sábado, 8 de diciembre de 2018

Frutos





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   Leandro se pasaba las noches en vela dándole vueltas al proverbio, "obras son amores y no buenas razones", a cuento de darle sentido a su vida conquistando a Clotilde, muchacha casadera y de buen ver con unos marjalillos de árboles frutales en la villa.
  Leandro no hacía mucho que había enviudado de sus primeras nupcias, y quería rehacer su vida matando la soledad que le embargaba en los crudos días de invierno, amén de buscarle protección y cobijo a los dos retoños que había engendrado.
   Pero no las tenía todas consigo, tanto por parte de ella, que era muy cauta y quisquillosa, como por él mismo, que de la noche a la mañana le había brotado un raro bulto harto desagradable en el labio superior  tan voluminoso que no podía juntar los labios para comer o saludar a otra persona dándole un beso.
   Tanto es así que se pasó una larga temporada visitando a los mejores especialistas del ramo gastándose todos los ahorrillos, teniendo que pedir préstamos al banco e incluso al usurero del pueblo, y cansado de tan engorroso trajín con las idas y venidas, no pudo aguantar más, y tomó la decisión ya amasada en su psique de declararse a Clotilde, que venía de vuelta con un novio que la abandonó ante el altar con todos los familiares y amigos acompañándola en la ceremonia, habiendo tomado la decisión de desentenderse de cualquier tipo de vínculo o ataduras que se le pusiesen por delante, y no le hizo ningún caso.
   Un día, coincidieron en la fiesta de unos amigos comunes, y Leandro, algo encendido y lanzado se tiró al ruedo de la pista suplicándole un baile, a lo que ella se negó turbada alegando que tenía fiebre.
   Leandro, contrariado se sentó al lado de una amiga suya, y empezó a tirarle los tejos sacándola luego a bailar con suma ternura, lo que apaciguó la fiebre de Cloti pero se le dispararon los celos. Al cabo de un tiempo, después de tomar varios güisquis volvió Leandro a hablar con CLoti para invitarla al baile, accediendo con un fuerte temblor de piernas que no podía mantenerse en pie hasta que cayó rodando por la pista abrazándose Leandro a ella, y allí estuvieron abrazados hasta que la orquesta interpretó la última canción de Sabina, " Fue en un pueblo con mar,... y nos dieron las diez y las once, las doce y la una, las dos y las tres"...
   Por su fruto lo conoceréis...           

       

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