lunes, 7 de diciembre de 2009

A la cola


-Hala! Vamos; venga rápido, que nos desplazamos a la costa. Fíjate la hora que es. Tardísimo. La arena, la espuma, el rizo de las olas, el murmullo del mar bailando en el cerebro. Se viste de frescura el entorno matutino. Las caracolas, a lo lejos, decoran el litoral. El sol, potente y exultante, despliega sus rayos en el horizonte. En tales momentos el pensamiento se amansa y se solaza en un remanso de felicidad. Nos acomodamos en el coche a toda prisa y emprendemos la marcha rumbo a la playa. Aún queda un montón de kilómetros para arribar a la costa granadina. Sería un dislate prematuro en este punto sacar a colación caravanas, conos o colas en el trayecto.

-Oye, caradura, a la cola. Estamos todos hasta el gorro esperando y llegas con todo el morro del mundo y te zampas el primero. Chalado. Hocícate aquí como tiburón disfrazado. Anda ya. Fuera. Largo. Macarra. Narciso emblemático. Ombligo del orbe. No te lo perdono. A la cola, coño.
-El otro día te colaste y tú lo sabes. Con la cola que había para la corrida de toros a las cinco de la tarde, que había despertado un inusitado interés en toda la comarca. Parecía como si fuese a actuar el mítico Pepe Hillo. Esperemos que enhebre la tarde una corrida de escándalo. Hoy me encantaría ver en su salsa a otro Pepe Hillo, y rememorar su perfume torero, como en el romance.
En esta vida hay que perdonar. Tener paciencia. Condescender en situaciones a veces comprometidas, donde al menor descuido se puede desestabilizar el intelecto, algo similar a descabezar un pollo, o lavarle el cerebro a una criatura con teorías filogenéticas, o vaya usted a saber.
-Pero hoy no me toques las narices. No te lo consiento. Vete a la cola. En aquella ocasión se me averió el dos caballos, y me costó un ojo de la cara al proseguir el viaje con el coche de un amigo, con tan mala fortuna que fui a abrazar el tronco de un corpulento árbol que se hallaba a la orilla de la carretera. Menos mal que tenía buena sombra, y se cumplió el proverbio, saliendo ileso. Más acertado hubiera sido guardar cola. Me la pegué debido a que caía una tromba de agua y el coche, pobrecito, por generoso, se le ocurrió acelerar huyendo de la negritud de la nube para situarse en cabeza. Perecía el objeto de su devoción, y llegó y besó el santo.
-Que no, ni lo pienses. Hoy no me adelantas, gilipollas. Hoy me la ligo yo. Ya está bien de contar batallitas de trenzas por las terrazas, en el rebalaje, a la luz de la luna, o entre minúsculas velas. El que se va a la cola eres tú.
¿Te acuerdas de la cola de la italiana que confundías sus rasgos con los de Heidi?

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