
Las
llamadas al teléfono fijo le generaban a Lucinda no pocos quebraderos de
cabeza, y daba que pensar por tener visos de una coartada, exhortando
inflexible y tajante a allegados y visitantes a pasar olímpicamente de las
llamadas.
Con los desplantes a tan perversas llamadas, según sus palabras, retozaba altanera en
utópica pradera rompiendo una lanza en pro de la tecnología punta ingenuamente,
obligando al personal a utilizar el móvil en todo tiempo y lugar, erigiéndose
en su más fiel portavoz, quizás por creer que fuese de superior linaje su voz,
y no quería que nadie la adulterase o manchara con añejas telefonías de la época
de sus ancestros rozando la xenofobia, dando pie a ser denunciada por odio o
trazas de racismo al estar infringiendo los derechos más elementales de un ser
vivo como nadie, dispuesto siempre a auxiliar a las criaturas sin distinción de
raza, color o credo construyendo puentes, sobre todo a impedidos, ya que sin
salir a la puerta de la casa se comunicaban a miles de kilómetros con el resto
del universo.
Con tales diatribas o desmanes ninguneaba
Lucinda las justas aspiraciones de un medio tan necesario y familiarizado con
el hombre como es el teléfono fijo, que no busca otra cosa que hacer la vida
más fácil, mejorando las relaciones humanas.
Pero como no hay mal que por bien no venga,
como dice el refrán, un día sonó con todas las de la ley el fijo de su casa, y
olvidando las estrictas medidas de seguridad impuestas por ella misma cae en el
pecado y lo descuelga, escuchando a renglón seguido toda nerviosa y emocionada
la buena nueva, "acaba usted de ganar un crucero alrededor del mundo",
plagiando de algún modo la obra de Julio Verne "La vuelta al mundo en
ochenta días", información que sólo daba la empresa concesionaria a los afortunados
a través del teléfono fijo.
Resultaba chocante que llamara precisamente a
su puerta la diosa Fortuna, pese a ser tan remisa y negada a tales comunicaciones,
pareciendo como si el mismo demonio intentase hacer una excepción para que
recapacitase y no echara por tierra tantos sueños y años de investigación y
sacrificio de las tecnologías en pro del progreso, no pudiendo congratularse o
celebrarlo brindando con champán como cualquier hijo de vecino por los exitosos
servicios, cuando su misión consistía en conectar a la gente llegando a los más
inhóspitos lugares del globo, pueblitos entre sierras o peligrosos valles
aportando preñados momentos de felicidad.
La razones de tal felonía o acaso infantil testarudez
habría que buscarlas en las raíces de una oscura u oculta trama con el cariz de
cierto desengaño juvenil nunca desvelado, juntamente con ciertos tics
estrafalarios o dictatoriales cerrando la puerta al padre de la comunicación
universal, que tantas vidas ha salvado en la contienda diaria de la existencia.
No sería un dislate pensar que hubiese urdido
Lucinda un lobby de intereses creados que motivase tan extemporáneos afanes, a
sabiendas de que podrían descubrirse las urdimbres llevándose a cabo un
exhaustivo estudio de sus inquietudes y atropellados pasos por las fiestas
principales de la comarca, Navidad, Semana Santa o el día de la patrona,
investigando los entresijos de amistades, relaciones familiares y emociones que
la embrujaban en tales situaciones, aquilatando en semejantes coyunturas los
pros y los contras de estímulo y respuesta, como cuando se desgañitaba echando
sangre por los ojos arengando a los presentes, cual capitán a la tropa en el
campo de batalla abriendo fuego en defensa propia, tal como hacía Lucinda
contra el fijo.
Y aunque no viene a cuento calibrar aquí y
ahora las cuantiosas pérdidas que su caprichosa torpeza haya ocasionado a la
compañía, así como los sufrimientos y contratiempos a usuarios a lo largo del
tiempo por la pertinaz hostilidad a la recepción de llamadas, no habiéndose solventado
en la práctica hasta que llegaron los nuevos aparatos, los célebres móviles,
no obstante vaya usted a saber cuántos S.O.S. dormirán en el fondo del océano
por los inconfesables devaneos de Lucinda, no casando dicho talante con los nuevos
vientos de Aldea Global que impera en el cosmos, o a lo peor eran unos
emponzoñados impulsos de catarsis o venganza, negando el pan y la sal a quienes
venían en son de paz, sirviendo de acicate para superar los más ásperos infortunios,
que de cuando en vez asoman por los ventanales de la vida.
En ocasiones ocurría algo inesperado, que
satélites, astros o la misma naturaleza, rivalizando con los gallos, se
confabulaban para llamar al fijo de Lucinda al amanecer mezclándose con el
rocío de la aurora, y confundida Lucinda por el sueño que arrastraba en esos instantes
y un ojo entreabierto lo descolgaba, quedando patidifusa al oír el dulce e
inocente parlamento del nieto en la lejanía, entre el murmullo de las ondas y
oleaje de los sentimientos que le aceleraban las pulsaciones corriendo riesgos innecesarios,
deslizándose alguna que otra lágrima de alegría por la mejilla, y a malas penas
descifraba las onomatopéyicas voces sintiéndose confundida, creyendo por
momentos que la llamaban nada menos que de ultratumba, y otras veces imaginaba
que sería algún emigrante arrastrado por el mar en busca de tierra firme, y
finalmente, después de tan alocados y novedosos aconteceres se despejó el
horizonte, oyendo al cabo con suma nitidez una voz infantil con acento
extranjero:
-Hola abuelita,
grand mather, soy yo, ¿no me reconoces?, I´m your son in law, tu nietecito
Braulio, que he aprendido a telefonear. ¿Cómo estás? Me alegro de oírte, bien
pronto te veré. No te preocupes por mí, ah, mira, te doy un consejito, que por
mí puedes tirar el móvil a la basura, hazme caso, porque con el fijo tenemos de
sobra para trasmitirnos nuestro cariño. Un beso de tu nieto.
¡Cuánta alegría bullía en el corazón partío de
Lucinda, escuchando los tiernos latidos del nieto a través de los cables del
fijo, el único que durante tanto tiempo acariciaron harto felices y contentos
sus antepasados, sacándolos en multitud de ocasiones de los mismísimos
infiernos!
-Abuela, por fa, no abandones nunca el fijo,
ya que como dice su nombre, de fijo que te sacará las castañas del fuego en los
últimos vaivenes del tren de la vida, siempre a tu lado en la mesita de noche o
sala de estar, y sin problemas de batería u otras zarandajas. Abuelita,
cuídate, y piensa que los niños y borrachos decimos la verdad. Te quiero, gran
mather, oma mía.
Cuando se vaya apagando, como una vela, su
vida, los pálpitos del fijo le harán compañía reverdeciendo como en los versos
de Machado, "Al olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido/
con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han
salido"...
No cabe duda de que llevará siempre en
el alma Lucinda los entrañables sorbos de vida que bebió enganchada al fijo pegando
la hebra con amistades, encendidos admiradores o familiares, y rememorará la
melodiosa y dulce voz de su mocedad, ahora un tanto malherida, cuando
solicitaba a través del fijo discos dedicados en la radio para cumples u
onomásticas de los seres queridos, o participaba en algún carrusel cantando
villancicos, o entonando canciones en boga yendo de excursión como, "ahora
que vamos andando, vamos a contar mentiras tralará, vamos a contar mentiras
tralará..., por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas tralará,
por el monte las"...
La última llamada del hospital al fijo de la casa
para su intervención a corazón abierto, no tuvo respuesta. Y nunca más se supo
de ella.