Calleja a bajo con albarcas, algún chisme, cayado o sombrero
y un sol de justicia derritiendo el aliento.
Y cuando menos
se esperaba aparecía la tormenta
ahogando los
tormentos de la sequía.
A veces a las puertas de la recolección
olivarera
se le averiaba
la pierna a algún vecino
impidiéndole
arrimar el hombro con todo el dolor del alma.
La cabra
tira al monte y, mientras el pastor dormía,
el vigilante
lobo bailaba alegre la danza de la muerte.
El mulo,
recién mercado en la feria de ganado,
retozaba a
sus anchas con el reluciente ataharre.
Las rejas
de la ventana de Dolorcicas
sostenían
ruborizadas sus exuberancias al poyarse
para
husmear en el ambiente.
Los
geranios blancos y rojos en patios y patinillos
pedían
guerra y sensuales bailes por sevillanas.
Las
cáscaras de almendra se apilaban
en un discreto
rincón, lejos del trajín diario
hasta caer
en los infiernos de Dante.
El
nitrato de Chile mordía la costura de los sacos
aguardando
impaciente las tareas de labranza,
porque
hay cosas que permanecen a la espera,
colgadas
del tiempo o perdidas en la memoria,
como
semillas que hablan de nosotros.
Y los
higos chumbos en la espuerta, con cara de pocos amigos,
desafiando
al personal.
Los higos
secos en cambio, más dóciles,
se
mantenían en ceretes no lejos del granero.
Y se recogía
a besos el pan del suelo
en acción
de gracias a nuestro Señor.
Por el camino
de los secanos entre los almendrales
se
llenaba de agua la calabaza o cantimplora
antes de la
tórrida explosión o golpe de calor,
para no freírse como
pajarillos,
apagando luego
la sed y la ambición.
En gastronomía, sopa de tomate,
cazuela de
patatas con los ingredientes justos
o guiso
de hinojos con pringue de la matanza.
Y calzaban
agobías de esparto los hombres,
pisando
fuerte por los ásperos caminos manteniendo el tipo,
y lograr el
milagro convirtiendo el jubiloso fruto de la vid
en cromática
graduación, tinto, blanco, rosado o clarete.
Y en la
copa del almez, al borde del precipicio,
se mecían
coquetas y rebeldes las almecinas,
jugándose
la vida los chiquillos, como si del árbol del ahorcado
se
tratase, trepando por el tronco con vientos contrarios.
Y llevaban los labriegos por asalariados
caminos
bien
pertrechada la talega entre palmares o matorral
bajando o
subiendo por los Morros en el coche de San Fernando
para encarar
las faenas del campo.
Y se acarreaban del monte gambullos de leña
entre aulagas
y cantos rodados para avivar el fuego de la vida
al calor
de la chimenea quemando penas o contando cuentos.
En ocasiones se echaba más leña al fuego
empeorando
la situación, o vivía un infierno el retoño
por despotismo
paterno, al querer meterlo en cintura
a base de
leña abusando de la patria y potestad.
En días sin norte desfilaban por acequias y
balates tocando
las
trompetas los escorpiones propalando el pánico.
A algunos vecinos les crujían las costillas
por el
esparto traído a cuestas desde la sierra,
y luego, pleiteando
pacientes, cosían tristezas, cestos,
o serones
mejorando el exiguo jornal.
Y llegaba cada año, como un ritual, la
alergia,
rompiendo
la alegría de primavera,
haciendo
de las suyas en bolsillos y gargantas,
no habiendo
forma de destejer la trama de los días.
Luego asomaba la vendimia francesa entonando
la Marsellesa,
como otra
guerra de las Galias,
disparando
balas de palabros en la torre Eiffel o Babel,
y llamaba
más tarde a la puerta la monda o zafra,
compartiendo
estancia o apero con el gorrino la familia,
con idea
de hacerlo un hombre para la matanza del año que viene.
Y cargados
de cabos y cañas de azúcar desfilaban los borricos
por
caminos o calzadas pasando las de Caín,
mientras
los muchachos más resueltos
chupaban el
dulce jugo de las ubres.
Y a su debido tiempo repicaba la alegría de
la huerta
con aluviones
de verduras, frutas y hortalizas
entre
sudor y lágrimas y peleados riegos.
En horas bajas o de malestar por acidez o
flatulencia
se ingerían
infusiones de manzanilla del valle con anís
u otros
mejunjes, y cuando lo requería la niña de los ojos,
ponches
de mil hierbas u hojas y ajos para el mal de ojo
saliendo airosos
de entuertos o del huerto adonde lo habían llevado.
Los
bailes en la plaza del pueblo generaban
no pocos malentendidos
o celos entre los mozos
por las traidoras
monedas de algún Judas
para intercambio de pareja,
cosechando
saneados ingresos los mayordomos
para
vestir santos las próximas fiestas
y hacer felices
a visitantes y lugareños con fuegos
artificiales
y sentidas serenatas de la banda de música
amansando
a los más fieras.
Y
haciéndose de rogar en su lento amarillear
iban madurando
los empecinados membrillos.
En la
era, extendidas las mieses, giraba el trillo arrastrado por las bestias,
levantando
remolinos en la parva la ventolera,
disfrutando
locos de contentos los chiquillos,
como si fuesen
en trineos o montaña rusa.
Y las páginas del libro de la vida con
vistas al campo
que nadie
leerá, oyéndose a lo lejos el cencerro
de las cabras
rumbo al Barranquillo.
Y surgían
las parejas rotas por las goteras o
palos de la vida,
coincidiendo,
en ocasiones, con el pregón callejero
del
hojalatero como presagio de una cencerrada al rehacerse de nuevo:
"se
restañan los en-seres agujereados de hojalata o porcelana".
Y no faltaba la orgía de los quintos en la
cita consistorial
preparándose
para la puta mili, entregados al opíparo banquete
de
borrego o lo que se terciase bebiendo para olvidar.
Y como
colofón el día de la Virgen, cual aurora boreal,
con fuegos
musicales y artificios de danzas de fuego
repartiendo
bendiciones y cohetes por callejas,
rincones
o camino de la Cruz con la mochila llena de ilusiones.
Y luego venía
el día de los enamorados y la Candelaria
con ardientes
arrebatos y pasos quedos,
enfrascados
los ensimismados comensales
en el cocinado
del choto a fuego lento
en ameno
cerro, encendidas las mejillas
de las
muchachas, más si cabe, por las calenturientas
llamas
de la lumbre, degustándose vinos de la
tierra,
así como los
vírgenes devaneos y seductores palmitos
embadurnados
con los dulces brotes tempranos.
Y se
hacían novenas y procesiones
pidiendo al
cielo agua y el fin de las guerras
y malas
calenturas;
y si la
expectativas no se cumplían,
iban en
romería a Fray Leopoldo, Virgen del Espino
o San
Cayetano quedando intactas la fé y la esperanza,
implorando
al Todo Misericordioso salud,
años
de nieves, y un buen novio para la niña.
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