sábado, 24 de enero de 2015

Cuando el bolígrafo dejó de escribir










                                       

   Cuando el bolígrafo dejó de escribir le reverdecieron todas las jaquecas, sífilis, moquillo, migraña, osteoporosis y el regomello de la terrible taquicardia, convirtiéndose de la noche a la mañana en un manojo de nervios, en hombre muerto.
   Ante la deteriorada situación por la que atravesaba no sabía qué fórmula aplicarse, pero no se lo pensó dos veces y con toda urgencia se presentó en el hospital más próximo requiriendo los servicios del especialista en enfermedades raras, alegando que se encontraba en las últimas, que a lo mejor no llegaba vivo al anochecer, y después de múltiples carreras por los pasillos e indagaciones se comprobó que dicho doctor se encontraba de vacaciones, viajando en un crucero por las islas griegas, y al parecer, según señaló algún colega suyo, había coincidido en el itinerario con un mitin del partido Syriza, habiendo conseguido un autógrafo del líder de ese nuevo partido, que figura en las encuestas en primer lugar en intención de voto.   
   El caso era que le volvieron a salir lo que no está en los escritos, las alergias de antaño, y su maltrecho corazón casi deja de latir, estando a pique de extinguirse, porque la escritura creativa era a la postre para él como el biberón para el bebé, su verdadera vida, la que vivía a plenitud en invierno y verano a través de la trama de muertes, venganzas, borracheras, alumbramientos, celosías o enamoramientos de los personajes que hilvanaba en cuentos, fábulas u otras patrañas que ensartaba en los ratos tan felices que pasaba, haciendo auténticos milagros o de las suyas, burlándose de la zorra ante las uvas o disertando sobre los gustos de los tigres o chacales con sus preferencias por la calidad de la carne de la presa, así como descubriendo espacios, alcobas, estancias, letrinas, voluntades, corazones, o allanando moradas, haciendo colgar hábitos sacros en conventos, o doblegando pasiones, surcos o vientos que soplaban enfurecidos en las más encontradas direcciones o templando tempestades en los mares de los relatos, llevando el timón de la pluma con mano firme, sorteando los obstáculos en cada capítulo, frase, párrafo o coyuntura, así como en los más irritantes mordiscos de la existencia, deslizándose sagazmente por los desfiladeros del papel en blanco, que yacía cubierto de fría nieve al faltar el soplo del alma creativa, la sangre ardiente donde mojar la pluma y dibujar las emociones y correrías de los diversos personajes o personajillos del paisaje y paisanaje en los prístinos balbuceos, naciendo a la vida, echando mano del inigualable combustible de la tinta desafiando el paso del tiempo, quedando incrustado todo ello en indelebles huellas, libres de la acción de la carcoma o la erosión de agentes externos o rayos encendidos.
   Así que para mitigar de algún modo el golpetazo recibido, y sin apenas víveres ni ropa para abrigarse en el viaje, inmerso en tantas carencias y frialdades, sin caricias, solaz en el rebalaje, dulces mareas ni estímulos en lontananza, se hizo a la mar, tomando la corriente o senda que más coraje le dio, y se lanzó raudo a los cuatro vientos, a alta mar, allí donde más brillan las alas de libertad, encontrándose a si mismo entre el cielo y la mar.
   El mazazo de que había sido objeto le arrancó los tiernos brotes de los frutales y fragancias del hábitat literario que habían ido despuntando como en súbita primavera, y que cabalgaban por su pecho y renglones del pensamiento, echando el cerrojo al surgimiento de aves carroñeras que pretendían hurtar las excepcionales expectativas y panorámicas que iban asomando por las lomas y lomos del texto según avanzaba con todos los pertrechos y la tropa de turno sobre la marcha rumbo a nuevas experiencias, a singulares travesuras, engendrando criaturas con miradas únicas y hondos sentires a través de sutiles batiscafos y fantásticos viajes subacuáticos, piruetas o juegos sin cuento que rubricasen el telón de fondo y el ondulado de oro de su vigorosa fantasía rondando por doquier, por los rincones más hirsutos e inverosímiles o chocarreros de la buena o mala suerte o muerte o enceladas más churripastrosas o rocambolescas, plasmándolos con decoro en los ojos, en las gargantas y latidos de los actantes, sin prisa pero sin pausa, punto por punto, suspiro a suspiro en tardes de sonrientes títeres y sosegado aplomo o quizás de total desconcierto en una alocada ingestión de morfina imaginativa, regando y decorando a placer con gotas de inventiva los nuevos tallos que rompían el capullo, el cascarón de su nido, dando la cara en las más adversas circunstancias, bien por el qué dirán o por la censura gubernativa más solapada, saliendo al final la cuenta de los anhelados historias y cuentos, siendo a la postre lo más trascendente para él, al ser el oxígeno que inhalaba para vivir.
   Al habérsele cortado el grifo de los tragos vivenciales, empezó a ronronear subrepticiamente o sin reparos tras los rincones o debajo de la mesa camilla o en el rellano de la escalera, buscando con desparpajo una brizna de calor, elucubrando sobre su futuro en este evanescente mundo, y emprendió una inusitada fuga sin orden ni concierto, cual caballo desbocado, declarándose en rebeldía al no poder retozar alegremente por las acariciadas praderas de la escritura pergeñando a su antojo las cuitas y estéticos afanes de las líneas de ficción, que sigilosamente guardaba en el tintero.
   Por ende, prefería morir con las botas puestas, apretando el gatillo del bolígrafo inerme, antes que abrazar el caos estrangulado por la inanidad del ser.        
           

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