martes, 3 de noviembre de 2015

Encrucijada











                          
   Somos tres elementos tras la oscuridad de la ventana, que no sabemos a dónde dirigirnos ni qué hacer en este día otoñal. Sin embargo tú puedes coger el sintagma “Somos tres” y pasearlo por la prehistoria, entrando y saliendo de una caverna o transportarlo en un mamut a las termas romanas o a Estambul, pongamos por caso, o llevarlo a visitar el museo del Prado o darle un baño en la Costa del Sol, tomando un refrescante vino de verano.
   Pero dónde colocamos “Las ventanas” del edificio que nos da cobijo y protege de los rigores infernales del invierno, porque tales orificios requieren un proyecto o preparación de sus féculas y nervios arquitectónicos para que encajen debidamente en el marco en el que se quiere colocar, pues no lo van a permitir sin más sus clavijas y entes, de eso nada, no te hagas falsas ilusiones, si pretendes instalarlas no tienes más remedido que medir en la medida de lo posible tú mismo o a través de un experto en esas labores sus ángulos, vértices, latidos y lados respectivos.
   Y queda “La oscuridad”, que si se acentúa en demasía puede acabar con la vida del más pintado, ya que si expande los tentáculos a diestro y siniestro puede convertirse en un caudaloso río amazónico que fulmine la lucidez y transparencia de los pensares o reflexiones impidiendo dejar pasar los rayos de inteligencia y luz precisos para llevar a cabo las tareas domésticas o las más sutiles e intransferibles operaciones del cerebro en un momento dado, por lo que no se pueden echar las campanas al vuelo sin fundamento, si no que se precisa de cordura y tiento para no errar en el disparo al blanco a cada paso por la vida o en los hitos que vayamos plantando a través de los ronquidos del tiempo.
   Y así, como el que no hace la cosa, cogiendo a los tres elementos de la mano formando un todo nuclear, darles sustento, forma, hechuras y un plan de vuelo y echarlos a volar por entre los renglones del folio que tiritaba de frío agazapado en la penumbra, en blanco, por el susto que pilló cuando en la cita tertuliana se pronunciaron tales vocablos, porque si no recordamos mal eran, “Somos tres, Las ventanas y La oscuridad”, nada menos, envolviéndolo todo de incertidumbre y misterio, como si estuviesen enraizados en las mismas entrañas del diablo o del día de Difuntos, en que las pobres Ánimas vagan sin norte ni caricias por el monte de Bécquer o por las riberas, o a lo mejor somos los vivos los que no damos con la llave o la luz que nos guíe por las praderas o valles o laderas o precipicios o incongruencias de este loco o sugestivo o endemoniado discurrir del mundanal ruido, donde acaso lo mejor sea mondarse de risa para enterrar en un gran nicho blanco la negra pena que ose embargarnos impidiendo pronunciar palabra o emborracharnos de una insoportable tristura.
   Y aunque seamos menos o más de tres almas o un millón en esta tarde lluviosa y gris con olor a castañas asadas, si te parece, abre las ventanas de la vida y ahuyenta la oscuridad pulsando las claras notas de Luz Casal, “Abre tus ojos a otras miradas, anchas como la mar, rompe silencios y barricadas, cambia la realidad, porque creo en ti cada mañana”...        
  



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