domingo, 28 de junio de 2009

Por bulerías



En un principio Verónica no sabía lo que quería, no hacía distingos en cuanto a tipos de baile, le era indiferente cualquier estilo y no se inclinaba por ninguno en concreto, al igual que la planta temprana que va creciendo y le van brotando los tallos y hasta la floración y una vez que cuaja no se sabe a ciencia cierta el fruto. Tan solo que a veces se ejercitaba en aquellos que se le antojaban por pura distracción, bien regionales, nacionales o internacionales como jotas, zorongos gitanos, zapateaos, canarios, zorzicos, sardanas, habaneras, chotis, tangos argentinos, boleros, tarantos, polcas o milongas, hasta que su espíritu artístico se fue perfilando y mirando hacia uno punto determinado, el flamenco, y desde entonces, como si lo llevase en la sangre de toda la vida, solía extasiarse en estos ritmos echando en ello todas sus energías, aunque siempre actuaba en recintos reducidos o domésticos.
Desde pequeña mostraba un enorme pudor a bailar en escenarios abiertos donde se agolpase la multitud. Parecía que le clavaban alfileres en la piel, que llevara un estigma, una cruz que no la dejaba bailar de esa guisa, dando rienda suelta a sus ahogados sentimientos o aspiraciones y airearlos a los cuatro vientos.
Con el paso del tiempo fueron madurando sus dotes, la confianza en sí misma y se hizo más fuerte y valiente, aunque no aceptaba un descarado lunar completamente negro que le creció a la vera de los labios como si fuera un castigo que le daba que pensar y le hacía la pascua por su rechazo amén de que no le diese buena espina por las intenciones que despuntaba.
Así que en el transcurso del lunch de la boda a la que asistió como invitada de repente explotó como una olla a presión que estuviese hirviendo en el fuego, y por sorpresa comenzó a jalearse con variedad de ritmos en la pista de manera descompuesta, mientras los demás algo cansados por el bullicio permanecían en sus asientos bebiendo y robándose las palabras abstraídos en su reducido círculo.
Al hacer memoria, Verónica recordaba el tiempo que tuvo que soportar llevando una vida reprimida, muy limitada en una lucha interior; y necesitaba librarse de la absurda vergüenza que le abrasaba el pecho sólo pensar que iba a bailar en público, y exhibir de una vez sus virtudes, marcar las huellas de su estela artística mediante sus agitaciones y meneos preferidos venciendo los horrendos demonios que la amordazaban sin tregua, ya que siempre había caído en la desesperación, perdiendo el compás, el equilibrio y fallándole la vena creativa por los inoportunos temblores que le comían los nervios y se apoderaban de ella y nunca lograba lo que se proponía, dar el paso definitivo, pero esa noche se lo pensó mejor y se dijo, ea, Verónica, basta ya de chiquilladas, de cobardías, vamos a la plaza del baile a torear miuras si es preciso, mueve piernas y brazos, saca pecho, échate para adelante, y hazle disfrutar al personal con tu exquisita elegancia tan singular y portentosa, haciéndoles felices con tu fuerza artística en estos momentos tan cruciales de la noche. Y poniéndose el mundo por montera se alió con los duendes nocturnos, poniendo todo el empeño apostando mediante la mirada porque éste sería su gran debut y venía dispuesta a demostrarlo.
Estuvo reflexionando silenciosa sobre el momento de su arranque, y empezó a sentirse en un campo lleno de flores, a gusto, confiada, visionando en su horóscopo el buen momento en que se encontraba, y que la ocasión la pintan calva, habiendo cenado tranquilamente, y por otra lado venía preparada con vestuario adecuado para la ocasión de su vida, acorde con los aires flamencos que la envolvían y que tanto le fascinaba últimamente, pues traía una falda larguísima, y no tendría ningún problema – era uno de los escollos en su carrera- de que se le quedaran al descubierto los muslos en mitad de la pista con el rabioso remolino de la falda, así que decidió aprovecharlo y dar unos sensacionales bamboleos por la pista de baile aprovechando la fiesta de sus amigos Loles y Leandro.
Verónica, había acudido a la boda con todo bien ensayado, tacones, peineta, castañuelas y los faldones que encontró de su abuela, que los guardaba como oro en paño, y que tanta envidia ocasionaba a las amigas.
En el momento en que la orquesta del hotel hizo una pausa, y pusieron música regional, ambiental, al poco sonaron fandangos, rumbas y martinetes. Verónica permaneció al acecho pendiente de los ritmos que iban sonando y tan pronto vislumbró los que a ella más le motivaban empezó a estirarse camino a la pista como el que no hace la cosa y pegando un salto aterrizó en el escenario, se alzó el faldón , dio un serio y sonoro taconeo y musitó entre dientes, Verónica, vamos a bailar que eres la más grande y se lanzó echándose el pelo con furia por la boca y los ojos mordiéndolos, pasándose el enorme pañuelo rojo por el cuello, pecho y espalda retando al auditorio con desplantes como si estuviera delante de un toro bravo rompiendo la atonía reinante.

Verónica se había subido a la pista de baile dispuesta a todo, a dar una recital de flamenco con mayúscula, lo llevaba rumiando durante mucho tiempo, pues nadie había contemplado aún sus extraordinarias cualidades, y que tan sigilosamente guardaba en su baúl y presentó lo mejor de su repertorio en un espectáculo grandioso; y nadie daba crédito a lo que veían sus ojos, cómo movía Verónica sus brazos y piernas como las flores con las brisas en los campos, se quedaron patidifusos ante los movimientos tan certeros, los sensuales quites, recortes y toques magistrales como si estuviera lidiando el toro de su vida ante aquel auditorio improvisado, los invitados a la boda.

Transmitía unos chispazos fulgurantes con el arte que dibujaba con sus brazos y piernas, el contoneo del cuerpo unidos al unísono de los acordes de la música de forma que los comensales se fueron entregando a sus impulsos, animando, dando palmas, ¡olés! jaleando sus zapateaos, meneos provocadores y al final acabaron todos en la pista de baile arrastrados por el embrujo de Verónica.
Y acabó la primera actuación flamenca de su vida brindándole al público unas endiabladas bulerías de su puño y arte.

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