miércoles, 23 de junio de 2010

El gusto



Los suspiros que últimamente exhalaba Luis al menor descuido le delataban como una persona distinta. Quería saborear nuevos bocados, otras caricias, exquisitos helados italianos ricos en sabores. Algo se cocía en su mente. Las actitudes sugerían unas perspectivas innovadoras y atrevidas utilizando inusuales prendas de vestir con agujeros y múltiples ochos que nunca había sido capaz de ponerse dejando a amigos y familiares estupefactos.
Se preguntaban extrañados por sus raíces. En esos momentos desconocían los gérmenes que se habían incrustado en sus células con tanta pujanza que lo arrollaban sembrando en su hábitat raras semillas que producían exóticos frutos que hasta la fecha había minusvalorado y no cuadraban en su puzzle.
Evocaba de vez en cuando los secretos que lo bombardearon en los años de infancia y adolescencia y que aún recordaba con interés queriendo desentrañar los misterios de la vida, los cimientos de la naturaleza, la sexualidad o aquellas frases que pronunciaban los adultos, los malentendidos con otros de su edad, los contratiempos advenedizos con los que participaba en el juego en su barrio que le doblaban la edad y se quedaba casi siempre en la duda, sin poder aclarar tantos subterfugios, tantos ocultamientos.
Hubo una época en que se interrogaba por qué la gente se moría, por qué no entendía el comportamiento de los mayores, por qué los niños tardaban tantos meses en nacer, o cuánto tiempo tendría que transcurrir para aprehender las esencias de los acontecimientos que sucedían en su entorno.
En el fuero interno mantenía una agria pugna consigo mismo pensando que eso le ocurría por ser distinto a los demás, y recibía como recompensa el ser tratado como un intruso a quien había que fulminar por ser un fastidio para la buena marcha de la sociedad, y en consecuencia se le negaban los más elementales derechos de las demás personas, o bien que había venido a este mundo por error, por la horrorosa puerta de atrás contraviniendo la voluntad de los progenitores, motivo indiscutible por el cual nadie apostaba por él, y por consiguiente era merecedor de ese galardón, negándole el pan y la sal, los pilares de la existencia.
Atisbaba soterradamente que no acababa de descubrir un lugar ameno en este mundo, concluyendo que su supervivencia iba de mal en peor hasta el punto que poco a poco se fue impregnando de una tersa negritud donde estaba sin estar, inmerso en episodios en los que se veía comprometido sin querer y de donde parecía que la tribu urbana le quería expulsar volviéndole la espalda, lanzándole una cascada de despropósitos, levantando fríos muros a fin de que la criatura no creciera impidiendo que desarrollara un mínimo andamiaje, el tronco que le ayudase a nutrirse, a desvelar los secretos que se cernían sobre su cabeza con persistencia.
En la escuela casi todo lo concebía muy lejano, ajeno, como los mismos territorios y ríos que representaban los mapas colgados en la pared por el maestro, que los iba señalando con la regla y que él se imaginaba que era un juego imaginario de rayas, manchas de distintos colores que habían pintado en una cartulina para distraer y entretener a los niños en el colegio,y lo mismo que en los juegos unos ganan y otros pierden, o acaso recibía un reglazo en la palma de la mano o en el trasero si no era enviado finalmente a un rincón por no acertar el secreto del juego que allí se estaba realizando.
Lo que no sabía el maestro era que ese alumno tenía en su mente tantos secretos y pensamientos furtivos que lo asfixiaban y no podía seguir las instrucciones del juego que se estaba ejecutando ensimismado como estaba en hallarse a sí mismo y desplegar velas intentando arribar a buen puerto, lleno de luz, donde le descorrieran el velo de la ignorancia y gozar de las historias a plena luz del día sintiéndose tranquilo, con la satisfacción de haber despejado en buena medida parte del oscuro mundo que lo envolvía.
Así transcurrían los inviernos y veranos hasta que llegó el momento en que no podía disimular por más tiempo aquellos trechos inescrutables que guardaba en secreto. El amor que sentía por Nani casi sin pretenderlo le hizo una persona atractiva, nueva, sugerente palpándose en la distancia.
Nunca hasta entonces se había mostrado tan exquisito y galante con las mujeres, vistiendo corbata de seda y pañuelo al cuello haciendo juego y un moderno peinado de cresta que le atenuaba la prominencia de la puntiaguda nariz exaltando las dotes de ser inteligente y amable, sobre todo cuando se recreaba en presencia de su amada; era digno el comportamiento cuidando hasta el mínimo detalle las miradas y carantoñas con que la obsequiaba, parecían escenas robadas de películas inmortales; y no hablemos de sus sutilezas y aplicaciones, llamaba poderosamente la atención el que no diese ni un paso sin ella a su lado, quién le ha visto y quién le ve, pensaban los suyos, como ir a la librería, a la playa, de compras, a la cafetería o a cualquier evento cultural; siempre se movía al son que ella le marcaba. Todos se quedaron atónitos al descubrir el cambio tan grande que había experimentado.
La cosa no tiene vuelta de hoja, son los insondables caminos del amor y sobre gustos no hay nada escrito.

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