martes, 13 de abril de 2010

Volverá para quedarse


Recuerdo aquel amigo, llamado Juan, que me gustaba muchísimo.
Era muy moreno, con el pelo largo y los ojos azules.
Él tenía 20 años y yo 18.
Cuando le veía, se apoderaba de mi una emoción y atracción hacía él, que me ponía la carne de gallina.
Vivíamos en el mismo barrio y militábamos en el mismo partido, pero las circunstancias nos obligaron a separarnos.
Él se casó con una mujer llamada Elena. Tuvo dos hijos y yo me casé con otro.
Después de estos avatares pasé una época muy jodida. No me salían las cuentas, el trabajo me falló y pasé a engrosar las filas del paro. En mi casa tenía problemas con la familia, no los soportaba porque mi carácter es el de una persona independiente, que no le gusta que le fiscalicen sus actos y quería vivir a mi aire, sin tener que darle cuentas a nadie de cuanto hacía. Por ello la cosa no funcionaba y tuve que desplazarme a otra ciudad en busca de trabajo huyendo del infierno que tenía de continuo con la familia.
Allí conocí a Alberto y fue como un flechazo, tan pronto contacté con él nos enamoramos y formamos pareja; nos iba divinamente. Encontré un trabajo de ayudante en unos grandes almacenes logrando en parte tranquilizar mi vida y realizarme como persona.
Algunas veces me venía a la cabeza la imagen de Juan, tan guapo, con su bigote tan cuidado y el pelo largo, de lo ojos no quería ni oír hablar porque cada vez que los clavaba en mí me asesinaban, pero gracias a dios y en buena hora lo diga, creo que ya no siento nada por él, aunque piensen que lo digo con la boca chica, porque entes sí era cierto el salpullido que me brotaba en los labios y la mejilla que pasaba una terrible vergüenza cada vez que iba a la tienda a comprar o salía con las amigas en una noche loca. Todo ha pasado a la historia, a mejor vida, me siento una mujer nueva, sin aquellos prejuicios que no me dejaban vivir, ni apenas pisar la puerta de la calle, pues me entraba algo raro, era como si hubiese cometido el mayor de los atentados, pero ya me encuentro a salvo, inmune a tanta inmundicia.
En cambio a los hijos de Juan los adoro, veo el mundo por sus pupilas, no sé qué me pasa, como si hubiese hecho el amor con él en secreto y los hubiera criado al cobijo de mi vientre; siempre que me acuerdo de tal fenómeno no sé cómo explicarlo, resulta increíble, cuando nunca tuvimos ni un pequeño desliz ni tan siquiera un leve roce con las ansias que albergábamos de lanzarnos a la piscina y nadar por entre las burbujas de las aguas, figúrate, y lo digo con todo el dolor de mi alma, con la miel de la amargura en la boca, de lo contrario no me importaría que se enterase todo el mundo, y se me secase la garganta por mentirosa o me cayeran las mayores penas del todo justiciero; es la pura verdad, mas sí suspiro por los hijos, les tengo un cariño fuera de lo común hasta el punto que sueño a menudo con ellos, y me encienden el ánimo, me reconforta sobremanera el hecho en sí, por eso de vez en cuando hago las gestiones para informarme de las correrías y travesuras, porque los llevo dentro de mí; en la actualidad los pobrecitos están casados y con hijos, ya que el tiempo no se detiene, y aunque parezca inverosímil fue ayer como quien dice cuando veía con frecuencia a Juan, así es como lo siento, pero en realidad ya ha llovido mucho, tanto que ya se va nublando en el horizonte desligándose de de mis fantasías.
Jamás intentaré arrepentirme del pasado, o recordar lo que no está en los escritos, lo expreso tal cual, que tampoco hay que ser tan timorata para semejantes asuntos y ahogar en un breve vaso de agua los fuertes sentimientos de los que paulatinamente nos vamos esculpiendo en la lucha diaria, porque si tú sientes algo por una persona lo más sano es que lo eches fuera y te explayes quedándote limpia de gusarapos, desnuda como tu madre te parió, comunicando a los demás lo que verdaderamente conforma tu minúsculo mundo, y no irte al otro barrio con el sangrante secreto, paseando la frustración aislada de ti misma.
Pero doy gracias a dios porque las campanas repican en mi interior, aunque no quiero extralimitarme ya que el futuro es incierto y nunca se sabe lo que puede suceder, pero desde que vivo con Alberto me ha inundado la primavera en que vivo de dulces néctares y no me puedo quejar, tanto es así que él reza en mis pensares como el sol que me alumbra, aunque no esté bien que lo diga, pero mis satisfacciones resplandecen como los chorros del oro.
Alberto es la persona que me sacó de la cloaca en que moraba, de suerte que hemos creado un ambiente de felicidad que se expande por nuestro alrededor como el perfume de las flores, y a buen seguro que no pocos lo desearían para sí. Tuve bastante suerte, pero a partir de ahora no me agradaría seguir hablando de mis batallitas, aunque las circunstancias mandan.
La ciudad en la que vivo tiene todas las comodidades, no le falta de nada y los fines de semana nos desplazamos al campo, al aire libre, disfrutando de la naturaleza con nuestros retoños, que se lo pasan ricamente brincando y revolcándose por las verdes praderas y que tanta alegría nos brindan al contemplarlos tan contentos gozando de las cabriolas que llevan a cabo, de los inoportunos arañazos con las zarzas, todo encuadrado en bellos episodios de auténticos pimpollos.
Últimamente hemos hablado a cerca de nuestro futuro y hemos llegado a la conclusión de ser previsores y preparar un plan de jubilaciones, porque el futuro nos lo pintan tan raro que es necesario ir sembrando para recoger el día de mañana y no vernos en la miseria, sin poder vivir una vejez placentera y digna cubriendo nuestras necesidades.
Haciendo memoria de mi época dorada con Juan, recuerdo el dicho popular, “cuando una puerta se cierra otra se abre”, y eso fue en realidad lo que acaeció, y puedo referirlo al comentar el cambio que se verificó en mi vida con la pérdida de Juan y mi posterior soledad, que tanto eché en falta en esos momentos de los años de mocedad, en que era para mí el sustento cotidiano sólo con cruzarnos por las esquinas, pero pronto se abrió otra puerta por la que entró en bandeja el remedio a mis males, a mis tristes conflictos volviendo el astro rey a proyectar sus rayos sobre mi tejado desconyuntando las tinieblas de aquel maldito invierno.
No obstante reitero que lo que no podré olvidar nunca son los hijos de Juan, me recreo en ellos constantemente, y en mis cortas luces deduzco que en parte me pertenecen, lo digo con un nudo en la garganta, acaso por el instinto de madre, y no me importaría ayudarles en lo que buenamente pueda mientras viva. Parece que estos niños, que ya son hombres, forman parte de mi patrimonio, como si los hubiese parido y amamantado, tales son las sensaciones que me salpican, que si no lo digo reviento, aunque con su padre no guarde ningún contacto, ya que todo acabó hace varias décadas.
Sin embargo no puedo pasar por alto a mis padres, porque debo admitir que estoy en deuda con ellos, y me veo atrapada en su seno, sobre todo cuando rememoro la infancia, pues me estremezco en demasía, me cuesta trabajo disimularlo por mil razones y a pesar de las muchas vueltas que dé el mundo.
Y al cabo del tiempo estoy decidida a regresar a casa de mis padres; en primer lugar me gustaría realizar un pequeño escarceo para otear el terreno por lo que pudiese ocurrir, porque abandoné la familia de mala manera, como un hijo pródigo, y eso genera rencor y no se puede olvidar tan fácilmente ni lo mal que lo pasarían todos, aunque no descarto quedarme durante una larga temporada o indefinidamente una vez que nos jubilemos, puesto que la casa es amplia, soleada y creo que no habrá problemas para acomodarnos, y de camino ir limpiando poquito a poco las telarañas que aún queden flotando en el ambiente desde mi fuga, esperando que el tiempo haya curado las heridas, y así vivir en paz y felices el resto de los días con toda la familia.
Llegados a este punto, tal vez murmuren mis padres con cierto recomello y toda la rabia del mundo, ya tan viejecitos, al ver entrar a toda la patulea por la puerta exclamando ¿“no volverán para quedarse”?, ¡válgame dios! ¡Qué mal habremos hecho!

No hay comentarios: