jueves, 26 de abril de 2012

El incendio

                                                     

   La primavera le provocaba a Silverio múltiples y desagradables molestias, teniendo que aislarse del mundanal ruido, y refugiarse en un lugar apartado, casi secreto, en una casita de peón caminero o cabaña de guarda forestal perdida en la montaña.
   Viéndose obligado, muy a su pesar, a separarse de la pareja durante algún tiempo, en una época en que no existían los artilugios de última generación de hoy en día, móviles, e-book e Internet entre otros, motivo por el cual disponía de todo el tiempo del mundo para él solo, pudiendo dedicarse a lo que le apeteciese, pensar, dormir, leer o pintar en el habitáculo o en plena naturaleza, matando el tiempo, como suele decirse vulgarmente, aunque reconocía que ciertos días se le atragantaban sobremanera.
   Otras veces escribía cartas de amor o a las amistades más próximas y familiares, y cuando arribaba al poblado las depositaba en el buzón de correos, con el fin primordial de ofrecer indicios de que se encontraba vivo.
   Una fría noche, como de crudo invierno, decidió encender un gran chisco en el bosque, a la vera de una caverna, con idea de mitigar los fuertes latigazos y tiritones que tan cruelmente le afligían, quedándose al poco dormido, levantándose un ventarrón de tal magnitud, que se fue expandiendo por el bosque, llegando a las mismas puertas de la ciudad, sembrando el pánico entre el vecindario, aunque la diosa fortuna fue por esta vez su aliada, dándole un empujoncito para que no se lastimase en exceso en medio del caos, del horrísono infierno, gozando de la oportunidad del instante, propalando a los cuatro vientos, albricias, albricias, estoy vivo, pero de repente, en un súbito y macabro rebrote, la insensible vorágine del bosque lo engulló.         

martes, 24 de abril de 2012

La llave




                                                     

   Wenceslao venía haciendo eses por la calle, empapado no sólo por dentro sino por fuera, ya que en esos instantes caían chuzos de punta, estaba diluviando, y entre charco y charco daba un saltito de rana, pero con tan mala fortuna que perdiendo el equilibrio se precipitaba en el abismo, hocicándose a todo lo largo y ancho que era, mas a trancas y barrancas se enderezaba, y emprendía de nuevo la triunfal marcha, alegre y contento como iba, con el tablón que llevaba, y entre mugidos y fuertes jipidos atinó a tararear la canción bajo la lluvia,
Te vi bailar bajo la lluvia,
y saltar sobre un charco de estrellas,
y te vi bailar bajo la lluvia esperando la luna llena,
volverás a reírte de veras…
   Pero al poco volvía a morder el barro de las pozas, siéndole cada vez más trabajoso el acto de ponerse en pie manteniendo el tipo, y columpiándose a derecha e izquierda, se decía, borracho yo, tururú, y una vez que calculó más o menos la distancia de la morada, estando casi a la altura, se echó a reír y metió la mano en el bolsillo izquierdo del pantalón, buscando la llave para abrir la puerta, y cual no sería el chasco o la frustración al no hallarla por ningún lado.
   Finalmente, registrando con parsimonia todos los bolsillos, notó algo extraño, un pequeño envoltorio, y al desliarlo se percató del error, toda vez que al parecer, al salir con premura del lupanar, unido al desapacible día de horrorosa lluvia y aciago viento, se equivocó, confundiendo el envase del profiláctico con el bulto de la llave,
   Entonces, en el estado de gracia en que se encontraba, tan satisfecho y feliz, ni corto ni perezoso, empezó a cantar la canción infantil de la pérdida de las llaves, Dónde están las llaves, matarile rile, rile, rile, dónde están las llaves, matarile rile, rile, ro, chimpón, en el fondo de Mar, matarile rile, rile, rile, ro, chimpón…      

domingo, 22 de abril de 2012

Un tertuliano invitado


                                       

   Aquel día se consiguió abrir una ventana en el campo de visión de la tertulia, de tal manera que sin que apenas se notase en los inicios, según avanzaban las manecillas del reloj, las manos de los tertulianos, haciendo gala de mil malabarismos con sus bolígrafos, se fueron abriendo y expresando en los más variados aspectos y matices sobre la problemática del género humano, sobre lo bello, lo verdadero, lo bueno, lo deleznable o lo que merece la pena cultivar en el día a día, abonándolo y resguardándolo de las frialdades ambientales.
   El nuevo tertuliano, conspicuo y eufórico, en un breve inciso, tomó la palabra y, refiriéndose al núcleo de la temática que nos ocupaba, dijo, me congratula vuestra entrega y amor a la palabra hecha vida.
      

martes, 17 de abril de 2012

Pintar con huevo



Se tiró de cabeza a la piscina intentando hacer una pausa en el pensamiento, pues desde un tiempo a esta parte le aturdía el modo de pintar con huevo.
No acertaba con la definición exacta, aquella que le concitase la suficiente clarividencia para llevarlo a cabo.
En determinadas ocasiones se había sumergido en el mapa conceptual de los ovíparos, visitando, webs, granjas, observando nidos de pájaros y aves en alamedas y bosques, con los huevecillos recién puestos, o entrado en alguna galería de arte, donde hubiese una exposición de pintura relacionada con las aves, que estuviesen plasmados los componentes, alas, plumas, pico, cabeza y huevos, pero después de un denodado esfuerzo por desentrañar los más recónditos intríngulis de tales animales, no llegó nunca a captar el verdadero sentido o meollo del asunto, esa manera tan exótica y peculiar de pintar.
Así transcurrió un tiempo, fatigado y frustrado por los escasos resultados, indagando por todos los ámbitos de la creatividad artística, a través de los principales movimientos pictóricos de la historia de la humanidad, tales como, la escuela flamenca, veneciana, barroca, neoclásica, romántica, renacentista, surrealista, cubista, futurista, expresionista, impresionista, realista, fauvista o modernista, hasta que un día se desmelenó, y dijo ¡basta!, y cogiendo el huevo más gordo que había en la cocina, lo estrelló en un plato y empezó a pintar una catarata de imágenes y fantasías insondables, altamente nutritivas y cautivadoras, ganando el concurso de pintura de tema libre que se había convocado al efecto, sirviéndose para ello del huevo como la principal sustancia para configurar todo un mítico mundo de inspiración, sorprendiendo a propios y extraños.

A volar






No se sabía lo que se amasaba en la vida de Lucio, sobre todo desde el último verano, acaso fuera por la pérdida de un amigo, y permanecía anclado en el mes de julio, y no había forma de que echase a volar por otros horizontes, en busca de nuevas amistades, que llenasen el vacío del amigo.

Desde que tenía uso de razón, Lucio era consciente de que la vida sigue, y sin embargo en esos momentos miraba sin mirar hacia ninguna parte, hacia la nada, no encontrando un acicate que le empujase a navegar. Los tormentos arreciaban a finales de enero, a lo mejor porque el mes de febrero le reportaba funestas remembranzas de la época dorada, cuando estaba perdidamente enamorado de Angelitas, hasta el punto de que se pasaba las noches en vela, queriendo verla cuanto antes, y debido a las ansiosas expectativas intentaba arañar horas a la noche, y las descascarillaba a mordisco limpio.

Con semejante medicina se recompuso Lucio, y evocaba, un tanto desangelado, aquellos años que se le pasaron volando, paseando con su amor por el parque, la playa o el campo. Pero con el paso del tiempo el amor se fue desinflando, quizá de modo prematuro, pero la herida seguía abierta.

En ésas andaba, cuando ella emigró con la familia a los mares del sur, teniendo lugar una triste y bronca despedida, y al poco de la marcha, la lejanía hizo de la suyas, la ternura de su imagen, la sonrisa y las inquietudes de Angelitas se diluyeron como el azucarillo en un vaso de agua, al perder todo contacto con ella, desconociendo el paradero.

Tales añoranzas juveniles le sobrevenían casi siempre en el mes de febrero, tal vez por la costumbre, acuñada en el cerebro y en el espíritu, de considerarlo como el mes por antonomasia de los enamorados, y era por ello que, en tales calendas, se sentía más desprotegido y vulnerable que nunca, ávido de cariño, y se le acentuaban en exceso las carencias, actuando como un pobre pajarillo muerto de miedo en el nido, con el pico abierto aguardando el sustento, una brizna nutritiva, una carantoña, algo que le mitigase el hambre del cuerpo y del alma, y seguir vivo, y de esa guisa volar bien alto cuanto antes.

domingo, 15 de abril de 2012

La obra



Se bajaron las persianas de la casa y todo se vino abajo, volviéndose negro, descorazonador, y se le reflejaban en el rostro los años que había vivido entre aquellas cuatro paredes, hecho polvo, con una especie de cáncer incrustado en las entrañas.

Al meterse el hombre en la ímproba tarea de reformar la casa, no encontraba la forma de levantar cabeza, porque sentía sobre sus hombros una carga demasiado onerosa, como si tuviese que transportar él solito todos los ladrillos, la mezcla, las baldosas y demás enseres, y no inhalaba los aromas idóneos para configurar su espíritu, y vestirse de un hombre nuevo, una criatura que pensase con el cerebro, con dos dedos de frente, realizando lo más razonable en la vida, porque, al fin y al cabo, obras son amores y no buenas razones.

A veces, con no poco esfuerzo, resurgía de las cenizas, y alzando el vuelo de las emociones trataba de enderezar el rumbo y alegrarse de alguna manera por la obra que había emprendido, que tampoco era para tanto, una simple reformilla, pero no se sabe qué ocurría, que a la vuelta de la esquina hincaba el pico, tal vez porque en su fuero interno lo concebía como el trasunto de los pasos que a través del tiempo le habían desviado del itinerario, yendo a caer en unas indefensas paredes vitales, volubles, que le volvían la espalda, no prestándole el abrigo necesario a la frialdad que respiraba.

En ocasiones, entrando en razón, calculaba que no era contraproducente poner en práctica el dicho tan sabio, renovarse o morir, y como estaba más muerto que vivo, la obra le vendría como agua de mayo, y, aplicándose el cuento, flotaría gozoso y feliz, y no sería arrastrado por turbias inercias; por ende, ante la efervescencia que le hervía en el cráneo, con el fin de despejarse y ahogar los malos augurios, lo metió en el frío chorro de agua que brotaba del grifo en aquel crudo invierno, con objeto de ahuyentar los hirientes parásitos que se le habían ido acumulando a lo largo de la convulsa existencia.

En el fragor de la reforma, el hombre, un tanto alicaído y harto de tanta entrevista, consulta, pareceres y presupuestos con los especialistas del ramo, tales como, arquitectos, albañiles, carpinteros, electricistas, fontaneros y proveedores de material de construcción, empeoró de repente sobremanera, sintiéndose imposibilitado y perdido en un largo túnel, y le asaltaban en sueños terribles pesadillas a cerca de su futuro, si algún día vería la luz por algún resquicio, al igual que el fin de la obra, antes de que la obra acabase con él, y le pusieran el epitafio, Finis coronat opus, estando criando malvas, y el hombre rugía furioso farfullando, y ya para qué.