lunes, 19 de junio de 2017

Inesperado encuentro en la guarida del Cóndor


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   Teniendo en cuenta que los eclipses o cataclismos no ocurren todos los días, lanzamos al viento interrogantes encontrados por si en nuestros pesares y cuitas los dioses se dignaran intervenir poniendo coto a tanto caos reinante.
   ¿Quién dijo que el pez gordo se come al chico? tales aseveraciones no pasan de ser un puro espejismo, en todo caso se cumpliría el veredicto en situaciones límite y especialmente en almas pusilánimes, derrotadas de antemano, al levantarse con aires timoratos al despuntar el alba, no emprendiendo con alegría sus labores, no cogiendo el toro por los cuernos.
   O que sólo estallen de amor los corazones por primavera, reduciéndolos a lo estrictamente vegetal, lo que acarrearía un serio fiasco. Hay que ir con tiento y ser prudentes, porque nunca se sabe lo que hay detrás de la puerta, y es necesario apagar el rescoldo de las antiguallas que aún aletean en el rostro de los días.
   Es vox populi que toda regla tiene su trampilla o egregias excepciones, siendo incluso más ostensible en determinadas taxonomías, por lo que urge divulgarlo al orbe, aclarando que no hay pueblo chico, hombre chico o cucaracha chica, y creer que todo el monte es orégano, ya que sólo se explota tal licencia en las Islas Afortunadas como reclamo turístico, precisamente en Tenerife, a fin de engrandecerlo en el espacio y en el tiempo, dando por descontado que es un minúsculo reducto rodeado de agua por todas partes.
   Lo que de verdad existen en el mundo son corazones mustios, ventanas cerradas a cal y canto o mentes obtusas, que no se percatan en su mediocridad de los extraordinarios progresos que obtienen los denominados pueblitos, sobre todo en la vertiente creativa y científica, porque sin ir más lejos en la misma villa de Guájar-Fondón crecen como la espuma las auroras boreales, los sensuales palmitos  y las más envidiables vibraciones.
   Y hay quien atisba con razón similitudes harto verosímiles de los Guájares con emblemáticas ciudades de la antigüedad, como Alejandría, célebre por su biblioteca por antonomasia y faro, demostrando un inmenso amor por los libros y sus secuelas, extendiendo el símil al campo de los sentidos, con los sugestivos y fragantes jardines colgantes de Babilonia, por el encanto guajareño de floridas macetas, arriates y perfumados rincones que pululan por doquier.  
   La tarde de autos, del inesperado encuentro en la guarida guajareña, se presentaba en sus comienzos indolente, burlona y somnolienta, con bostezos y torpes estiramientos, cual solitario perro callejero, dando muestras de aletargamiento e impotencia, como si se hallase a las puertas de un aciago advenimiento, masticándose lo peor.
   Antes de nada hay que reseñar la misteriosa transformación acaecida en el lugar del encuentro, como si algo fuera de lo común se hubiese fraguado de repente por impulsos de una fuerza supraterrenal, una especie de conjunción interplanetaria que hubiese venido a romper la mezquina monotonía de los días, modificando la estación que a la sazón regía, o fue acaso la invasión de lagrimillas de San Lorenzo, que hubiesen entrado clandestinamente por la ventana purificando la estancia, llevándose por delante los rigurosos esquemas del cosmos, alterando las órbitas, sus triquiñuelas, configurándose un nuevo horizonte en aquel breve espacio contra viento y marea, presagiando los mejores augurios por el camino emprendido, ofreciendo a los famélicos contertulios un abanico de oportunos aperitivos, aromas y sensaciones nuevas, bocados de cielo y todo un universo de prodigios, asombrando a propios y extraños, suscitado por los estelares parlamentos e intercambios científicos que se fueron prodigando en las mismas entrañas de la Era de la Cruz, al cobijo de centenarios olivos plantados entre escarpadas pendientes y amenazantes acantilados, no lejos del aliento del eminente maestro culinario.
   En un principio se le concebía con visos de fracaso, al sopesarlo como algo enojoso, reiterativo y de poca monta, pero al poco se dispararon la expectativas, el tono, el ritmo, las instruidas intervenciones, y fue entonces cuando empezó a hervir la olla de los pensares, el rico guiso de hinojos y garbanzos, subiendo los hervores hasta la cima de los cerros, extendiéndose por toda la jurisdicción, y volaron tan alto que extasiaban por momentos a los intervinientes, y a buen seguro a los que dispusiesen de Wifi o telepatía en los cercanos aposentos, sobre todo por la altura de miras y generosa humildad de los participantes, engrandeciendo la atmósfera, el recinto, los confines de la villa, así como la mirada y la morada del homónimo anfitrión, creando una atmósfera embriagadora, dulce, que los letraheridos no daban crédito a lo que percibían, entregados como estaban a la tarea intelectual, a la creación literaria y mundos nuevos, de tal forma que aquello se transformó sobremanera en un abrir y cerrar de ojos.
   Ocurrió algo insólito, como si hubiesen recibido su cabezas de pronto un flash de lenguas de fuego con abundamiento de manjares pensantes empapados de erudición y una inexplicable enjundia, según se encontraban acomodados entre las cuatro paredes de la pulcra guarida de Gonzalo, paladeando sabrosas ensaladas tropicales con guarnición de los siete sabios de Grecia y las diez maravillas del mundo y un exquisito té, así como las sutiles degustaciones de tarta de manzana ecológica de la casa, de un hondo calado conceptual, propio de las más altas esferas regias y salones palaciegos, y todo ello por el distinguido y depurado cariz que fue tomando.
    Fue algo inenarrable, como si un trueno entrase de pronto por la ventana, o se escenificase el arranque de consagrados cantaores de flamenco con sus guitarras y se abrieran en canal cantando fandangos, bulerías o peteneras con su maestría, o cayese de improviso una especie de maná sobre sus neuronas desde lo alto, o brotase de abajo, de los mismos pilares de la tierra una sustancia reconstituyente que configurara tan excelso mundo con la rapidez del rayo, enriqueciendo las raíces y el fruto humano con una fresca y genuina savia, no andándose por las ramas, tocando las esencias y los palos del saber embrujando el aire.  
   Y no era para menos, porque el encuentro fue tan enriquecedor como inesperado, y tan cierto como el sol que nos alumbra, de modo que ni habiéndolo planificado a conciencia y con la debida antelación hubiese sido más brillante, porque si las rocas hablaran, que por cierto abundan en el entorno, a buen seguro que darían fe de lo que aquí se apunta.
   Todo el ceremonial, parafernalia, guiños y demás matizaciones rezumaban enciclopedismo por los cuatro costados sin hojarascas ni raros mejunjes, sin tener nada que envidiar a los ilustrados franceses de la época deciochesca, Diderot, d' Alembert y otros pensadores.
   Aquella tarde, no se podían archivar sin más los tratados y documentos que allí se escrituraron y rubricaron, pues hubo tal despliegue de navíos de guerra conceptual y bombardeos mentales enterrando la palabrería, la mezquindad o la miopía que pasarán a los anales de la historia como algo único.
   Al llegar los contertulios se soltaron el pelo como fieras pensantes, generando momentos y días de gloria con sus florecientes y talentosas intervenciones y reflexiones removiendo Roma con Santiago, el norte con el sur, tratando lo divino y lo humano, la carne y lo etéreo, lo filosófico y lo metafísico, lo magnético y lo terapéutico, rememorando los multidisciplinares debates y reuniones de los políglotas y sabios de la Escuela de Traductores de Toledo en la Castilla de Alfonso X el Sabio, donde los diferentes rezos y razas, judíos, moros y cristianos salían a la palestra con todo un mar de cuestiones palpitantes, amor y desamor, juegos de manos y de ajedrez, naipes y ricas florituras de la flora y la fauna o de las estrellas y astros abriendo de par en par el Trivium y el Cuadrivium, no dejando títere con cabeza.
   Eran sin duda otros tiempos, qué duda cabe, pero en aquel entonces se amasaban en sus telares las claves de las corrientes científicas en boga, utilizándose todas las lenguas que a la sazón había, árabe, latín y el balbuciente romance castellano o román paladino, en la que solía el pueblo llano hablar con el vecino, o cortejar a damas o lo que se terciase.
   Y salvando las distancias de tiempo y lugar, acá en Guájar Fondón, en la guarida del Cóndor peruano, a la vera del río de la Toba, cerca de la presa donde antaño se refrescaban los cuerpos desnudos de los mozalbetes, estaba ocurriendo otro tanto, aunque no alcanzase los laureles, las músicas acordadas o los boatos de aquellas prístinas efemérides, pero no obstante se podía proclamar a los cuatro vientos que no le iba a la zaga.
   Resultó ser al fin un evento cultural concienzudo, fraternal e ingenioso, sin que nadie lo hubiese planificado, pues de súbito desenvainaron las espadas de sus hondas concepciones e ideales, cada cual a su manera, estilo e idiosincrasia, y acometieron lo mejor que pudieron la temática y el argumentario que manaban a borbotones, aunque arrimando cada cual el ascua a su sardina utópica, pues como expertos culinarios y cocinillas que eran y siguiendo las pautas del gran Cocina, aderezaban unos platos y espetos únicos, al estilo de aldea global, con tintes mejicanos, peruanos, motrileños, salobreñeros y guajareños que se chupaba uno los dedos.
   ¡Cuánta nota significativa dormía en sus cuerdas! ¡cuánta anécdota suelta entre las sombras!
   Y como estaba previsto, se inició el paseíllo torero, la rica delectación en el singular escondrijo, y se fue desmenuzando lo más gordo primero, picoteando frutos frescos, maduros y secos, y limpiando el fresco pescado recién traído del mar de la vida.
   La filosofía, la estética, la ética, la terapia, todo el cóctel sin excepción se iba colando por los intersticios de la trituradora, discurriendo las sensatas y serias cavilaciones de los tertulianos, siendo dignas del mayor encomio y admiración, por el alto grado de reflexión y cordura, siendo algunas merecedoras de enmarcarse en sublimes frontispicios, como cuando el tertuliano Sergio, con mando en plaza, manejando con soltura la batuta emulaba al inmortal artista y paisano del celuloide, con su peculiar estilo de voz, latiguillos y timbre engarzando los vocablos, tejiendo ramilletes de flores de múltiples colores y frescos pensamientos recién segados en el jardín de las delicias de los sueños, que despertaban a las piedras.
   No es necesario desplazarse a París, el Cairo o Roma para deleitarse un día cualquiera, basta con acudir a esta singular guarida donde, cual arca de Noé, se guarda un animal de cada especie para que no se extinga en el devenir del tiempo por mor de raros diluvios, guerras atómicas o malignos tornados. 
   En el caso que nos ocupa, sin querer tocar la luna con los dedos o cuadricular el círculo, se puede afirmar sin tapujos que aquella tarde se puso una pica en Flandes, disfrutando con la sencillez y la más recalcitrante espontaneidad de la vida creativa, que brotaba del talento humano, servido en fructíferos cuencos y momentos de sabia armonía con el cosmos, dándose la mano entre sí los corazones en ese aventurado y venturoso encuentro.
   Y de esa guisa transcurrió el inesperado encuentro en la célebre guarida, en Villa de Guájar Fondón, y así lo narra el cronista, reencarnado todo en el alma y en la quintaesencia del anfitrión, que no se sabe a ciencia cierta si vino del Perú volando como un cóndor o de polizón por tierra, mar o aire a poner los eruditos huevos en este nido enclavado en las estribaciones de la legendaria Era de la Cruz, silo de vitales granos para el sustento, el pan de la vida, y como no sólo de pan vive el hombre, se llevan a cabo unos encuentros literario-científicos, que tienen mucho ver con la armonía de las esferas pitagóricas y los movimientos interplanetarios de épocas medievales, poniendo la guinda lo último de nuestros días en el campo de la investigación.
   Y como fruto de esa tarea de traductores, la lengua castellana y los hispanohablantes se enriquecieron (al igual que en el inesperado encuentro de los Guájares), incorporando no sólo léxico científico y técnico del mundo árabe sino del grecolatino, engrandeciendo el acervo cultural románico e hispano.   


domingo, 18 de junio de 2017

Por arte





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Era todo un cielo de recreación pétrea
penetrando irresistible por los vitales ventanales
con tiernos arrobos
destilando melodiosos néctares
al unísono de encendidos ritmos
que discurrían por los contornos del cerco de la luna.
Permanecían, cual libro cerrado,
los interiorismos y afanes,
fruto de las frías estrías de las coyunturas,
y llegando el momento discreto
la mágica mano de orfebre pica piedra
con sentidos golpes de mando y gracejo
abría el libro de las mil y una emociones en par en par,
habiendo dibujado entre los surcos
del semblante y sus ardientes líneas
un álbum de polícroma trasparencia
y vivificantes efluvios que incendiaban el ambiente.
Nada más caer el vademecum en sus manos
se fue descubriendo el tamaño
del singular estilo artístico,
la talla del talento, el diámetro de la piedra y
su cintura y la esbeltez de gacela
estirándose como chicle
por entre los hontanares de la sonrisa.
Fue una noche de sorpresivas dádivas,
y se hizo la luz de repente en la estancia
irradiando lumínicos e hipnóticos atisbos
con ardorosos parpadeos tras
las crepusculares celosías
reflejándose sutilmente en las mejillas,
en las voluptuosas urdimbres del deseo,
titilando entre la tumultuosa marea
 retadora y vibrante, como una candela, su aureola,
pese al súbito ocultamiento misterioso de la luna,
quizá por una maquiavélica lisonja,
encelándose por entre las verdes  copas
del bosque y la espesura reinante.      

     


viernes, 9 de junio de 2017

Sombras o lo que vieron sus gafas




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   Al entrar Airmesoj en la habitación del hotel donde se hospedaba después del viaje a Bombay como comandante de vuelo, vio debajo de la cama un bulto sospechoso, algo parecido a una persona estrangulada, y salió echando chispas y mano al móvil para comunicarlo a la policía cuanto antes pero no había cobertura, y con las mismas marcó el 112, o eso pensaba, para informar del horroroso hallazgo, pero no lo consiguió.
   En tales momentos de atribulamiento y confusión no estaba para muchas florituras Airmesoj, por lo que decidió tomárselo con calma antes de volver a llamar de nuevo, y cuando llamó tuvo tan mala sombra que marcó el número de un viejo amigo italiano que hacía años que no veía, recordando al instante el tiempo que había pasado atrincherado en los sótanos de la droga, traficando por los más diversos países enviando sacas con el epígrafe de café de Colombia, y figurando como testaferro en el staff del cártel de Medellín.
   Últimamente aparecía como huido de la justicia, sin embargo al oír la llamada del amigo, no tuvo inconveniente en responder, soltándole de repente el notición, el fúnebre encuentro en la habitación del hotel, contestándole con la mayor naturalidad del mundo que le gustaría ayudarle, pero no tenía ni idea de lo que le contaba.
   Mientras reflexionaba Airmesoj recostado en el sofá del hall del hotel, preocupado por el enmarañado affaire que se le había presentado, le abordaron de pronto el gerente del hotel y un vigilante con idea de esclarecer en la medida de lo posible lo que había sucedido, escuchando las informaciones que brotasen de sus labios.
   No cabía duda de la responsabilidad y el buen hacer de Airmesoj, siendo un profesional altamente cualificado, con un envidiable historial y curtido en mil batallas, habiendo pilotado todo tipo de aeronaves a los puntos más delicados del globo sin que se hubiese registrado hasta la fecha el menor incidente.
   El día de autos, el comandante andaba ocupado en mil cosas, haciendo las prácticas de simulador, la previsión de alimentos en Carrefour, así como el rutinario reconocimiento médico, hallándose en perfecto estado de salud.
   El gerente del hotel y el vigilante prolongaron las indagaciones hasta altas horas de la madrugada, sometiéndolo a toda clase de cuestiones referidas al funesto suceso, hora del deceso, objetos que había a su alcance, séanse armas o explosivos, o si advirtió efectos de forcejeo en defensa propia u otro vestigio que coadyuvase, así como si respiraba aún cuando llegó al lugar maldito.
   Después del maratoniano interrogatorio, se presentó por sorpresa la guardia civil, y lo esposaron tras un breve intercambio de impresiones, llevándoselo detenido.
   El muerto no llevaba encima documentación alguna, y hubo que echar mano de las redes policiales a escala internacional, buceando en las cloacas del crimen organizado, ora en el lumpen de hacinados barrios y clandestinos subterfugios, ora en sórdidos tugurios o blanqueadas mansiones de heroína o antros de comercio carnal.
   Pero ni por ésas se avanzaba un palmo en el esclarecimiento del escabroso asunto, no desvelándose ni la más leve brizna de los execrables móviles del asesinato.
   En un principio se conjeturaba con algo baladí, que el occiso hubiese sido quitado de en medio por mofarse de una dama de la mafia napolitana, que a la sazón mantenía relaciones secretas con el entonces endiosado futbolista Maradona, ocurriendo todo cuando se disponía a recibir una cuantiosa suma de dinero en billetes de 500 euros, designados en el argot con el sobrenombre de Bin Laden por el ocultamiento, y se fraguó todo al no haber llegado a un entendimiento entre las partes, entablándose una violenta discusión entre ellos y se disparó el arma atravesándole el corazón, cayendo en redondo al suelo, ocultándolo debajo de la cama.
   Seguramente no había dudas de que las más esperpénticas pullas, dimes y diretes e ingeniosas elucubraciones en el caso que nos ocupa podrían resultar tibias, dada la imperiosidad con la que había que ahuyentar las sombras que se cernían sobre los artífices del crimen, siendo por ende harto peliagudo hincarles el diente.
   Sin embargo no se demoró por mucho tiempo el caso del hotel, ya que como apunta el refrán, antes se coge a un mentiroso que a un cojo, pues dicho y hecho, y una vez metidos en harina y de lleno en el desguace pormenorizado de los miembros del extinto, se comprobó con claridad meridiana que no era una criatura de carne y hueso, sino la figura de un maniquí, así como suena, tan perfectamente diseñado en sus componentes que daba el pego a cualquier curioso o al más eximio experto que se lo cruzase, al igual que las figuras de los museos de cera, y era precisamente eso y no otra cosa lo que habían hallado bajo la cama, con cinco balas en la boca del estómago y dos en la sien, pareciendo todo una broma macabra de gente sin escrúpulos, gente que se había tirado al monte de lo más estrafalario, pero eso sí, había que tomar buena nota de lo acaecido y no echarlo en saco roto, porque en esta ocasión hubo suerte no habiendo llegado la sangre al río, al haberse representado las danzas de la muerte de la manera más jocosa y chulesca, pero a ver quién es el guapo que se duerme en los laureles y no colige de tan preocupantes barruntos algún trágico lance, porque vaya usted a saber a quién le tocará la próxima, por lo que no se podía vivir alegre en aquellos parajes sembrados de sombras, con el miedo en el cuerpo, a pique de ser alcanzado por alguna bala perdida en cualquier esquina, como si fuese la recreación escénica de un film de terror de Hitchcock.
   ¿Qué motivaciones o sentido de ficción tan depravada y espantosa puede albergar tamaña y mentecata arrogancia humana?
   Entre tanto, llegaban noticias de allende los mares de otro caso de muerte violenta llevada a cabo por las costas del Pacífico, tratándose ahora de un hombre de verdad, con las señas de identidad actualizadas, según atestiguaba el forense tras el exhaustivo examen, siendo un hombre de mediana edad, natural de Chile, aunque se desconocían más detalles en esos momentos.
   A veces, el crimen duerme disfrazado o hace como que duerme detrás de la oreja de personas candorosas ocultando el nombre y las urdimbres, aunque sabido es que el enemigo no duerme,  por lo que no hay más remedio que estar al corriente de lo que nos circunda en derredor, así como del pago de los diezmos y primicias que promulguen los gerifaltes del terror, y así poder mirar con garantías el porvenir.
   Algunas semanas después, aparecía en la prensa la noticia de tres personas ejecutadas en una emboscada cuando regresaban de una operación secreta, no sabiéndose nada más al respecto, pero todo apuntaba a un ajuste de cuentas de bandas rivales, al exigir los sanguinarios aranceles por la venta del celebérrimo café colombiano.
   La organización criminal estaba tan bien estructurada, que sabía al dedillo todos los tejemanejes y escondrijos al respecto, señalando que aquel que pisase la línea roja macada por los arúspices del cártel serían fulminados al amanecer.
   Su amigo, Oswaldo Fernanández Cotino, al que telefonéo por error, no daba señales de vida últimamente, no sabiéndose apenas nada de él, recayendo todas las sospechas del asesinato del chileno sobre su persona, dado que eran tantas las sombras que aleteaban sobre sus movimientos que los jueces y fiscales del mundo de la droga, así como la policía especializada lo daban por hecho tras revisar y patear documentos, bosques y ventanales de internet donde se presumía que pudiese haber algún resquicio que arrojase luz a cerca del proceso, habiendo sido catalogado prófugo de la justicia y seguía sin saberse si aún vivía.
   Sin embargo cabría tener en cuenta que Oswaldo era un muchacho joven, bien parecido, de buen corazón, con carisma, ojos verdes y sin ningún delito en su haber, gozando de una conducta intachable, que habiendo sido víctima de la precariedad más extrema, vino a caer en brazos de los narcos por mor de las veleidades de la fortuna, al no disponer del peculio preciso para hacer frente a la hipoteca, al haber sido despedido de la empresa de la noche a la mañana, negándole un préstamo el banco de turno.
   Airmesoj regresaba de Bombay a su lugar de origen, siguiendo sin contratiempos el plan de vuelo, y sin que se hubiese resuelto nada de lo que se había montado a sus espaldas, ignorándose en qué acabaría la trama emprendida en su contra en los casos que seguían pendientes en los juzgados 
   El comandante estaba habituado a cruzarse en las alturas con toda clase de filibusteros, contrabandistas o con relatos envenenados de venganzas catalanas o ajustes de cuentas en un abrir y cerrar de ojos, toda vez que los señores del crimen no paran de moverse y esconderse, y no tienen reparos en apretar el gatillo a través de sicarios en cualquier hora y lugar, y luego se lavan las manos, personas sin corazón que se nutren de viles añagazas, y viven en suntuosos palacios colmados de placeres, aunque siempre cerniéndose sobre sus cabezas las más negras sombras.
   En la mayoría de los casos son cómplices de las altas esferas del poder del planeta, intercambiándose cromos, cartitas de recomendación o favores de muerte por debajo o encima de la mesa.
   Aquel día, en el vuelo de Berlín a Bombay, Airmesoj desayunó como de costumbre, y apenas notó nada especial, aunque era de sobra conocido que estaba expuesto en el desempeño de sus funciones a múltiples turbulencias e infortunios, por lo que tuvo a bien pedir unas vacaciones a la compañía a fin de sacudirse las pulgas de todo el aire viciado que había estado respirando.
   Lo que vieron sus gafas de piloto era un mundo sórdido, urdido y escrito en las páginas de sus verdes cristales, verdes sombras que quizá evocasen los tétricos latires lorquianos, "Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas"... pues verdes eran los cristales así como las sombras, y no se trataba de velar al culpable sino de desentrañar el fondo de las sombras que golpeaban sobre la testuz de Airmesoj.
   Al cabo de los días, tirando del hilo por parte del juez que llevaba el caso, vino a poner sobre la mesa el dictamen que quebraba los aires de las sombras, atestiguando lo siguiente, "una antigua conocida del comandante, despechada por el mayor monstruo los celos, montó una coartada para implicarlo en el asesinato, siendo en realidad su guardaespaldas quien lo llevó a cabo, cuando ella regentaba con raros procederes una galería de arte en Nueva York, queriendo vengarse de los frustrados flirteos, metiéndolo de la manera más burda en la ruleta de sus bajos instintos, y hacerse acaso célebre por haber rodado la continuación de la saga de novela negra, Muerte en el Burj Khalifa, el rascacielos más alto del mundo.
   No obstante, y pese a la encarnizada lucha pictórica entre claroscuros y luces y sombras en la perspectiva, refulgen con luz propia lúcidas miradas, harto altruistas, que relumbran como el sol, fieles a los principios, saliendo cada mañana a combatir las sombras sin hacer distingos entre manzana sana y ponzoña de áspid.