viernes, 1 de marzo de 2013

El cepo





                                                        

   Los amigos de los animales pondrán el grito en el cielo, al llegar a sus oídos el allanamiento de morada o la usurpación de sus legítimos derechos por parte de las Instituciones, sin ningún recato o alegato que lo justifique, siendo a todas luces una apropiación indebida, una actividad un tanto clandestina, al ser exclusiva de los animales salvajes, que habitan en sus guaridas en la espesura de los bosques.
   Hasta ahí podíamos llegar, exclamarán los enfurecidos dolientes, al confundir churros con merinas o huesos de santo con pimientos de padrón, comprendiendo en parte la razonable operación llevada a cabo contra los exaltados humos y la inminente peligrosidad en determinadas calendas de los osados animales, que a causa de la furibunda proliferación por páramos, majadas u oteros, los responsables del ramo, curándose en salud, aplican a rajatabla los consabidos cánones, al verificarse en sus vestigios carnívoros bárbaros desmanes y estropicios sin cuento en multitud de reses, las mansas ovejitas, que se quedan rezagadas por la fatiga, lejos del rebaño, pastando  por el monte, o los rudos azotes a los corrales de gallinas en zonas rurales.
    No obstante se alargan las oscuras sombras sobre los engranajes que engarzan estos hechos con las intervenciones de los agentes del orden encargados de tales empresas, puesto que no se sabe a ciencia cierta si se han extralimitado en sus funciones, al no cerciorarse como dios manda de tal vez ocultos subterfugios o maquiavélicas maniobras para acabar no ya con la vida de los seres vivos, sino incluso con los mismos humanos, sobrepasando la línea roja, al transitar por los más sospechosas fronteras, acometidas dignas de las mayores reservas y sospechas, se diría que del mundo del crimen, no mostrando ningún miramiento o respeto por las leyes vigentes.
   Hay que reconocer que los seres humanos poseen partes alícuotas de animaloide y de humanoide, de modo que no se mantendría en pie el sibilino desarrollo de sus planes pergeñados según su punto de vista a la perfección, al cien por cien de credibilidad; sin embargo ello no quiere decir que nadie, y menos las autoridades al uso, se arroguen la caprichosa facultad de utilizar unos instrumentos que denominan modernos, pero que hoy día son obsoletos, los cepos de toda la vida, no ya para frenar los desvaríos de algún desbrujulado tigre, pantera o aventurero zorro que zorree por calles o plazas urbanas, plantándose ante las puertas de las casas de vecinos, en mitad del bullicio, cruzando por delante de la gente, paseándose como pedro por su casa, y a renglón seguido los arúspices y gendarmería se suelten el pelo y se salten a la torera las perspectivas del mundo de los vivos, las inquietudes de las propias personas, montando trampas inhumanas por doquier, donde menos te lo esperas, algunos casos de verdadero órdago, ya que no se perciben muy bien los fines de tales campañas, si buscan disminuir el paro con una boca menos, los usuarios de la seguridad social, o tapar agujeros o bocas o quizá para mitigar la indiferencia o los votos en blanco en el cómputo electoral, ocultando sus miserias y plagiando a los cazadores furtivos, que trotan a sus anchas por dehesas y territorios prohibidos.
   La presencia de contrabandistas y malhechores ejecutando actos vandálicos y extraños los ha habido siempre, pero que la fachenda gubernamental se enfangue en los cascos antiguos reconocidos por la UNESCO como patrimonio de la Humanidad o en el escueto recinto de las ciudades es más difícil de digerir, confundiendo el bosque con los bolardos y arquetas que cubren el alcantarillado, los darros y el cableado subterráneo con el fin –reza el eslogan- de proteger a los transeúntes, a las personas sencillas de males mayores, de raras contaminaciones, de intrusos roedores que corretean jocosos por calles y bulevares, tomando la ciudad a sangre y fuego, pues si bien se mira no son en modo alguno descabellados dichos planes, disimulando dentro de lo posible los áridos parques y avenidas urbanos insertando un verdor aparente e inusitado de praderas de los campos en los contornos de la ciudad, algo totalmente plausible, aunque mueva a risa o roce la incongruencia a veces, en un frívolo alarde de pintar la vida de color rosa, de límpidos y seguros senderos, pero en el fondo de muerte segura.
   Mas por lo visto la ocasión la pintan calva, y gota a gota, hilo a hilo, a la chita callando, subiendo y bajando el telón, haciendo mutis por el foro o pasándoselo por el forro todas las directrices protocolarias, tal vez creyendo los eximios gobernantes que, como la paloma, iban para el norte –el bosque-, cuando iban para el sur –la ciudad-, y en semejante desconcierto van sembrando el campo de la inocente población de sobresaltos, de tumbas encubiertas, de bombas sin estallar, de trucos amañados, que vigilan noche y día al peatón accidental, ajeno a tan macabros menesteres y viles intenciones, mientras sigue las pautas del doctor, cumpliendo con sus contrastados consejos, que insta a andar por el camino del mantenimiento, a pasear con sosiego a diario, porque quien mueve las piernas mueve el corazón, las pulsiones del sístole y diástole, y de esa guisa vivir largos y lustrosos lustros plenos de lozanía, lucidez y buenandanza, ahorrando al erario público innumerables millonadas al no tener que reparar fachadas, columnas, u otros miembros atrofiados por el anquilosamiento o la falta de entusiasmo del espíritu.
   Y siguiendo la sana y metódica hoja de ruta, el incauto peatón accidental pateaba confiado las aceras y sendas con vigoroso mimo, consciente de que obedecía la letra chica del decálogo, las normas prescritas por el galeno y el Ministerio de salud pública y consumo, anhelando figurar en el cielo de los elegidos, entrando en el libro Guiness de los récords con la ya célebre frase, “Mens sana in corpore sano”.
   Nunca pasó por su cabeza que se llevaría a cabo tan nefasta gesta en sus propios horizontes y carnes, pues según paseaba y pisaba con toda franqueza la redondez de la tierra y solidez del itinerario, de buena a primeras, en un plis plas, se abre la boca del lobo de caperucita, el justiciero Caronte, se desprende la mítica tapadera y se columpia en la cuerda floja del circo entre los tubos de cavernas infernales, tierra trágame, farfulla, al tragarse aquel boquete al transeúnte de pies a cabeza en un periquete, y, aunque duro de testuz, mantenía la cabeza bien alta, no le sirvió de nada, atrapado como estaba en aquel inmundo hoyo, por haber puesto en práctica las sublimes enseñanzas y benefactores parabienes del doctor, sus sabias profecías.
   Después de lo visto y no visto, en un raudo y fugaz examen de consciencia, de ahora en adelante el peatón accidental pasará de cuantos arúspices y gurús y sabelotodo, así como de la Unidad de Defensa del Medio Ambiente y Protección animal, que pregonen en los púlpitos palpitantes y solemnes sentencias que alumbren la dicha, la mejor vida, y andar por caminos seguros, pero ¡ojo!, con mucho talento y tiento, no vaya a ser que, muy a su pesar, pase a mejor vida, al paraíso de los justos con todas las necesidades cubiertas.         


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