
Se encuentra en el ático armado de escopeta y retando a la guarda civil para que suban a detenerlo. El más veterano de la pareja frunció el ceño, y al poco esbozó una mueca y encendió un cigarrillo. El otro guardia enmudeció, reflexionando sobre el affaire mascullando entre dientes, bueno, como es el comandante de puesto, que se las arregle como pueda, es su responsabilidad, la mía cumplir órdenes, y como jefe tiene que responder de cualquier desaguisado que se desencadene en tan comprometidas circunstancias.
De todas maneras, al
subordinado no le gustaba nada la escena del ático. Imaginaba que si
empezaba a disparar, paloma o ave que volase por allí caería sin remisión, por
lo que lo consideraba una persona harto peligrosa, y entrenada en los
menesteres de la cinegética, y vete a saber de qué pie cojeaba o qué ADN lo
sustentaría en semejante trance, lo mismo perdía la cabeza y se ponía a
disparar como un loco, o sin darse cuenta rozara el gatillo ocasionando un
estropicio, y cayese la pareja de la guardia civil como dos zorzales a la
cazuela, y luego prepararlos al ajillo o al curri según preferencias.
El cabo primera se
atusaba los mostachos con parsimonia, como si quisiera transmitir órdenes al
vecindario, o confianza y sosiego ahuyentando los malos augurios.
En ésas andaban, cuando
sobrevoló por sus cabezas un helicóptero cundiendo el pánico entre la multitud,
pensando que a lo mejor pertenecía al mundo de la mafia y acudieran a
rescatarlo, llevándolo a un lugar seguro.
El sujeto iba armado
hasta los dientes según se supo, y con la que estaba cayendo, tan enrarecido
todo, ataques indiscriminados en trenes, plazas o mercados, resultaba que nadie
se fiaba de nadie, incluso de la policía por si eran terroristas disfrazados
preparados para actuar inmolándose por su dios inmenso, o se puede caer en lo
esperpéntico, que el hijo no confíe en el padre o viceversa por las
incertidumbres que se respiran en los continentes, y las facilidades que hay
hoy para el proselitismo convirtiéndose en un perfecto y educado asesino a
través de las redes sociales en menos que canta un gallo.
El revuelo del ático se
hizo eterno, sobre todo para los que les atrapó en el ascensor, y a unos novios
que iban de luna de miel chafándoles el viaje, extraviando el pasaporte con el
revuelo y la premura, perdiendo el vuelo rumbo a Ciudad del Cabo, donde habían
reservado hotel para semana y media, y luego desplazarse a los distintos puntos
del continente africano visitando los lugares más emblemáticos, realizando un
safari por los maravillosos parques de Kenia y conocer de primera mano una
naturaleza en estado puro, toda vez que les encantaba la orografía y la cocina
entre las distintas facetas del país, conjuntamente con los mitos y leyendas,
que a la sazón le había contado la nurse que tuvo cuando pequeña, además de
haberle enseñado la lengua de Shakespeare con el célebre dilema, ser o no ser.
Se fueron tranquilizando
poco a poco, al percatarse de que el supuesto atracador se había quedado
dormido, seguramente por el sueño y el cansancio.
Y entre tanto llegaron
los Geos, y lanzándose en su busca lo detuvieron sin apenas resistencia,
despojándole del arma, volviendo la tranquilidad.
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Cuando el hombre del ático
salió de la cárcel, pareció ser al día siguiente, pero había cumplido dos años
de cautiverio al no haber habido muertes ni desgracias personales, tan sólo un
horrible vómito de miedo. Este hombre contaba que tuvo pareja un tiempo, y
que todo cuanto le había acontecido fue motivado por un aletargamiento, como si
le hubiesen lavado el cerebro, quizá porque la pareja pasara lustros sin
brillo, viviendo un sin vivir bajo el mismo techo, acaso por alguna enfermedad
o malentendido o endiosada egolatría, limitándose a negar a la otra parte las
pulsiones o elucubraciones que despuntan en el fluir de los días, minando los
brotes vitales que salen por ley natural del ser sociable que ríe, avivando la
animadversión a marchas forzadas, de forma que cada cual hacía su vida como
podía, zambulléndose en un exilio atroz.
Los pilares que lo
sustentaban bien podían ser autocomplacencia o una exacerbada autosuficiencia,
que funcionase como un robot, auténticas máquinas, ubicados en un
perpetuo exilio, como expulsados no ya del paraíso, sino de sí mismos
en el mismo refugio, sentado cada uno frente al artefacto televisivo viendo la
propia defunción como una crónica anunciada, y lloraban a mares transmitiéndose
con sumo esmero las carencias, siendo el único acto comunicativo que
realizaban, alejados como estaban del sentir cósmico y las vibraciones humanas,
incluso en lo elemental, miradas, caricias o pulsiones, así como con el resto
de la comunidad a la que pertenecían, habiéndose dedicado paulatinamente a
hundir puentes a todos los niveles.
La reiteración de los
actos les había llevado a un modus vivendi peculiar, formando un corpus
mortecino, con roles de pena.
Se diría que la Isla
Negra en la que se alojaba la pareja, era como un viaje en la barca de Caronte,
urdido todo con un rotundo contrasentido, porque lo que se guardaba en sus
íntimos cofres certificaba el apego sin titubeos al consentido exilio, que si
hubiese llegado a oídos de Neruda, aunque estuviese tomando nudistas baños con
su amor en aquellas cristalinas y dulces aguas, a buen seguro que habría hecho
lo indecible por encender una luz en el túnel mediante oportunas terapias en
pro de la comunicación, la ternura, u otros remedios más selectivos,
como la lectura de poemas de amor y canciones desesperadas tales como, "Me
gusta cuando callas/ porque estás como ausente/ y me oyes desde lejos/ y mi voz
no te toca/. Parece que los ojos/ se te hubieran volado/ y parece que un beso
te cerrara la boca"//... tomando jarabes culturales por doquier, que les
abriese el apetito de vivir, animándolos a subirse al tren de la vida.
Luego se supo por la
aparición de un artículo en la prensa, que el hombre armado del ático había
sido guarda de un parque eólico, viniéndole quizás de ahí los
vientos que exhibía, pero no quedaba ahí la cosa, ya que marcó un hito en la
historia reciente de la comarca al descubrirse que era superviviente de los
célebres maquis, aquellos guerrilleros que se levantaron en armas contra el
mismo Franco, y que se encontraba solo, aislado, olvidado del cielo y de la
tierra, no pudiendo pronunciar su nombre acaso por miedo a que lo metiesen en
chirona, aunque se explicaba en parte por haber permanecido exiliado en un
corral de cabras o caverna por un largo tiempo, moviéndose por las
estribaciones de sierra Almijara, alimentándose de los productos del campo
sobre todo, bajando algún que otro día festivo vestido de mujer al Acebuchal, y
por Jurite, una sierra lejana y solitaria de la jurisdicción guajareña, rica en
árboles frutales, como los cerezos, cuya fruta le fascinaba.
Un día que se presentaba
con buenos auspicios, y un horizonte despejado, el maqui se disponía a visitar
una zona verde y ecológica de aquella tierra, y según avanzaba dio un mal paso
y cayó rodando por un balate, cavando su propia fosa.
Y retumbaba en el
ambiente el eco becqueriano, ¡ Dios mío, qué solos se quedan los muertos!