar las escabrosas rutas sorteando los peligros, a sabiendas de que en cualquier punto puede saltar la libre.
   El calzado palaciego, todo lujo y boato con bordados y peinados, vestidos y músicas acordadas, nada tiene que ver con el de la pobre y humilde casa, donde convive la pareja participando activamente, bien en gorjeos, puestas de sol o salidas de tono, bien en bailes domésticos o miradas turbias que surgen sin remedio en los fregados familiares, hasta el punto que un elevado porcentaje de percances tienen lugar en la propia casa, quemaduras, roturas de clavícula, espalda o miembros inferiores por insulsas caídas.
   Algunos veces se circula por el habitáculo desnudo o descalzo al salir del baño, recibiendo telúricas sensaciones del centro de la tierra, que tanto poder y misterio esconden en sus entrañas, haciendo gala de ello cuando menos se espera mediante tsunamis, terremotos o fugaces tornados.
   Y es de suma trascendencia contactar con los pilares del alma y de la vida, como sucede en el entorno de algunas órdenes religiosas, que apuntan en sus reglas y breviarios el uso del calzado, prescindiendo de sus ventajas y protección, alimentando una especie de fobia aquellas que se denominan Descalz@s, sacando punta a semejante nomenclatura izando la bandera de la ejemplaridad y la pobreza evangélica en un intento por purificar el alma desnudando los pies, pisando con beatífico sigilo por la vida, y no caer en la vida muelle ahuyentando lujurias, hedonismos o una vida regalada.
   Las modas y el esnobismo nudista no se quedan arrinconados entre los muros del convento, sino que se expanden como el polen invadiendo arrabales o inverosímiles parajes, como ocurre con las criaturas denominadas perros flauta, que van a calzón quitado descalzos con el can y un instrumento de aire o cuerda de una lado para otro inmersos en la vida natural y la bohemia, buscando el sostén de la vida, unas monedas o coscurros o coca tocante y sonante, y apaciguar las neuronas ávidas del milagroso alimento pisando fuerte por renglones torcidos desafiando a los más adversos elementos, pinchos, cristales, clavos, agujas u otros escrúpulos, y no se les cae la cara de vergüenza o el alma a los pies, sino que van sacando pecho porfiando contra las inclemencias climatológicas, no amedrentándose por nada por raro que fuese, bichos terrícolas o aéreos que merodeen en derredor, y con semejante arrojo o porte navegan sin rumbo yendo de la ceca a la meca, del campo a la urbe, del río revuelto al desmadre de la movida, mirando por encima del hombro a quien le niegue los diezmos vitales (el euro) para la compra de carburante o bocatas (¡qué secreta materia acuñada con tecnicismos o críptica jerga que va de boca a boca, que aboca al éxtasis o evoca un incienso de mundo feliz, sumergiéndose en el carpe diem, en un celestial delirium tremens! ...).
   Durante un tiempo asistió Ludovico a una academia de oposiciones al Cuerpo del Estado, y en los recesos iban a la cafetería a tomar un tentempié o refresco entre chispeantes charlas e impacientes por mirarse y saludarse y trasmitir los pesares, empatías o dónde apretaba el zapato, apuntando ellas que lo primero que miraban de los chicos eran los zapatos, si brillaban como espejos pudiendo verse el rimel o polvetes del rostro o el lunar junto a la comisura de los labios, recordando a los cuentos, Había una vez... preguntando, espejito, espejito, ¿quién es la más bella del reino?... Mas en ocasiones al pisar la calle, una mala paloma obsequiaba a Ludovico tal vez por despecho con un lingotazo de excremento dejándolo tirado en la cuneta y fuera del concurso, no pudiendo competir con los demás a la hora del reparto de la tarta en el banquete amoroso.
   El calzado tiene tanta solera y trascendencia en los vaivenes de la vida que ha dado pie a un carrusel de dichos populares o aforismos calzando los cerebros de las criaturas, a saber:
   Llevar sueños en los pies, es empezar a hacer los sueños realidad. Dale a una mujer los zapatos adecuados y conquistará el mundo. Con una buena media y un buen zapato hace la madrileña pecar a un santo. La salud del viejo, más que en el plato, está en el zapato. Para conservarse en forma, poca cama, poco plato y mucha suela de zapato...
   Y como broche, ponerse las botas con versos machadianos por la travesía vital, Caminante no hay camino, se hace camino al andar....llevando siempre un buen  calzado.
                  
           
   




jueves, 28 de marzo de 2019

Leyendo un libro

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   Estaba Valerio leyendo un libro y empezó a estornudar. Tortícolis, mialgia o quién sabe qué demonios de bacteria lo traía por la calle de la amargura sacándolo de quicio, al toser como un verraco interpretando sin querer una macabra pieza musical, desencadenando todo un carrusel de carraspeos inflados a más no poder, corriendo el riesgo de quedarse sin voz de por vida.
   De nada servía que tomara todas las debidas precauciones y remedios, ingiriendo mejunjes celestinescos, típicos caramelos anti tos o hacer gárgaras o inhalaciones a la luz de la luna cuando arreciaban las puñaladas contra su garganta, como si ya no tuviese bastante con la faringitis crónica que padecía.
   Los potingues o selectos compuestos de herbolarios que engullía no estaban por la labor, no mostrando visos de mejoría neutralizando el torpedeo de los vuelos de Valerio, aminorando los crueles latigazos, aunque podía llorar con un ojo cuando utilizaba la braga del cuello colocándola justo en la boca.
   Ay, pobre de Valerio si por un casual no llevase encima tan vituperada prenda, con los parabienes primaverales y bendiciones que le suministraba en momentos tan críticos, pese a lo mal visto que está el mencionarla por identificarla con un sonido rústico o de baja catadura moral relacionándola de forma subliminal con el sexo, como si apuntase al mismísimo Belcebú, exigiendo una penitencia como contrapartida, un imperioso ave maría purísimasin pecado concebida.
   En tales avatares el viciado sobresalto de la pareja era de tal envergadura que cualquiera medianamente amueblado podría elucubrar que en tales coyunturas se estaba pergeñando una violación de género, siguiendo el guión de estimulo y respuesta, porque cada vez que vislumbraba en la boca de Valerio la pestilente prenda se sentía asaltada en su incólume ego, haciendo gala de un pulcro alarde por pasar desapercibida allí por donde circulara, pugnando por tirar por la borda tan saludable recurso, plantándose en mitad de la calle desafiante descalificando tan denigrante acción, poniendo el grito en el cielo.
   Hay que reseñar que toda la rocambolesca parafernalia de tales tejemanejes no se producía por generación espontánea, sino que poco a poco iban engordando la manzana de la discordia, al igual que llegan las estaciones en el almanaque, las campanadas de las doce uvas de fin de año o la gotera que horada la corteza del cerebro como si de cualquier roca o alcoba se tratase, y de repente explosionase con la furia de un volcán echando por tierra las más sanas intenciones, fulminando los buenos auspicios y fragancias que sonreían a Valerio,
   Son de dominio público las voces bíblicas que describen la vida de los primeros habitantes del planeta Tierra cubriéndose sus partes con hojas de parra o similares una vez que tomaron conciencia de la desnudez, pero con el paso del tiempo todo cambió, y las hechuras de las prendas se han transformado tanto por las modas que si Dios se diese un garbeo por cualquier paraíso  o chiringuito se quedaría de piedra al observarlo, pues no se parece en nada a los prístinos taparrabos de antaño, siendo en nuestros días más humanos, cómodos o excitantes según las preferencias o marcas.
   Hay que tener en cuenta que la lencería no se duerme en los laureles, y sigue creando y confeccionando prendas íntimas a pasos agigantados atendiendo a una clientela cada vez más exigente, diversa o caprichosa, que se inclina por los más atrevidos o rebuscados patrones, teniendo en cuenta que en algunos casos tiende a despertar la libido, así como para hacer caja con las novedosas creaciones, encandilando los sentires de la gente, siendo hoy el pan nuestro de cada día tanto con tanga como sin él, o más aún, sin hojas, sin lencería ni nada parecido, al natural, tal como vinieron al mundo, gracias a la revolución tecnológica, tatuando o pintando las partes pudendas con pintorescas florecillas del campo o celestiales filigranas para ambos sexos.
   Por ende el hecho de que la pobre boca, el orificio por donde entra la comida o cualquier otra cosa al uso, como lo rubrica el dicho popular, "en boca cerrada no entran moscas", bien sean insectos voladores, polen, aire frío o húmedo, pudiendo causar estragos en las delicadas tragaderas humanas (cual máquinas tragaperras...) e incluso para las más sensibleras en ciertos casos, llegando a ser pasto de las llamas en las encrucijadas de la alergia, provocando innumerables tropelías, no pudiendo llevar una vida normalita, como ir al teatro, cine o conciertos por el desagradable ruido gestado durante los eventos, penetrando incluso en el interior del propio habitáculo subiendo la marea de las aguas de la convivencia, como si ya no fuese de por sí harto onerosa la estancia compartida, ingeniando tornados artificiales hasta límites insospechados.
   En determinados momentos parece evocarse el celuloide de la gata sobre el tejado de cinc, o acaso la gota que colma el vaso agravando las adversidades, estando al quite al menor resquicio, prorrumpiendo en el mitad del silencio reinante como un trueno exclamando: -¡Como no te despojes del chisme que llevas en la boca (braga), me largo para siempre! echando por tierra los pilares de la existencia.
   ¿Hay quien dé más por una bocanada de humo o prenda de vestir consistente en una tira ancha, corta y cosida por los extremos, de lana u otro tejido, que se pasa por la cabeza y se pone alrededor del cuello, y a veces tapando la boca como protección, llamada también braga?
   En algunos círculos conlleva un tufo pecaminoso, como si se nombrase las pútridas tripas del mal o del Infierno de Dante.
   Es cierto que nunca llueve a gusto de todos, sin embargo sería bueno recordar el artículo de Larra titulado, "Todo el año es carnaval", donde exhibe el cultivo de lo evanescente y ruin que brota por las esquinas, ninguneando la cordura y el sentido común. 
   
   


jueves, 14 de marzo de 2019

Soñando...




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   Axa nació en una chabola de un poblado keniata. A los  tres años su familia la ofreció en matrimonio a un desconocido para ella, dueño de una reata de camellos porteadores de mercancías a través del desierto. Ese beduino era uno de los que dictaban leyes a los habitantes de la comarca, y dirigía eventos cruciales a mil leguas a la redonda. Su palabra era la ley.
   Un día habló con la familia de Axa a fin de sellar un contrato de venta del bebé  firmado y rubricado por ambas partes, corriendo serios peligros si por algún imponderable la promesa no se llevase a cabo.
   Axa aún llevaba pañales o algo similar, dado que la falta de medios no le permitía otra cosa, pero sus ojillos claros y penetrantes tenían el punto de mira muy lejos, soñando en ciernes unos proyectos libertadores que atravesaban todo tipo de montañas y barreras por muy gruesas y compactas que fuesen, refrescándole las calurosas tardes del tórrido clima africano, propiciándole a tan corta edad el poder conciliar el sueño, compartiéndolo estoicamente con infernales mosquitos y gigantescas moscardas en derredor.
   Unos años más tarde, al cumplir Axa los dieciséis, se apuntó en una asociación cuyo objetivo principal consistía en crear una cooperativa para conseguir unos saneados ingresos que le permitiesen llevar una vida digna, cubriendo las necesidades del día a día, sustento, vestimenta, enfermedades y algún que otro caprichito, y con el tiempo ir ahorrando para poner tierra de por medio escapando cuando llegase el momento oportuno en algún cayuco o patera rumbo al paraíso, a la vieja Europa, dejando atrás las penurias, hambre, pandemias o el sometimiento familiar, huyendo del compromiso matrimonial especialmente ella, que la habían obligado en contra de su voluntad.
   Un 15 de agosto de luna llena y mar en calma chicha se embarcó Axa con 55 personas más en un cayuco llevando en su vientre una nueva vida, estando embarazada de seis meses del que fuera su legítimo marido a la fuerza.
   Durante la travesía hubo todo tipo de contratiempos y calamidades, tanto es así que dos compañeras de viaje cayeron al agua por el brutal golpe de una gigantesca ola borrándolas del mapa,  y nunca más se supo de ellas.
   Axa, una vez que arribó a España, se sentía feliz y contenta, al haber alcanzado lo que estaba soñando, su libertad, y el deseo insoslayable de desarrollarse como persona.
   Ahora lo que más le preocupaba era la buena salud del hijo que iba a traer al mundo en tierras españolas, pensando muy mucho en buscar la forma de que no le faltase de nada para su crianza, y fuese el día de mañana una persona responsable haciendo el bien a los demás, y con un porvenir seguro. Vino al mundo en el cortijo donde se alojaba en tales fechas, siendo todo un agradable e inolvidable acontecimiento.
   Fue pasando el tiempo, y Axa seguía trabajando en los campos almerienses bajo los mares de plástico cayendo un sol de justicia, que derretía hasta los sesos de los insectos.
   Cuando cumplió 8 años el hijo, a preguntas de los mayores contestaba diciendo que quería ser torero o futbolista, y no había pasado un lustro cuando lo fichó un equipo de fútbol de campanillas logrando sus sueños, siendo para él todo un acierto.
   Ahora Axa vive feliz y satisfecha en una casa en la costa almeriense, viendo a su hijo cuando viene de vacaciones. ¿Quién le iba a decir a Axa hasta qué punto cambiaría su vida, que estaría disfrutando de su buena suerte y la de su hijo, ganando un buen sueldo como futbolista, siendo la envidia del barrio.
   Cuando recibía noticias de Kenia, se sentía un tanto deprimida y rabiosa al conocer la indigente marcha de su familia, que tenía que enfrentarse a la escasez de agua, medicinas y alimentos por la penuria y hostilidad climática, aunque le alegraba que superasen las terribles enfermedades del continente, paludismo, lepra o malignas picaduras de insectos.
   Axa se encuentra ahora gestionando con el consulado algo que le otorgaría la felicidad plena, el traslado a España de sus padres, queriendo compartir con ellos su bienestar y satisfacciones poniendo en práctica el dicho popular, es de bien nacido ser agradecido.
   Hay que hacer constar que a Axa no se le caían los anillos yendo a trabajar bajo los calenturientos mares de plástico almerienses para ganarse el sustento y hacer frente a las deudas.
   El hijo se independizó tan pronto como pudo costearse por su cuenta, comprándose aquello por lo que durante tanto tiempo suspiró, una moto de alta cilindrada, al ser muy aficionado a la velocidad, pero a veces las cosas se tuercen sin remedio, ocurriendo que un día de invierno de espesa niebla y ventisca, al regresar del entrenamiento del club de sus amores loco de contento, derrapó con tan mala fortuna en una curva que acabó con su vida.
   Nunca se sabe cuándo ni dónde se extinguirá la llama de la vida.
   No cabe duda de que Axa se merecía el mejor de los anillos para una dama que imaginarse pueda, porque los anillos para damas de histórico abolengo como doña Jimena del Cid Campeador, Santa Juana de Arco o Cleopatra entre otras no le llegaban a la altura del zapato, al haber puesto ella el listón en lo más alto.              

               



jueves, 31 de enero de 2019

Una ola



Resultado de imagen de marejadas





Maremotos, volcanes,  océanos
de pasión ladrando con rabia en su cuerpo,
luchando sin tregua por derruir
muros de impotencia, y verterlos
en enloquecidas marejadas
por cabos, bahías y  golfos
del litoral de sus senos
flotando en olas de Amor
hasta acariciar la tierra firme
de su planta.