
Con
la crisis cambió todo en la vida de Teo, no pudiendo celebrar la Nochebuena
como Dios manda, compartiendo nostalgias y alegrías, entonando villancicos al
compás de panderetas y zambombas, degustando los turrones y polvorones de toda
la vida, y lanzando matasuegras u otras ocurrencias, al haber emigrado sus dos
retoños ya hechos y derechos a tierras más prósperas donde abundase el pan, el
aceite y un empleo con futuro, quedándose el nido semidesierto.
El vacío familiar le obligaba a realizar otras actividades impensables hasta
entonces, llevándolo al recogimiento y a la lectura.
O acaso fuese una luz especial, como otrora la estrella de los pastores
camino de Belén, la que le guiase hacia el estudio de conceptos ontológicos
escudriñando en las intimidades del ser siguiendo los pasos de los eruditos
hincándole el diente a la inconmensurable definición, "Cognitio omnium
rerum per últimas cusas" (conocimiento de todas las cosas por las últimas
causas), desembarcando en el universo de la filosofía, la metafísica y
teodicea, empeñado en descubrir las incertidumbres y raíces de la ciencia.
Teo, actor amateur en horas libres, rehuía encasillarse en los mismos roles o
tópicos, sin embargo tras representar a Hamlet se encariñó tanto con él que se
pasaba las horas enfrascado como niño con juguete averiguando el núcleo duro
del dilema “Ser o no ser”, y no podía pasar página y contemplar
nuevos amaneceres sapienciales, siguiendo erre que erre con las premisas y
proposiciones silogísticas: "si es más noble para el alma soportar las
flechas y pedradas de la áspera Fortuna o armarse contra un mar de adversidades
y darle fin en el encuentro. Morir: dormir nada más”…, haciéndosele muy cuesta
arriba abrir los ojos a otros amores u horizontes del pensamiento.
Diríase
que se ahogaba en un vaso de agua cada vez que se sumergía en otros saberes,
como por ejemplo en el discernimiento del ser y el tener, perdiendo
el norte a las primeras de cambio, chapoteando a ciegas en estériles charcos o
fútiles evanescencias.
Aquel invierno había más nieve que nunca, lo que le hizo
reflexionar más si cabe a Teo haciendo un alto en el camino todo empantanado,
sobre todo después de visitar belenes por los barrios de la ciudad
desencadenándole no pocas turbulencias en sus vuelos pensantes, despertándole
unas fervientes ansias por desvelar el secreto o enigmas que envuelven al
Nacimiento del Niño Dios u otras encrucijadas referentes a la Ciencialogía, una
problemática que turba a los humanos, y paulatinamente fue digiriendo la mudanza
experimentada en su cerebro totalmente decidido como estaba a enfrentarse a los
retos que llamaban a su puerta, pero que por hache o por b no los
escuchaba, frustrándose al crepúsculo sus mejores guisos o buenas intenciones
echándolos por la borda por no encontrarle encaje o un traje a medida a
las tesis esbozadas, y argüir con contundencia sobre la materia en cuestión,
debido a que no eran pocos los que se dejaban llevar por expresiones tales
como, "tanto tienes, tanto vales", "a la gente rica, todos le bailan
la jarrica", alardeando de posibles, baños de oro, ricos cortijos o
envidiables caballos cartujanos comulgando con ruedas de molino, viéndose
obligado a continuar con lo puesto, los maltrechos harapos cognitivos cogidos a
su Ego durante tanto tiempo, el enquistado equipaje de la inmadurez.
Aquel
invierno el tiempo había hecho de su capa un sayo entrando en la comarca como
Pedro por su casa, invitando al calor de una buena lumbre en la chimenea
cambiando impresiones o contando cuentos, siendo interminable el níveo elemento
que caía sobre los campos vistiéndolos de blanco, que ni los más viejos del
lugar recordaban.
Y
en esas coyunturas tan fluctuantes se movía, planteando toda una serie de
disquisiciones harto comprometidas para unos por creyentes y para otros por
agnósticos, asuntos que ya habían sido tratados en su día o elaborados en sumas
teológicas, compendios filosóficos o libros de bolsillo por insignes filósofos,
teólogos o demiurgos de diferentes épocas como Platón, Sócrates, Aristóteles, Tomás
de Aquino, el Obispo de Hipona, Nietzsche o algún aprovechado, lo que en
cierto modo le daba luz o fuelle para encararlo y no morir en el intento.
Y de esa guisa fue entrando en materia, en la semántica, abriendo las primeras
vibraciones de las páginas y hojas del laberíntico árbol de la ciencia,
configurando un corpus con las denotaciones, connotaciones y rasgos esenciales
de los términos ser y tener.
Uno de los
principales problemas que asediaban a Teo acarreándole no pocas arritmias era
el SER, ya que por encima de todo tenía muy claro que quería ser, ser
alguien en la vida, existiendo, permaneciendo, es decir, hacerse a sí
mismo con el tiempo, golpe a golpe, como el buen vino, y hacerse valer en el
confuso mundo de los vivos con talento y una vena virtuosa, sobresaliendo a ser
posible en el campo del arte o la ciencia por su valía, por ello la idea de
dejar de ser no colmaba sus ideales, y porfiaba por seguir siendo, persistiendo
en las urdimbres y sentires de los entes, en sus corazones, en los
frontispicios, en los libros a pesar del verdugo del tiempo.
Y más adelante encaró Teo el concepto de tener, voz patrimonial del
latín tenere, tener asido u ocupado, retener, en línea con el campo semántico
de poseer, acaparar, con el riesgo de caer en la avaricia, pero no llegaba a
dar con la tecla conceptual o medicina que dilucidase o curase las heridas o
excesos al respecto, porque imaginaba semejanzas entre la vida de la planta y
la palabra tener, que nacen, crecen y echan fruto, y así mismo frases,
ideas, pero necesitan agua, luz, inteligencia, abono, cimientos, mimo..., por
ende su mente calibraba incansable sobre el modo de sulfatarlo para evitar
contaminaciones, y compaginar los divergentes pensares y opiniones armonizando
un sistema acorde con el sentido común de la ciencia, la religión y la moral,
no discurriendo por descabellados pedregales.
Y cuando cerraba el manuscrito y las oscuras nubes del pensamiento se asomaba
por la ventana toda plena y radiante de luz, y veía el campo, las lomas y
cobertizos sembrados de blancura, como recién decorado por la mano de un ángel.
Pareciera que la climatología se hubiese vuelto loca, y quisiera echar la casa
por la ventana embelleciendo el paisaje y dulcificando los ásperos rigores
vitales.
Y tras idas y venidas por los
sitios más dispares, hacía Teo un alto en el camino rumiando palabras
evangélicas como, "En verdad, en verdad os digo que yo soy el
camino"... y se transfiguraba pensando que si en verdad era Teo, lo
sería en invierno y en verano, señalando la disparidad entre ser un lince o
tener un lince, y entresacaba las notas genuinas de la esencia con todo lo que
conlleva de permanencia per se en el ser, hurgando en las entrañas del ADN,
añadiendo taxativo, si se es, lo es, pues de lo contrario no sería tal
individuo o actante responsable de sus hechos y reconocido por ley, ni
existiría una brizna de su persona por ninguna parte, o acaso vagase como alma
en pena por el averno, que nunca se sabe, porque los sentidos nos engañan.
El significante Ser nace
del infinitivo latino ÉSSERE al transformarse las lenguas
romances, adquiriendo una majestuosa hidalguía que no le tose nadie con los
pertinentes rasgos semánticos, semas, lexemas, raíces, palabras y conceptos. Lo
fundamental de Ser es la esencia, lo que permanece per se, lo contrario es lo
contingente, lo accidental, lo advenedizo, que llega por pura casualidad, como
la Fortuna o el patrimonio heredado, y es lo que se plasma en el concepto de
ser galeno, pianista, astronauta, azafato, flautista de Hámelin o un zascandil,
a sabiendas de que en sus entrañas crecen tales esencias, como las colonias o
fragancias de Loewe u otros exquisitas sustancias que embellecen o encarnan en
su vientre aquello que nadie puede usurpar, pudiéndose exclamar a los cuatro
vientos en Perú, los Guajares o París, "me podréis matar, pero nunca
arrancaréis mi alma, los pensares y emociones, el corazón partío".
Los amores y creencias portan
el distintivo de propiedad por la eternidad. Por tales pasajes transitaba Teo
refirmándose en su teoría, como instalado en las mismas barbas del diablo o del
Todopoderoso.
Y no erraba en las
elucubraciones porque líricos como Lorca, Lope, o dramaturgos como Calderón,
Shakespeare, o narradores como Cervantes, García Márquez o el malagueño Antonio
Soler o los dulces acordes de Mozart continuarán por siempre en su puesto de
mando como indelebles bastiones de su pluma y batuta, y nada cambiará la
onomástica, su rumbo, por muchos huracanes o bombardeos atómicos que se
perpetren.
En cambio al celebérrimo
dicho popular "tanto tienes tanto vales" se le ve el plumero en
cuanto se agacha un pelín.
Haciendo memoria, los
hidalgos eran hijos de algo por la etimología, pero al cabo del tiempo se
desmoronaron como castillos de arena en un mar de estrecheces y picardías
manipulando con trucos o máscaras para seguir aparentándolo.
Hubo un tiempo en sus vidas
de vacas gordas, disfrutando de los mayores parabienes, pero cayeron en el pozo
de las penurias engullidos, como roca Cronos, por la veleta del vocablo TENER,
quedando a la luna de Valencia, bailando entre caballeros, arrieros, escuderos
o hijos de nadie, perdidos en el espacio yendo a la deriva, cual trozos de
meteoritos, no teniendo donde caerse muertos.
Vivir para comer o poseer es
la perdición de quienes sólo piensan en potosís, en que todo el monte sea oro
para su granero, encontrándose a la postre más pobres que carracuca, semejando
cáscaras de nuez por las aguas del río de la moda arrastrados por la corriente
de los hontanares o pasarelas entre las turbiedades del mundo.
Teo, que vivió un tiempo en
la opulencia presumiendo de ricos manjares y copiosas posesiones atravesando
los campos de su propiedad saltando de árbol en árbol, resulta que los
herederos viven ahora en la miseria, no reconocidos ni por la que los alumbró,
sin apellido creíble, y por quienes nadie apuesta un centavo.
Conforme maduraba Teo, fue
auscultando los latidos del ser convencido de que el virtuoso puede testificar
ante notario los halagos del proverbio, genio y figura hasta la
sepultura, estando a salvo de las veleidades de la diosa Fortuna.
Ningún ave construye su vida
sobre cimientos tan quebradizos como los que sostienen la vanidad humana.