miércoles, 2 de septiembre de 2015

Hay que venir al Sur









Cabalgando por las soleadas páginas
Malagueñas, se atisba el castillo de Gibralfaro, 
Donde amanece el día,
Y a sus pies se quiebra el mar.
Prístinos rescoldos históricos
Dormían el sueño de los justos,
Advirtiéndose a bote pronto que
Ni el más avezado zahorí
Habría vaticinado con la mágica varita
La existencia del teatro romano secuestrado
Por las fuerzas del orden artístico  
En el mismo corazón urbano,
Sepultado bajo el férreo cemento
Del entramado del Palacio y archivos
O Casa de la cultura
Que levantaron los ilustrados de turno
Ávidos de gloria en la posteridad.
Una vez derruida por las piquetas de la sensatez,
Renació de sus cenizas el teatro,  
Resplandeciendo con su fulgor romano,
Iluminando los titubeantes túneles del tiempo
Y las ancestrales huellas arqueológicas
De los desdeñados aledaños de calle Alcazabilla.
Bastión musulmán, la Alcazaba,
Cifrada sobre madres fenicio-púnicas,
Emulando a los excelentes caldos de la tierra,
Pajarete o Lágrima, en un crisol de vivificantes culturas,
Endulzadas uvas y febriles razas:
Fenicios, romanos, árabes e ingleses con guiños renacentistas,
Dándole la mano al palacio de la Aduana.
Por sus ricos potosís pelearon a muerte
Almorávides, almohades y nazaríes,
Rivalizando en bélicas estratagemas
Maquinando toda una serie de razias
Para conquistarla o seducirla,  
Discurriendo por sus calzadas y ríos como,
Guadalmedina, Guadalhorce o los furibundos torrentes.
Y entre tanto, parloteaba en su jerga moscovita,
Ensimismado, Vladimir, el infatigable turista,
Un tanto abducido por los rutilantes
Y afrodisíacos licores que bebía en derredor.
Era  un visitante más de los millones
Que circulan cada temporada por aquellos
Líricos rincones, quedando embriagados
Por los aromas del vino Málaga  
Y las milenarias fortificaciones de civilizaciones,
Entre matacanas, torres albarranas con saeteras,
Murallas almenadas o albercas de pizarra
Para almacenar el apreciado y sabroso Garum.
Vladimir libaba con pasión el néctar
De los encantos de Málaga la bella
Sin perder ripio. Y buceaba sin tregua en
Sus océanos, y con la fresca, ansioso por explorar
Los secretos mejor guardados de la urbe
Se descolgó por los creativos andamiajes
De los pintorescos copos de flores
De  la urbanización del Rocío y los pictóricos tesoros
Que cuelgan en los templos museísticos:
Tyssen, Picasso, Pompidú, CAC o Ruso, entre otros.
Le fue harto refrescante a Vladimir
El baño de cultura por aquellas ilustradas aguas,
Prosiguiendo la marcha por la Coracha,
La Caleta, los Baños del Carmen,
El Palo, Pedregalejo y  el Cementerio inglés,
El parque del Morlaco, el Perchel y la Trinidad;
Confluyendo en los céfiros marinos de la blanca Bahía,
Reflejándose en el cristal de sus aguas
La salerosa malagueña, niña hermosa,
Queriendo  besar sus hechiceros labios,
Y mirarla a los ojos, pero no los dejaba parpadear.
Y en su regazo se mecía industrioso
El Puerto, en un frenético reciclaje y
Solidaria comunicación con el mundo,
Junto con el Aeropuerto, allá por las arterias
De Churriana, donde crece la jacaranda
Y antaño se solazaban felices
Las aguerridas mesnadas escipiónicas,
Restañándose las sangrantes heridas
Del alma y del cuerpo en las reparadoras termas
Que por aquellos lares pululaban.
Y no se puede obviar la biznaga y
El Cenachero, con un rojo clavel en el ojal
Deambulando por la plaza de la Merced, las Bodegas del Pimpi
O  la taberna del Piyayo, que apostrofa el poema:
“Y este pescaíto, ¿no es ná?,
Sacado uno a uno del fondo del má,
Gloria pura es,
Las espinas se comen también”.
Y no quiso perderse Vladimir
Por nada del mundo el beatífico
Incienso de la Manquita,
La plaza de la Marina y la Sala de los Espejos
En la Casa Consistorial,
Disfrutando de las esencias de los
Jardines del parque entre perfumados
Jóvenes que van a declarar el amor.
Y Vladimir, antes de partir
Hace acopio de víveres y sol embotellado
De Andalucía para aliviar el infierno invernal
En la fría y dura estepa rusa.
Y no podían quedar en el tintero
Las gestas de los trajes de luces
En la inigualable feria del Sur de Europa,
En la Capital de la Costa de Sol,  
En pleno agosto, augusto y lento,
Que versificara con sutileza  
Gerardo Diego en su emblemático
Soneto “Revelación”,
En que declina la tarde
De la vida.


            

  

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