miércoles, 14 de octubre de 2020

Tormentas

 









                          

 Cuando la borrasca apriete busca un techo protector, y cuando en tu vida aparezca la adversidad busca una mano amiga donde apoyarte.

   En el recinto donde se hallaba Evaristo exhalaba al viento el evanescente humo del cigarrillo, tarareando como la cantante manchega la melodía, “fumando espero…”, aunque no esperase a nadie pues las citas no siempre cuajan, y le tocaba matar el tiempo de la manera más elegante e inocua posible.

   A sus años recordaba Evaristo con nostalgia los tormentos de juventud, las tormentas vitales y los negros nubarrones descargando sobre los campos, tormentas las más sonadas de la comarca en mucho tiempo destrozando los sembrados, las cuidadas huertas con hortalizas y verduras, siendo la despensa a la que acudía para llenar el canasto alegrando la cocina y las apetencias familiares.

   Pero desde un tiempo a esta parte Evaristo se sentía extraño, un extranjero en su predio, en la propia morada, toda vez que no acababa de digerir los mensajes y consejos de políticos y doctores que estaban hasta en la sopa, hasta el punto de quererlo apuntar como conejillo de indias inyectándole una vacuna en experimentación, a lo que finalmente asentía con cierto orgullo pensando que así al menos moriría por una causa noble, dejando un halo de solidaridad y bonanza en su biografía.

   Tal vez quería igualar su tormenta a la del que se quedó manco en la célebre contienda de Lepanto, cuando la pólvora se incrustó en su cuerpo, llevándole a alumbrar posteriormente la inmortal obra, disparándose más rauda que las balas su aura y fama hasta los confines del universo, sacándole el máximo provecho a las adversidades.

   Se interrogaba si el despertar entre Pinto y Valdemoro o entre el malagueño y manchego paisaje conllevaba aires y mundos que precisaban puntualizaciones al respecto por mor de susceptibilidades según las coyunturas climatológicas y anímicas a la hora de aguantar los fuertes chaparrones.

   Los gélidos vientos manchegos podían endulzar las asperezas y maltrechos pasos de Evaristo en el estío poniendo a tono sus pálpitos, en cambio la malacitana brisa marina con su oleaje y las erógenas ramificaciones de las playas de la Costa del Sol junto con el tentador nudismo podrían influir en los embates invernales como fuego o una columna que fortaleciese los músculos del amor, sin dejarse arrastrar por encendidos o truculentos delirios.

   El cambio de aires, el desplazamiento de un territorio a otro airea el cerebro, el espíritu, y orea las heridas del alma alegrando la pena, y levanta los decaídos corazones lanzándose sin paracaídas a la conquista de lo robado o perdido, al paraíso soñado de la infancia.

   Y con las bombas que tiran los fanfarrones hacer borrón y cuenta nueva, planeando, cual lúdicas gaviotas, por la inmensidad del espacio, o posarse en la húmeda roca recibiendo protección y besos marinos soñando en su pétreo regazo.

   Las bombas atómicas o tsunami que a veces acechan en las encrucijadas de los sentires, será bueno transformarlas con sutil savia en bolitas de cristal, interrogándoles con sigilo por sus secretos o debilidades, aturrillándolas con premura con escopeticas de juguete o tirachinas descascarillando el núcleo duro de su robótica, de modo que, cual ufana nave en el océano, naveguemos por nuestro horizonte sin sobresaltos ni remolinos arribando a buen puerto, tarareando el estribillo, “soy capitán de un barco inglés”…, y repostar con el mar en calma chicha en el Peñón de Gibraltar.

   En línea con las envidiables aspiraciones de aminorar las secuelas de las tormentas, los vocablos bello, ético, útil deberían figurar con luz propia en los clásicos frontispicios, primando tales valores en las perspectivas del fluir humano. Y la cobardía, candidez o medias tintas sean el blanco al que hay que lanzar los endiablados dardos sin demora, y echar el anzuelo en el banco de encantos del mar de la vida humana pescando, cotejando y cortejando la variopinta cohorte de inventores, investigadores, pintores, cuentacuentos, poetas y personas libro con las obras literarias que vayan asomando por los picachos del pandémico panorama en el que nos vemos envueltos.

   Y mientras tanto, para frenar las tormentas existenciales, cerrar el paso a quienes intenten enquistarse en el devenir de nuestros días generando ansiedad, desidia o hecatombes, o vayan vendiendo humo por púlpitos, catacumbas o politizados meandros empeñados en engañarnos por todos los medios, saliendo a la luz del día como fresco e impoluto rocío irrigando los pensares con reparadoras esencias, exornándose con pendientes de oro en pasarelas de moda desafiando al mundo, prometiendo lo que no está en los escritos, burlándose del tiempo, la ley de gravedad o la inteligencia, y decirles bien alto ¡basta!, y se vayan a otra parte con su música, abriendo la gente los ojos a tan semejante farsa.

   Como talismán contra las tormentas del espíritu y para fomentar el progreso, la educación y la cultura evocar como un espejo en el que mirarnos al insigne Giner de los Ríos, pedagogo a carta a cabal, que se dejó la piel en ello, y con el que se debe caminar sin máscaras ni mascarillas de hipocresía por los caminos del saber, y en un juicio sumarísimo exigir que rindan cuentas a las tormentas.

   De la cuna a la sepultura, del venero al mar, del orto al ocaso, toda la vida discurriendo por el curso del río entre chopos, pedregales, acantilados, lamas o charcos.

   A pelear por una excelencia de vida invitan los impulsos humanos, y desplazarse por angostos senderos dejando las huellas en el tejer de los días, gozando de encajes de ensueño en hábitos, crepúsculos e indumentaria del alma.

   Y celebremos el carpe diem con la parafernalia requerida para la ocasión, en una fiesta de delicias compartidas, arrojando a la hoguera las tormentas tanto las meteorológicas como las interiores, que ahogan el alma, exclamando con altura de miras, viva la vida, viva la libertad, retozando como potrillos desbocados por esos mundos de dios sin ataduras ni reclamos por muy serios o sólidos que parezcan.

   Y se quedó leyendo Evaristo la novela Ofrenda a la tormenta de Dolores Redondo, con el firme propósito de estar vigilante ante la posible llegada de Inguma, el terrorífico genio maléfico.

 

 

 

 

              

      

  

  

            

 

 

              

      

  

  

            

 

              

      

  

  

            

  

            


1 comentario:

Anónimo dijo...

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