
Hay una fuerza que
nos impulsa hacia la vida, al carpe diem, a la supervivencia, al placer, al
amor, Eros; sin embargo hay que señalar las contradicciones de los humanos por el
libre albedrío tanto para vivir como para morir, al llevarnos Thánatos al
dolor, al sufrimiento, a la muerte, haciendo su agosto la barca de Caronte, no haciendo nada en muchos casos por nuestra parte. La
existencia transcurre en una lucha sin tregua entre la vida y la muerte.
Las personas están marcadas por el lenguaje,
la cultura, las convicciones y sus distintas proyecciones de futuro, quedando
el instinto adscrito a lo natural, a lo biológico. Los elementos que conforman
la vida humana son algo escurridizos, tanto es así que se nos van de las manos.
Si nos adentramos en el mundo del psicoanálisis y tomamos el concepto de
pulsión freudiano, vemos que alienta no sólo la sexualidad en el ámbito del
Eros, sino también en el de Thánatos. He ahí el dilema.
Hay que reconocer que unas personas son más
propensas al sufrimiento que a la felicidad, y a veces creamos un mundo mítico
de fantasmagorías de la peor calaña, y otras, lo ponemos de color rosa,
dependiendo en líneas generales del enfoque humano, y hay quienes piensan que vivirán
siempre, no así los hipocondríacos, pero la muerte al final siempre
gana.
Herminia era muy suya, sus razones tendría,
tal vez llevase en las entrañas vetas de plañidera romana, aunque lo hacía por
amor al arte creando una atmósfera lúdica de una distensión apabullante,
construyendo con sus dolientes armas una aureola diríase que supraterrenal,
transitando por encima de la pena por la pérdida de un ser querido,
identificando el llanto del nacer con el morir.
En los primeros pasos por la vida, Herminia no
sabía a qué carta quedarse, si por Eros o Thánatos, buscando aquello que más le
encandilase en su megalomanía, o, al menos que no la alejase de sus ideales
soñados.
Con el paso del tiempo las neuronas, al igual
que los frutos, van madurando, por lo que fue decantándose por aquello que más
le cuadraba a sus circuitos cerebrales, que no eran otros que los efluvios de
la luna y nocturnales, si bien a ras del barro, llegando a pasar noches enteras
en vela velando ánimas de difuntos, pasando olímpicamente de las leyes de la
madre natura, que al bajar el telón el día cierra los ojos y se echa a dormir,
roncando como mandan los cánones con objeto de reponer fuerzas para la jornada
siguiente.
Hay que señalar que lograba sus
objetivos en los sufridos eventos nocturnos cargando las pilas, siendo la vida
durante el día para ella coser y cantar, y lo hacía suyo completamente
desenvolviéndose a pleno rendimiento y con el mayor vigor del mundo,
aprovechando las horas hasta la saciedad llevando a cabo con decisión los
acuciantes o rutinarios quehaceres o el más difícil todavía que imaginaba,
saliendo airosa de todos los engorros en sus diferentes facetas, mas lo que en
realidad le encendía las mejillas y empujaba con ahínco eran las ganas de vivir
escenas siguiendo la filosofía del dicho popular, el vivo al bollo y el
muerto al hoyo, exhalando fuertes sensaciones en los tejemanejes nocturnos,
porque tal vez se había impregnado de los latires y tics de los avezados
románticos decimonónicos en su tenebrosa y apasionada lírica recreándose en lo
necrológico o vetusto, acariciando obituarios o esquelas lapidarias,
engulléndolo como un rico maná o manantial hasta el punto de subirle la moral,
y suministrarle los imperturbables materiales para su próspero resurgir
existencial.
A Thánatos lo fue descubriendo Herminia en
tardes de fría plata, y rotundas tareas que le llegaban hasta le médula sin
vuelta de hoja porque, como dice el proverbio latino, alea iacta est (la suerte
está echada), atrapada ya en sus redes.
Las veladas dolientes o velatorios
nocturnos acompañando al deceso rielaba en el mar de sus pupilas con
hidalguía, y lo sustentaba con no poca fruición entrando a formar parte del
núcleo duro de sus más íntimos pálpitos, interviniendo activamente en sus
inquietudes y pensares más frecuentes, siendo rara la jornada en que no tuviese
algún compromiso de Caronte, poniendo siempre el alma en ello, hilvanando toda
una endiablada red de óbitos y necrosadas órbitas al por mayor, de modo que en
su cabeza habitaban tanto Eros como Thanatos cogidos de la mano, descolgándose
por caóticos vericuetos inhalando en ocasiones los virulentos destellos del
poeta Espronceda, "Me agrada un cementerio/ de muertos bien relleno/
manando sangre y cieno/ que impida el respirar"..., o acaso algo más
sensato como el Romance del prisionero, que no sabía cuándo es de día ni cuándo
las noches son, sino por una avecilla que cantaba al albor, hallando los
veneros o el leivmotiv del existir en tales encerronas de agonizantes bebiendo
el emocional néctar de las decrépitas cenizas, aunque distanciándose en fondo y
forma de dráculas o vampiros al uso.
A Eros lo fue descubriendo Herminia a
trompicones, de manera casi encubierta en muchos casos, en los concertados
vaivenes de los más allegados o amistades, bien ejecutando encargos o labores
de limpieza del alma arrimando el hombro en momentos puntuales, a lo que
siempre se prestaba sin escatimar esfuerzo alguno, participando en todos los
eventos habidos y por haber, bodas, bautizos, comuniones, pedidas de mano
o puestas de largo con todo el esplendor del mundo, y a veces viendo
pelar la pava detrás de un arbusto en el parque, pero donde se explayaba a sus
anchas llegando a tocar el cielo con la yema de los dedos era acompañando al
extinto en la parafernalia del viaje definitivo con el traje sin retorno en
esas vacuas y crudas noches, que se eternizan en una asfixiante atmósfera de
humo y sangrantes velas, en que los familiares del difunto por el qué dirán
sollozan a veces simulando tiritones de frío, hastío o pena por tan irreparable
pérdida.
El desfile de suspiros, pésames y conmovidos
sentires de la gente circulando por el tanatorio le hacían levitar, creciéndole
el alma y los anhelos amorosos con toda su pujanza, como las aromáticas flores
de mayo inundando el enrarecido ambiente con inmarcesibles fragancias
personales, casi inmortales, nadando en su salsa como pez en el agua o torero
que ve al enemigo arrastrado por las mulillas, sintiéndose harto emocionada por
el boato y escenificada pasión del adiós postrero, no retrocediendo ni un ápice
en su empeño y maneras proliferando sus emulsiones, haciendo de su capa un
sayo, poniendo alegría contenida rabiosamente de por medio, sembrando con
animada y vibrante cháchara la noche de globos de colores y aires de feria con
inusitadas elucubraciones y suntuosos atuendos, como si en un vuelo fuese
visitando unos grandes almacenes o escenas de sevillanas danzando con batas de
cola y rojos lunares, o bien con sentimientos a la carta, haciendo bueno el
dicho popular, a vivir que son dos días.
De tal manera exhibía sus herramientas
Herminia que la noche se hacía día, y la pena, pelillos a la mar, haciendo
inverosímiles pinitos de oro como en el circo, plena de entusiasmo y tentadores
sueños de empresas futuras donde poner las esperanzas, echando toda la leña en
la chimenea de la ilusiones colmada de fuegos de artificio. ¿Quién ha dicho
miedo?, más se perdió en Cuba, -farfullaría-, y con su corazón palpitante
ablandaba y adormecía a las enervadas columnas del humano edificio, esbozando
ipso facto innovadores horizontes, ya vacunados, contra la rabia escondida o el
desánimo, agitando pletórica las alas de una nueva vida, un nuevo sol, un
próspero amanecer.