lunes, 23 de febrero de 2009

Kikirikí



Ya me gustaría dar en el clavo. Clavar una espada en lo alto de la ola según viene de frente con toda su energía blanca, y saludarla, montarme en ella y reírme de los tiburones saltarines que se atraviesan en ruta.
Qué duda cabe de que me gustaría coger el cielo de tu boca con la misma fuerza que una brisa abrasadora de tsunami, y no estrujarme tanto las meninges. Otro gallo cantaría.

domingo, 22 de febrero de 2009

Surcos



Rota la retina por los enrojecidos
Azotes de la incomunicación;
Descascarillado el fruto del
Latido entre tierras de huracán,
Se retorcía desolado el intelecto
Entre emponzoñados sollozos.
Las efervescencias de un hálito alegre
No irrigaban la techumbre, su altura.
Las ingratas horas muertas
Vomitaban virutas
Verdes y acolchados caracoles por
Las desconectadas esquinas.
Los sueños, los años se durmieron
En su tierna garganta atragantados.
Y nadie pudo o supo
Izar banderas en su honor,
Forjar escudos hospitalarios,
Ni carnes a fuego lento
En la chimenea de la guarida.
En el umbral de la cuna brotaron
espesos estupores rebeldes.
El bastón anudado y fiero
De toro salvaje o cinto incrustado,
Crujía en secretos cerros, en lactantes lomos;
Acaso gruesas correas de los tercios de Flandes
Disparaban en el frente privado, concreto,
Tétricas adversidades.
Prístino y filial festín
El aderezo, fabricado con balbucientes
Y sombrías intemperies.
Alicaídos aleteos en madrugonas mañanas,
Turbados desgarros de condumio espiritual
Resistían, y sin piedad silbaba la ira.
Y en la carrera que participó,
En tan magno maratón
De errático peregrinaje
Se enfundó el chándal, su arma,
Y anónimamente luchó
Durante el vital convite
A pedrada limpia, a pecho descubierto,
Destruyendo nidos de ametralladoras
En aras de una irreprimible identidad.

Espasmo




Aplasta la tinta turbia
Que discurre por la mente,
Y mejorarás la suerte;
Sortearás la vil lluvia
Que emponzoñaba tu savia;
Y hallarás la recompensa
De toda una vida inmensa.
Despójate de ataduras
Y aliviarás las torturas,
Gozando de mar intensa.

Ayuda



Quiso echarle una mano a Dios, para gobernar el orbe con leves aportes, limpiar boñigas de calles y plazas, aminorar tsunamis, zurcir arrogantes argucias o coyunturales desajustes como: nublados amaneceres convivenciales, nerviosos terremotos en la espina dorsal, endiabladas lluvias al cielo raso, suicidas seísmos de almas en flor… y su arrogada altanería la pagó con creces. Apenas lo pensó dos veces el Todopoderoso.

En un descuido lo observó de soslayo. Leyó sus manos por si el albur hubiese trucado el testamento vital, su propio destino, sumergiéndose en profundidades como el I + D -investigación más desarrollo- . Una vez comprobadas las huellas, lo abrazó con un empuje de elefante, su energía divina, como si todo un dios abrazase de pronto al globo terráqueo por los cuatro puntos cardinales; lo ejecutó con próvida perspicacia y viril arrojo, de forma que le desfiguró el codo izquierdo, el bueno, con tan mala suerte que casi se desprende del engranaje corporal. El brazo, por mor del endiosado apretón, se le quedó bailando como badajo de campana, actuando como si interpretara en el espacio la danza del fuego o del vientre, vete a saber, -ironías del destino y no le doliesen prendas - al son de una melodía otoñal con tufillo fúnebre.

La mano, con aires de nobleza, ahora rota, exhibía ondulantes balanceos de repiques de gloria, dibujando el efecto de la bendición de los campos, cual otro isidro labrador, en nombre del Supremo Hacedor, instalado en los aledaños del Paraíso, en las íntimas entrañas del Salvador.