
Jaimito hiperactivo.
Con la galbanitis
que le entró a Jaimito de repente, no sabía cómo actuar ante tan extraño suceso,
no pudiendo digerir el hecho de haber sido invadido tan tontamente por semejante
corriente, fuera a todas luces de sus conocimientos y expectativas por mucho
que se esmerase o le cambiara el cerebro.
La semana anterior,
sin ir más lejos, había acudido a un centro rehabilitador para tratarse la
"hiperactividad", pero las atenciones recibidas, sabios consejos, masajes
y demás ejercicios que llevó a cabo en las diferentes sesiones encaminadas a aliviar
aquellos raros embolaos y desbordamientos de sangre rebelde que le azotaban de
poco le sirvieron, ya que los hiperactivos ramalazos persistían con mayor ahínco
si cabe, amordazándole sin piedad, impulsándole a dar saltos de rana o botes
como una pelota por bulevares y callejuelas, oscilando su cuerpo como el péndulo
de un reloj.
Ahora se encontraba inmóvil,
silente, dormido, yaciendo como un muerto, y alarmaba a familiares y amigos por
temor a que fuese muerte súbita, ya que apenas respiraba, estando todo su
cuerpo como una balsa de aceite, incrustándose de golpe en sus texturas una caterva
de insectos voladores, que con el fuerte viento calentón fueron transportados
probablemente descompuestos a tan rico panal a saciar el hambre.
2- Sin gafas y a lo loco.
Lo tenía a mucha
honra, y hala, se decía, ancha es Castilla, soñando con crear universos y más
universos. Cogía y se ponía a pintar sin gafas y a lo loco intentando rivalizar
con Velázquez, que por cierto le quitaba el sentido, haciéndolo todo por
intuición.
El proceso creativo
no le había ido mal hasta la fecha, ya que había ganado no pocos
concursos de pintura espontánea al aire libre allí donde había participado,
ante el asombro de propios y extraños, pintando sin gafas (cuando no veía ni
dos en un burro) y saltando como un simio, locamente.
Esbozar los colores
a lo loco le fascinaba enormemente, toda vez que llegado a ese estadío gozaba
más que un niño chapoteando en los charcos.
Hay que reconocer
que no era para menos la hazaña, admitiendo que la creatividad en el fondo es un
mar de locuras sin tregua, saltándose la lógica, lo trillado, y volar por los
más exóticos picos o vericuetos atravesando pensamientos vírgenes, dejándose
llevar rumbo hacia nuevos e inciertos mundos, paraísos virtuales entre las
galaxias o el espacio exterior, siendo el leivmotive de incontables ríos de
vena creativa, que serpentean alegremente por las majadas y oteros del cerebro,
embaucando a todo bicho viviente, incluso a las fieras y aves del entorno con
las ensoñaciones, así como a los aborígenes que van tal como los trajo Dios al
mundo por tales parajes buscando algo que echarse a la boca, escarbando en
las raíces de la tierra y de los árboles, buscándose la vida como cualquier hijo de vecino...
3- El bolso.
Andrés venía del
cortijo con unos amigos de meterse entre pecho y espalda unas ricas migas con
los correspondientes tropezones y caldos, cuando al entrar en la autovía
conduciendo avistó un objeto sospechoso colocado con sumo cuidado en la orilla
de la vía, parecía un bolso de señora, llamando poderosamente la atención a
todos los viandantes, y más aún por hallarse no lejos del lugar un vehículo estacionado
con el motor en marcha, como si estuviese pendiente de lo que ocurriera, por si
se acercaba alguien a recogerlo, dando no poco que pensar.
Se podía elucubrar en
semejante trance que contuviese en su interior pólvora con gran variedad de tornillos
y utensilios contundentes para hacer el mayor daño posible, con un cable
adosado al núcleo del artefacto para explosionarlo a distancia justo en el
momento en que alguien se aproximara, o bien que hubiese estupefacientes del
mundo del crimen allí abandonados por la presencia inminente del cuerpo
policial.
El misterioso bolso
sembró el pánico causando no pocos quebraderos de cabeza, aunque hay que cantar
victoria, dado que finalmente no hubo ninguna explosión que acarrease pérdida
de vidas humanas, así como el respeto del medio ambiente, no sacrificando despiadadamente ingenuas
lagartijas, o hileras de hormigas pateando caminos realizando sus
labores de almacenamiento para el largo y duro invierno.