domingo, 31 de mayo de 2015

Esperando una carta





   

  

      Esperando una carta que no llegaba se extinguía Lúculo, cual mariposa en aceite a la Virgen del Perpetuo Socorro, avistando en sueños prometedoras y sonrientes primicias.
   Peleaba a muerte con el cartero, pasando a menudo por su cabeza lo peor, y utilizaba toda clase de martingalas para sonsacarle los secretos profesionales, inquiriendo cómo catalogaban la correspondencia para el reparto diario, así como las prioridades que regían sus menesteres, interrogándose si habría algún desvergonzado en la plantilla que se saltara las reglas, sesgando voluntades o segando la vida de los envíos impunemente, o lo hiciese por superstición en trances como, martes y trece, un gato negro, un cura con negra sotana o pasar por debajo de una escalera, o influido por síndrome de pánico, vaya usted a saber, de manera que fuera arrastrado el funcionario al lugar del crimen por los embates de las pulsiones.
   En diversas ocasiones, se movía Lúculo en un abanico de suposiciones o disparatados galimatías, sospechando de la existencia de algún salteador de caminos, que se hubiese compinchado con el cartero, yendo a medias en las ganancias empleándose a fondo, sobre todo en los fondos de las sacas de Correos cuando iban repletas de peculio, sisando a troche y moche cartas creyendo que contuvieran abundante pasta en el interior, importándole muy poco el destino de la correspondencia. 
   No cabe duda de que Lúculo ansiaba con premura la fruta que hace unos años degustó por itálicos derroteros, pero el hecho de haberlo dejado a medio hilvanar por cambios en la agenda, le condujo al desamparo y a una situación deprimente, empujado con frenesí hacia las expectantes fragancias, sintiéndose turulato en horas crepusculares, cual nave a la deriva por los señuelos de la corriente, perdiendo a lo tonto el tiempo y los estribos, deslizándose por truculentos desesperos, sorteando desdenes, zancadillas o renuentes malentendidos, abriendo a malas penas la boca para emitir los ayes, no pudiendo levantar el vuelo.
   Y tras reiteradas incursiones por las más hirientes cascadas y enrocados pasadizos, de repente plantó cara a los sinsabores de la vida, echando por tierra las más variopintas excusas y por la calle de en medio, solicitando a las librerías más prestigiosas que le enviasen contra reembolso ejemplares o facsímiles de renombradas cartas, con idea de que le sirviesen de bálsamo o acicate para aplacar los nocivos borbotones y la urticaria que le abrumaba, y si con todo no lograse saciar la sed epistolar, pudiese, al menos, restañar los desconchones de su columna vertebral, pero no las tenía todas consigo, al no querer, por otro parte, acabar los días como un vulgar quijote, abducido por los fulgores literarios, y más temprano que tarde exclamó con vehemencia, ¡basta!, retirándose de la pelea, no sin antes despotricar con acritud contra las horas perdidas en semejantes urdimbres, convencido de que lo que le quitaba el sueño era la tardanza de la carta, sintiéndose impotente y entristecido por la gangrena que crecía en su jardín, tornándose más romo y estrafalario en los pensares, obsesionado por acariciar los frescos caracteres de los cabellos de oro.
   En el devenir de las primaveras, unos aviesos vientos se habían colado en su balcón, pasando las de Caín, en un tenso batallar entre tigres y tribulaciones, transitando por turbios vericuetos sintiéndose como niño desvalido, sin un beso ni cuentos ni peladillas, y asimismo sin la damisela, que rimase con sus versos, paseando de la mano por las cálidas aguas del gozo, del parque o de Venecia, aliviando las exaltadas ampollas incrustadas en el alma.
  Las hojas del almanaque que colgaban de la pared del salón, exhalaban un tedioso olor a queso agujereado, recubiertas las cochuras de amarillentos y soporíferos otoños, no vislumbrándose la claridad de las cosas ni la luz al fin del túnel, al no entrar ni gota de frescura ni de sentido común por las entendederas de Lúculo, como no fuese el importuno zumbido de una mosca cojonera que revoloteaba en un fúnebre apocalipsis por las carátulas del calendario.
   Y mientras tanto, resoplaba en su noria, enredado en estridentes incertidumbres, atronadores silencios o quimeras sin fin, mesándose el tupé, pensando que con las cosas del querer no se juega, apostando por su ruta de vuelo con la célebre frase, Lúculo cena hoy con Lúculo, en un acto de asertividad plena, aunque meciéndose en carcomidos columpios, y reflexionaba sobre la frialdad humana, el nepotismo, la impostura o la indiferencia, y se sublevaba sobremanera por supeditarse casi todo al azar, al gordo de navidad o en su caso al hipotético desembarco de las huestes epistolares en su Normandía soñada, en el regazo, imaginando como por hipnosis la llegada de la misiva toda de blanco, cual novia camino del altar, como ocurría entonces, contemplándola con sugestivos acordes al son de bulliciosas chirigotas y comparsas en un sensual desfile veneciano presidido por la artífice mensajera, poniendo coto a tanto tormento o ríos de tinta, fulminando a los intrusos roedores de letras que socavaban los cimientos de la más sincera empresa del corazón.
   A veces, la utopía lo llevaba a campos de ensueño, a panales de rica miel, enarbolando ínclitas banderas, que engastaban envidiables fastos, sensaciones únicas, recreándose en envidiables bocados de cielo, bebiendo la copa del feliz hallazgo, la tan esperada manzana, festejándolo a bombo y platillo por todo el contorno, vestido con genuina indumentaria y finas florituras llegadas de oriente y de allende los mares, brindando jubiloso, esbozando sonrisas y excepcionales proyectos, verbigracia, un crucero por las islas Maldivas, la vuelta al mundo en globo o hacerse la cirugía estética, tantas veces pospuesta por algún imponderable, y todo ello con vistas a no perder el tren de la vida y menos aún el cordón umbilical de la traspapelada carta, rindiéndole la mayor pleitesía, aunque ignorase las curvas de su espíritu o los trazos de la caligrafía, la letra menuda de los vuelos de la falda o los recónditos suspiros, así como las más versátiles conjeturas al respecto, si la misiva, por un casual, había sido escrita desde la playa de los días, de los sueños o del Mar Muerto, al no dar señales de vida en tantas alboradas, o secuestrada por un pirómano o pirata o cabeza loca por mero entretenimiento; o tal vez llevase equivocada la dirección, enviándose al cielo de la sonrisas más humorísticas o de la pena, según el color con que se mire, pasando de largo del refugio de Lúculo, como una venganza del cartero por el rostro tan serio, cual blasfemo carretero, que exhibiera Lúculo el día de autos, cuando se dirigía con la valija por la empedrada calle adonde habitaba el olvido.
   Y tras descabelladas avanzadillas, noches sin entrañas y duros retortijones, yendo de aquí para allá y de capa caída, avizoraba Lúculo los veleidosos pálpitos de su fluir, cruzando callejas y calentamientos de cabeza, pasándolo mal durante los ronquidos del tiempo en la espera, no columbrándose en el horizonte un bote salvavidas o el vuelo de una gaviota, una estrella fugaz o alguna buena nueva, como no fuesen los negros presagios que discurrían por su mirada, ponderando que tal vez algún ladrón de atardeceres hubiese hecho una barrabasada robando las reconfortantes expectativas que paladeaba, comprometido como estaba con la niña de sus ojos, sustrayéndole la correspondencia de su buzón con no poco sigilo y el mayor de los descaros.
   Por lo demás, y pese a los esfuerzos que desplegaba en las horas más felices, se diría que no evocaba como era su empeño la efigie de la embrujada remitente, ya que con el paso del tiempo se había desdibujado un tanto en su memoria, mostrándose imprecisa, en tinieblas, aunque rumiara con el mayor entusiasmo todo cuanto contribuyese a su busca, convencido de que aquello no era una entelequia o gazapo en las páginas de su vida, o una carta de amor y desamor a un certamen literario, sino que respiraba aires de lozanía, de total verismo, recordando más tarde que la tal Isabel había nacido en Verona, aunque criada en Venecia (¡cuántos carnavalescos secretos dormirían en sus cuerdas gondoleras!) con unos tíos maternos, al quedar huérfana, y le cupo en suerte, por veleidades del destino, compartir aula en el máster que llevó a cabo como becario por la Universidad de Bolonia, habiendo sido todo como el sueño de una noche de verano.
    Las referencias que se iban desvelando no podían ser más halagüeñas, una vez atravesado el desierto, un tiempo tan cargante e inicuo desde los prístinos veneros, percatándose por fin Lúculo de que dicha joven de ojos de gata y dulces labios tenía voz y voto en su currículo, conforme a lo reseñado ut supra. 
Y lo corroboraba sobre todo, al rememorar las travesuras y cabriolas luminosas, el aura y el preciso deambular por los meandros y bulevares de antaño, aquilatándose la veracidad de su silueta y sonrisa, las pecas salteadas por el rostro y el lunar que lucía en la mejilla derecha con luz propia en noches de luna roja, no siendo un sueño travieso de un demente dominado por los encantamientos, o por los tejemanejes de un falsificador de iconos o monedas o rastros o rostros humanos, que se hiciese a la mar de doble vida, dejándose pasar por allegado suyo, afectado por alguna enfermedad extraña, como la talidomida, y anduviese pidiendo auxilio o indemnización por las secuelas, acaecida por la ingesta de la madre de las tristemente célebres tabletas durante el embarazo por prescripción facultativa.
   Y como suele sobrevenir de cuando en vez en las crecidas de los ríos u otras coyunturas, un día floreció la sorpresa, al recibir una carta que decía lo siguiente: “Estoy segura de que recibirás muchas cartas, y por ello he dudado a la hora de añadir una más a tu buzón. Pero desde que salí de prisión, donde he pasado los últimos años, cada vez me parece más importante que sepas lo mucho que han significado tus escritos para mí durante ese tiempo entre rejas. En la cárcel recibía pocas visitas. Las escasas horas de ocio de que disponía a la semana las pasaba en la biblioteca. Por desgracia, en la sala no había calefacción, pero la lectura me hacía entrar en calor. Ningún libro me ayudó tanto para afrontar el futuro y forjar una nueva vida al salir de aquí como, Rotos y descosidos. Tu obra me despertó las ganas de vivir. Sólo quería hacértelo saber y dar las gracias más sinceras por ello. Espero que coincidamos algún día en algún lugar y brindemos por la vida. Te deseo lo mejor en futuras aventuras publicitarias. Con afecto. Zuli.  
   Aquel suceso lo tumbó, no dando crédito a lo que leía. Pensaba que acaso fuese una coartada para implicarle en alguna sucia trapisonda, conminándole a extremar el control de entradas y salidas llevando una vida más ordenada y austera.
    De todos modos, Lúculo no era muy dado a trasnochar ni a frecuentar tumbas de famosos con ramilletes de flores o irse de jarana o ir a cualquier parte sin ton ni son, se podría constatar que fue marinero en tierra, no habiéndose mojado apenas el culo con  las olas, como no fuese cuando en cierta ocasión, atravesando la sala de operaciones donde intervenían a vida o muerte a un amigo herido tras un accidente, fue víctima de una descomposición repentina, y no pudiendo anclar la nave gastrointestinal a tiempo por el apretón, se vio obligado a apearse del caballo de batalla, y apoyar las posaderas en el frío inodoro cuando de repente se reventó la cisterna del baño pillándole de lleno la súbita borrasca, quedando el pobre totalmente empapado ¡Vaya si no!
   Llevaba algún tiempo Lúculo impelido por el grueso oleaje de alevosas fruslerías, con una comezón que lo engullía por momentos, no dejándolo ni a sol ni a sombra, estremeciéndose sobremanera cada vez que masticaba algún delicatessen. Y no daba pábulo a la fanfarria que escuchaba en las redes sociales a cerca de cariacontecidos montajes sobre los avatares y esotéricos devaneos de la núbil de sus sueños. Mas de la noche a la mañana, arrastrado por la obsesión, soñó que había recibido la carta a través de una paloma mensajera, siendo objeto de una lluvia de parabienes y ternuras, pese a ser todo el affaire ficticio, y no se explicaba, sorprendido, el revuelo que se había armado en esos instantes en derredor, toda vez que no venía a cuento, ya que ni él se presentaba a la reelección de ningún cargo político en la comunidad ni iba de incógnito por ser artista famoso, ni se declaraba a nadie por carta, y ni siquiera figuraba en la lista de regalos de papá Noel, lo cual daba mucho que pensar, enturbiándose las horas a la hora de enhebrar con sensatez un veredicto o dar pasos seguros, precisando cerciorarse de que no estuviese todo amañado o contaminado por una mano negra, porque ella le podía enviar una epístola con remitente falso, por si hubiese caído en desgracia en el ámbito familiar, laboral por algún desfalco o contrabando de estupefacientes, o que hubiese caído la misma carta en manos de los torturadores de Boko Haram o en las redes de la mafia más infame, enredándose en tan nauseabundo tráfico, manejando ríos de plata, no sabiéndose el quid de la cuestión ni quién es quién en tales circunstancias.
   Así que según pasaban y murmuraban los meses y las estaciones, cada vez se hacía más gigantesca la bola de las especulaciones, arreciando las mareas o el desmadre en un mar encrespado, que se subía a las barbas, ignorando el cúmulo de datos y reseñas acerca de los ojos de gata, circulando los más contrariados advenimientos por los circuitos del Sur, pese a no hurgar en su escote ni secreto escondite, al ir disfrazada tal vez de encantada sirenita por los puertos o puestos de mando de los narcos más eximios estando en cinta, y sin percatarse de ello por las citas a ciegas que le agenciaban en alta mar, no sabiendo a qué carta quedarse, pues puede que sin saberlo estuviese excavando su propia fosa.
   Lo que no casaba en demasía con la realidad eran las testificaciones del amigo sobre la joven, acerca de que andaba oculta o perdida durante largas temporadas, señalando que había ido unas veces por sorpresa a Miami no se sabe a qué, y otras, que se encontraba de gira artística, promocionando el último trabajo, emulando a los divos de la canción o a un perfume recién salido del horno, Ives Rocher, Lirios de los valles o Agua de cerezos, publicitándolo a los cuatro vientos por los emporios del ramo, volando con avezados pilotos (un aguerrido sexitano entre ellos) por los cielos de Dubái, Catar, Arabia Saudí…o por la vieja Europa, Florencia, Londres, París como embajadora cultural.
   De todas maneras cabe preguntarse al respecto, ¿seguirán en pie tan taciturnas ensoñaciones, o se hará la luz, restituyéndose la cordura y la verosimilitud por las alegres aguas de las góndolas vivenciales o venecianas?    
   Más tarde, volviendo en sí, contemplando lo que le sedujo, quiso Lúculo revivir las vibraciones y chisporroteo de los protagonistas de Verona, remedando tales roles y arrojo recorriendo los hitos y pósitos más notorios que dibujaron en los ardientes encuentros.
   Sin embargo las emociones le arrebataban las energías que le sustentaban en el viaje, y mustio, malhumorado y frustrado por las sangrantes adversidades y condicionamientos cayó en el nihilismo, en el caos. Lo que le llevó a replantearse el sentido del vivir, dándose una nueva oportunidad, y llegó a la conclusión de hacerse ermitaño, viviendo en el desierto, alimentándose de raíces y cortezas, y fue encontrándose poco apoco a sí mismo, asentado en la duna, en su propio espíritu, buceando en las vivificantes aguas de la felicidad.                      


  
   
   


   
   

domingo, 24 de mayo de 2015

El mitin




                                

                                
   Sin apenas darse cuenta de lo que pudiera trascender o columbrarse en el horizonte o a la vuelta de la esquina, se fue entablando entre ellos una conversación fortuita, bastante baladí, no sustanciándose en ello ni chicha ni limoná, cual súbita llovizna que de repente chispea en la frente, mojando lo que roza, pese al sol radiante que lucía en derredor, destilando lumínicas perspectivas y preciosos destellos, iluminando los pasos y los vericuetos de las callejas más oscuras o tortuosas.
   Al inicio, la charla brotaba espontánea y saltarina, como agua de manantial, elaborándose una especie de calcomanías de figuras o gruesas mochilas de vocablos revoloteando en una especie de entretenimiento de andar por casa, cual lúdico trivial pursuit, en paños menores, hundiendo barcos o matando el tiempo, que no es poco, o tal vez dándole vida a las horas muertas, fluyendo río abajo, o a lo mejor pensaba en voz alta, que de todo ocurre y no se percata uno a veces, cayendo en solemnes torpezas, sobre todo en horas retestinadas, remolonas u holgazanas, que tan pesadas se hacen en las rotondas de la vías, en los tic tacs, al no tener a mano otro tubo de escape o recursos evasivos por donde transitar.
   -Mira, cariño, -rascándose la nuca como distraído-, no sé qué hacer el sábado, creo que tú sí lo tienes claro, estoy pulsando los puntos de interés de la NASA encefálica, lo que se dice vulgarmente, estrujándome la mollera, y pienso que quizá sea interesante el mitin que anuncian a los cuatro vientos, y acercarme haciendo de tripas corazón, aunque escuche más de lo mismo, prometiendo atar canes con cadenas de oro o con suculenta longaniza; pues de sobra sabes de mi alergia, que no comulgo con tales pestiños o patrañas, es decir, los sonsonetes de guerra de siempre, el puedo prometer y prometo, tres cosechas de membrillos al año o como en el circo, un número más difícil todavía, o que el burro recite de memoria un poema de Alberti, “Se equivocó la paloma, se equivocaba/. Por ir al norte, fue al Sur…, no obstante, si asistiera, en la imaginación podría acariciar algo diferente, que me encuentro, por ejemplo, contigo en una acogedora sala de cine viendo la peli más bella del mundo, haciendo mudanza en la costumbre, principalmente por la chispeante curiosidad del evento en esta ocasión, tan novedosa e intrigante a la vez que se ofrece al ciudadano–dijo él.
   Con la llegada de la savia primaveral, los cuerpos se diría que resucitan y eclosionan de viva voz, alterando los pulsos o inoculando fervientes y vigorosas energías, al acontecer que tanto los capullos como los cerebros se abren de par en par en una ardiente carrera por llegar primero a la meta, exhibiendo lo oculto, lo más valioso y genuino, y empiezan a dar la cara, el fruto, exhalando íntimos aromas, misteriosos primores burlados durante el frío letargo de invierno o tras la umbría de los ramajes de máscaras que los protegen de alguna mano negra.
   Y en ese carrusel de ritos y rosarios interminables se mecían los efluvios de los más enmarañados pensares, y al poco de echar la caña de pescar o a andar por los peldaños del discurrir, si bien en minúsculas porciones, aunque firmes, despacio pero sin pausa, y sin el menor pudor, iban surgiendo gruesos cascajos y espinosos troncos arbóreos por la corriente tras el chisporroteo cerebral de sucia tormenta o de un envenenado elixir, que con tanto esmero se guardan a veces en el garito o en las grietas del criterio, y de pronto, en un abrimiento de boca, cual volcán en ebullición, embadurnan el paisaje de la pulcra mañana o el claro intelecto con lengua de fuego, empezando a emitir a raudales tóxicas esencias envueltas en lava.  
   -Oye, Amador, escucha un momento, creo que voy aprehendiendo las espurias emanaciones o predilecciones que tanto te subliman en este día gris para ir al bendito encuentro, vamos, ea, pues resulta que tirando poco a poco del hilo te delatan las más versátiles urdimbres, hechas con sutileza y a conciencia, como los preparativos bélicos de una gran batalla en la estrategia militar, y yendo al grano, que es de lo que se trata, doy por seguro que has quedado con alguien en el entreacto, y lo expones tan alegremente, con un morro que te lo pisas, haciendo la pantomima de ser lo más insigne e ingenioso que vieron los siglos, encumbrando tal empresa, como si los arúspices del mercadeo político fuesen el santo y seña de tu devoción y van a sacarte las castañas del fuego, atisbándose a todas luces que la fachenda no te ha podido salir más redonda, moldeada o propalada en mis propias narices, con los más nimios detalles, no dejando cabo suelto, como un film de suspense de Hitchcock, en el que el espectador queda engrifado con el devenir de la tramoya, circulando aturdido por las laberínticas secuencias, abducido con sutil maestría por las más escabrosas acciones.
  >>Y navegas con la coartada del acariciado encuentro de cadencia mitinera, columpiándose de manera un tanto solapada en las aguas concertadas de antemano por entre hábiles subterfugios mostrando ingenuidades o medias tintas, pero que sotto voce pueden transportar en el fluir del torbellino prendas íntimas disfrazadas entre los borbotones del oleaje, sacando en la superficie semblanzas de esplendoroso comportamiento con una doble personalidad, como don de ubicuidad, al poder reunirte con la pelandusca en el desplazamiento diseñado tan sigilosamente, escondiendo el rostro o la mano tras arrojar la piedra, y de pronto volar con la presa hacia el nido que se ha esbozado en un entente cordial ad hoc, camuflando con todas las de la ley las prístinas martingalas.
   -Uffff, uffff… ¡Cuánta lama aletea en lontananza!-farfullaba él.
   -Bueno, a ver lo que haces esta tarde…
   -Ah, descansar, o dormir y callar como la ratita presumida, o quizá caer por el precipicio, tomando notas en el mitin.
   -No lo entiendo, dejas todo entre alfileres, incluso lo más candente.
   -A ver, hurgando en la bola de cristal de la realidad, la sangría de la crisis se ha abierto en canal. La pobreza se ha cebado con los de siempre, y los de arriba vuelan cada vez más alto. ¿No crees que habría que enhebrar un pentagrama con nuevas batutas, nuevas escalas, que encarrilasen la materia nutriente, la acción solidaria entre gratos acordes, allegro, y transparentes trompetas y el proceder humano con honestas y sensibles notas en la garganta, en armonía con la deleitosa música astral?
   -No sé si cuando caigan las sombras sobre calles y plazas, dormiré tranquila esta noche, o seguiré en la cuerda floja, envuelta en las disquisiciones sobre las estrecheces de las criaturas después del esplendor en la hierba, yendo del palacio a la cueva, no sabiendo a qué carta quedarse o a qué santo encomendarse.
   -Parece que chirrían sobremanera las aguas vitales, corriendo el riesgo de enturbiarse por la erosión de los usureros buitres.
   -Resulta que las criaturitas sufren las penurias en sus propias carnes, con familiares o allegados, y se desfondan, desvaneciéndose sin remedio.
   -Entonces, es hora de levantarse, antes de que nos devoren los halcones financieros mientras dormimos.
   -Si los renglones torcidos se pudiesen enderezar con el arado, haciendo borrón y cuenta nueva, otro gallo cantaría.
   - Es incuestionable el carácter voluble e inestable de la fortuna, por lo que si los responsables del pastel global abriesen los ojos, advertirían de que el campo está minado por la metralla del maldito parné, pudiendo estallar el polvorín en cualquier momento, y en tal caso, el dicho popular lo atestigua, nunca digas de esta agua no beberé. Por ende, brindemos por que los gerifaltes echen a andar de una vez, ligeros de valijas y prebendas, llevando por bandera la justicia y la solidaridad en el mundo mundial. Ah, ¿y qué se hizo del mitin en el ágora?  

      




  

domingo, 17 de mayo de 2015

Vivencias de mi pueblo








              
Buenas noches. Un saludo a todos los presentes, agradeciendo vuestra agradable presencia, al haber sido tan generosos al venir, venciendo los inconvenientes, y anteponiéndolo a otras labores más comprometidas.
   Desde este enclave tan sugestivo, quisiera recordar algunas páginas de la vida fondonera, donde antaño en este mismo suelo pillaban lagartijas, mariposas o gorriones volantones los chiquillos, aunque incumpliendo directrices medioambientales, y jugaban a los bandoleros, a pídola o al escondite, perdiéndose por balates y bancales, cual piratas por los mares del Caribe, sintiéndose los reyes de la creación, disfrutando en las correrías de la tentadora fruta que colgaba del árbol prohibido en aquel paraíso infantil.
   No hace mucho, por estos caminos transportaba mi progenitor (y a veces el que os habla por imperativo paternal) montañas de misivas bañadas en sol, sal, sudor y tiernos augurios, auténticas joyas de amor, en las que se dibujaban los desconchones del alma, guiños, nostalgias, besos, resquemores y bonitas fotos con tiernas noticias, provenientes de los confines del mundo, y llegaban frescas, juguetonas, cual golondrinas en primavera, chocando con los avinagrados vientos que corrían lúgubres, tullidos, con muletas y maletas rumbo a Alemania, constreñidos por la carestía, las querencias familiares u otros raros avatares, tales como, guerras fratricidas, dictadura o exilio en el más cruel desamparo.
   Y esta noche, con mi humilde presencia, acaso como agua de mayo o tal vez como un reto, quiero aportar un granito de arena para reflotar la nave de la ilusión, brindando por un mundo más justo, desvelando los tesoros que lleváis dentro, reavivando las ascuas de buenas cosechas, las parvas de las eras y la savia tan genuina de los fondoneros/as a través del estímulo del arte de la escritura creativa como un talismán, entrando por la ventana de vuestras sensaciones con un océano de globos, vocablos y peces de colores, de positivos sentires nacidos en el taller de la ficción, entre Rotos y Descosidos, como se titula la criatura, pero con personajes reales como la vida misma, con la esperanza de que, al igual que entonces surquéis las aguas de un venturoso resurgir, imitando las virtudes de nuestros antepasados, y germinen en vuestros campos y espíritus exuberantes frutos y prósperas simientes, a fin de lograr los más excelsos beneficios, en unas fechas tan hirientes y desquiciadas como las actuales, comandadas por la crisis, corruptos infartos al amanecer o desafecciones tan a flor de piel.
   No es fácil adecuarse al crudo invierno, que achucha hacia la Torrentera, la incertidumbre, la Calleja, el Rincón, el Barribalto, la Cuesta de la Hoya o la plácida Fuente, lugares todos ellos por donde trotaban felices los chiquillos, o pasaban serios con las bestias los mayores; sin embargo, lo más cuerdo será ir al centro del pueblo, a la puerta del Pósito, al bar del Tito, donde se cocinaban los más ricos guisos, y vibraban los Whatsapp de la época con primicias al minuto, al concurrir allí el grueso del vecindario con sus inquietudes, sobre todo cuando arreciaba la lluvia, escuchando lo que merecía la pena, ofertas de trabajo, la salud de algún vecino, el pecio de las turbias corrientes del vivir, el precio de la aceituna o almendra, el sorteo de Navidad o del Niño o las gestas deportivas; y se comentaban los pros y los contras de la madre naturaleza: la sequía o la tormenta que fulminaba los sembrados, y desbordaba el río, llevándose por delante las breves islitas bordadas cual fina orfebrería por el alma fondonera, transitando por entre espinosos vericuetos o ramajes del árbol de la vida, a orillas del río de la Toba o de la Sangre o del río Grande.
   En aquellos tiempos se pateaban día y noche los senderos, yendo en el coche de san fernando o en burro, con las alforjas medio llenas o cargadas de impotencia, como el carbón en el día de Reyes, pero la mente humana, y más concretamente la guajareña, rompiendo moldes, se ha caracterizado siempre por lanzarse en pos de los pálpitos más vivificantes, yendo a donde fuese menester sin ambages ni sonrojos, por muchos cuentos que les contasen.
Al hilo de lo que nos ocupa, será bueno seguir desempolvando viejas vivencias casi olvidadas, como pasa con la famosa peseta y tantos enseres de la existencia. Así, en el río, debajo de la era de la cruz, se ofrecía toda voluptuosa la presa de la fábrica de la luz (que nos alumbraba), donde se daban hidroterapia o un remojón los que podían, aliviando los rigores del verano, de la cuesta de Panata o de los Palmares.
  Y brillaban con luz propia las Huertas y la Minilla, a la vera del barranco del Castillejo, con las sombras de la espesa arboleda, adonde acudía la gente a llenar los cántaros y pipotes de agua fresquita, cual gratuito frigorífico o milagroso balneario, pues allí se desentumecían los caracteres y los malos humores, concurriendo asimismo la bulliciosa juventud en festivas conversaciones y citas enamoradas, siendo el botellódromo por excelencia de la época, con refrescos de mirinda, fanta o cocacolas con ginebra, junto con los escarceos sentimentales por el río Faragüit, evocando a García Lorca, “Y que yo me la llevé al río/ creyendo que era mozuela/, y tenía marido”, brotando en sus núbiles labios la chispa del amor.
   En el día de la Candelaria se encendían las alarmas con tanta candela, celebrándose la fiesta a base de choto y palmitos, regados con el rico mosto de la tierra y la ardiente premura de los mocitos por contactar con la sonrisa femenina; en el estío, los gritos de los niños rompían el silencio reinante con la trilla en las eras, siendo todo un espectáculo, que se volvían locos en aquellos artefactos tirados por las acémilas, deslizándose cual avezados pilotos en trineos por la blanca nieve.
   Los novios se sentaban a la entrada de las casas, moviendo los labios de continuo, como masticando chicle y no lejos de la calle, a lo mejor por precaución, por si alguna mordida o torpe movimiento prendiese fuego y hubiera que salir en estampía, mientras la mamá política cosía y cosía, cual otra Penélope, algún roto o ponía un botón o los puntos sobre las –íes, fisgoneando el ardiente cuchicheo; si bien, los más impacientes, impulsados tal vez por la eyaculación precoz o la incontinencia urinaria, tiritaban de frío, tirando al monte o por la calle de en medio, subiéndose a un tranvía llamado deseo, rumbo al celuloide de río Grande o de la era, donde en días de luna roja se mascaba la tragedia, quedando a veces perdida en el camino alguna prenda íntima.
   Asimismo se llevaban a cabo los más variados acontecimientos, verbigracia: la rebusca de la aceituna para juntar unas perras chicas para gastillos de guerra; la orgullosa fiesta de la puesta de largo de los quintos sacrificando el animal más a mano para el pantagruélico festín por un módico precio; el duro oficio del niño pastor (de cabras, vacas o marranos, remedando al poeta pastor Miguel Hernández); y luego estaba el terror de la chiquillería, la hierática figura del guarda de turno vigilando la vega a terronazos, a pedrada limpia; la fiesta del gallo, que no se sabe lo que sufría el pobrecito, en la plaza con el apostante ciego a conciencia para la ocasión, requisito sine qua non para poder disparar al blanco; los encendidos bailes en la Placilla, con previo pago oculto a los mayordomos por cambio de pareja o despido fulminante de la pista, enrabietando al pretendiente; los atronadores y jubilosos bautizos pregonando roña, más roña, y la menuda hazaña de pescar  rubias –pesetas- por el aire; las fiestas patronales, con la amena y bullanguera banda de música y el colorido fragor de la cohetería, tracas y demás fuegos artificiales; el justiciero juego de las charpas o las cartas, jugándoselo todo a cara o cruz, y el seco crujir de las carracas en la Semana Santa, así como la estruendosa cencerrada a las parejas durante un tiempo rotas, al querer restablecer la vida en común.
   Y cómo olvidar los pilares de la industria de la villa, los tres molinos junto con la fábrica de la luz, que, como cuatros soles, iluminaban la economía local, suministrando el carburante preciso para el vivir del pueblo, aceite, pan y luz, así como la industria del esparto cortado en las sierras; la caldera con la esencia de romero y la áspera y tórrida siega estival; los 12 trabajos de Hércules en la monda o zafra de la vega de Motril, y como cierre del curso laboral la vendimia francesa, yendo tras los ciclistas por las duras rutas del Tour, donde destacaba nuestro infatigable águila de Toledo, Federico Martín Bahamontes.
   En el mundo de la cultura figuraban, dirigiendo con maestría la batuta escolar de cifras y letras, los apreciados maestros, don Antonio Rodas, don Francisco Mancilla y don Ángel Bustos; y en el ámbito de los vientos musicales descollaban en el horizonte, entre otros, –con su guitarra, bandurria y botella o almirez- los admirables artistas, José Carlos, Andrés la Peza y José Cano, marcados por el agudo ingenio y una asombrosa sencillez.  
Y acabo con unos versos de la “Vida es sueño” de Calderón de la Barca:
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión.
Una sombra, una ficción,
Y el mayor bien es pequeño:
Que toda la vida es sueño,
Y los sueños, sueños son.