domingo, 22 de febrero de 2009

Surcos



Rota la retina por los enrojecidos
Azotes de la incomunicación;
Descascarillado el fruto del
Latido entre tierras de huracán,
Se retorcía desolado el intelecto
Entre emponzoñados sollozos.
Las efervescencias de un hálito alegre
No irrigaban la techumbre, su altura.
Las ingratas horas muertas
Vomitaban virutas
Verdes y acolchados caracoles por
Las desconectadas esquinas.
Los sueños, los años se durmieron
En su tierna garganta atragantados.
Y nadie pudo o supo
Izar banderas en su honor,
Forjar escudos hospitalarios,
Ni carnes a fuego lento
En la chimenea de la guarida.
En el umbral de la cuna brotaron
espesos estupores rebeldes.
El bastón anudado y fiero
De toro salvaje o cinto incrustado,
Crujía en secretos cerros, en lactantes lomos;
Acaso gruesas correas de los tercios de Flandes
Disparaban en el frente privado, concreto,
Tétricas adversidades.
Prístino y filial festín
El aderezo, fabricado con balbucientes
Y sombrías intemperies.
Alicaídos aleteos en madrugonas mañanas,
Turbados desgarros de condumio espiritual
Resistían, y sin piedad silbaba la ira.
Y en la carrera que participó,
En tan magno maratón
De errático peregrinaje
Se enfundó el chándal, su arma,
Y anónimamente luchó
Durante el vital convite
A pedrada limpia, a pecho descubierto,
Destruyendo nidos de ametralladoras
En aras de una irreprimible identidad.

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