
Sospechaba Ludovico en su fuero interno que el camino que le aguardaba en
la vida no sería de rosas, sino áspero y lleno de obstáculos, como un bosquejo,
por ejemplo, del camino de Santiago.
En su tiempo vivido había transitado por
senderos oscuros y luminosos en días atormentados o de calma chicha,
atravesando por las encrucijadas veredas de verdes juncos y cañadas de secos
carrizales. La climatología, ajena a lo humano, hace de las suyas, pues nunca
llueve a gusto de todos, por lo que hay que apretarse los machos y sudar la
gota gorda poniendo al mal tiempo buena cara, y seguir al pie de la letra las
enseñanzas de la madre experiencia cuando dice, a Dios rogando y con
el mazo dando, dando por descontado que el rey en los
andares es a todas luces el calzado,
y habrá que ir con pies de plomo atentos a lo que nos circunda, no confundiendo
a personajes como Don Gil de las calzas verdes en el teatro de la vida, y si se
empecina la duda telefonear a Tirso de Molina para esclarecerlo.
Es bien sabido que hay gustos como colores, y
más aún si se toma en consideración las dificultades de los derroteros por
donde se discurre, siendo necesario sopesar los pros y los contras del terreno
hollado. En tales avatares, los animales de carga prestan a los humanos una
incalculable ayuda, siendo a su vez los más sabios, burro, mulo o caballo,
resaltando su nobleza, y bien calzado con su herradura salta al galope cualquier
obstáculo, siendo más veloz que el viento.
Por ende habrá que especificar los rasgos
distintivos del calzado según por donde se desplace la gente; para andar por
casa, pantuflas, zapatillas, alpargatas o babuchas; por la playa, sandalias metidas
por el dedo para moverse por las movedizas arenas, siendo acariciados los pies
por la blanca espuma a la orilla de la mar, aunque sin fiarse por las repentinas
acometidas de las olas subiéndose a veces a las barbas, corriendo el riesgo de
pisar desnortadas medusas columpiándose en el líquido elemento, o atolondrados
pececillos dando las últimas bocanadas fuera de su hábitat por un golpe de mar;
y para ir por la montaña prima el calzado serio y robusto, como abarcas,
agovías o botas con objeto de superar las escabrosas rutas
sorteando los peligros, a sabiendas de que en cualquier punto puede saltar la
libre.
El calzado palaciego, todo lujo y boato con
bordados y peinados, vestidos y músicas acordadas, nada tiene que ver con el de
la pobre y humilde casa, donde convive la pareja participando activamente, bien
en gorjeos, puestas de sol o salidas de tono, bien en bailes domésticos o
miradas turbias que surgen sin remedio en los fregados familiares, hasta el
punto que un elevado porcentaje de percances tienen lugar en la propia casa,
quemaduras, roturas de clavícula, espalda o miembros inferiores por insulsas
caídas.
Algunos veces se circula por el habitáculo
desnudo o descalzo al salir del baño, recibiendo telúricas sensaciones del
centro de la tierra, que tanto poder y misterio esconden en sus entrañas,
haciendo gala de ello cuando menos se espera mediante tsunamis, terremotos o
fugaces tornados.
Y es de suma trascendencia contactar con los
pilares del alma y de la vida, como sucede en el entorno de algunas órdenes
religiosas, que apuntan en sus reglas y breviarios el uso del calzado, prescindiendo
de sus ventajas y protección, alimentando una especie de fobia aquellas que se
denominan Descalz@s, sacando punta a semejante nomenclatura izando la bandera
de la ejemplaridad y la pobreza evangélica en un intento por purificar el alma
desnudando los pies, pisando con beatífico sigilo por la vida, y no caer en la
vida muelle ahuyentando lujurias, hedonismos o una vida regalada.
Las modas y el esnobismo nudista no se quedan
arrinconados entre los muros del convento, sino que se expanden como el polen
invadiendo arrabales o inverosímiles parajes, como ocurre con las criaturas
denominadas perros flauta, que van a calzón quitado descalzos con
el can y un instrumento de aire o cuerda de una lado para otro inmersos en la
vida natural y la bohemia, buscando el sostén de la vida, unas monedas o coscurros
o coca tocante y sonante, y apaciguar las neuronas ávidas del milagroso
alimento pisando fuerte por renglones torcidos desafiando a los más adversos
elementos, pinchos, cristales, clavos, agujas u otros escrúpulos, y no se les
cae la cara de vergüenza o el alma a los pies, sino que van sacando pecho
porfiando contra las inclemencias climatológicas, no amedrentándose por nada por
raro que fuese, bichos terrícolas o aéreos que merodeen en derredor, y con semejante
arrojo o porte navegan sin rumbo yendo de la ceca a la meca, del campo a la
urbe, del río revuelto al desmadre de la movida, mirando por encima del hombro
a quien le niegue los diezmos vitales (el euro) para la compra de carburante o
bocatas (¡qué secreta materia acuñada con tecnicismos o críptica jerga que va
de boca a boca, que aboca al éxtasis o evoca un incienso de mundo feliz,
sumergiéndose en el carpe diem, en un celestial delirium tremens! ...).
Durante un tiempo asistió Ludovico a una
academia de oposiciones al Cuerpo del Estado, y en los recesos iban a la cafetería
a tomar un tentempié o refresco entre chispeantes charlas e impacientes por mirarse
y saludarse y trasmitir los pesares, empatías o dónde apretaba el zapato,
apuntando ellas que lo primero que miraban de los chicos eran los
zapatos, si brillaban como espejos pudiendo verse el rimel o polvetes del
rostro o el lunar junto a la comisura de los labios, recordando a los cuentos,
Había una vez... preguntando, espejito, espejito, ¿quién es la más bella del
reino?... Mas en ocasiones al pisar la calle, una mala paloma obsequiaba a Ludovico
tal vez por despecho con un lingotazo de excremento dejándolo tirado en la cuneta
y fuera del concurso, no pudiendo competir con los demás a la hora del reparto
de la tarta en el banquete amoroso.
El calzado tiene tanta solera y trascendencia
en los vaivenes de la vida que ha dado pie a un carrusel de dichos populares o
aforismos calzando los cerebros de las criaturas, a saber:
Llevar sueños en los pies, es empezar a hacer
los sueños realidad. Dale a una mujer los zapatos adecuados y conquistará el
mundo. Con una buena media y un buen zapato hace la madrileña pecar a un santo.
La salud del viejo, más que en el plato, está en el zapato. Para conservarse en
forma, poca cama, poco plato y mucha suela de zapato...
Y como broche, ponerse las botas con versos
machadianos por la travesía vital, Caminante no hay camino, se hace
camino al andar....llevando siempre un buen calzado.