viernes, 9 de junio de 2017

Sombras o lo que vieron sus gafas




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   Al entrar Airmesoj en la habitación del hotel donde se hospedaba después del viaje a Bombay como comandante de vuelo, vio debajo de la cama un bulto sospechoso, algo parecido a una persona estrangulada, y salió echando chispas y mano al móvil para comunicarlo a la policía cuanto antes pero no había cobertura, y con las mismas marcó el 112, o eso pensaba, para informar del horroroso hallazgo, pero no lo consiguió.
   En tales momentos de atribulamiento y confusión no estaba para muchas florituras Airmesoj, por lo que decidió tomárselo con calma antes de volver a llamar de nuevo, y cuando llamó tuvo tan mala sombra que marcó el número de un viejo amigo italiano que hacía años que no veía, recordando al instante el tiempo que había pasado atrincherado en los sótanos de la droga, traficando por los más diversos países enviando sacas con el epígrafe de café de Colombia, y figurando como testaferro en el staff del cártel de Medellín.
   Últimamente aparecía como huido de la justicia, sin embargo al oír la llamada del amigo, no tuvo inconveniente en responder, soltándole de repente el notición, el fúnebre encuentro en la habitación del hotel, contestándole con la mayor naturalidad del mundo que le gustaría ayudarle, pero no tenía ni idea de lo que le contaba.
   Mientras reflexionaba Airmesoj recostado en el sofá del hall del hotel, preocupado por el enmarañado affaire que se le había presentado, le abordaron de pronto el gerente del hotel y un vigilante con idea de esclarecer en la medida de lo posible lo que había sucedido, escuchando las informaciones que brotasen de sus labios.
   No cabía duda de la responsabilidad y el buen hacer de Airmesoj, siendo un profesional altamente cualificado, con un envidiable historial y curtido en mil batallas, habiendo pilotado todo tipo de aeronaves a los puntos más delicados del globo sin que se hubiese registrado hasta la fecha el menor incidente.
   El día de autos, el comandante andaba ocupado en mil cosas, haciendo las prácticas de simulador, la previsión de alimentos en Carrefour, así como el rutinario reconocimiento médico, hallándose en perfecto estado de salud.
   El gerente del hotel y el vigilante prolongaron las indagaciones hasta altas horas de la madrugada, sometiéndolo a toda clase de cuestiones referidas al funesto suceso, hora del deceso, objetos que había a su alcance, séanse armas o explosivos, o si advirtió efectos de forcejeo en defensa propia u otro vestigio que coadyuvase, así como si respiraba aún cuando llegó al lugar maldito.
   Después del maratoniano interrogatorio, se presentó por sorpresa la guardia civil, y lo esposaron tras un breve intercambio de impresiones, llevándoselo detenido.
   El muerto no llevaba encima documentación alguna, y hubo que echar mano de las redes policiales a escala internacional, buceando en las cloacas del crimen organizado, ora en el lumpen de hacinados barrios y clandestinos subterfugios, ora en sórdidos tugurios o blanqueadas mansiones de heroína o antros de comercio carnal.
   Pero ni por ésas se avanzaba un palmo en el esclarecimiento del escabroso asunto, no desvelándose ni la más leve brizna de los execrables móviles del asesinato.
   En un principio se conjeturaba con algo baladí, que el occiso hubiese sido quitado de en medio por mofarse de una dama de la mafia napolitana, que a la sazón mantenía relaciones secretas con el entonces endiosado futbolista Maradona, ocurriendo todo cuando se disponía a recibir una cuantiosa suma de dinero en billetes de 500 euros, designados en el argot con el sobrenombre de Bin Laden por el ocultamiento, y se fraguó todo al no haber llegado a un entendimiento entre las partes, entablándose una violenta discusión entre ellos y se disparó el arma atravesándole el corazón, cayendo en redondo al suelo, ocultándolo debajo de la cama.
   Seguramente no había dudas de que las más esperpénticas pullas, dimes y diretes e ingeniosas elucubraciones en el caso que nos ocupa podrían resultar tibias, dada la imperiosidad con la que había que ahuyentar las sombras que se cernían sobre los artífices del crimen, siendo por ende harto peliagudo hincarles el diente.
   Sin embargo no se demoró por mucho tiempo el caso del hotel, ya que como apunta el refrán, antes se coge a un mentiroso que a un cojo, pues dicho y hecho, y una vez metidos en harina y de lleno en el desguace pormenorizado de los miembros del extinto, se comprobó con claridad meridiana que no era una criatura de carne y hueso, sino la figura de un maniquí, así como suena, tan perfectamente diseñado en sus componentes que daba el pego a cualquier curioso o al más eximio experto que se lo cruzase, al igual que las figuras de los museos de cera, y era precisamente eso y no otra cosa lo que habían hallado bajo la cama, con cinco balas en la boca del estómago y dos en la sien, pareciendo todo una broma macabra de gente sin escrúpulos, gente que se había tirado al monte de lo más estrafalario, pero eso sí, había que tomar buena nota de lo acaecido y no echarlo en saco roto, porque en esta ocasión hubo suerte no habiendo llegado la sangre al río, al haberse representado las danzas de la muerte de la manera más jocosa y chulesca, pero a ver quién es el guapo que se duerme en los laureles y no colige de tan preocupantes barruntos algún trágico lance, porque vaya usted a saber a quién le tocará la próxima, por lo que no se podía vivir alegre en aquellos parajes sembrados de sombras, con el miedo en el cuerpo, a pique de ser alcanzado por alguna bala perdida en cualquier esquina, como si fuese la recreación escénica de un film de terror de Hitchcock.
   ¿Qué motivaciones o sentido de ficción tan depravada y espantosa puede albergar tamaña y mentecata arrogancia humana?
   Entre tanto, llegaban noticias de allende los mares de otro caso de muerte violenta llevada a cabo por las costas del Pacífico, tratándose ahora de un hombre de verdad, con las señas de identidad actualizadas, según atestiguaba el forense tras el exhaustivo examen, siendo un hombre de mediana edad, natural de Chile, aunque se desconocían más detalles en esos momentos.
   A veces, el crimen duerme disfrazado o hace como que duerme detrás de la oreja de personas candorosas ocultando el nombre y las urdimbres, aunque sabido es que el enemigo no duerme,  por lo que no hay más remedio que estar al corriente de lo que nos circunda en derredor, así como del pago de los diezmos y primicias que promulguen los gerifaltes del terror, y así poder mirar con garantías el porvenir.
   Algunas semanas después, aparecía en la prensa la noticia de tres personas ejecutadas en una emboscada cuando regresaban de una operación secreta, no sabiéndose nada más al respecto, pero todo apuntaba a un ajuste de cuentas de bandas rivales, al exigir los sanguinarios aranceles por la venta del celebérrimo café colombiano.
   La organización criminal estaba tan bien estructurada, que sabía al dedillo todos los tejemanejes y escondrijos al respecto, señalando que aquel que pisase la línea roja macada por los arúspices del cártel serían fulminados al amanecer.
   Su amigo, Oswaldo Fernanández Cotino, al que telefonéo por error, no daba señales de vida últimamente, no sabiéndose apenas nada de él, recayendo todas las sospechas del asesinato del chileno sobre su persona, dado que eran tantas las sombras que aleteaban sobre sus movimientos que los jueces y fiscales del mundo de la droga, así como la policía especializada lo daban por hecho tras revisar y patear documentos, bosques y ventanales de internet donde se presumía que pudiese haber algún resquicio que arrojase luz a cerca del proceso, habiendo sido catalogado prófugo de la justicia y seguía sin saberse si aún vivía.
   Sin embargo cabría tener en cuenta que Oswaldo era un muchacho joven, bien parecido, de buen corazón, con carisma, ojos verdes y sin ningún delito en su haber, gozando de una conducta intachable, que habiendo sido víctima de la precariedad más extrema, vino a caer en brazos de los narcos por mor de las veleidades de la fortuna, al no disponer del peculio preciso para hacer frente a la hipoteca, al haber sido despedido de la empresa de la noche a la mañana, negándole un préstamo el banco de turno.
   Airmesoj regresaba de Bombay a su lugar de origen, siguiendo sin contratiempos el plan de vuelo, y sin que se hubiese resuelto nada de lo que se había montado a sus espaldas, ignorándose en qué acabaría la trama emprendida en su contra en los casos que seguían pendientes en los juzgados 
   El comandante estaba habituado a cruzarse en las alturas con toda clase de filibusteros, contrabandistas o con relatos envenenados de venganzas catalanas o ajustes de cuentas en un abrir y cerrar de ojos, toda vez que los señores del crimen no paran de moverse y esconderse, y no tienen reparos en apretar el gatillo a través de sicarios en cualquier hora y lugar, y luego se lavan las manos, personas sin corazón que se nutren de viles añagazas, y viven en suntuosos palacios colmados de placeres, aunque siempre cerniéndose sobre sus cabezas las más negras sombras.
   En la mayoría de los casos son cómplices de las altas esferas del poder del planeta, intercambiándose cromos, cartitas de recomendación o favores de muerte por debajo o encima de la mesa.
   Aquel día, en el vuelo de Berlín a Bombay, Airmesoj desayunó como de costumbre, y apenas notó nada especial, aunque era de sobra conocido que estaba expuesto en el desempeño de sus funciones a múltiples turbulencias e infortunios, por lo que tuvo a bien pedir unas vacaciones a la compañía a fin de sacudirse las pulgas de todo el aire viciado que había estado respirando.
   Lo que vieron sus gafas de piloto era un mundo sórdido, urdido y escrito en las páginas de sus verdes cristales, verdes sombras que quizá evocasen los tétricos latires lorquianos, "Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas"... pues verdes eran los cristales así como las sombras, y no se trataba de velar al culpable sino de desentrañar el fondo de las sombras que golpeaban sobre la testuz de Airmesoj.
   Al cabo de los días, tirando del hilo por parte del juez que llevaba el caso, vino a poner sobre la mesa el dictamen que quebraba los aires de las sombras, atestiguando lo siguiente, "una antigua conocida del comandante, despechada por el mayor monstruo los celos, montó una coartada para implicarlo en el asesinato, siendo en realidad su guardaespaldas quien lo llevó a cabo, cuando ella regentaba con raros procederes una galería de arte en Nueva York, queriendo vengarse de los frustrados flirteos, metiéndolo de la manera más burda en la ruleta de sus bajos instintos, y hacerse acaso célebre por haber rodado la continuación de la saga de novela negra, Muerte en el Burj Khalifa, el rascacielos más alto del mundo.
   No obstante, y pese a la encarnizada lucha pictórica entre claroscuros y luces y sombras en la perspectiva, refulgen con luz propia lúcidas miradas, harto altruistas, que relumbran como el sol, fieles a los principios, saliendo cada mañana a combatir las sombras sin hacer distingos entre manzana sana y ponzoña de áspid. 
 











       

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