jueves, 18 de junio de 2009

Hipo



Ildefonso evocaba jornadas de gloria, redondas noches de orgía, de fresca alegría junto a la fuente del parque bebiendo las aguas de un día memorable, imaginándose junto a su amor, feliz y dichoso, satisfecho de los placeres y buena vida que le aguardaba cuando fuera camino del altar, y no continuar mendigando por calles y plazuelas los céfiros de alguna moza altiva que a regañadientes le brindase una sonrisa o se la robara en correspondencia a su sutileza al exaltar las beldades sobresalientes de las hechuras de su percha, de sus curvas, echándole piropos dulces. Él conjeturaba que no era para menos y más con los problemas que le escupía la boca envenenada de la crisis en que se encontraba en esas fechas.
No obstante se envalentonaba en algunos momentos ensimismado y se veía en las alturas luciéndose con sus trucos, haciendo valer sus dotes, poniendo las cartas boca arriba de sopetón, o sus privilegios de conquista, cual héroe ufano no sin razón al haber conseguido llevar a su terreno a la adorada Esmeralda, un asunto nada desdeñable y por otro lado fácil de explicar cuando a él siempre le sedujeron las piedras preciosas, topacios, jaspe, zafiro, rubíes u ópalos, y sobre todo las esmeraldas; de todas formas no le fue fácil encontrarla, le costó media vida lucir en el ojal del corazón la joya que más ansiaba, el amor de su vida.
Lo tuvo muy complicado durante los inicios del proceso, incluso perdió el empleo cuando logró romper el hielo que le separaba de ella, debido a que en el fondo había desavenencias, no compartían algunas aficiones que eran pertinentes en la vida en pareja. A ella le atraían las fragancias excitantes, lo exótico y novelesco y las excursiones cortas de fin de semana, así como deambular por parques y jardines o pasear pisando las olitas del mar con saña desabrochada la blusa, con un pañuelo al cuello o en tardes de sopor visitar los grandes almacenes, probarse prendas íntimas entre otras aficiones. En cambio a Ildefonso le tiraba más el aroma de las grandes artistas de la meca del cine, sus atuendos, sus peinados, los altos tacones y las veladas inmersas en añejos legajos de bibliotecas, los centros culturales, los museos de cultura popular y los exposiciones temporales de emblemáticos museos de las principales capitales de Europa, donde se crecía considerándose un auténtico creador de fantasías propias o cuentos como las mil una noches, se explayaba regocijándose de lo lindo pero con mucho sigilo en cada stand, en cada cuadro, en las distintas escenas de la sala deteniéndose principalmente en los contrastes parsimoniosamente, en las líneas maestras de los claroscuros, en los detalles nimios en relación con el ensamblaje del conjunto como si él los hubiese trazado –soñar no cuesta dinero-, yendo de lo minúsculo a lo inconmensurable, y reconstruía las figuras sobre un papel a la vista de los presentes con delicada precisión, pues disponía de un cerebro prodigioso y lo hacía como si labrase pacientemente encaje de bolillo o algo quizá más artificioso, bien en el arte de esculpir como en el de pintar o diseñar.
Y como el que no hace la cosa llegó el día loco y tan esperado de la boda con Esmeralda.
Mas lo que se prepara al milímetro a veces se desmorona como el humo de la llamas en los chiscos de la noche de San Juan, y el evento de la boda del siglo casi se desvaneció muy a su pesar. Se quebraron las cuerdas de la guitarra de la alegre ceremonia, saltaron por los aires los cristales de los castillos construidos con toda la esperanza del mundo.
El malintencionado café que tomó en el trayecto que iba del hotel donde se hospedaba hasta arribar a las puertas de la iglesia con todas sus galas le doblegó el abdomen, acaso sobrecogido por el estrés del futuro acontecimiento que le apretaba con sus negros puños en la boca del estómago en donde más le perjudicaba, el caso es que le sobrecogió el ánimo aumentándole las pulsaciones de manera alarmante y un turbio lupus le fue cubriendo la blanca piel dejándolo blanco del susto como la hostia que iba a recibir, con gran descaro yendo a desembocar en un torrente de hipo atroz, que temblaban los muros de la casa de Dios y los escalones del altar cayendo rodando revolcándose por los suelos el cura la novia y el padrino como una especie de catarata que se hubiese roto en mil pedazos y echase agua por una infinidad de tuberías, algo parecido le sucedió a Ildefonso y Esmeralda estando en trance de celebrar el sagrado sacramento del matrimonio
El maldito hipo se cargó la liturgia y toda la parafernalia del acto, pulverizando hasta las últimas migajas de la sagrada forma. Una vez pasada la bochornosa tormenta, Ildefonso, a pesar de lo ocurrido, no se amilanó lo más mínimo y levantándose de sus cenizas compuso la figura y siguió de nuevo rumbo al altar donde le esperaba la deseada celebración con los acólitos, los allegados y los cánticos que había ensayado a conciencia el coro de amigos del barrio para festejar en la intimidad y con el mayor boato la pérdida del celibato. Y cuando el oficiante reanudó la función y de nuevo pregunta, Ildefonso, quieres por esposa a Esmeralda …. Se repitió la escena derrumbándose por los suelos y la garganta se le atragantó estrepitosamente con la lengua hasta el punto que tuvieron que avisar a la ambulancia para llevarlo a urgencias, mientras llegaba le hicieron el boca a boca y poco a poco fue volviendo en sí, pero el asesino hipo hacía de las suyas y los zumbidos que daba atravesaban los muros y el ábside a la iglesia y se expandían por los campos como el sonido de las campanas, semejando terribles obuses que se estrellaran contra el Cristo yacente, que se ubicaba enfrente del altar y que por poco si lo levanta por el enorme estruendo.

Ildefonso tenía proyectado vivir en una casita en el campo con su pareja, lejos del martilleo constante de la ciudad. Había preparado meticulosamente todos los pormenores para el día de la boda a fin de que no faltase de nada, una fiesta por todo lo alto. Quería marcar un hito en su vida, pasar a la posteridad remarcando un antes y un después. Borrar las motas de polvo que se habían acumulado a lo largo de su existencia y finalmente todo su gozo saltó volando por los aires, porque en tales menesteres los hados no le fueron propicios.
No presagiaba que el nuevo estado civil fuera un pozo tan hondo y tan negro.

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