jueves, 23 de abril de 2009

Con la voz al cuello




Abel se mondaba de risa bailando un tango entre las nubes, en las barbas del diablo. Volaba por los Andes a doce mil metros de altitud en dirección a Ushuaia, famosa por el presidio que albergara en su entorno durante algún tiempo, transformado posteriormente en museo por el gobierno de turno.
Los eventuales viajeros que se acerquen por aquellos territorios opinarán seguramente que los supervivientes no verían con buenos ojos tal resolución. Las rígidas columnas y cicateras celdas, agujereadas, despintadas sabrían de sus pecados y pesares. Les sabrá a caldo de escarnio, con el resquemor de que a la gente de bien le resulte harto complejo recrearse en un lugar que ha sido tan inhóspito e indigno.
No deben de andar muy lejos de la realidad, pues aún resuenan las pisadas vacilantes, las nerviosas gesticulaciones de sus miembros atemorizados, los toques de silencio, las voces de mando, la impotencia, los trabajos forzados, y no cupo la suerte de eliminar la estructura emocional de los enquistados redaños carcelarios, toda vez que se revuelven rebeldes quemando amaneceres, la sensibilidad del que los contempla, incluso en su homólogo recinto alzado al lado. Un desagradable salpullido reverbera en la mirada maldiciendo la estampa, y expande un chisporroteo agrio, que perfora los espíritus más obtusos.
Ello acontece por el propio peso, acumulándose en los poros, en el cielo de la boca de la entrada, pululando por los desconchados muros del viejo trullo. En contra de lo esperado, no mueren las huellas del odiado efluvio en los primeros peldaños de la historia, sino que se envalentonan y echan las redes, cual ávido pescador en la mar revuelta, sobre la recién construida réplica.
Fue erigida a la sombra y en su memoria por egregios arúspices del ramo de cultura por puro placer estético, y disfrute de los amantes de ese mundo sumergido en la viscosa lama.
Qué telúrica energía no atesorarán en sus músculos estos resabios vitales, que relumbran con luz propia, como si se hubiesen apoderado con alevosía de los genes de las siniestras estrellas que desfilaron por sus pasarelas, escalera arriba, escalera abajo, orgullosos y galantes en su época de esplendor, aquellos indómitos inquilinos adictos en su día a vivir entre las paredes de la vetusta prisión como penitentes de una cofradía de semana santa portando su cruz, entre un rosario de gélidas cadenas.
Allí se rumiaban tramas espeluznantes, increíbles urdimbres de terrícolas pechelingües y bucaneros embarcados en aquellos funestos paquebotes anclados en el tiempo, inmóviles, impregnados de sarnosa somnolencia, desahuciados de paraísos de todo tipo. Corazones rotos y vidas roídos por la carcoma en los mismos cimientos de la existencia, a la intemperie, viciados ya desde la cuna.
Abel, aunque viajaba risueño con aires de fiesta, como un turista despistado, no las tenía todas consigo, y en las turbulencias de la navegación se encomendaba a la divina providencia, debido a que se encontraba perdido en el vacío y sin conciencia de paracaídas, como manoseada maleta olvidada por su dueño en un cruce de caminos, y, con la voz al cuello, se confesaba imposibilitado para lanzar un SOS a los cuatro vientos con todos sus bríos, como si un misterioso torbellino le atenazara impulsándole al abismo, o unas malintencionadas garras se le clavasen sobre la garganta en las circunstancias tan precarias en que estaba, nada menos que cruzando el espacio como un pájaro, o, si por un error, lo confundieran con el mismísimo Godino, el tristemente célebre estrangulador de la pampa, o de la calle bonaerense Corrientes, pues todo corría por sus venas, y acariciaba en su corazón una especial predilección, sui generis, por la carne tierna y rosada, la de los jóvenes adolescentes.
Solía descuartizar rapaces o jovencitas con limpieza y singular maestría una vez por semana, ya que no soportaba la sequía de la quincena sin mojar el pan en tan rica salsa, y evitaba así caer en una depresión severa. La ansiedad lo agitaba sin piedad.
No resistía mucho tiempo sin triturar tan apetecido manjar, lo había comprobado desde que tenía uso de razón, provocándole vómitos de muerte, y se le desvanecía la facultad de controlar la brújula de su conducta, asediándole incontenibles anhelos de auténtico antropófago.
A Godino le hubiera encantado encerrarse en vida o fugarse con su amor por los mares del sur, por canales de ensueño –traía a la memoria sus balbuceos en bote con su progenitor por el de Beagle, palpando casi lobos de mar o atisbando a tiro de piedra el balanceo de petreles y albatros-, y volar y volar sin descanso como el infatigable cóndor cargado de gracias y caricias con la presa en el pico, sin puertas ni rejas que le hagan sombra o se interpongan en su camino, llevando a la práctica sus fantasías.
Investigaba la forma de darle color a su vida, darle sentido a sus pasos por este disparatado valle, y no verse arrojado al averno como un Ícaro mal parido, arrumbado al montón de excrementos, viviendo a ras de tierra, alimentándose de gusanos y de las miserias que otros han ido hollando por los senderos. Se rebelaba contra los caprichos de la naturaleza, que actuaba como aviesa madrastra, y pretendía arrancar de cuajo los orejones que le habían colocado sin su consentimiento. Probó durante un tiempo a dejarse melena y así cubrir la parte nauseabunda, pero cuando el viento soplaba y hacía de las suyas, quedaba en evidencia siendo a un mayor si cabe la frustración.
Y se interrogaba una y mil veces por qué le habría tocado a él. Qué méritos habría aportado en su currículo, qué aguas o leche le habría amamantado para tan privilegiada distinción. Y al no vislumbrar un horizonte despejado se sumía en un mar de lágrimas.
Lo deforme de su figura le obstruía la mente, le retorcía los sentidos, cubriendo la estancia y la psique de una atmósfera irrespirable, siendo en ese trance capaz de cualquier cosa. La teoría del feísmo inoculado en su efigie no lo aceptaba, rompía sus parámetros, siendo el leitmotiv de horrendas muertes, de los impulsos más viles, y en el fragor de esa guerra estética no digerida por su ego, explotaba lo peor del ser humano, se soltaba el pelo y daba rienda suelta a las flores del mal, considerándose un despreciable engendro, corrompido, marginado, malparido, despotricando de todos cuantos intervinieron en su procreación, dejándolo en el mayor de los abandonos. Les echaba en cara el pobre aprecio que demostraron siempre sobre sus carencias, manteniéndose indiferentes o cobardes al llanto que brotaba de sus descomunales apéndices.
A menudo solía ocultarse en el dormitorio, debajo de la cama, en el armario, o echaba el cerrojo en el cuarto de baño apoyando la cabeza sobre el espejo, rememorando flashes de los últimos guateques donde participó con amigos de aquellos años, y siempre lo asaltaban los mismos sinsabores, los plantes con que lo agasajaba el amor de su vida, que lo situaban al borde de un ataque de nervios, entre la espada y la pared, apuñalándole por la espalda cada vez que se fijaba en ella, o solicitaba un baile por cortesía durante la fiesta. El estribillo recurrente resonaba en su oído como el zumbido de un abejorro, como el trueno. La ingrata respuesta tan agresiva y tajante lo descomponía:
-No puedo, Godino, vos entendés. Lo siento. Otra vez será. Los tacones me están achicharrando el pie. Estoy ensangrentada.
Inclinaba la cabeza, y repicaba en el interior la canción dándole vueltas y vueltas a lo que le ocurría, sobre todo cuando evocaba la linda perla que se le cayó a la amiga de la diminuta oreja y él, ni corto ni perezoso, se tiró al fango de la habitación y no tardó ni una décima de segundo en extraerla de entre los desperdicios y colillas que flotaban por el suelo, y que con el bullicio de la fiesta se habían acumulado en recovecos y rincones del salón, recibiendo un nuevo desaire por respuesta.
En esa turbación le venía a la memoria su irrisorio icono, el tamaño de las orejas y se le caía el cielo encima, y suspiraba con un temblor frío, epiléptico, pidiendo auxilio, como un niño al que se le cae al suelo el chupe, al verse hundido y despechado toda la velada.
Por el insoportable complejo que lo acompañaba como su sombra, de bicho extravagante, de criatura desposeída del rango humano, caminaba con la mosca detrás de la oreja creyéndose señalado con el dedo, expuesto a todo tipo de bromitas y burlas sin cuento del orto al ocaso.
Ello motivó el planteamiento por parte de los dirigentes de la prisión de enmendar el entuerto mediante la amputación del miembro hiperbólico con el fin de conseguir la reinserción social, aplicándole un reciclaje a través de la cirugía plástica, y extirpar de raíz la causa de sus males, aquello que lo obligaba a segar vidas en flor. Una vez intervenido en el quirófano, con un arreglo a la carta, se verificó que valió de bien poco y que la cabra tiraba hacia el monte, y no tardó en volver a las andadas. Los remataba con la destreza de un matarife de reconocida valía.
Asesino en serie y asiduo inquilino del penal, no obstante tuvo su radiante primavera, pues durante un tiempo gozó de cierta estima y se adueñó del ambiente penitenciario al ser nombrado enlace entre los verdugos o guardianes y el resto de compañeros reclusos, pero no cuajó al final el estado de gracia, cuando se descubrió en el penal una enrarecida trapisonda, donde se vio involucrado, volviendo a caer en desgracia.
Abel andaba inquieto en la travesía, ya que sus facciones principales y el color aceituno de la piel se asemejaban bastante a los de Godino, y le pasaban por la mente ideas tan peregrinas como la de si se fugaba el preso podría ser recluido en el penal por su parecido físico. Y no le hacía ninguna gracia verse allí como el doble de un homicida, arremetiendo como un quijote contra los muros de la cárcel como si fueran gigantes, y sin atisbar una brizna de firmamento de los Andes, con lo altos que son.
El caminar por la vida como invidente le acarrearía una de las mayores desgracias, moverse como un ciego por el mundo, y más irritante todavía si no puede saborear los caldos, las florecillas de las riberas, los alegres lagos, los refrescantes glaciares, o seguir los trazos curvilíneos de las gaviotas planeando libremente sobre la blanca espuma de las olas.
Desde arriba, Abel vislumbraba el ajetreo enfervorizado de los habitantes de la zona afanados en sus tareas cotidianas, mientras él surcaba ufano el firmamento poblado de diminutos cúmulos y cirrocúmulos.
Volaba tan alto que se pasaba por la piedra los desafiantes y quisquillosos nubarrones que merodeaban en esos instantes por los picos de los Andes. Un pájaro, desvaído y descolgado del resto, se llevó las patas a la cabeza, pillando un tremendo repullo y enmudeciendo de pronto cuando se cercioró de la maniobra tan chulesca con que le había obsequiado el piloto, dejándole tirado y entre las alas incrustada una brillante estela de humo, gris y blancuzca, que casi lo precipita a las flechas de los Andes. Se salvó por las plumas, que es lo suyo, gracias a la rapidez de reflejos, llevado por el instinto en un acto reflejo, bajando en vertical con la mayor celeridad.
Había cometido una infracción imperdonable, merecedora de la retirada del carné de vuelo. No compartiría el veredicto, pero así lo exige el código deontológico del aire. Resulta bastante comprometido, y no es cosa de ponerse a jugar en pleno vuelo como un niño en la playa con sus pequeños cachivaches y revolcarse en la arena, relajándose en exceso, soltándose los tirantes, y no guardar la distancia prudencial a estas velocidades, olvidándose de los pasajeros, sin calibrar coordenadas, isobaras o el altímetro de la aeronave. Significaría algo demencial el hecho de que un piloto tan experimentado cayera en tan vacuas bagatelas. No se le debieran tolerar tales meteduras de pata o provocaciones en estos delicados escenarios.

Abel, entre Escila y Caribdis, picoteaba por aquí y por allá de lo que tenía a su alcance, y así mataba el tiempo, como si estuviese en el cine entretenido con la película y comiendo palomitas de maíz, así emborronaba minúsculos papiros, servilletas hurtadas en el último bar que tomó infusión de mate de la tierra, del que tantas veces le habían hablado.

Tejía patrañas o historietas descabelladas, evanescentes, que a nada conducen pero que a él lo transportaban al centro de la Patagonia, del razonamiento, de la cordura, y no mentando la soga en casa del ahorcado, terminaba con los etéreos trasgos que revoloteaban sobre su cabeza acechando cual negros vampiros, aprovechándose de las horas bajas, y viajando por las alturas, cerca del cielo, tan lejos del planeta tierra.
Abel trazaba bosquejos, pintaba situaciones, describía paisajes, elucubrando sobre lo que oteaba desde el asiento, acelerando los motores de la escritura por si el comandante aceleraba más de la cuenta, y lo dejaba tirado y desnudo de ideas en el precioso momento en que las tocaba con los dedos, a pesar de ir bailando un tango.
Ushuaia llamaba a la puerta y no tardaría en entrar en el ángulo de aterrizaje del cuadro de mando, pues se calculaba un tiempo aproximado de 55 minutos. Pero soñaba con algo tan sencillo como no pasar de puntillas por aquellos levíticos y movedizos cúmulos y que no quedasen incólumes los entresijos atmosféricos que traspasaba, desplegando sobre la marcha una banderita o un pañuelo atado a un palo o estaca, e hincarlo en el lomo de los Andes, cual cerro testigo, a fin de que las futuras generaciones o criaturas de otros mundos ignotos que recorrieran aquellos horizontes el día de mañana reconociesen de alguna manera el rastro, aunque no el aroma por los fuertes vientos que azotan la zona, y sería milagroso que quedase algo flotando, como no fuera en todo caso “lo que el viento se llevó”, que se dignara tomar tierra en aquellos parajes por la fuerza de su peso, o los caprichos del destino, y aterrizase en efecto en la tierra de fuego, aunque tuviese que jugar al pilla pilla, al escondite, o pasearse en el trenecito del fin del mundo –que ya inauguraran los pobladores del presidio con la tala en los bosques y el transporte-, y un poco a lo tonto se encaprichase en llegar al final –finis terrae- de la tierra, y ocultarse en la última esquina de la última plazoleta, o en el mismo infierno del mundo, no lejos del faro que lo alumbra.
Y si no que se lo pregunten a los últimos del presidio, o al tétrico Godino, el que arrancaba a mordisco limpio la hermosa fruta del árbol, las tiernas criaturitas y las abría en canal, sin esperar a que se ocultase el sol. Sin más aire ni boca que acudiera a la sanguinaria orgía para pregonarla y festejarla que la suya.
Semejantes desapariciones macabras no concuerdan con lo que allí se cultiva y fomenta. Aquellos ensanches con nombres tan sugerentes y seductores, que invitan al recogimiento, a la inspiración, tales como Santelmo, Recoleta, Puerto Madero, Boca, donde vibra la brisa de la alborada, la vida rosa, la primavera en flor.
En algunas cacerías Godino dejaba a las víctimas semimuertas o semivivas o con la soga al cuello, acaso por el aroma que exhalaban sus cuerpos, como si les oliese la boca o la piel y le produjeran terroríficas alergias o dolores de vientre, no quedándole más opción que huir con lo cosechado, como león amedrentado en el bosque, yendo por “el caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar”… de Boca jadeante, implorando auxilio in extremis, porque se asfixiaba.
Nadie lo perdonó. Una severa y oportuna peste hizo justicia, devolviéndolo al barro, con el que jamás debió de ser moldeado. La madre tierra dio buena cuenta del inmortal angelito.

jueves, 16 de abril de 2009

El papel creador de la palabra






...Paloma ofendida.
Por las peñas te oigo anhelar
Pisando hacia arriba.
Sube, no soy duro,
Paloma perdida.
Juan Ramón Jiménez

ESTABA MUY CONTENTO

ERNEST HEMINGWAY. Novelista estadounidense cuyo estilo se caracteriza por los diálogos nítidos y lacónicos y por la descripción emocional sugerida. Su vida y su obra ejercieron una gran influencia en los escritores estadounidenses de la época. Muchas de sus obras están consideradas como clásicos de la literatura en lengua inglesa. Hemingway nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois, en cuyo instituto estudió. Trabajó como reportero del Kansas City Star, pero a los pocos meses se alistó como voluntario para conducir ambulancias en Italia durante la I Guerra Mundial. Más tarde fue transferido al ejército italiano resultando herido de gravedad. Después de la guerra fue corresponsal del Toronto Star hasta que se marchó a vivir a París, donde los escritores exiliados Ezra Pound y Gertrude Stein le animaron a escribir obras literarias. A partir de 1927 pasó largas temporadas en Key West, Florida, en España y en África. Volvió a España, durante la Guerra Civil, como corresponsal de guerra, cargo que también desempeñó en la II Guerra Mundial. Más tarde fue reportero del primer Ejército de Estados Unidos. Aunque no era soldado, participó en varias batallas. Después de la guerra, Hemingway se estableció en Cuba, cerca de La Habana, y en 1958 en Ketchum, Idaho. Hemingway utilizó sus experiencias de pescador, cazador y aficionado a las corridas de toros en sus obras. Su vida aventurera le llevó varias veces a las puertas de la muerte: en la Guerra Civil española cuando estallaron bombas en la habitación de su hotel, en la II Guerra Mundial al chocar con un taxi durante los apagones de guerra, y en 1954 cuando su avión se estrelló en África. Murió en Ketchum el 2 de julio de 1961, disparándose un tiro con una escopeta. Uno de los escritores más importantes entre las dos guerras mundiales, Hemingway describe en sus primeros libros la vida de dos tipos de personas. Por un lado, hombres y mujeres despojados por la II Guerra Mundial de su fe en los valores morales en los que antes creían, y que viven despreciando todo de forma cínica excepto sus propias necesidades afectivas. Y por otro, hombres de carácter simple y emociones primitivas, como los boxeadores profesionales y los toreros, de los que describe sus valientes y a menudo inútiles batallas contra las circunstancias. Entre sus primeras obras se encuentran los libros de cuentos Tres relatos y diez poemas (1923), su primer libro En nuestro tiempo (1924), relatos que reflejan su juventud, Hombres sin mujeres (1927), libro que incluía el cuento 'Los asesinos', notable por su descripción de una muerte inminente, y El que gana no se lleva nada (1933), libro de relatos en los que describe las desgracias de los europeos. La novela que le dio la fama, Fiesta (1926), narra la historia de un grupo de estadounidenses y británicos que vagan sin rumbo fijo por Francia y España, miembros de la llamada generación perdida del periodo posterior a la I Guerra Mundial. En 1929 publicó su segunda novela importante, Adiós a las armas, conmovedora historia de un amor entre un oficial estadounidense del servicio de ambulancias y una enfermera inglesa que se desarrolla en Italia durante la guerra. Siguieron Muerte en la tarde (1932), artículos sobre corridas de toros, y Las verdes colinas de Africa (1935), escritos sobre caza mayor. Hemingway había explorado temas como la impotencia y el fracaso, pero al final de la década de 1930 empezó a poner de manifiesto su preocupación por los problemas sociales. Tanto su novela Tener y no tener (1937) como su obra de teatro La quinta columna, publicada en La quinta columna y los primeros cincuenta y nueve relatos (1938), condenan duramente las injusticias políticas y económicas. Dos de sus mejores cuentos, 'La vida feliz de Francis Macomber' y 'Las nieves del Kilimanjaro', forman parte de este último libro. En la novela Por quién doblan las campanas (1940), basada en su experiencia durante la Guerra Civil española, intenta demostrar que la pérdida de libertad en cualquier parte del mundo es señal de que la libertad se encuentra en peligro en todas partes. Por el número de ejemplares vendidos, esta novela fue su obra de más éxito. Durante la década siguiente, sus únicos trabajos literarios fueron Hombres en guerra (1942), que él editó, y la novela Al otro lado del río y entre los árboles (1950). En 1952 Hemingway publicó El viejo y el mar, una novela corta, convincente y heroica sobre un viejo pescador cubano, por la que ganó el Premio Pulitzer de Literatura en 1953. En 1954 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura. Su última obra publicada en vida fue Poemas completos (1960). Los libros que se publicaron póstumamente incluyen París era una fiesta (1964), un relato de sus primeros años en París y España, Enviado especial (1967), que reúne sus artículos y reportajes periodísticos, Primeros artículos (1970), la novela del mar Islas en el golfo (1970) y la inacabada El jardín del Edén (1986).
Paseemos hoy un ratito en barca, o nadando, o buceando por El río de los dos corazones de EH, disfrutando de sus vivificantes y creativas aguas:

“El tren se perdió de vista tras una de las colinas. Nick se sentó en la mochila con la loina y ropa de cama que el encargado del vagón de equipajes había lanzado por la portezuela. No encontró ni una casa. Nada. Nada más que los rieles y la comarca arrasada por el fuego. No habían quedado rastros de las trece cantinas que ocuparan la única calle de Seney. Sólo se veían los cimientos del ex-Hotel, con la piedra desmenuzada en parte por el incendio. Incluso la superficie estaba desvastada.
Paseó sus ojos por la ladera, buscando las dispersas casas del pueblo que ya no existía, y al comprobarlo bajó por los rieles hasta el puente que cruzaba el río. Permaneció absorto en la contemplación del agua límpida coloreada por los guijarros del fondo. Observó los remolinos formados junto a los pilotes de madera y las truchas que se mantenían firmes en la corriente agitando las aletas. Cambiaban de posición con bruscos movimientos angulares, para volver enseguida a su inmovilidad anterior. Se quedó mirándolas largo rato.
Las numerosas truchas que soportaban la presión de la corriente aparecían algo deformadas a través de la superficie convexa y cristalina recorrida por las suaves ondulaciones que provocaba la resistencia de los pilotes del puente. Al principio no las distinguió porque estaban en el fondo, pero luego pudo divisarlas sobre los guijarros, en la variable niebla de piedras y arena que los vaivenes de la corriente arrojaban en chorros.
¡Por fin lograba ver truchas después de mucho tiempo! Hacía bastante calor. Un martín pescador voló muy cerca del agua. Mientras su imagen se proyectaba sobre la superficie, una trucha enorme saltó describiendo un amplio ángulo y al acercarse a la superficie perdió la sombra que había revelado su movimiento. Los rayos del sol la hicieron bajar otra vez; su imagen pareció sobrenadar por encima del agua sin ofrecer ninguna resistencia hasta que llegó a su refugio, bajo el puente, y se detuvo firmemente, aguantando los embates de la corriente.
Frente al panorama de las truchas que se debatían, los bancos de arena y los grandes cantos rodados que ocupaban el río hasta la profundidad abismal del pie del peñasco, Nick experimentó de nuevo la vieja sensación de bienestar.
Regresó donde había dejado la mochila, en un montón de ceniza, junto a los rieles. Estaba contento. Apretó el bulto con las correas y se lo echó al hombro, pasando los brazos por las cintas delanteras. Agachó la cabeza todo lo que pudo para aliviar el esfuerzo de los hombros, pero no logró disminuir el peso. Era demasiado. Tomó por el camino que corría paralelo a las vías del ferrocarril, llevando la caja de cañas de pescar en una mano. Se inclinó hacia delante para que el peso de la mochila descansara en la parte superior de su espalda y se alejó del pueblo incendiado. Hacía mucho calor. Dobló por una colina rodeada de dos alturas también devastadas y llegó al camino que conducía al campo, notando más intensamente el calor que le provocaba la presión de la pesada mochila. El camino ascendía rectamente. Resultaba muy difícil ir cuesta arrriba. Le dolían los músculos. Era un día caluroso, pero Nick estaba muy contento. Y era que por aquel camino se alejaba de la necesidad de pensar, de la de escribir y de otras. Todo quedó atrás.
Las cosas habían cambiado mucho”…

PROPUESTA DE TRABAJO. Continuar la historia de EH…

jueves, 9 de abril de 2009

Prórroga




Huida en algo hacia alguna parte
Sólo juntos,
O que hiciera una de las suyas el azar
Y tan contentos.
Disponer de todo el tiempo
Del mundo para perdernos
Y sentarnos juntos.
Y por qué jamás antes
No se te ocurrió tal cosa,
Como casi
Sentirnos felices.
Tener todo el tiempo
Para envasarlo en un frasco,
Y una vez dentro, repartirlo
A su medida.
El tiempo justo de un beso
Para, por poseerlo,
Parar el cruento cuento
Del día a día
Y, pasando del tiempo,
Abrazarnos bravía o suavemente.

El papel creador de la palabra




“Y el espejo ese apático supone
Que uno está solo sólo porque rumia,
En cambio una mujer cuando nos mira sabe
Que uno nunca está solo aunque lo crea.
¡Ah! por eso, hijos míos, si debéis elegir
Entre una muchacha y un espejo
Elegid la muchacha”. Mario Benedetti

DESPIERTOS NECESITAMOS QUE NOS TOQUEN Y HABLEN.

JOHN UPDIKE. Aspectos más notables de su vida.
Nació en Pennsylvania, Estados Unidos (1932). Estudió en la Universidad de Harvard.. Fue editor de la publicación cómica Harvard Lampoon mientras estudiaba allí, graduándose en 1954 en literatura inglesa. Se pasó un año estudiando en la universidad de Oxford. Regresó a los Estados Unidos en 1955 al aceptar un trabajo como colaborador en la revista The New Yorker. Lo que retrata JU en sus obras es la vida cotidiana de los barrios de las afueras de las ciudades americanas. Muchos de sus escritos, poemas, relatos y ensayos se fueron publicando en la revista The New Yorker. Inició su carrera literaria como poeta. Su primera publicación fue el poemario La gallina de la carpintería en 1958, Ha publicado numerosos relatos entre los que se encuentran El libro de Bech (1970), un conjunto de historias que tienen como nexo de unión la figura de un escritor; Confía en mí (1987), y Lo que queda por vivir (1994), una antología de relatos protagonizados por personas mayores en los que su habitual estilo sardónico le sirve para verificar los peligros de intentar recobrar el tiempo perdido. Su hondura como crítico literario se demuestra en la colección de ensayos, titulada Alcanzando la orilla (1983). En 2002 publicó Sueños de golf, donde el autor reunió varios textos relacionados con este deporte.
Luego publicó El centauro, transformando el centauro mitológico griego Quirón en un maestro de escuela de su ciudad, y plasmó en su trama datos biográficos, como la relación que tuvo con el padre, que era profesor; En torno a la granja (1965); Parejas (1968), donde describe la situación de un conjunto de matrimonios de las afueras de una ciudad de Estados Unidos en la década de los 60; Golpe de estado (1978), Las brujas de Eastwick, Brasil, La belleza de los lirios, Gertrudis y Claudio, Busca mi rostro, y Terrorista.
Dentro de su producción novelística destacan las tituladas “Conejo”, como Corre, Conejo, El regreso de Conejo, Conejo es rico, Conejo en paz, Conejo en el recuerdo y otras historias.

Escritor de novelas, relatos, poesía y ensayo. Destaca por su cuidada prosa, que le sirve para explorar las tensiones más ocultas de la clase media norteamericana. Sus personajes se hallan inmersos con frecuencia en crisis relacionadas con sus obligaciones familiares, con infidelidades conyugales o con el asunto religioso.
Hoy nos acercamos a la agudeza y aire fresco de JU a través de su obra Parejas (1968), donde presenta un retablo de las costumbres y avatares de la sociedad donde se mueve y vive, situando la historia en la década de los sesenta.
Terreno peligroso.
“Así como dormidos necesitamos soñar, despiertos necesitamos tocar y hablar, que nos toquen y que nos hablen.
-¿Foxy?
-¿Qué, Piet?
Sus simples nombres poseían una magia, la magia de una caricia que busca ese algo monstruoso y tierno en los genitales del otro.
-¿Piensas que hacemos mal?
-¿Mail? El conepto parecía nadar hacia ella desde otro cosmos de consideraciones. No sé. No creo.
¡Qué buena eres!
-¿Por no creerlo?
-Sí, sí, sí. Sí. Nunca lo pienses, Hazlo por mí. Oye. Anoche soñé contigo. Nunca me había ocurrido. Es curioso, la gente con la que uno sueña. Se trata de un club con las reglas más estúpidas del mundo. Siempre sueño con Freddy Thorne, un tipo al que no aguanto.
-¿Qué hacía yo en tu sueño? ¿Era erótica?
Muy casta. Transcurría en unos almacenes, con una enorme claraboya en el techo. Tú eras una vendedora. Me detuve ante tu mostrador, sin saber qué quería.
-¿Soy una vendedora? Ella tenía un tono de provocación belicosa, de desahogo de un orgullo susceptible. ¿Y qué supones que vendo?
-No era para nada esa atmósfera. Estabas muy remilgada, distante, reservada, tal como sueles ser; aunque yo no podía decir nada, te inclinaste detrás del mostrador, fuera de la vista, como si buscaras algo, y desperté con una terrible erección.
Aquel verano, a veces insomne, echado en la cama junto a Ángela dormida, Piet levantaba la mano y estudiaba su forma impresa en negro sobre la ventana de cristales azul claro enmarcada por parteluces cruciformes. Su mano parecía sobresalir del agua en el instante anterior al hundimiento definitivo. La respiración lenta y tranquila de Ángela daba la impresión de una marea en la superficie de las profundidades en las que él se hundiría. Echaba de menos los chirridos, como destellos luminosos, de la rueda del hámster. Se había mostrado tímido y circunspecto con Foxy, un contratado para trabajar en su casa, y no tenía la menor intención de desearla. Pero ella había recorrido con él el nuevo diseño de esa vieja ruina, de fuera adentro, detalle a detalle, con un entusiasmo alegre y coqueto que extrañamente lo había fusionado con la madera desnuda, donde ella la tocaba.
-Aquí podría haber estantes.
O armarios.
-¿No te gustan más las estanterías abiertas? Las puertas resultan demasiado represoras. Además, siempre terminan atascándose o cerrando mal.
-Ahora fabrican unos cierres magnéticos que son infalibles. Los estantes a la vista son una tentación. Tienes un gato, tendrás hijos. Necesitas espacios que puedas cerrar. Cuento con dos viejos ebanistas de acabados cuyos armarios resultan preciosos.
-¿Acaso son escandinavos y por eso trabajan tan bien la madera?
-Nada de eso. Sus apellidos son Adams y Comeau.
-Y tú quieres mantenerlos bien provistos de trabajo.
Piet se desconcertó; esta mujer que se movía de un lado a otro por su antigua cocina, con su ondulante vestido de maternidad, parecía más ligera que otras, más rápida en explorarlo, como si él apareciese ante sus ojos no como él mismo sino como otro a quien ella conociera bien en otros tiempos, y hacia el cual todavía sintiera alguna emoción”.

PROPUESTA DE TRABAJO CREATIVO: continuar la historia de JU.