miércoles, 23 de septiembre de 2020

No perder el norte

 






                  

"Se equivocó la paloma, se equivocaba,

por ir al Norte, fue al Sur"... (R. Alberti)

No quería que le pasara como a la paloma, y puso todo el empeño en que así fuese.

 Hay quien pierde los estribos al ir al Norte por encontrarse con una cortina de agua fina en el camino de Santiago, o no señalar el GPS los nobles enclaves del itinerario.

   No falta quien al menor estornudo tira la toalla y entrega el alma al diablo menoscabando su valía, cayendo por el acantilado.

   Elaborando un informe que englobe los pistilos y cálices del concepto de deforme con todas las estribaciones de su esencia hasta lograr estandarizar el término, no saldrá airoso si los sentimientos juegan su papel, ya que su validez se desvanecerá de súbito si se ponen puertas a la fantasía, haciendo aguas por todos los rincones empezando por la comisura de los labios, sobre todo si a gustar convidan.

   Es sabido que los sentidos nos engañan, unos más que otros según por quien beban los vientos, y si recapitulamos su espectro, en el fondo no hay enemigo pequeño ni deficiencia que con sus energéticos impulsos y duende no crea un nido de cielo, rubricando los acariciados anhelos de los seres humanos.    

   Durante un tiempo discurría por las mentes privilegiadas la sentencia, si las piedras hablaran, apostillando sin ambages su esencia inanimada, hasta que con cordura y sigiloso juicio se ha impuesto por su propio peso el arte, las vibraciones del alma, vocalizándose en sus labios los ritmos más emotivos como, ay amor que despiertas las piedras, donde se da por hecho que escuchan las cuitas de los mortales, haciéndose eco de sus querencias o desafíos, y no digamos si se contemplan los magistrales lithoramas rebosantes de vida que danzan por las galerías de arte con sus sentidas texturas creativas trasmitiendo el embrujo de los corazones, y sin llegar a perder el norte.

   En los estadios de sitio en que nos hallamos hoy en día, asediados por un ejército inhumano e invisible, que se ceba con los mayores, no hay más remedio que armarse de valor y combatirlo a sangre y fuego, no dejándole ni un resquicio o pista que delate nuestros secretos mientras dormimos.

   El ser humano es frágil, y cualquier repentina torpeza puede echar por tierra todo un imperio, el entramado de una vida construida golpe a golpe, trago a trago, a través de los vaivenes vitales y duros aguaceros que operan por los senderos, y de los que nadie está exento. Por ende, envueltos en el maremágnum de los imprevisibles avatares, a veces, por un quítame allá unas pajas, nos la jugamos, y se desvanecen los andamiajes existenciales, los sueños, perdiendo el olfato de la esencia que nos sustenta, tanto del cuerpo como del espíritu, precipitándonos en un pozo sin fondo, donde sanguinarios y subrepticios cocodrilos o cobras se cobran la pieza, deshilachando las ilusiones más queridas y sinceras.

   Por ello la mesura y prudencia en ese juego de malabares son trascendentales, no perdiendo el norte ni de vista la aguja de nuestro horizonte, agarrándonos si es preciso a un clavo ardiendo, a la dirección que señalice la brújula que manejamos.

   Hay quien piensa que el vocablo (brújula) o instrumento al uso no es fiable, leal, alegando que habla por boca de ganso, tildándola de veleta, que va para donde la lleva el viento, sin unos principios firmes que sustenten los pasos, las estructuras existenciales.

   De cuando en vez hay quien se aferra a lo infructuoso ninguneando el rédito, lo valioso del fruto, del hallazgo que salva vidas, como es el caso que nos ocupa; no obstante nada más asomar por los cerros de la historia de la Humanidad temerarios navegantes se hicieron a la mar, yendo al albur, a la buena de Dios, y la brújula los guiaba evitando lo peor, sorteando peligros, liberándose de tiburones u otros raros ejemplares famélicos merodeando por la zona.

   Es de sabios rectificar, no perder los nervios, la esperanza, el rescoldo ancestral, al mejor amigo del hombre, el can, o al canario en la jaula que ameniza las mañanas y derrama sonrisas ahuyentando los negros nubarrones trasmitiendo mensajes nuevos, reconfortantes al destinatario, cual palomas mensajeras.

   No cabe duda de que la vida es imprevisible, aunque ornada en ocasiones de dulces arco iris, con tormentosos rayos e inesperados tormentos a la vuelta de la esquina, mas si nos instalamos en el puesto de mando de la nave con la cabeza bien alta y la mansedumbre en las manos del alma podremos exclamar a los cuatro vientos el  gozo, incluso a los más turbios y acérrimos contratiempos que el rumbo de la vida lo lleva uno a buen puerto, a la felicidad, que para eso nacemos, pese a los lúgubres obstáculos marinos o desairados tejemanejes.

   No perder el norte encierra tamaña enjundia y rigor en las arterias vitales, que a bote pronto se desparrama a izquierda y derecha como la siembra en los campos, cuando el agricultor realiza la labor allanando el terreno y depositando la semilla con la esperanza de que un buen día germine, y se conforme un nuevo cuerpo con sus pálpitos, aromas y propiedades nutritivas.                     

   En el variopinto mundo en el que nos movemos hay quien por un oído le entra y por otro le sale todo, haciendo caso omiso de los consejos, como mascarillas, lavado de manos o guardar las distancias. El ego lo tienen tan subido que no cabe entre el cielo y la tierra. Se palpa que no se aviva el seso, contrariando la voluntad de Jorge Manrique, no despertando las ansias de conocer tal o cual descubrimiento, diseño o vacuna, todo aquello que valga la pena para evitar males mayores.

   Es importante no ser uno pan comido o carne de cañón, donde cualquier trepa haga su agosto, y se caiga ingenuamente en las más absurdas contradicciones, perdiendo no sólo el norte, sino los cuatro puntos cardinales, no sabiendo hacia dónde se dirigen sus pasos.

   No perder el tiempo en bagatelas u otras monsergas no es baladí, sobre todo cuando se da uno cuenta de que la vida va en serio, porque el tiempo es oro como apunta el proverbio y se nos va de las manos, a no ser que emulemos al rey Midas con sus maravillosos prodigios, y alejar el fantasma de verse en la extrema pobreza el día de mañana.

   La hormiguita cumple el lema religioso “Ora et labora”, al menos el segundo, tanto en invierno como en verano, teniendo siempre cubierto el granero. Y más en esta época de vacas flacas, y se sentirá la persona eufórica y feliz, riéndose de las plagas y demás calamidades del mundo.

 Tales pensamientos deberían ser la brújula que nos guíe por los ásperos mares del vivir. No obstante hay quien lo tiene muy claro, y monta en el mulo una vez aparejado poniendo rumbo a su destino sin artilugio alguno. La ruta la tiene impresa en la piel del alma a machamartillo, y nada ni nadie podría borrársela.

   Así solía ir Juanico por los caminos de la vida, a las faenas del campo o a la tienda de ultramarinos de la capital de la costa granadina, llevando en las alforjas un pan con engañifa pero sin líquido alguno, porque de eso se encargaba personalmente, haciendo el vía crucis por los ventorros de la ruta.

   El dócil mulo, todo obediente, apenas se quejaba ni soltaba prenda, en todo caso daba algún respingo o berrinche in extremis pidiendo alguna caricia o trago de agua en la cuesta de la fuente del pueblo, siendo a veces un calvario el trayecto por los fríos y fuertes vientos que doblegaban las copas de los olivos o al mismo jinete, cuando cabalgaba algo alegrillo por efectos del último trago ajeno a la frialdad del invierno o las tórridas horas del estío.

   Un día bebió más de la cuenta entrándole un sueño de muerte, durmiéndose en los laureles, en lo alto de la bestia, yendo cual otro Cid Campeador comandando la tropa, aunque él no luchaba contras huestes enemigas sino consigo mismo.

   Una vez, cuando echaba el penúltimo trago en la barra del ventorro, oyó hablar por la radio de entonces de los viajes transoceánicos, que cruzaban los mares más enfurecidos de una parte a la otra los grandes buques guiados por la brújula, y en su ensoñación movía la cabeza disconforme, al relacionarlo con asuntos celestinescos o de hechicería propios de belcebú, sintiéndose feliz…

  


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