martes, 27 de abril de 2010

Impotencia




Llevaba en aquella situación demasiado tiempo. Sin saber cómo ni por qué.
Su poder de decisión había sido sustituido por una especie de corriente vital que la conducía siempre al mismo lugar, al punto de partida, y cada vez que intentaba dar un paso hacia delante hacía el recorrido a la inversa, como los cangrejos.
Como si un potente imán la atrajera continuamente a su centro, por más que intentara sin remedio luchar contra esa fuerza invisible. Se preguntaba si habría llegado a ese crucial momento en el que ya es la vida la que tiranamente decide sobre nosotros y no nuestra voluntad. Se preguntaba si en el infinito devenir de lo cotidiano su poder de decisión había quedado anulado, aplastado, aniquilado.
Recorrió con el dedo meñique de la mano izquierda un plano de los lugares más frecuentados en los últimos lustros y se detenía a conciencia en los más punzantes revisando punto por punto los rescoldos que pudiesen quedar de todo aquel embrollo que le atizaba en el subconsciente como un fuego haciendo astillas sus mejores sueños y aunque nunca daba nada por perdido no daba con la clave de las desdichas.
El caso era digno de estudio en un laboratorio o exhibirlo en los foros más eminentes, porque cuando pensaba que ya lo tenía todo resuelto surgía la inminente contradicción, el suspense en el compás, un ligero fogonazo y le deshacía por completo lo que hasta el momento había construido con toda la emotividad y pulcritud del mundo, siempre sin perjudicar a nadie. Eso sí, antes consentiría amputarse un miembro que caer en semejante lodazal, barruntando horrorosas maniobras para derruir la estructura de una criatura por algo ajeno a ella, quiérase o no. Ese proceder estaba aquilatado en su perfil ético, seguía la doctrina de los filósofos de la antigüedad clásica procurando llamar a las cosas por su nombre, al pan pan y al vino vino, guardándose muy mucho de no suplantar a nadie en el esplendor de las tinieblas, o a la luz del día mediante recónditos tejemanejes que al fin de cuentas no aterrizarían en ninguna parte del planeta echando por tierra incólumes ideales.
Pero no estaba aquel día para repartir agasajos y se dispuso a derribar cuanto caía en sus manos o topaba a ras de tierra por si acaso, todos los entramados y entuertos escudriñando en los subterfugios que cimentan las más atroces de las falacias o mezquindades humanas que le machacaban sin piedad. La incógnita seguía flotando en la penumbra, interrogándose por qué daba un paso hacia delante y dos para atrás, y anhelaba descascarillar el caparazón que ocultaba este maremagnum de manera que arribase luz a sus circuitos interiores y le demostrase palmariamente el quid de la cuestión.
Echó un vistazo a su programación y comprobó que se atenía a la norma diseñada; desayunaba a conciencia, como dios manda, siguiendo los pasos de su abuela, tostadas con aceite y jamón de la sierra y el hirviente y negro café que salía a borbotones de la vieja cafetera armando un horroroso estruendo que rememoraba la máquina a vapor del tren de mercancías que cruzaba su barrio con aquellas escandalosas volutas de humo que dejaban a la gente patidifusa, y añadía frutas del tiempo que le levantaba el ánimo y de camino completar una adecuada nutrición vitamínica; a medio día se apuntaba a lo más estricto, lo que se toma generalmente en el almuerzo siguiendo las pautas, en caso de duda, del endocrino cuando las circunstancias así se lo demandaban, de suerte que no había resquicios por donde pudiesen horadar su blindada vida, tan sensata y tranquila, y ni por asomo aparecían señales en que de improviso le doblegasen los argumentos o ahondaran en las debilidades, dado que a cada paso que daba aplicaba un control sumarísimo, por lo que era prácticamente imposible que en un descuido la neutralizaran, pero que sin embargo aquellas enquistadas sanguijuelas invisibles se las arreglaban sin saber cómo para minar la energía escalando progresivamente su esqueleto hasta las últimas consecuencias subiendo al mismísimo cerebro, y sin que hubiese motivos fehacientes que aquilataran la pólvora requerida para volar sus raíces volaban, si es que se puede apuntar tal atisbo, pero no había en el fondo duende por potente que fuese que alzara un dedo en contra de sus procedimientos tan severos, antes bien los endiablados duendes o los seres más reales le daban toda la razón en sus idas y venidas, en sus entradas y salidas, incluso más si cabe ya que todos los resortes y las artimañas más sutiles los guardaba en lo más hondo de las entrañas , y que se sepa hasta la fecha los conductos vitales estaban en regla, anotándolo todo en la sigilosa agenda con pastas doradas que portaba en el bolso, detallando todas las mezquindades que iban a remolque por entre los agujeros del recuerdo y revolteaban en sus mismas narices.
Por todo ello las oquedades que bailaban en su misma coronilla no había bicho viviente que se atreviese a desempolvarlas, incluso presentando de repente quijotescas batallas campo a través. Pero después de verificar las pruebas pertinentes y prodigar sutiles aldabonazos en el portón de la torpeza se vislumbró en lontananza que la hecatombe crecía viniendo a caballo o a contra pie –sic- o a escondidas enquistada donde menos se esperaba que aconteciera fulminando las refulgentes mañanas que sin duda ni el mismo Salomón con todo su bagaje de sabio hubiese sido capaz de descifrar, dando en el blanco, y lograrlo con precisión y cordura.
Vino a descubrir sin quererlo que cerca de su morada había un gimnasio con todos los enseres en perfecto uso, detalle en que con la premura cotidiana y el estrés que le acuciaba nunca había caído en la cuenta, y mira por donde lo tenía al alcance de la mano, tan sencillo y a un paso de la puerta de casa, y podría dirigirse sin problemas hacia él sin mirar para atrás en pos de un futuro más halagüeño, y allí sudando la gota gorda rebajar grasas, o enderezar las torcidas pisadas que le desquiciaban las piernas y fortalecer los músculos que por algún desliz anduviesen renqueantes o anquilosados, y navegar por esos mundos a pecho descubierto aunque fuese a veces a la desesperada pidiendo auxilio o algo de consuelo. Una vez asimilado lo anterior se introdujo en ese bálsamo vivificador expiando los malos humores que la humillaban, los ronquidos sordos respirando cada vez mejor, pero de súbito una mañana, sin saber cómo, de nuevo la atrapa la trágica impotencia, volviendo a tropezar en la misma piedra, aunque por las noches se sacudía los ramalazos y aminoraban las calamidades que la zaherían durante el día acudiendo a su ventana bocanadas de aire fresco, casi milagrosamente, como si fuese tornando en un color claro el oscuro aliento que exhalaba pese al estado depresivo que mostraba. Sin embargo al día siguiente vuelta a empezar y se retorcía de rabia echando espumarajos por la boca o se mordía la lengua porque unas malditas musarañas, cual minúsculos insectos, o tal vez los malos olores le hacían añicos los avances conseguidos y recaía en la pocilga del día anterior.
Estuvo deliberando cómo meterle mano al asunto y se dedicó a recorrer los parámetros más relajantes y brillantes por su prestigio internacional siguiendo las flechas de las isobaras de los mapas, aquellos que le recomendaban sus asesores más eximios, pero su psique, trucada como estaba y tocada por mil descompensaciones, pasaba del asunto y no daba opciones para adentrarse en la esencia y desembarazarse de una puñetera vez de aquellas escamas adheridas al frontón de su pensamiento de suerte que galopaban mentalmente palpando el agarrotamiento en que se movía al desplazarse de un lugar a otro.
Intentaba cargarse los vínculos a patadas, a mordisco limpio y finalmente se resignaba a las contrariedades deshecha, en estado sangrante y no tenía arrestos para luchar contra tales ogros provenientes de algún chamán u oráculo que le hubiese tendido una trampa en su fluctuante y cansino deambular por la rutina diaria. Además todavía era joven y, teniendo toda una vida por delante, no podía arrojar la toalla; por otra parte no poseía la picaresca de un currículo comprometido tan grueso como para cosechar tanta mugre hostil en los frágiles pies que marcaban su ritmo, sus pasos como un perverso marcapasos en el corazón que quisiera tumbar al paciente ejecutando las pulsaciones en contra de su misión de salvar al órgano y cumplir las funciones para las que había sido instalado.
Las carencias generalmente le dañaban el hipotálamo e incluso el espíritu, porque siendo una persona de buenos principios y perfección contrastada, no obstante si lo que practicaba era el bien o el sentido común entonces no había forma de tildar de contratiempos o aberraciones lo que le acaecía, eso era una nauseabunda estupidez.
La empatía con extraterrestres tampoco podía ser una justificación aunque la animaban sobremanera en horas de inspiración, porque la impulsaban a recurrir a recursos extravagantes que estaban descartados para el resto de los mortales, pero lo había desechado tiempo ha debido a que no le compensaba tal conducta tan obsesiva, ya que no le solventaba nada, y se lanzó al callejón de la vida, a las puertas de los enigmas presentando una pugna sin tregua a todo aquello que se interpusiese entre la potencia y el acto.
Deseaba echar el ancla a tope para no zozobrar en aquellas turbulentas aguas, empezando a bucear con arrojo buscando los restos de sus ancestros, células dispersas acordes con su idiosincrasia indagando en los abismos de la existencia a fin de extraer lo más lúcido que pululaba en las interioridades y de ese modo subvertir el ingrato enigma que la cubría de pies a cabeza, una vorágine de dislates que brotaban en la superficie al contacto de la suela de sus zapatos por donde pisaba que le impedía avanzar.
Se sentía presa en sí misma, imposibilitada en sus cinco sentidos. Era víctima de la acción de las fases de la luna con la pleamar y bajamar que acentuaba o atenuaba los efectos de sus instintos, elucubrando que estaba encerrada en la celda del panal de la existencia con una camisa de fuerza labrada con mil cuchillos y se negaba a continuar por esos derroteros, y la puntilla llegó cuando le espetaron con poca gracia entre los vecinos que les había sucedido lo mismo a sus antepasados, y recordaba a su abuela cuando le contaba cuentos al calor de la lumbre en tardes de crudo invierno, transmitiéndole que cuando ella era una niña pequeña sentía unos pálpitos en su cuerpo bastante raros que la zarandeaban de un lado para otro sin que pudiese poner remedio ni avanzar al paso que retrocedía y todo ese maremoto le ocurría en contra de su voluntad. Escenas todas ellas que no diferían apenas de lo que le acontecía a ella.
De todas las maneras se había propuesto romper con la tradición derribando con toda la metralla del mundo muros y hostilidades con la ayuda de la estrella polar que le infundía nuevos bríos, era su estrella preferida pese a haber nacido con mala estrella, antes de verse aprisionada en las mismas necedades y adversidades que soportaron sus ancestros.
Se preguntaba llena de asombro cómo era posible que le sucediesen semejantes monstruosidades precisamente a ella en el siglo veintiuno, sabiendo que todos somos dueños de nosotros mismos y con los mismos derechos, naturales y sobrenaturales, o quizá no por lo que aquí se advierte, porque no hay que olvidar que las hecatombes arriban por sí solas.
Se puede tolerar que si amas el peligro y lo buscas perezcas en él, pero si lo evitas la mano negra se debía desvanecer o cortar como mala hierba y dejar que crezca radiante la luz y la esperanza.
Un día en las postrimerías de los últimos pasos le vino a la memoria el célebre proverbio, “el querer es poder”….y sin más circunloquios se puso manos a la obra.

sábado, 17 de abril de 2010

Evocando a Cervantes en el día del libro



Era preciso desencantar a la sin par Dulcinea. El mesmo don Quijote teníe muchas dubdas de que anssi fuesse y sobre el estado en que se hallaría.
En medio del revuelo que se armó en esas circunstancias dixo don Quijote: sabed vuestras mercedes que mi amantísima señora, dechado de singular simpatía y belleza y por la que soy arrastrado a recorrer inhóspitos territorios y países cuantos haya menester por escrutar su paradero atravesando castillos, calles y plaças por hallarla viva, e buscando de camino un médico que la levantase del postrado estado en que se encontraría imponiéndole las manos o administrándole algún ungüento milagroso que le hiciese volver en sí y anssí vivir feliz soñando en grandes venturas.
Sancho que está escuchando las proposiciones y agudos argumentos de su amo rascándose el cogote le dice apresurado: querido don Quijote, non sé commo fazer para solventar questa inquisitoria por su parte para satisfacer vuestras ansias de restablecer de esa guisa lo anterior y tornar al estado primigenio olvidando todo lo acaecido y mostrando anssí una fuerza suficiente para que honestamente salga a la luz todo el embrollo asaz contenta e segura porfiando por una auténtica libertad y sigamos en la travesía como antes lo veníamos faciendo y lo ficieron nuestros ancestros.
Todos los avatares se ficieron a la luz de la luna no sabiendo la estoria verídica de lo que aconteció tanto a ella como a los acompañantes, pues fueron sorprendidos en pleno bosque perdiéndose entre las malezas y la espesura que por allí reinaba raptando a Dulcinea en un pis pas, que por ser bien criada y de familia de alto abolengo no respiró y permitió sin resistencia ni quejidos que la atasen de pies y manos y se la llevasen de esa guisa sin grandes alharacas ni sollozos como si fuesse socorrida por aquellos malvados melindres.
A ciencia cierta que la escondieron en algún refugio de los que ellos frecuentan día y noche pero de todas formas un sitio desconocido ubicado en alguna facienda del espeso bosque, porque ella con mucho sigilo non quiso inmiscuir a los demás en aquella mala faena. No obstante ella fazía lo indecible por no dexarse abrazar por ellos, pero les había prometido que si la entregaban a su señor sana y salva no diría nada en su contra dellos. Las huestes que les seguían los pasos entraron en la facienda con los criados que les acompañaban, sus fijos y algunos ricos omnes e hidalgos que por allí cazaban, e dixeron al jefe del grupo de viva voz: soltad cuanto antes a Dulcinea, cobardes, porque corréis el riesgo de ser atacados por nuestras mesnadas, al frente de las cuales vendrá el inmortal e insigne caballero andante don Quijote, grant conocedor de los mayores subterfugios habidos y por haber, vencedor de mil batallas, que donde pisa no vuelve a nacer la hierba, y en consecuencia será irremediablemente buscada y hallada para vuestra perdición.
Alguien apuntó sotto voce fasta llegar a oídos del jefe de los bandidos que el que los arrasaría sería el propio prometido y enamorado de Dulcinea y lo más probable es que incendiase sus posesiones y aniquilaría todo cuanto poseyesen esquilmando las tierras como nunca jamás habían imaginado. Ante tanta presión y buen aprovisionamiento de los enemigos ellos contestaron que sólo querían agasajarla y ofrecerle parabienes y buscarle un lugar seguro donde las fieras del bosque no la devorasen ni algún desaprensivo le causase daño alguno.
Oído lo cual, finalmente don Quijote dixo: ¿quién sodes vos, caballero, e qué habéis venido a buscar en estos pagos que tan ingratamente los estáis tratando. Pensad que yo vivo plácidamente conforme a la ley y me dedico a hacer el bien a los necesitados y no puedo consentir tales desmanes, sea quien fuere la víctima.
Toda la comitiva desplegaron velas y comenzaron a desentrañar la sua ruta por do habían huido con la doncella, pero no husmeaban ni la más mínima huella de semejantes forajidos. Entonces en la lacería que padecerían y en la angostura de la senda por aquellos andurriales, allí se expresaron anssí: qué breve y diminuta es la estancia acompañada de bienaventuranza y felicidad en este oscuro mundo. E reflexionaron sobre los deleytes de la vida que ha sabor el ánima y continuaron preguntándose ¿cómmo sucede esto agora tan ominoso y forte que transporta al ánima a la pena perdurable?
Al cabo de un lapso de tiempo se oyó el rebuzno de un asno, lo que no quiere decir que cualquier omne tenga por dulce y atractivo algo que es desagradable y estridente llevando un dulzor que se convierte in ipso facto en grant amargura, porque el borrico andaba suelto y lejos de la mirada de su amo al haberse escapado de los dominios de Sancho, que habiéndose quedado dormido aflojó el ronzal y el animal puso tierra de por medio. Pero la cosa no quedaba ahí porque los rebuznos que se oían cerca eran del propio Sancho imitando al jumento como reclamo a ver si tornaba a su redil, a manos de su amo, que se hallaba en una profunda depresión, pues andaba con los calzones caídos y descalzo por las rocas de tanto trotar por aquellos cerros luchando con rebaños de ovejas que se interponían a su paso.
Mientras tanto don Quijote estaba arengando a unos molinos de viento que por allí se movían amenazándoles de muerte, que serían pasados a sangre y fuego si no obedecían sus órdenes, pues consideraba que eran cómplices y peligrosos enemigos, que tal vez, a su modesto entender, serían los verdaderos raptores de su amada señora, y no los pusilánimes vasallos que se escondieron en los refugios de la intrincada montaña.
Ante el temor a que el caballero andante ficiesse una de las suyas, según acostumbraba y temblase el orbe, se fueron amansando y ablandaron sus corazones y dicho y hecho, y al momento apareció Dulcinea ante los ojos del caballero enamorado y la concurrencia más radiante y bella si cabe que antes de su cautiverio.
A parecer la alimentaron con pócimas elaboradas con hierbas extraídas del mismo bosque, que la fizo despertar del encantamiento siendo la envidia de todos los presentes luciendo más que el astro rey.
Y para olvidar todo estos tejemanejes y trapisondas de martirio al que se vieron sometidos, una vez recuperado el asno Sancho, apresuróse a que preparasen unas buenas viandas, empezando por salpicón y queso manchego, brindando con buen vino de la tierra por el feliz desenlace después de toda esta rocambolesca y disparatada tramoya.

martes, 13 de abril de 2010

Volverá para quedarse


Recuerdo aquel amigo, llamado Juan, que me gustaba muchísimo.
Era muy moreno, con el pelo largo y los ojos azules.
Él tenía 20 años y yo 18.
Cuando le veía, se apoderaba de mi una emoción y atracción hacía él, que me ponía la carne de gallina.
Vivíamos en el mismo barrio y militábamos en el mismo partido, pero las circunstancias nos obligaron a separarnos.
Él se casó con una mujer llamada Elena. Tuvo dos hijos y yo me casé con otro.
Después de estos avatares pasé una época muy jodida. No me salían las cuentas, el trabajo me falló y pasé a engrosar las filas del paro. En mi casa tenía problemas con la familia, no los soportaba porque mi carácter es el de una persona independiente, que no le gusta que le fiscalicen sus actos y quería vivir a mi aire, sin tener que darle cuentas a nadie de cuanto hacía. Por ello la cosa no funcionaba y tuve que desplazarme a otra ciudad en busca de trabajo huyendo del infierno que tenía de continuo con la familia.
Allí conocí a Alberto y fue como un flechazo, tan pronto contacté con él nos enamoramos y formamos pareja; nos iba divinamente. Encontré un trabajo de ayudante en unos grandes almacenes logrando en parte tranquilizar mi vida y realizarme como persona.
Algunas veces me venía a la cabeza la imagen de Juan, tan guapo, con su bigote tan cuidado y el pelo largo, de lo ojos no quería ni oír hablar porque cada vez que los clavaba en mí me asesinaban, pero gracias a dios y en buena hora lo diga, creo que ya no siento nada por él, aunque piensen que lo digo con la boca chica, porque entes sí era cierto el salpullido que me brotaba en los labios y la mejilla que pasaba una terrible vergüenza cada vez que iba a la tienda a comprar o salía con las amigas en una noche loca. Todo ha pasado a la historia, a mejor vida, me siento una mujer nueva, sin aquellos prejuicios que no me dejaban vivir, ni apenas pisar la puerta de la calle, pues me entraba algo raro, era como si hubiese cometido el mayor de los atentados, pero ya me encuentro a salvo, inmune a tanta inmundicia.
En cambio a los hijos de Juan los adoro, veo el mundo por sus pupilas, no sé qué me pasa, como si hubiese hecho el amor con él en secreto y los hubiera criado al cobijo de mi vientre; siempre que me acuerdo de tal fenómeno no sé cómo explicarlo, resulta increíble, cuando nunca tuvimos ni un pequeño desliz ni tan siquiera un leve roce con las ansias que albergábamos de lanzarnos a la piscina y nadar por entre las burbujas de las aguas, figúrate, y lo digo con todo el dolor de mi alma, con la miel de la amargura en la boca, de lo contrario no me importaría que se enterase todo el mundo, y se me secase la garganta por mentirosa o me cayeran las mayores penas del todo justiciero; es la pura verdad, mas sí suspiro por los hijos, les tengo un cariño fuera de lo común hasta el punto que sueño a menudo con ellos, y me encienden el ánimo, me reconforta sobremanera el hecho en sí, por eso de vez en cuando hago las gestiones para informarme de las correrías y travesuras, porque los llevo dentro de mí; en la actualidad los pobrecitos están casados y con hijos, ya que el tiempo no se detiene, y aunque parezca inverosímil fue ayer como quien dice cuando veía con frecuencia a Juan, así es como lo siento, pero en realidad ya ha llovido mucho, tanto que ya se va nublando en el horizonte desligándose de de mis fantasías.
Jamás intentaré arrepentirme del pasado, o recordar lo que no está en los escritos, lo expreso tal cual, que tampoco hay que ser tan timorata para semejantes asuntos y ahogar en un breve vaso de agua los fuertes sentimientos de los que paulatinamente nos vamos esculpiendo en la lucha diaria, porque si tú sientes algo por una persona lo más sano es que lo eches fuera y te explayes quedándote limpia de gusarapos, desnuda como tu madre te parió, comunicando a los demás lo que verdaderamente conforma tu minúsculo mundo, y no irte al otro barrio con el sangrante secreto, paseando la frustración aislada de ti misma.
Pero doy gracias a dios porque las campanas repican en mi interior, aunque no quiero extralimitarme ya que el futuro es incierto y nunca se sabe lo que puede suceder, pero desde que vivo con Alberto me ha inundado la primavera en que vivo de dulces néctares y no me puedo quejar, tanto es así que él reza en mis pensares como el sol que me alumbra, aunque no esté bien que lo diga, pero mis satisfacciones resplandecen como los chorros del oro.
Alberto es la persona que me sacó de la cloaca en que moraba, de suerte que hemos creado un ambiente de felicidad que se expande por nuestro alrededor como el perfume de las flores, y a buen seguro que no pocos lo desearían para sí. Tuve bastante suerte, pero a partir de ahora no me agradaría seguir hablando de mis batallitas, aunque las circunstancias mandan.
La ciudad en la que vivo tiene todas las comodidades, no le falta de nada y los fines de semana nos desplazamos al campo, al aire libre, disfrutando de la naturaleza con nuestros retoños, que se lo pasan ricamente brincando y revolcándose por las verdes praderas y que tanta alegría nos brindan al contemplarlos tan contentos gozando de las cabriolas que llevan a cabo, de los inoportunos arañazos con las zarzas, todo encuadrado en bellos episodios de auténticos pimpollos.
Últimamente hemos hablado a cerca de nuestro futuro y hemos llegado a la conclusión de ser previsores y preparar un plan de jubilaciones, porque el futuro nos lo pintan tan raro que es necesario ir sembrando para recoger el día de mañana y no vernos en la miseria, sin poder vivir una vejez placentera y digna cubriendo nuestras necesidades.
Haciendo memoria de mi época dorada con Juan, recuerdo el dicho popular, “cuando una puerta se cierra otra se abre”, y eso fue en realidad lo que acaeció, y puedo referirlo al comentar el cambio que se verificó en mi vida con la pérdida de Juan y mi posterior soledad, que tanto eché en falta en esos momentos de los años de mocedad, en que era para mí el sustento cotidiano sólo con cruzarnos por las esquinas, pero pronto se abrió otra puerta por la que entró en bandeja el remedio a mis males, a mis tristes conflictos volviendo el astro rey a proyectar sus rayos sobre mi tejado desconyuntando las tinieblas de aquel maldito invierno.
No obstante reitero que lo que no podré olvidar nunca son los hijos de Juan, me recreo en ellos constantemente, y en mis cortas luces deduzco que en parte me pertenecen, lo digo con un nudo en la garganta, acaso por el instinto de madre, y no me importaría ayudarles en lo que buenamente pueda mientras viva. Parece que estos niños, que ya son hombres, forman parte de mi patrimonio, como si los hubiese parido y amamantado, tales son las sensaciones que me salpican, que si no lo digo reviento, aunque con su padre no guarde ningún contacto, ya que todo acabó hace varias décadas.
Sin embargo no puedo pasar por alto a mis padres, porque debo admitir que estoy en deuda con ellos, y me veo atrapada en su seno, sobre todo cuando rememoro la infancia, pues me estremezco en demasía, me cuesta trabajo disimularlo por mil razones y a pesar de las muchas vueltas que dé el mundo.
Y al cabo del tiempo estoy decidida a regresar a casa de mis padres; en primer lugar me gustaría realizar un pequeño escarceo para otear el terreno por lo que pudiese ocurrir, porque abandoné la familia de mala manera, como un hijo pródigo, y eso genera rencor y no se puede olvidar tan fácilmente ni lo mal que lo pasarían todos, aunque no descarto quedarme durante una larga temporada o indefinidamente una vez que nos jubilemos, puesto que la casa es amplia, soleada y creo que no habrá problemas para acomodarnos, y de camino ir limpiando poquito a poco las telarañas que aún queden flotando en el ambiente desde mi fuga, esperando que el tiempo haya curado las heridas, y así vivir en paz y felices el resto de los días con toda la familia.
Llegados a este punto, tal vez murmuren mis padres con cierto recomello y toda la rabia del mundo, ya tan viejecitos, al ver entrar a toda la patulea por la puerta exclamando ¿“no volverán para quedarse”?, ¡válgame dios! ¡Qué mal habremos hecho!

domingo, 11 de abril de 2010

El sueño


Ángela gozaba de una fantasía asombrosa, por cuyo motivo era arrastrada en volandas cuando se hallaba sumida en el más profundo del sueño a verdaderas simas de inconmensurables sueños como si su cerebro lo azotase una insensata ventisca. Aspiraba a darle la vuelta al mundo, ser trotamundos, un Marco Polo exiliado de mundos extraterrestres, brincando de un país a otro como en la pista con la pértiga y no le asustaba lo más mínimo llegar a ese trance, el pisar nuevos territorios, frías nieves sin hollar, sin conocer nada de nada, costumbres, lengua, gastronomía,debido a que todo lo minusvaloraba enormemente, le daba igual.
Quería escudriñar el cielo terráqueo, otros astros, porque este planeta le resultaba cansino, poco agraciado, pensaba que ya lo tenía demasiado visualizado, al menos en lo que hasta el momento le había sido familiar y que para ella no aparentaba más allá de un tablero de ajedrez.
Algunas veces lo soñaba de veras, otras lo veía en el cine tal como se observa un insecto con la lupa en la realidad del laboratorio, incluso en las tres dimensiones, pero siempre le perseguía la fatídica idea, que ya se iba haciendo vieja, insoportable, porque no se detenía ni de noche ni de día hurgando en lo más íntimo de su ser. Primeramente se encaminó a unas tierras lejanas, según sus cálculos, para verificar si así olvidaba las pesadillas que se le agolpaban en la mente principalmente al albor y de esa guisa quedarse inmaculada, totalmente en paz.
Entonces, continuando su sueño, empezó a caminar y caminar por cerros y desiertos y no llegaba a ninguna parte, lo que le sacaba de quicio y se preguntaba a cada paso cómo era posible que eso le ocurriera precisamente a ella, que era tan alegre, tan poco dada a reflexionar y dispuesta siempre a soltarse el pelo. Cuando había transcurrido mucho tiempo, haciendo las correspondientes paradas de rigor para repostar dentro de su posibilidades, y había aliviado en parte la pesada sensación de las horas y los días que le oprimía el pecho se tumbaba a la sombra de un árbol abriendo profundamente los ojos y los pulmones para renovar el aire que llevaba dentro, ya que cuando caminaba no sabía si lo hacía durmiendo o estaba realmente avanzando sin cesar, pero al fin conseguía llegar al relajamiento tan ansiado.
Así pasaban los lustros en aquellos nuevos lugares, que a pesar de ser todo distinto no se sentía extraña ni rara, lo que se añadía a la triste realidad, por otro lado lógica, de no encontrar por los caminos a nadie de los suyos o algún conocido de sus antiguas andanzas por tierras moras o cristianas.
Ella tenía un primo que le indicaba de vez en cuando por dónde debía dirigirse, una especie de GPS, al modo como se proyecta la ruta de vuelo del avión, pero le costaba bastante digerir la teoría del primo porfiando como estaba en descubrir unos mundos ignotos, nuevas galaxias, por lo que la encontraba obsoleta y falta de fundamento llevándole inconscientemente la contraria. Estaba deseosa de restregarle sus argumentos por todo el rostro para convencerle de que estaba en un craso error, ya que podía inducirla a buscarse su propia perdición por su culpa, pero la cosa seguía sin resolverse creándole una tremenda ansiedad y un continuo sin vivir.
Al cabo del tiempo fue acatando, por si acaso, los razonamientos e instrucciones del primo, pues al parecer los vientos soplaban a su favor, aunque ella estaba hecha un mar de dudas calibrando que no las tenía todas consigo. De todas formas no fueron muy generosos con ella en la interminable gira que realizó, pues incluso en el último país donde recaló se encontró sola y abandonada por la multitud, la observaban como un ente extraño, y se revolvía sobre sí misma abatida por los fríos disparos de la aventura.

Su primo tenía razón: ella no le debía nada a aquel país que le había arrebatado todo, que le había negado incluso unos fundamentales derechos humanos; un país cargado de prejuicios y rencores rancios y olvidados.
Siguió caminando, hundiéndose en la nieve, durante lo que le parecieron horas infinitas sintiendo como le iban abandonando sus últimas fuerzas. Su primo la instaba a seguir adelante, con palabras de ánimo, suaves y temblorosas, en el silencio de la noche. En la lejanía se oyó el aullar de un lobo y otros le siguieron.
Estaba a punto de desmayarse cuando oyó decir a su primo:
“Hemos llegado, la frontera está tras aquella loma. Al otro lado deben de estar esperándonos Janus y Yuri con algo caliente”.
Despertó en una cama limpia, rodeada por rostros amables y sonrientes.
“No hay duda”, dijo, “el cielo existe”.

domingo, 4 de abril de 2010

No, ése no, ése no.


Cuando más tranquilos nos encontrábamos en casa cayó un rayo, llegó la visita del cartero como un mal augurio e introdujo la misiva en el buzón. La carta en sí no encerraba ningún misterio externo, era en apariencia como las demás pero el contenido como luego se verá sí difería de las que te ofrecen parabienes. Pues a veces, cuando trae alguna cosa algo rara o poco grata parece que el olor la delata al tacto. La referida carta portaba una invitación de boda. Con lo que odiaba las bodas.
Aunque parecía inofensiva no estaba exenta de un puro compromiso no compartido en principio, pues conlleva a sabiendas un mensaje especial, un tufillo nada agradable, con unas indicaciones que te obligan a dar el do de pecho en contra de tu voluntad, o a darte con un canto en los dientes por algo que puede quedarte muy lejano y te resbale, no obstante tienes que hacer de tripas corazón y recorrer diversos vericuetos anímicos guardando la compostura para que no se te caiga el alma a los pies, pateando distintos comercios, los grandes almacenes donde han encomendado su deseada lista de bodas con objeto de que cada cual estampe su sello y firma cubriendo el expediente.
En estos casos es aconsejable mirar por el ojo de la puerta, examinar atentamente la relación de artículos que figuran en la lista y no hacer el panoli, es decir, no pasarse en la elección, eligiendo aquello que vaya más acorde con nuestras intenciones para con esa familia, así que todo dependerá del compromiso que uno se imponga, lo que influirá finalmente en nuestra decisión, seleccionando los artículos más corrientes o por el contrario los más sofisticados en función de las inclinaciones más íntimas, sin menoscabo de tu amor propio, procurando capear el temporal, y salir airoso calibrando en su interior calidad y precio.
Una vez abierta la carta, se verificó lo que se barruntaba, quedándonos estupefactos, pues jamás íbamos a sospechar que esto acaeciese con tanta premura y dudosa delicadeza, si se puede denominar así en tales circunstancias, cuando no había ninguna relación entre nosotros desde hacía más de veinte años o más, cuando su hijo violó a nuestra hija en una romería aprovechando la mutua confianza que nos profesábamos en aquel período, unido al exceso y a la oscuridad de la noche, dispersos en mitad del campo. Era algo insólito.
De ahí en adelante ya se podía hacer cábalas sobre semejante evento, cavilando a cerca de si aquello iba en serio, era una tomadura de pelo o una simple provocación de las muchas que ocurren en la vida. No era difícil llegar a tal conclusión por las torcidas interpretaciones que surgían y más si cabe por los problemas que se cernían sobre nuestras cabezas en aquellas calendas, o acaso resultaba ser un acto de confraternidad, de sincero arrepentimiento, para restañar los desconchones de nuestras vidas anhelando que las aguas volviesen a su cauce, y por ello se dignaban realizar esa atención; aunque haciendo un poco de memoria la cosa no daba para mucho porque de los dos hijos mayores que se habían casado no se había recibido ninguna invitación demostrando la tesis citada, en cambio ahora con la hija que les quedaba cambian de opinión, como si sus oscuras veleidades se hubiesen desteñido, y por su cuenta y riesgo acordasen introducirnos en el círculo de los privilegiados, en el mismo festín suyo, vaya usted a saber el porqué, aunque viéndolo en positivo no sería complicado desentrañarlo, al observar que en la etapa en que se casaron los otros hijos las deudas nos asfixiaban, y nos encontrábamos al borde de la bancarrota, hundidos hasta las cejas, y no nos consideraron gente de su confianza, o que no dábamos la talla porque no se vislumbraban sólidos argumentos que justificasen tal proceder.
Sin embargo en estas fechas, como gracias a dios gozamos de buena salud económica, porque nuestra empresa ha mejorado y va viento en popa, puede que hayan recapacitado cambiando de opinión. El caso es que sin esperarlo hemos recibido la indeseable invitación, que más que nada se puede interpretar como una bofetada, se diría que nos han arrojado un escupitajo a la cara, dado que nos están tratando como si adoleciésemos de honestidad, pues cuando les conviene obran de una manera y cuando les apetece nos borran de mapa de los amigos; así por encima la cosa tiene visos de prepotencia y descaro.
No había nada más que observar la letra utilizada en la invitación, en la que se reflejan los rasgos distintivos de su rostro sin que se dieran apenas cuenta, unos renglones bizcos, desaliñados con un tono sarcástico. No cabe duda de que entre línea y línea había mucho que descifrar. Proyectaron su careto sin pretenderlo en las grafías y acentos de suerte que nada les era ajeno, y no desmerecía en cuanto a textura, trazos y pintoresquismo.
La lista de bodas iba bien surtida, con una rica gama de artículos de todas las clases y gustos, pero no hay que olvidar que el invitado siempre dispone de la última palabra, así que dependerá de él dicho regalo, pese a quien le pese, e irá en consonancia con el parentesco que se tenga o la estima que se sienta. En estos asuntos tan híbridos salen a relucir de una u otra forma bufonadas o actuaciones muy versátiles. Y ahondando en las adversidades y contradicciones del ser humano, de esa guisa fue discurriendo el caudal del diálogo familiar:
-Dolorcitas, ¿qué le regalamos?
-Lo que quieras, mamá, tampoco merece la pena perder la cabeza por tan poca cosa.
-Si por mí fuese le regalaría algo muy especial, peor que carbón, tan especial que no se sirve en tiendas, porque eso se tiene o no se tiene.
-¿Qué insinúas, mamá? No seas tan rebuscada, no te vayas por los cerros de Úbeda, la novia no es una desaborida y suele guardar la compostura. Aunque no sea muy de nuestro agrado, y poco agraciada físicamente. Pero de eso ella no es responsable, como tú comprenderás. Mamá, por lo menos vamos a intentar quedar medianamente bien y punto.
-Por supuesto que sí y no como otros que no quiero citar, pero eso no quita para que les dé su merecido, ¿comprendes?. Sabes, nena, que tengo una jaqueca que no puedo con ella.
-Mira mamá, ¿qué te parece este juego de té, parece mono, con una decoración muy original, vamos, que de buena gana me lo quedaba para mí..
-Dolorcitas, no, ése no, ése no, no vayas a acabar conmigo, mira que me da un trombo. Quítalo de mi vista, primero porque es caro, y segundo que no estoy dispuesta a que presuman ante los allegados y amigos con mi dinero. Antes prefiero verme muerta, busca cualquier chochajo, algún bolso de chollo o un jarrón decorado con aves de rapiña, que creo que no les iría nada mal con su imagen grabada a sangre y fuego, y saldríamos rápido del paso.
- Mamá, qué tonterías, oye, y aquél que está detrás de la columna, puede ser útil y posee buenas hechuras.
.-No, por favor, ése no, ése ni hablar. Tráeme un vaso de agua corriendo que me derrumbo; ése me recuerda lo que me regalaron el día de mi boda, maldita sea la hora y la mano que me la entregó, que vistió de luto mi vida.
Aquella trituradora que le regalaron tronchó la tierna vida de su bebé. Y le evocaba aquellos tiempos cuando la cogía para triturar carne, frutas, verduras, siendo la causa de la muerte de su hijo con cuatro añitos, al atravesarse en mitad de la garganta la horrible albóndiga que había preparado con sus propias manos, la trituradora fue un triturador de hombres, no tuvo corazón, dejando entero el duro hueso que se le clavó como un puñal segando la incipiente vida de tan inocente criaturita.