domingo, 21 de octubre de 2012

La fénix



   No se sabía casi nada acerca de aquella civilización ya desde los tiempos más tempranos, ni se calibraba con creíble garantía en los cenáculos más preclaros si existiría acaso hacía más de tres mil años o más o tal vez quinientos, dándose por perdidas sus más puras esencias o evaporadas como por arte de magia, habiendo transcurrido a la sazón en época hostil, en unas gélidas calendas, donde la huérfana humanidad vislumbraba los faldones de un amanecer histórico, de vivencias compartidas en un acopio pictórico de escenas sentidas hasta la médula, y arraigadas en las rocas y en sus propias convicciones. Se iniciaba un nuevo renacer, mostrándose bastante entusiasmada, desempolvándose las cenizas del rescoldo del fuego, apostando por la caza, sin perder de vista la pesca fluvial, que pese a las adversidades advenedizas, mal que bien, se iba manteniendo a flote.
   Se plasmaban las escenas cotidianas preferidas, las que destilaban las filias, en las hurañas paredes de las cavernas, en papiros o en troncos arbóreos. No obstante, en su mundo existía un dañino cieno que se expandía alegremente en ligeros hilillos, y se dirigía al mayor de los abismos, a la inanidad, de suerte que nadie daba un centavo no solo por la restauración de aquel desaparecido y creador universo, tan íntimo, colmado de inmensos parabienes, de ignotos filodendros en flor o estrafalarios pensamientos, sino del resto de los viajeros que pululaban por aquellas vírgenes márgenes, acantilados o umbrías del Parnaso, donde se cocía a fuego lento el verbo, la palabra.
   Y he aquí que de la noche a la mañana, contra viento y marea, ha resurgido de las cenizas y de sus incrédulas entrañas una nuevo espejo donde mirarse, y posar el pulmón de la pleamar de los sentimientos, un feraz retorno de insaciables gritos de la otra orilla del río de la vida, con una leve levadura de inconmensurables proporciones, y todo ello conjuntamente en busca del tiempo perdido, de la veracidad contrastada, con el exquisito aliño de unos ricos espárragos y de esperanza tertuliana, en un refrescante y sugestivo alumbramiento de Fénix, sin aflojar en ningún momento las riendas, que los más sagrados juramentos son paja para el fuego que arde en la sangre.



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