sábado, 1 de diciembre de 2012

Olor






                                                                      

   El tufo trituraba la noche, la radiante noche que se había presentado casi virgen se fue agriando, tornando turbia y pegajosa por los manotazos con los que golpeaba como un chicle el inoportuno humo, que trasportaba fuertes olores de alcohol, de forma que el habitáculo se hacía cada vez más irrespirable. Menos mal que las esencias del jardín próximo, gracias a la sacudida del viento que por estas calendas de noviembre se suelta el pelo y sopla como un loco, fueron sepultando poco a poco la negra película de humo perfilada en el recinto, juntamente con las caricias de unos jazmines que jadeaban un tanto rabiosos en el patio contiguo donde nos ubicábamos en esos momentos.
   Sin embargo el repentino aliento de un visitante que por error se había inmiscuido en nuestro espacio, vino a amargarle las alegres horas a los primorosos jazmines, rompiendo el agradable rato que disfrutábamos.
    Al poco una moto de las de antigua usanza, con el tubo de escape descuajeringado, que atravesaba la calle rugiendo como un fiero león, fue pintarrajeando el ambiente de una petrolífera fragancia, que evocaba los múltiples yacimientos de que gozan los países ricos en oro negro.
   Salimos, al cabo de un tiempo, a desentumecernos y estirar las piernas por los alrededores, aprovechando la buena temperatura, con tan buena fortuna que nos topamos con unas dulces madreselvas que retozaban a sus anchas por aquellos lares.
   Entre tanta mescolanza de olores y réplicas olfativas, ya no se distinguía el ardiente helor del frío y el oloroso sabor del helado de vainilla, con su aroma tan sui géneris, que llegaba incluso a confundirse con la odorífera sustancia del pegamento, que se había infiltrado por entre las rendijas de las carcajadas en las que prorrumpimos por mor de la catarata de órdagos, brindis y hurras en pro de las esencias y fragancias y olores y aromas y efluvios balsámicos, hasta que la noche ya cerrada bajó la persiana y de una chupada los inhaló todos formando una límpida pirámide o un ensimismado rascacielos de efervescencias nunca percibidas.       

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