lunes, 9 de marzo de 2009

Cuando quema la mejilla


Al son de la marcha nupcial se citó conspicuamente con ella a través de los ojos de la computer, que daba fe de la ceremonia y gravaba las bromitas, los jocosos guiños de la sesión del día y las claves de la cita. En el acto de consentimiento al amado -las prisas no son buenas- de manera apresurada, con la ropa de andar por casa y en chanclas, se acercó al bolso que se hallaba en frente e introdujo algo atropelladamente, como buena previsora, con idea de que no le fallara la memoria en el momento justo de echarse a la calle para presentarse en el sitio convenido. Desde la infancia había oído de los mayores frases como, hombre prevenido vale por dos. Así que, como el que no hace la cosa, buscaba y cogía algunos utensilios que circulaban con más insistencia por la mente, y para no echarlos en falta cuando los necesitase, pues manos a la obra, con las mismas y la premura y la poca luz de la habitación confundió el Ars amandi de Ovidio con el breviario de rezos cotidianos y el rosario de plata que guardaba en las pastas del libro, regalo de la madrina del sacramento del bautismo, e introdujo los dos últimos con todo sigilo en el interior del bolso, dejando para otra ocasión más placentera el escapulario de la Virgen de los Gozos, que colgaba de la cabecera de la cama.
Los primeros pasos, como suele ser en tales arranques, fueron a tientas, cabalgando al albur del caballo de Tántalo, dando por hecho que la suerte ya estaba echada a su favor. Lo que no dejó de ser un craso error. Elucubraba Ramiro con la realización de envidiables gestas jamás imaginadas, salvando las distancias de los héroes inmortales de la antigüedad grecolatina, sus aventuras, avatares y celebérrimas proezas.
Se decoró Ramiro a conciencia el cerebro a base de suntuosos muebles tallados con mil filigranas, iconos y símbolos labrados en maderas nobles, que despertasen la libido, generando ambrosías, el néctar de los dioses, y propiciara un sugestivo ambiente de sensualidad único, inconmensurable.
Tales anhelos satisfarían con creces, y de manera milagrosa, el culmen rijoso de su vida. ¡Qué suerte!, musitó Ramón, dando muestras de cansancio y perdiendo el equilibrio. Tras cruzar una áspera alfombra desértica, vislumbró abundante luz en lontananza, y se veía feliz acariciando entre sus manos tan ameno y brillante amanecer.
Las circunstancias y el entorno más íntimo dieron un vuelco, empezando a cambiar de la noche a la mañana. Se consideraba un privilegiado atleta batiendo los récord de las distintas olimpíadas a través de los siglos. Percibía que las aves se inclinaban y le sonreían al pasar; notaba que algo raro estaba ocurriendo en su deambular por los vericuetos de la existencia. Durante la primavera, los días se alargan, el sol sale cada día un poco antes y se pone un poco más tarde, siendo la noche más corta y el día más largo.
La palabra primavera se asocia al concepto de vida, juventud, sol, aire y a todo lo que ofrece colorido. Ello abona la proliferación de flores multicolores, que pueblan los campos. Se identifica con el período en que los seres exhiben su lado bueno, de esplendor, mayor vigor, hermosura y frescura. Se estiran y desperezan los días como el can cuando despierta de un profundo sueño. Crece la ternura, y el cariño achucha con valentía y condescendencia a las primeras pulsiones, acaso por contagio de la madre natura, y riega las zonas hurañas y las más sensibles del cuerpo con lágrimas de alegría, y un surtidor de embriagadores aromas horada la morada por sorpresa, expandiéndose por los rincones de la casa. Todo un mundo embrujado por el perfume de las flores.
La ciega devoción a Dios, motor del amor, ponía en funcionamiento el engranaje de su maquinaria, de la psique de Virtu, echando a andar sin reparos por la senda bendecida -remedando vivencias del Papa en la plaza de San Pedro ante la expectante grey allí reunida -; en primer lugar, imbuida por inhalaciones místicas, y a continuación pidiendo con ahínco al Todopoderoso la venia paterna de sus actos, orando sin desmayo y dándose golpes por las faltas cometidas, pero siempre decidida a entregarse por amor, y lo más probable será y así lo suplicaría autocomplaciente, que descendiese de la diestra del Padre, que está en los cielos –o tal vez en la computer, vaya usted a saber-.
Las esencias del incienso desarrollaban su labor, y progresaban con visos de aplomo y armonía, exhalando síntomas ornados de parabienes, de dones cuajados de sana energía lista para fulminar intrigas y amarguras, que pudieran germinar casi por generación espontánea, con las copiosas lluvias caídas en el siempre delicado caos de Cupido.
Ya iba siendo hora de que se le despejara a Ramón el gris y rebelde horizonte. Los hilachos de las tinieblas se iban chamuscando en la hoguera ante el arrojo de los rayos del sol naciente. Ya está bien, sentenciaba entre dientes, bastante alterado. Y todo ello zarandeado por los volátiles impulsos de Virtu, conectados a lo sobrenatural, cual emanaciones espirituales sólidas, petrificadas, resistentes a los huracanes y las acciones mefistofélicas de cualquier traidor, esperando con plenas garantías la pronta consumación de la cita amorosa, como dictan los cánones divinos y sobre todo el sentido común, y qué duda cabe, porque lo requería el guión, la trama planeada desde el inicio del menú de la computer, con la suficiente antelación y comprobados los prolegómenos compartidos en privado.
Se trataba de construir un nido de amor, un núcleo seguro, una torre inexpugnable que, ni los más avezados diablos podrían erosionar y menos aún ensuciarlo, manteniéndose incólume, albo, como recortes de pan ácimo de hostia. Y desembocaría a la postre en el nudo de la historia, con las reflexiones pertinentes llevadas a cabo mutuamente a puerta cerrada en su oportuno momento, o a solas en la alcoba cada uno por su lado, o a la vera de la sacristía, en el umbral del altar, antes de consagrar el sacramento del matrimonio.
Ello, sin duda alguna, se incardinaba en los estudios teológicos aprovechados al máximo por Virtu para nutrir su currículo, realizados a través de cursos posdoctorales, donde se exigía un perfil acorde con las dificultades que entrañaba su aprendizaje, debiendo profundizar en las principales materias de Humanidades, que más adelante le servirían como un reclamo profesional atractivo, o para futuras empresas más ambiciosas, en las cuales, por avatares del destino, podría verse involucrada, ora por responsabilidad laboral, ora por vocación divina.
Y tuvo Virtu la fortuna de ser elegida precisamente por su altura de miras –nunca cosa alguna cuadró tanto-, y por consiguiente se le catalogó por el jurado eclesiástico como la más idónea para deshacer entuertos de esta índole. Sobre todo, desprotegidos o aquellas criaturas de precaria formación religiosa, siendo ellos los más beneficiados. Ella regentaba sus andanzas, los tenía a su cargo, bien en la enseñanza privada, o mediante cursillos acelerados auspiciados por las autoridades de la diócesis a fin de iluminar las oscuras lagunas de la doctrina cristiana.
Las verdades eternas refulgirían con luz propia a la hora de insertar la pareja en el día a día, teniendo en cuenta el hondo conocimiento de Virtu, sobre todo el del más allá, que era lo trascendental, la eternidad, pues, la vida en la tierra, pensaba, es tan breve, que casi no merece la pena ni mirarla.
En teoría, la vida de Ramón podría engendrar halagüeñas primaveras, nuevos rumbos preñados de luz; días llenos de vida, de alegría completa, de verse divirtiéndose en la feria de sus sentimientos como un enano, con ilusión de adolescente, o visitando preciosos parajes lejanos. Y más si cabe, teniendo tan próxima la primavera, que aporreaba la puerta cargada de racimos de sonrisas y sorpresas, mostrando sus alegres uvas y pezones por la celosía de la ventana, entreabierta y algo destartalada por las tormentas y los tornados del gélido invierno.
La ocasión la pintan calva, pensaba Ramón, pero los crueles elementos de la computer, los desagradables desamparos le golpearon furiosos y le subvirtieron los intereses. Ella, invocando al Todopoderoso, confesó, me equivoqué de galán, lo indicó mirando al cielo, rememorando citas bíblicas como, Memento homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris, recuerda, hombre, que eres polvo...
Su príncipe azul, el que guardaba en la manga, no había llegado por mor de los enredos tecnológicos, maquinando un juego macabro de suplantación de personalidad. Ésas fueron sus palabras, palabra de Dios. Los malvados trasgos –quizá seres de carne y hueso y sin escrúpulos, que manejan los hilos de las ingenuas conciencias, en hipócritas y aquiescentes cortocircuitos- que pululan ocultos por las venas de Internet y se plantan con un morro que se lo pisan en la pantalla, y santos cielos, a veces hacen de las suyas. Cuando quema la mejilla, se vuelve negra la mañana, y la hecatombe se desploma sobre el envenenado corazón.
Ramón no perseguía la fama, ni aspiraba a emular la gloria de ilustres seductores, los otrora casanova, mañara, bradomín, ni muchísimo menos; mas la recompensa a su acaso osado desvarío, le obligaba a morder el polvo, habiendo tocado con los dedos el paraíso, otros derroteros, si no sublimes, al menos subliminales, en consonancia con la esperanza de recibir una gracia, una dádiva y echarlo por encima de todo en una de las más lujosas suites con vistas al mar, caiga quien caiga, con todas las consecuencias, conforme a lo pactado en el secreto del sumario, tomando las debidas precauciones, llámese secuelas, contagios. Tras dos o tres sacudidas de cabecita loca Virtu volvió en sí y recapacitó tras la inicial debacle emocional. Se atusó el pelo. Se fue aderezando, recomponiendo. Reestructuró la compostura rota, intentando desligarse de la nefasta profecía que tal vez hubiese sido coreada por los graznidos de una siniestra bandada de pájaros, y que se podía leer en la vidriosa mirada de Virtu, ebria por licuadas ensoñaciones sobrenaturales, y pretendía plasmarla, dándole la vuelta al calcetín, en un cuadro donde estuvieran representados, el amado, un verde prado, la cristalina fuente a la sombra de una reverdecida alameda con místicos efluvios fluyendo del regazo del Señor.
El espíritu de Virtu echó un trago de éxtasis teresiano, sumido entre las cacerolas de la cita, en el estadio de levitación en que se movía. Pareciera que el vaso rebosara, al igual que el día en que se citó, y se hubiera contaminado de un aire angelical, clavados los ojos en los cielos del Creador. Su pensamiento trasmutado vomitaba lenguas de fuego por los ojos y poco a poco se fueron rellenando de supersticiosos excrementos, vacuos, y de una ventosidad infumable, que anegaba el cosmos en un tétrico sopor.
Virtu, posándose en la tierra, alegó que se equivocaba la paloma del espíritu santo, creyendo que iba al norte del príncipe azul, iba al sur de la miseria e intentaba repellarlo con el cemento de su doble cara dura. Una equivocación –sic dixit-; hubo por medio un sucio y activo muñidor, sería el tercero en discordia, -¿el príncipe azul?- que hubiese trucado las imágenes de la webcam mediante engaños o subterfugios inconfesables de hacker, o de una mano negra; pero se sentía segura y lo tenía todo muy claro, Ramón no era su pimpollo en la flor de los veinte; que las fuerzas del mal la habían arrojado a los infiernos, asfixiando sus más nobles e íntimos suspiros amorosos.
Se abrazó a su cruz, el rosario y el breviario, encaminando los pasos a la santa casa del Padre a penar y llorar su pena, rezando los rutinarios padres nuestros de rigor como arrepentimiento por las banalidades y torbellinos suicidas cometidos en la red.
Esperando del Todo Misericordioso que la próxima vez no sea ella la que caiga por los acantilados de la incongruencia.
Ramón saboreó el aroma de la fruta, pero no halló ni rastro de ella… al morder el nombre.
Las malas artes celestinescas le abortaron de improviso los tiernos tallos que despuntaban en el taller de los sueños, la vida, como a un vil y desahuciado tántalo, quedando tan sólo sutiles hilillos de esperanza.
Nunca pretendió Ramón volar tan alto en lo divino, en lo humano y menos en lo mitológico. La realidad supera la ficción.



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