lunes, 14 de marzo de 2011

Exposición de cerámica "Embárrate" de Diego Pérez en Frigiliana


1. Cinco son los utensilios de cerámica que cuelgan del alma del artista como cinco soles, o cinco inmensos corazones, que se abren de par en par en el renacer de la existencia, y portan ubérrimas sensaciones de fraternidad, gozo y bienestar. Todos ellos ensamblan un hogar familiar, donde se bebe el humeante caldo o el frío gazpacho, se maja el ajo, y se unta el aceite de oliva virgen sobre el pan tierno recién salido del horno, haciendo juego con las isobaras del mapa de las vasijas, que bordan las emociones entre los bordes del cuadro.

2. El ojo del pececillo rebelde anhela romper la cuadratura de la escena, escapando del marco con unas ansias locas por recorrer y explorar los mundos submarinos, saltando después a la superficie y jugar al aire libre en la pradera del firmamento con estrellas y cometas, y una vez saciada la ansiedad retornar a su mundo feliz, como pez en el agua.

3. La figura se encierra en un enigmático misterio, encubriendo no se sabe qué ni por qué motivo, fundiéndose entre ellos en un apretado abrazo, como ardientes polluelos o tórtolos con ardientes ademanes, quedándose embelesados en el espacio infinito de las seis breves baldosas, aunque en el fondo del cuadro forman un todo compacto en una caricia orgásmica del minúsculo cosmos humano.

4. La pobrecita faz presenta un ojo harto dolorido, acaso por las inclemencias de ciertas criaturas, no pudiendo sobreponerse a la faena que le habían hecho. No obstante, su dilatado y rechoncho rostro delata una opípara abundancia de ingesta de alimentos, bien triturados en efecto, tal vez para contrarrestar las frustraciones por los tropiezos o los palos que le da la vida.

5. Aquí surge solemne y majestuoso, como una gigantesca ola de un tsunami el lugar del crimen artístico, donde se masca la tragedia creativa, y bailan todos los enseres, alegres o entristecidos por alguna incomprensión, en un ritmo de tango sordo o de entreverada salsa cubana, pero a su gusto, en la exposición Embárrate. Cada pieza exhibe los pellizcos del alfarero, las inquietudes y las sorpresas. Algunas, llevadas por el rubor, se tapan avergonzadas los rostros a manos llenas, otras se alejan de la inquisidora mirada de los visitantes, otras lloran de alegría por el feliz evento y haber sido invitadas a compartir el calor de esa especie de refectorio, donde antaño a buen seguro se servirían suculentos manjares a los comensales de luengas barbas y generosas calvicies en la comedia humana. Ahora algunas piezas, las más sutiles, se sienten manipuladas y explotadas por manos mercenarias y osados contrabandistas que no respetan su dolorido sentir ni sus anhelos más íntimos, no pudiendo acudir a los lavabos cuando les apetezca a pintarse los labios. Otras gritan desaforadamente en silencio: autogestión, liberación, fuera la tiranía y la opresión entre cuatro paredes. Y todos los componentes de la exposición sin excepción, con gran estruendo de cornetas y tambores en el desfile de carrozas embarradas, proclaman a los cuatro vientos: viva la primavera, la vida, el amor.

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