sábado, 12 de junio de 2010

Ausencia




Los días pasaban y no le llegaban noticias de su destino. ¿Estaría viva? ¿Se habría ido con otro? ¿Habría sido víctima de algún rapto? ¿Se habría arrojado al mar por un acantilado totalmente ida?
No alcanzaba a atisbar la fórmula que le aclarase tantos misterios en su cabeza en tan poco tiempo.
Para ello se propuso recorrer los parajes más recónditos, los lugares más diversos buscando pistas que le arrojasen alguna leve sospecha del paradero; otras veces se dejaba llevar por la melancolía, por una llamada anónima, o por meras intuiciones cuyos vientos le arrastraban sin darse cuenta como en la selva a la fiera la presa.
Estaba dispuesto a cualquier cosa por tener alguna luz, incluso a dar la vida por ella si fuese menester, aunque puso todo su conocimiento en esa dirección sin renunciar a nada con tal de conseguir que volviese a la morada sana y salva.
En las noches de pesado invierno meditaba profundamente como un monje en el convento analizando de forma meticulosa todos los pasos que había dado en las últimas fechas a fin de que le alumbrasen en el túnel en que se hallaba inmerso. Caminaba torpemente, a rastras por los campos más insospechados y no podía romper el silencio del muro que le atenazaba sin descanso noche y día.
Algunas veces intentaba atrapar a la luna, que se colaba furtivamente en su aposento, con el propósito de arrancarle los secretos más íntimos, sobre todo cuando los rayos lo acariciaban tiernamente queriendo adueñarse de la energía y el calor que le brindaban, porfiando con ellos para que no lo abandonasen y de camino sonsacarle algunos datos ocultos sobre el refugio donde ella se guarecía.
Quería abrir una puerta a la esperanza, ver el mundo de otra manera más positiva, y antes que nada estar a su lado ya, sin más demora, y escuchar su melodiosa voz tan cruelmente apagada, abrazándola en el silencio con todo el amor de que fuera capaz, como antes cuando la alegre primavera se mecía entre sus brazos, y se deslizaba por sus dulces ojos, abiertos de par en par al cariño del otro.
Sin embargo la áspera ausencia fue tomando cuerpo en mitad del precario sendero, acentuada por momentos y no encontraba los resortes con que vislumbrar leves pesquisas, aunque fuese un espejismo o una brizna de la efigie en el enmarañado horizonte.
Illa fugit, se decía desconsolado, y no sabía ni cómo ni adónde, si se fugó a una isla desierta con lo puesto o fue devorada por la vorágine de la insensatez humana.

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