domingo, 22 de febrero de 2009

Ayuda



Quiso echarle una mano a Dios, para gobernar el orbe con leves aportes, limpiar boñigas de calles y plazas, aminorar tsunamis, zurcir arrogantes argucias o coyunturales desajustes como: nublados amaneceres convivenciales, nerviosos terremotos en la espina dorsal, endiabladas lluvias al cielo raso, suicidas seísmos de almas en flor… y su arrogada altanería la pagó con creces. Apenas lo pensó dos veces el Todopoderoso.

En un descuido lo observó de soslayo. Leyó sus manos por si el albur hubiese trucado el testamento vital, su propio destino, sumergiéndose en profundidades como el I + D -investigación más desarrollo- . Una vez comprobadas las huellas, lo abrazó con un empuje de elefante, su energía divina, como si todo un dios abrazase de pronto al globo terráqueo por los cuatro puntos cardinales; lo ejecutó con próvida perspicacia y viril arrojo, de forma que le desfiguró el codo izquierdo, el bueno, con tan mala suerte que casi se desprende del engranaje corporal. El brazo, por mor del endiosado apretón, se le quedó bailando como badajo de campana, actuando como si interpretara en el espacio la danza del fuego o del vientre, vete a saber, -ironías del destino y no le doliesen prendas - al son de una melodía otoñal con tufillo fúnebre.

La mano, con aires de nobleza, ahora rota, exhibía ondulantes balanceos de repiques de gloria, dibujando el efecto de la bendición de los campos, cual otro isidro labrador, en nombre del Supremo Hacedor, instalado en los aledaños del Paraíso, en las íntimas entrañas del Salvador.

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